Capítulo 21

Posiblemente era la primera vez que le veía mostrar algún tipo de emoción. Me preparé para lo que suponía sería el festival de las broncas.

—Primero y más importante, me alegro de que estés viva y de una pieza —luego su mirada cayó sobre mi cuello y finalmente sobre mis brazos—. Casi de una pieza.

Me mosqueó, pero logré mantener la boca cerrada.

—Lo que hiciste demostró que no tienes ningún aprecio por tu vida ni por la de los demás…

—¡Tengo aprecio por la vida de los demás!

Aiden me lanzó una mirada de aviso que decía cállate.

—Ir tras un daimon, cualquier daimon, sin entrenamiento ni preparación, es la mayor de las imprudencias y de los comportamientos estúpidos. Con lo que eres y en lo que te convertirás, no puedo resaltarte lo irresponsables que han sido tus acciones… —Marcus continuó, pero yo desconecté en ese momento.

En vez de eso, me pregunté cuánto hacía que Leon sabía lo que era. Lucian dijo que solo él y Marcus sabían lo que Piperi le dijo a mi madre, pero me vino un recuerdo a la mente. Leon fue el primero en venir en mi defensa cuando me trajeron de vuelta al Covenant. ¿Lo había sabido siempre? Miré a mi tío, sin prestar atención a lo que estaba diciendo. Existía la posibilidad de que no hubiesen sido sinceros conmigo sobre quién lo sabía. Demonios, Lucian y Marcus no habían sido sinceros en muchas cosas.

—Si no fuese por Seth, estarías muerta o algo peor. Y tu amigo el señor Nicolo hubiese sufrido el mismo destino.

Mi atención se despertó un poco. ¿Dónde narices estaba Seth, por cierto? Esperaba verlo en aquella reunión.

—¿Tienes algo que decir en tu defensa?

—Ummm… —miré un instante a Aiden antes de responder—. Fue toda una estupidez por mi parte.

Marcus arqueó una ceja.

—¿Eso es todo?

—No —moví la cabeza—. No debería haberlo hecho, pero no me arrepiento —podía sentir los ojos de Aiden perforándome. Tragué, me incliné hacia delante y puse las manos sobre el escritorio de Marcus—. Me arrepiento de que hiriesen a Caleb y de que el otro daimon se escapase, pero ella era mi madre, mi responsabilidad. No lo entiendes, pero tenía que hacerlo.

Se reclinó en la silla mientras me estudiaba.

—Lo creas o no, te entiendo. No hace que tus acciones sean justificables o inteligentes, pero entiendo qué te llevó a hacerlo.

Sorprendida, me dejé caer en la silla, en silencio.

—Alexandria, han cambiado muchas cosas. Con los daimons pudiendo convertir mestizos, ha cambiado la forma en que debemos enfrentarnos a cada situación —hizo una pausa, las puntas de sus dedos descansaban bajo su barbilla—. El Consejo tendrá una reunión especial durante la sesión de noviembre, en Nueva York, para discutir las repercusiones. Ya que has sido testigo directa de sus planes, tendrás que acudir. Tu testimonio ayudará a decidir cómo actuará el Consejo ante esta nueva amenaza.

—¿Mi testimonio?

Marcus asintió.

—Estuviste al tanto de los planes de los daimons. El Consejo necesita escuchar exactamente qué te dijeron.

—Pero solo fue mamá… —me detuve, insegura de cuánto sabría Leon.

Mi tío pareció entender.

—Es bastante improbable que fuese Rachelle la que descubriese que los mestizos pueden ser convertidos. Es más probable que hubiese visto a otro daimon hacerlo. Te quería a ti… por sus propias razones.

Era un buen argumento. Basándome en lo que ella dijo, parecía que hubiese una especie de plan maestro —con alguien más que su alegre grupo de psicópatas—. Y luego estaba Eric; seguía por allí fuera, a tope de éter de Apollyon. Solo los dioses sabían qué estaría haciendo en aquel momento.

—Hay algo más de lo que tenemos que hablar —tenía de nuevo mi atención—. Me he reunido con Aiden y hemos repasado tus progresos.

Tenía toda mi atención. Intenté sonar valiente y confiada.

—Cuéntame.

Marcus parecía entretenido, aunque fuese durante un segundo.

—Aiden me ha dicho que has progresado lo suficiente como para quedarte en el Covenant —cogió el expediente y lo abrió. Me hundí en el asiento, recordando la última vez que le echó un ojo—. Tienes un buen manejo de las técnicas de defensa y combate ofensivo, pero no has empezado el entrenamiento de Silat ni defensa contra los elementos, y estás muy por detrás en tus estudios. No has tomado ni una clase de reconocimiento o técnicas básicas de protección…

—No quiero ser Guardia —señalé—. Y me puedo poner al día con las cosas de clase. Sé que puedo.

—Que quieras o no ser Guardia o Centinela no es algo que importe en este momento, Alexandria.

—Pero…

—Aiden ha aceptado continuar tu entrenamiento —Marcus cerró la carpeta—, durante el año escolar. Cree que con su ayuda y con el tiempo que pases con los Instructores, podrás ponerte al día completamente.

Intenté no mirar a Aiden con todas mis fuerzas, pero casi me caigo de la silla. Una vez empezadas las clases, Aiden no tenía por qué continuar entrenándome. Era un Centinela a tiempo completo. Que me dedicase su tiempo libre tenía que significar algo.

—Tengo que ser honesto, Alexandria No estoy seguro de que sea suficiente, pero tengo que tener en cuenta todo lo que has logrado últimamente. Incluso sin todo el entrenamiento y la experiencia en clase, has probado que tu habilidad está… por encima de la de nuestros experimentados Centinelas.

Espera. ¿Qué?

Marcus sonrió, y no una sonrisa falsa o fría. En ese momento me recordó tanto a mamá que no pude evitar que el enorme muro que nos separaba se tambalease un poco. Sin embargo, sus siguientes palabras derrumbaron esa barrera completamente.

—Si logras graduarte en primavera, estoy seguro de que serás una Centinela excepcional.

Sorprendida, le miré. Esperaba que me mandase de nuevo con Lucian, para estar bajo el poder del Consejo bastante antes de cumplir los dieciocho, pero lo que realmente me había dejado estupefacta fueron los cumplidos que Marcus me había dedicado.

Al final, encontré mi voz.

—Entonces… ¿me puedo quedar?

—Sí. Una vez empiecen las clases, tendrás que pasar algo de tiempo extra entrenando para ponerte al día.

Una pequeña parte de mí quiso correr y abrazarlo, pero la reacción no habría estado demasiado bien. Así traté de mantenerme tranquila.

—Gracias.

Marcus asintió.

—He llegado a un acuerdo con Aiden para que comparta los entrenamientos con Seth. Hemos pensado que será lo mejor. Hay cosas para las que Seth estará… mejor preparado según vaya pasando el tiempo.

Estaba demasiado contenta por el hecho de que me dejasen quedarme como para preocuparme de que me obligaran a pasar algo de tiempo con Seth. Después de tres años de estar en el limbo, en cuanto a mi futuro se refería, casi no podía contener el alivio y la emoción que me recorrían. Asentí con impaciencia según Marcus iba trazando un plan para que me pusiese al día con los estudios y cómo alternaría los días entre Aiden y Seth.

Cuando mi reunión con Marcus acabó, seguía queriendo abrazarle.

—¿Eso es todo?

Su mirada esmeralda se clavó en mí.

—Sí… por ahora.

Una enorme sonrisa apareció en mi cara.

—Gracias, Marcus.

Marcus asintió y, sin dejar de sonreír, salí disparada de allí. Mientras me iba, Aiden y yo intercambiamos miradas de alivio, antes de cerrar la puerta tras de mí. Salí del edificio principal y, en todo el camino hasta casa, no pude quitarme la sonrisa de la cara. Habían pasado un montón de cosas horribles, pero aparte de todo aquel sufrimiento, las cosas parecían comenzar a ir bien.

Una vez en mi habitación, me quité los zapatos y la camiseta. La camiseta interior se me quedó enganchada a la camiseta en el proceso. Le di la vuelta y tiré de ella para…

—Por favor, no te pares en la camiseta.

—¡Me cago en…! —Me cubrí el pecho sorprendida.

Seth estaba sentado en mi cama, con las manos sobre su regazo. El pelo le caía suelto sobre la frente. Tenía una sonrisa pervertida en la cara que parecía decir que había visto mi sujetador de encaje.

—¿Qué haces aquí? —Y añadí—: ¿Qué haces en mi cama?

—Esperarte.

Me quedé mirándolo. Parte de mí deseaba que se fuera, pero también tenía curiosidad. Me senté a su lado, pasándome las manos por las piernas. No estaba exactamente nerviosa, pero era como si quisiese que se me tragase la tierra. Seth fue el primero en romper el silencio incómodo que se había formado entre los dos.

—Estás horrible.

—Gracias —gruñí y levanté los brazos. Las manchas moradas me cubrían los brazos, pero sabía que mi cuello… bueno, estaba fatal. Por unos minutos me había olvidado de ello—. Muchas gracias por señalarlo.

Seth inclinó la cabeza y se encogió de hombros.

—Los he visto peores. Recuerdo una Centinela que fue acorralada en Nueva York. Era una chica realmente guapa, un poco mayor que tú, y tuvo que ser Centinela en lugar de Guardia. Un daimon le dio un mordisco en la cara solo para…

—Argh. Vale. Pillo por dónde vas: podría ser peor. Intenta decírmelo cuando no parezca que me he liado con un vampiro. ¿Y por qué estás aquí?

—Quería hablar contigo.

—¿De qué…? —Me miré los pies y moví los dedos.

—Nosotros.

Cansada, levanté la cabeza y le miré.

—No hay ningún…

Levantó el brazo y puso un dedo en mis labios.

—Tengo algo muy importante que decir al respecto, y después de que me des una oportunidad para decirlo, no volveré a sacar el tema ni a presionarte de nuevo. ¿Vale?

Tenía que haberle bajado la mano de un golpe, pidiéndole que se fuese o, al menos, apartarme. En vez de eso, le aparté los dedos con cuidado.

—Antes de que sigas, quiero decir algo.

Las cejas de Seth se levantaron con curiosidad.

—Vale.

Respiré profundamente y volví a mirarme los dedos de los pies.

—Gracias por hacer lo que… lo que fuese que hicieses para encontrarnos. Si no llega a ser por ti, ahora mismo seguramente estaría muerta o cortando a alguien en cachitos. Así que… gracias.

Se quedó en silencio tanto rato que miré a ver qué estaba haciendo. Seth solo me estaba mirando con una expresión boba en la cara. Para evitar sonreír, miré hacia otro lado.

—¿Qué?

—Creo que posiblemente sea lo más majo que me hayas dicho. Que me hayas dicho nunca.

Reí.

—Qué va. Te he dicho cosas buenas antes.

—¿Cómo qué?

Seguramente hubo otra situación en la que le dijese algo bueno.

—Como… cuando… —no se me ocurría nada. Leches. Era una zorra—. Vale. Es la primera cosa buena que te digo.

—Creo que necesito un momento para asumir y guardar este recuerdo.

Puse los ojos en blanco.

—Volviendo a lo de antes, ¿de qué querías hablarme?

Seth se puso serio.

—Quería hablar honestamente contigo sobre unas cuantas cosas.

—¿Como qué? —Me recosté contra las almohadas que había en la parte superior de la cama, moviendo las piernas para que no le tocasen.

Arrugó la frente.

—Como qué tiene el futuro preparado para nosotros.

Suspiré.

—Seth, no va a pasar nada entre…

—¿No sientes ni un poco de curiosidad por saber cómo te encontré? ¿No quieres saber cómo lo hice?

—Sí, lo he pensado y me gustaría saberlo.

Seth se apoyó en un brazo, girándose hacia un lado. El movimiento hizo que los rizos dorados de su pelo cayesen hacia delante, deslizándose por su mandíbula. Su cadera estaba demasiado cerca de mis tobillos cruzados. No parecía importarle.

—Estaba teniendo ese sueño tan estupendo sobre una tía que conocí en Houston y estábamos…

Gruñí.

—Seth.

—De repente, salí del sueño. Me desperté y tenía el corazón a mil, no paraba de sudar. No tenía ni idea de por qué. Estaba mal, me dolía hasta el alma.

Apreté las rodillas contra el pecho.

—¿Por qué?

—A eso voy, Álex. Necesité un rato para darme cuenta de que no me pasaba nada, pero la sensación seguía. Entonces la sentí; la primera marca. Era como si estuviese ardiendo y el dolor… era algo real. Por un segundo hasta creí que me habían marcado de verdad. Entonces lo entendí. Era a ti a quien estaba sintiendo. Fui a ver a Aiden…

—¿Por qué fuiste a verle a él?

—Porque supuse que si alguien sabía dónde estabas, sería él. Aunque al final fue de ayuda, no tenía ni idea.

¿Cómo había llegado a aquella conclusión? Era algo que mejor podíamos dejar aparte por ahora.

—¿Así que sentías lo que yo estaba sintiendo?

Seth asintió.

—Cada. Maldita. Marca. Como si fuese mi piel la que se desgarraba y me drenasen el éter. Nunca había sentido algo así —apartó la mirada. Pasó un rato hasta que volvió a hablar.

—No sé cómo… pudiste aguantarlo. Era como si me estuviesen desgarrando el alma, pero era tu alma.

Estaba como atontada con lo que estaba explicando, escuché en silencio.

—Cuando nos dimos cuenta de que no estabas en tu habitación, Aiden se imaginó lo que habías hecho. Salimos inmediatamente, y no sé ni cómo explicar cómo sabía dónde teníamos que ir. Era como algo que me guiaba. ¿El instinto quizá? —Se encogió de hombros, mirándose la mano—. No lo sé. Solo sabía que teníamos que ir hacia el oeste, y cuando nos acercamos a la frontera con Tennessee, Aiden dijo que una vez mencionaste Gatlinburg. En cuanto lo dijo, supe dónde estabas.

—¿Pero cómo? ¿Te había pasado esto alguna vez? ¿Cuando estaba peleando contra Kain?

Miró hacia arriba y negó.

—No creo. Sea lo que sea que cambió, lo hizo después de eso. Lo único que se me ocurre es que cuanto más tiempo paso cerca de ti, más… conectados estamos y, como yo ya he pasado por el cambio, puedo sentir este tipo de cosas mejor.

Arrugué la frente.

—No tiene sentido.

—Lo tendrá —suspiró—. Cuando Lucian dijo que éramos dos mitades hechas para ser un todo, no bromeaba. Si aquella noche en su casa te hubieses quedado por allí, hubieses aprendido algunas cosas interesantes. Haría las cosas… mucho más sencillas.

Ah, mierda. Aquella noche solo me hacía pensar en una cosa: Aiden. Fue difícil, pero logré apartarle en un rincón de mi mente.

—¿Qué tipo de cosas?

Seth se incorporó y me miró.

—Los dioses saben que vas a odiarlo, pero oh, qué demonios. Cuanto más tiempo pasemos juntos, más conectados estaremos; hasta el punto en que ninguno de los dos sabrá exactamente dónde acaba uno y dónde empieza el otro.

Me incorporé un poco más.

—No me gusta como suena.

—Ya… a mí tampoco. Pero esto es lo que pasará. Sé cómo eres con esto del control. Eres un poco como yo en ese sentido. No me gusta no poder controlar lo que siento, igual que tú, pero va a dar igual. Incluso ahora, ya me está afectando.

—¿Qué te está afectando?

Pareció luchar por buscar las palabras correctas.

—Estar cerca de ti ya me está afectando. Puedo usar akasha fácilmente, sentirte cuando estás herida, e incluso ahora puedo sentirlo —hizo una pausa, respirando profundamente—. Es la energía que hay en ti; el éter. Me llama, y ni siquiera has cambiado. ¿Cómo crees que será cuando lo hagas? ¿Cuando cumplas dieciocho?

No lo sabía, y no me gustaba hacia dónde se estaba encaminando todo esto.

—Tú sabes qué pasará, ¿verdad?

Seth asintió de nuevo y apartó la vista.

—Una vez ocurra, será mil veces más fuerte; no, un millón de veces más fuerte. Lo que yo quiera, tú lo querrás. Compartiremos los mismos pensamientos, necesidades y deseos. Supuestamente funciona en los dos sentidos, pero yo seré más fuerte que tú. Lo que quieras puede que acabe siendo sepultado por lo que yo quiero. Yo soy el Primero, Álex. Solo hace falta un toque, y toda esa energía se transfiere a mí.

El pánico se desató en mí, y no logré dominarlo. Empecé a levantarme, pero Seth me puso las manos en las rodillas. Gracias a los dioses, llevaba vaqueros, porque si su piel tocaba la mía y comenzaba aquella estúpida basura de los chisporroteos, seguramente perdiese los estribos.

—Álex, escúchame.

—¿Que te escuche? Estás diciendo que no tendré control sobre nada —moví la cabeza como loca. El movimiento me provocó dolor en el cuello, pero ignoré los pinchazos—. No puede ocurrir. No puedo con eso. No creo estar destinada a nadie, ni en el destino.

—Álex, cálmate. Mira. Sé que está entre las peores cosas que te pueden pasar, pero tienes tiempo.

—¿Qué quieres decir con que tengo tiempo?

—Por el momento, nada de esto te afecta. Ahora mismo no vas a querer nada que yo quiera —me soltó las rodillas y se echó atrás, alejándose de mí—. Pero para mí no funciona así. Estar cerca de ti implica que la conexión me esté volviendo loco. Como ahora mismo, que tienes el corazón a mil. El mío también lo está, estar cerca de ti es como… estar dentro de tu cabeza, pero tú aún tienes tiempo.

Procesar todo aquello no era fácil. Quiero decir, entendía lo que me estaba diciendo. Desde que empezó con todo eso de la palingenesia, lo que fuera que había entre nosotros le estaba envolviendo con su cuerda superespecial, pero no a mí. No hasta que cumpliese los dieciocho. ¿Y entonces?

—¿Por qué Lucian no me contó nada de esto?

—No te quedaste, Álex.

Le hice una mueca.

—No me gusta nada, Seth. Estamos hablando de siete meses. En siete meses tendré dieciocho años.

—Ya lo sé. Siete meses de ayudarte a entrenar, así que imagina el infierno por el que voy a pasar durante todo este tiempo.

Lo intenté, pero no pude.

—No va a funcionar.

Se echó hacia delante y se llevó un mechón de pelo por detrás de la oreja.

—Es en lo que estoy pensando. Se me ha ocurrido una idea. Escúchame bien. Por ahora puedo soportarlo, porque aunque la energía sea fuerte, no es para tanto. Puedo soportarlo, pero después del Despertar, las cosas cambiarán. Si no podemos con ello; si no puedes, entonces nos separaremos. Me iré. Tú no podrás por los compromisos con la escuela, pero yo sí. Me iré hasta la otra punta del mundo.

—Pero el Consejo, Lucian, te quiere aquí conmigo —puse los ojos en blanco—. Por lo que sea. Estás destinado aquí.

Seth se encogió de hombros y se tumbó de espaldas.

—Da igual. Que le den al Consejo. Soy el Apollyon. ¿Qué puede hacerme Lucian?

Esas eran palabras peligrosamente rebeldes. Me gustaron un poco.

—¿Harías eso por mí?

Me devolvió la mirada, sonriendo un poco.

—Sí. Lo haría. Pareces sorprendida.

Dejé caer una de mis piernas por el lateral de la cama mientras me inclinaba hacia él.

—Sí. ¿Por qué ibas a hacerlo? Parece que todo lo que sucederá es bueno para ti.

—¿Crees que soy una mala persona o algo? —continuó sonriéndome.

Parpadeé, me había pillado por sorpresa.

—No… no lo creo.

—¿Entonces por qué piensas que te forzaría? Estar separados no hará que nuestra conexión deje de hacerse más fuerte, pero parará la transferencia de energía. Las cosas… serán mucho más intensas en cuanto ocurra la transferencia. Si me voy, cada uno de nosotros seguirá siendo el mismo.

De la nada me vino el porqué.

—Es por ti. No crees que puedas soportarlo.

Solo respondió a mis palabras torciendo los labios burlonamente. Lo de la conexión debía de molestarle en serio si creía que no iba a poder con ello. Al final, si las cosas acababan pasando de la raya, había una salida. Yo aún tenía el control. Y Seth también.

—¿En qué piensas?

Saliendo de mis pensamientos, le miré.

—Los próximos siete meses te serán un asco.

Seth inclinó la cabeza hacia atrás y rio.

—Ah, no lo sé. Esto, esta cosa, tiene sus beneficios.

Me eché hacia atrás, cruzando los brazos.

—¿Y eso?

Sonrió.

—¿En qué piensas?

—En que hemos tenido una conversación entera sin insultarnos. Sin que te des cuenta, me acabarás considerando tu amigo.

—Poco a poco, Seth. Poco a poco.

Volvió a mirar al techo. No tenía estrellas que brillasen, solo pintura blanca normal. Sin pensarlo, me volví a mover, tocando su mano, que estaba al lado de mi pierna. Llámalo experimento, pero quería ver lo que pasaría.

Seth movió la cabeza en mi dirección.

—¿Qué estás haciendo?

—Nada —y nada es lo que ocurrió. Confundida, le agarré la mano.

—No parece que sea nada —entrecerró los ojos.

—Supongo —me di por vencida con mi experimento improvisado y levanté la mano—. No deberías de… —sea lo que fuese que iba a decir, murió en mis labios. Increíblemente rápido, Seth me cogió la mano y entrelazó sus dedos con los míos.

—¿Es lo que querías? —preguntó como si nada.

Ocurrió. Al estar tan cerca de él, aquella vez pude ver de dónde venían las marcas. Las gruesas venas de su mano fueron las primeras en oscurecerse, multiplicándose antes de extenderse por el brazo. Fascinada, vi cómo aquella especie de tatuajes cubrían toda su piel. Ante mis ojos se separaron de sus venas, serpenteando por su piel. Estallando en diferentes diseños mientras él, nosotros, seguíamos cogidos de las manos.

—¿Qué significan? —Miré hacia arriba. Tenía los ojos cerrados—. ¿Las marcas?

—Son… las marcas del Apollyon —respondió lentamente, como si le costase formar las palabras y frases—. Son runas y hechizos… hechas para proteger… o en nuestro caso, alertarnos el uno al otro de nuestra presencia mutua… o algo parecido. También significan otras cosas.

—Oh —las runas corrieron por su piel, por la punta de sus dedos. Llámame loca, pero estaba segura de que esas marcas reaccionaban al tacto de nuestra piel y, por un segundo, llegué a creer que aquellos glifos iban a saltar de su piel y a extenderse por la mía.

—¿Yo… también seré así algún día?

—¿Umm?

Separé la mirada de nuestras manos y miré hacia arriba. Seth seguía con los ojos cerrados, con aspecto relajado. De hecho, era más que eso. Parecía… feliz. Contento. Nunca le había visto así.

—¿Este es uno de los beneficios? —lo dije de broma, pero me di cuenta antes de que pudiese responder. Era porque estaba cerca de mí. Algo tan fácil como eso le afectaba. Yo le afectaba así. Recordé lo que me dijo tras mi encuentro con Kain.

—Realmente tengo todo el poder.

Abrió los ojos y le brillaron como dos enormes joyas rojizas.

—¿Qué?

Mis dedos se apretaron contra los suyos y sus labios se abrieron, dejando escapar un suspiro. Entonces, lentamente, con cuidado, fui soltando sus dedos. Interesante.

—Nada.

—No te tenía que haber contado la verdad —su voz tenía algo brusco—. Lo tienes, al menos por ahora.

Ignoré la última parte y solté la mano del todo antes de que las marcas me pudiesen tocar. No nos dijimos nada durante unos minutos. Me recosté sobre las almohadas, y Seth volvió a cerrar los ojos. Durante aquel rato de silencio, observé el rítmico subir y bajar de su pecho. Casi parecía estar durmiendo. Estando tan relajado, su belleza no parecía tan fría. Esa vez fui yo la primera en romper el silencio.

—Y… ¿qué estás haciendo tú?

—¿Ahora? —Sonaba adormecido—. Estoy haciendo planes. Cosas que voy a enseñarte; en el entrenamiento, claro.

Levanté las cejas.

—No sé qué me puedes enseñar tú que no pueda Aiden.

Entonces Seth se rio y, cuando habló, su voz pareció un tanto engreída.

—Oh, Álex, tengo mucho que enseñarte. Cosas que Aiden nunca podrá enseñarte.

Mirándole, admití que había una pequeña —mínima— parte de mí que estaba deseando ver qué estaba planeando enseñarme. Estaba segura de que sería entretenido e incluso provechoso.

Después de aquello no hablamos más y, de repente, se me fueron las ganas de todo, dejándome agotada. Mis párpados se volvieron demasiado pesados como para mantenerlos abiertos, y solo quería echar a Seth para poder tumbarme un poco. Y es que él ocupaba bastante espacio allí, tirado en medio de mi cama.

No me sorprendió que Seth abriese los ojos y me mirase. Cuando me mostró una medio sonrisa y se levantó de la cama, me pregunté si habría sentido que estaba a punto de darle una patada en un costado.

Se acabó el factor sorpresa.

—¿Te vas? —No sabía qué otra cosa decir.

Seth no respondió. Levantó los brazos por encima de la cabeza y se estiró, mostrándome una fila de duros músculos cuando la camiseta negra se le levantó por encima del estómago. Me vino a la mente la imagen de un gato. Así era como se movía, felino y depredador. Tenía una gracia sutil que no era ni humana ni de mestizo.

—¿Sabes qué significa tu nombre? ¿Tu nombre real, Alexandria?

Moví la cabeza.

Sonrió despacio.

—Significa «Defensora de los Hombres» en griego.

—Oh. Suena guay. ¿Y tu nombre qué…?

De repente, se inclinó y salió disparado. Lo hizo tan rápido que no tuve ni tiempo de echarme hacia atrás, que por cierto, es una reacción totalmente natural cuando el Apollyon viene hacia alguien así de rápido. Puso sus labios sobre mi frente solo el tiempo suficiente como para que estuviese segura de que me había dado un amable beso antes de incorporarse.

—Buenas noches, Alexandria, Defensora de los Hombres.

Flipando, murmuré algo como un adiós, pero ya se había ido antes de poder decirlo bien. Me pasé los dedos por el lugar que habían tocado sus labios. Ese gesto suyo había sido extraño, inesperado, inapropiado y… dulce.

Me relajé y estiré las piernas. Mirando al techo, me pregunté qué me tendrían reservados los próximos meses. Para la mayoría de cosas no estaba preparada. Todo había cambiado —yo había cambiado—, pero de lo que podía estar segura es que con Aiden y Seth iba a aprender muchas cosas.

Durante la tarde siguiente recordé la tarjeta de Lucian que había dejado sobre la mesa. Pasé el dedo bajo la solapa del sobre y lo abrí. Saqué el dinero, y por primera vez, leí la nota. No estaba mal ni era demasiado falsa, pero aun así no sentí nada al leer su elegante letra. No importaba cuánto dinero me mandase o cuántas cartas me escribiese personalmente, no podía comprar mi amor o borrar las sospechas que le rodeaban como una gruesa nube.

Pero su dinero iba a comprarme pronto unos zapatos bien bonitos.

Con aquello en mente, me duché y encontré algo que ponerme que cubriese la mayor parte de las marcas. Me dejé el pelo suelto para ayudar a cubrir lo del cuello, pero no cubría todas las manchas.

Para mi sorpresa, los Guardias no me pararon cuando crucé el puente hacia la isla principal, pero según caminaba por la calle principal, tenía la sensación de ser vigilada. Una mirada rápida por encima del hombro confirmó mis sospechas. Uno de los Guardias se había separado de su compañero en el puente y mantenía una distancia discreta detrás de mí. Quizá Lucian o Marcus estuviesen preocupados por si volvía a salir de allí… o hacer alguna otra cosa increíblemente irresponsable.

Le dirigí una sonrisa descarada antes de meterme en una de las tiendas de turistas del paseo, que pertenecían a los puros, pero que llevaban mortales. En la que me había metido tenía una serie de cosas hechas a mano como velas, teselas de mosaico hechas de conchas y sales de baño marinas. Sonriéndome a mí misma, sentí que iba a gastar aquí algo del dinero de Lucian.

Emocionada por el gustazo que me iba a dar en tantas cosas de chica, pensé en que los simples placeres de la vida se pasaban por alto cuando te preparabas para matar daimons. Las burbujas de baño normalmente eran de baja prioridad. Cogí unas cuantas velas votivas blancas que iban dentro de barcos de espíritus hechos con madera de pino y un puñado de las grandes y macizas, de esas que olían como si hubiesen salido de una de esas tiendas de jabones.

En la fila de la caja ignoré el modo en que la empleada mortal miraba sin reparos mi cuello. Los puros usaban compulsiones en los mortales que vivían cerca del Covenant, para convencerlos de que todas las cosas raras que veían eran normales. Aquella tipa parecía necesitar otra dosis.

—¿Eso es todo? —tartamudeó un poco en la última palabra, forzando para apartar la mirada de mi cuello.

Me moví incómoda. ¿Iba a actuar así la gente hasta que desapareciesen las malditas marcas? Mis ojos pasaron de ella a un set de papel de carta ambientado en el océano.

—¿Puedo añadir eso?

La chica asintió, y su pelo con mechas le cayó sobre la cara. Incapaz de mirarme directamente, me despachó bastante rápido.

Fuera de la tienda me senté en uno de los bancos blancos que había por toda la calle y garabateé unas líneas. Tras cerrar el sobre, me dirigí al otro lado de la calle y acorté entre una librería y una tienda de regalos. No tenía que mirar atrás para saber que el Guardia seguía detrás de mí. Diez minutos después, subí los anchos escalones de la casa de la playa de Lucian y deslicé la note bajo la puerta.

Había bastantes probabilidades de que no la recibiese, pero así me sentía menos culpable por gastarme mi mini fortuna en ropa nueva para la vuelta a las clases. Y es que no podía tener solo ropa verde y de entrenamiento todo el año.

Me apresuré en irme lejos de su porche, por si acaso estaba en casa y me pillaba allí. Con mi bolsa llena de cositas olorosas, me dirigí de vuelta a la isla del Covenant.

—¿Señorita Andros?

Suspiré, me giré y miré al Guardia acosador. Ahora estaba con su compañero, tenían los dos una expresión anodina en la cara.

—¿Sí?

—La próxima vez que desee abandonar el Covenant, por favor pida permiso.

Puse los ojos en blanco, pero asentí. Desde que volví al Covenant estaba como al principio. Aún necesitaba que me cuidasen.

De vuelta en el campus, hice una parada más antes de verme con Caleb: el jardín. Los hibiscos eran las flores preferidas de mamá, y había bastantes florecidos. Me gustaba pensar que olían como el trópico, pero nunca había captado ningún olor en ellas. A mamá le gustaban simplemente por lo bonitas que eran. Cogí como media docena y salí del jardín.

Según me acercaba a la residencia de las chicas, vi a Lea sentada en el porche delantero con algunas otras mestizas. Se la veía mejor que la última vez.

Levantó la barbilla cuando pasé a su lado, y usó su mano superbronceada para pasarse su pelo increíblemente brillante por encima del hombro. El silencio nos rodeó y, entonces, ella abrió la boca.

—Estás más adorable que de normal, ¿verdad? —Se apartó de las columnas y se mordió el labio inferior—. Bueno, al menos las marcas apartan la atención de tu cara. Supongo que es algo bueno, ¿no?

No sabía si reír o darle un puñetazo en la cara. De todos modos, por absurdo que parezca, me gustó ver a Lea de nuevo siendo tan asquerosa como siempre.

—¿Qué? —Entrecerró los ojos como retándome—. ¿No tienes nada que decir?

Lo pensé.

—Lo siento… estás tan bronceada que pensaba que eras una silla de cuero.

Sonrió con superioridad al pasar junto a mí.

—Bah. Chiflada.

Normalmente, aquellas palabras habrían comenzado una batalla interminable de insultos, pero lo dejé pasar. Tenía cosas mejores que hacer. En mi habitación separé las velas y los pequeños barcos que se usaban para guiar a los espíritus hasta la otra vida. El significado era totalmente simbólico, pero ya que no tenía un cuerpo ni una tumba, era lo mejor que se me había ocurrido.

Me tomé mi tiempo para prepararme, quería estar guapa —bueno, todo lo guapa que podía estar con la mitad del cuerpo cubierto de marcas—. Cuando estuve convencida de que mi pelo no parecía una maraña y de que el vestido que llevé a los otros funerales no estaba lleno de pelusas, cogí una chaqueta fina. Me la puse sobre los hombros, recogí las cosas y fui fuera a encontrarme con Caleb.

Él ya estaba al lado del agua, cerca del borde de la zona pantanosa y donde estaban las cabañas del personal. Era el mejor sitio y el más privado para hacerlo, me sentí bien por ello. Ver a Caleb con su mejor ropa me sentó como un puñetazo en el pecho.

Debía haber rescatado un par de pantalones negros del fondo de su armario, porque le quedaban cortos. Aunque mi madre había intentado matar a Caleb, él se había arreglado en respeto a su memoria y por mí. Algo se me clavó en la garganta. Tragué, pero la sensación no desapareció.

Caleb me miró con lástima al dar un paso al frente y coger las flores de mis manos. En silencio, se puso a colocar los barquitos, y yo arranqué los suaves pétalos y los esparcí sobre los barcos. Pensé que a ella… le hubiera gustado el toque.

Mirando a los barcos, volví a tragar. Uno por mamá, otro por Kain y otro por todos los demás que habían muerto.

—Te lo agradezco de verdad —dije—. Gracias.

—Me alegro de que estés haciendo esto.

Mis ojos ardieron más y la garganta se me hizo un nudo.

—Y de que me hayas incluido —añadió.

Oh, dioses. Iba a lograr que lo hiciese. Iba a llorar.

Caleb se acercó más a mí y me envolvió los hombros con sus brazos.

—No pasa nada.

Se me escapó una lágrima. La pillé con la punta del dedo antes de que corriese por toda mi mejilla, pero detrás vino otra más… y otra. Me sequé la cara con la mano.

—Lo siento —sollocé.

—No —Caleb movió la cabeza—, no tienes que sentir nada.

Asentí y respiré profundamente. Al rato logré frenar las lágrimas y forcé una sonrisa triste.

Nos perdimos en nuestros brazos un rato. Los dos teníamos algo que llorar —algo que habíamos perdido—. Quizá Caleb también lo necesitaba. El tiempo pareció hacerse más lento mientras nos preparábamos.

Miré a las velas.

—Mierda —me había olvidado de coger un mechero.

—¿Necesitas fuego?

Nos giramos hacia la voz grave. Reconocí el sonido con toda mi alma.

Aiden estaba a poca distancia de nosotros, con las manos en los bolsillos de sus vaqueros. El sol, que se empezaba a poner, creó un efecto de halo a su alrededor y, por un pequeño momento, casi creí que era un dios y no un puro.

Parpadeé, pero no desapareció. Estaba allí de verdad.

—Sí.

Dio un paso adelante y tocó cada vela de vainilla con la punta de su dedo. Unas extrañas llamas brillantes brillaron y crecieron sin inmutarse con la brisa que venía del océano. Cuando acabó, se levantó y me miró. En su mirada tranquilizadora había orgullo, supe que aprobaba lo que estaba haciendo.

Volví a tragar más lágrimas mientras Aiden se retiraba de nuevo a donde estaba antes. Con esfuerzo, aparté la vista de él y cogí mi barco. Caleb me siguió y fuimos hasta donde el agua se hacía espuma, rozándonos las rodillas, suficientemente lejos como para que la corriente no devolviese los barcos a la orilla.

Caleb puso primero los dos barcos. Movió los labios, pero no escuché lo que dijo. ¿Una oración? No podía estar segura, pero en un momento soltó los barcos, y las olas se los llevaron.

Al mirar mi barco pasaban muchas cosas por mi cabeza. Cerré los ojos, viendo su bonita sonrisa. Me la imaginé asintiendo y diciéndome que estaba todo bien, que era hora de dejarlo todo atrás. Y supongo que, en cierto modo, estaba bien. Ella estaba en un sitio mejor, lo creía de verdad. Siempre hubo algo de culpabilidad. Todo lo que había hecho desde el momento en que el oráculo le habló había llevado hasta esa situación, pero ya había acabado —por fin había acabado—. Me incliné y dejé el barco en el agua.

—Gracias por todo, por todo lo que sacrificaste por mí —hice una pausa, sintiendo cómo se me humedecía la cara—. Te echo mucho de menos. Siempre te querré.

Mis dedos siguieron tocando el barco un segundo más, y entonces las olas se lo llevaron lejos de mí. Más y más lejos, los tres barcos se marchaban, con las velas aún brillando. Para cuando perdí de vista a los barcos y su suave brillo, ya se había oscurecido el cielo. Caleb me esperaba en la arena, y detrás de él estaba Aiden. Si Caleb pensaba algo sobre la presencia de Aiden, no lo mostraba.

Con cuidado me acerqué a la playa. La distancia entre Aiden y yo pareció evaporarse, y éramos solo los dos. Una pequeña sonrisa surgió en sus labios según me acercaba a él.

—Gracias —susurré.

Aiden pareció entender que le estaba dando las gracias por algo más que por el fuego. Habló en voz muy baja para que solo yo le oyese.

—Cuando mis padres murieron, nunca pensé que volvería a encontrar la paz. Sé que tú lo has logrado, y me alegro por ello. Te lo mereces, Álex.

—Tú… ¿llegaste a encontrar la paz?

Pasó sus dedos por la curva de mi mejilla. Fue un gesto tan rápido que supe que Caleb no lo había visto.

—Sí, ahora sí.

Respiré profundamente, quería decirle tantas cosas, pero no pude. Quería pensar que lo sabía y, seguramente, era así. Aiden dio un paso atrás y, con una última mirada, se dio la vuelta y se dirigió a su casa.

Le miré hasta que se convirtió en una sombra lejana.

Volví hacia donde estaba Caleb, me dejé caer a su lado y apoyé la cabeza en su hombro. De vez en cuando, el agua salada nos hacía cosquillas en los dedos de los pies, y podía sentir el olor a vainilla que venía con la brisa del océano. El aire era cálido y agradable, pero el viento tenía un punto fresco, lo que significaba que el otoño estaba llegando. Pero por ahora, en la isla de la costa de Carolina, la arena estaba aún caliente y el aire seguía oliendo a verano.