Capítulo 20

Me desperté y vi el suave brillo de las luces fluorescentes del techo. No estaba segura de qué me había despertado ni de dónde estaba.

—Álex.

Giré la cabeza y vi sus ojos gris claro. Aiden estaba sentado al borde de la cama. Ondas oscuras de pelo le caían sobre la frente. Parecía diferente. Tenía sombras bajo los ojos.

—Hey —dije con voz ronca.

Aiden sonrió con aquella maravillosa sonrisa tan rara de ver, tan bonita. Acercó el brazo y, con la yema de sus dedos, me apartó algunos mechones de pelo de la frente.

—¿Cómo te encuentras?

—Bien. Tengo… sed —intenté aclararme la garganta de nuevo.

Se inclinó, y la cama se hundió ligeramente al coger un vaso de la mesilla. Me ayudó a incorporarme y esperó mientras tragaba el agua fría.

—¿Más?

Negué. Así incorporada, podía ver mejor aquella habitación que no me sonaba. Estaba conectada a una docena de cables y tubos, pero no estaba en el Covenant.

—¿Dónde estamos?

—Estamos en el Covenant de Nashville. No podíamos arriesgarnos a perder todo el tiempo que nos habría llevado volver a Carolina del Norte —hizo una pausa, como si estuviese escogiendo sus próximas palabras—. Álex, ¿por qué lo hiciste?

Me eché hacia atrás y cerré los ojos.

—Me he metido en un lío, ¿verdad?

—Robaste un uniforme de Centinela. También robaste armas y abandonaste la zona sin permiso. Sin estar entrenada ni preparada, saliste a atrapar a tu madre. Lo que has hecho es totalmente imprudente y peligroso. Te podrían haber matado, Álex. Así que sí, estás metida en un lío.

—Me lo imaginaba —suspiré, abriendo los ojos—. Ahora Marcus sí que me expulsará, ¿verdad?

Vi lástima en su cara.

—No lo sé. Marcus está muy decepcionado. Habría venido, pero está con el Consejo. Todo el mundo está alborotado con lo que le pasó a Kain y lo que implica.

—Todo ha cambiado —murmuré para mí misma.

—¿Hmm?

Respiré profundamente.

—Caleb no debería tener problemas. Intentó pararme, pero… ¿dónde está?

—Está aquí, en otra habitación. Lleva despierto todo el día, preguntando por ti. Tiene algunas costillas magulladas, pero se pondrá bien. Él volverá hoy, más tarde, pero tú tendrás que quedarte aquí un poco más.

Me quedé aliviada. Me relajé contra las mullidas almohadas.

—¿Cuánto tiempo llevo dormida?

Jugueteó con las sábanas y las ajustó alrededor mío.

—Dos días.

—Wow.

—Estabas muy mal, Álex. Pensé…

Le observé, fijando mi mirada en la suya y manteniéndola allí.

—¿Qué pensaste?

Aiden tomó aire tranquilamente.

—Pensé; pensamos que te habíamos perdido. Nunca había visto tantas marcas en alguien y que… siguiera vivo —cerró los ojos brevemente. Eran de un color brillante cuando los volvió a abrir, un bonito color plateado—. Me asustaste. En serio.

Tenía un extraño dolor en el pecho, como un dolor sordo.

—No era mi intención. Pensé…

—¿Qué pensaste, Álex? ¿Llegaste a pensar algo? —Aiden bajó la barbilla. Un músculo se tensó a lo largo de su mandíbula—. Ahora ya no importa. Caleb nos lo ha contado todo.

Estaba segura de que a lo que él se refería con «todo» eran todas las locuras que ella dijo, los daimons, y esa horribles y terribles horas en la habitación.

—No deberían castigar a Caleb. Intentó detenerme, pero nos pillaron en una calle… y la vi. Tuve que haberla… matado en aquel momento, pero no pude. Fallé, y pude haber hecho que matasen a Caleb.

Aiden me volvió a mirar.

—Ya lo sé.

Tragué.

—Tenía que hacerlo. Iba a seguir matando, Aiden. No podía quedarme quieta esperando a que los Centinelas la encontrasen. Sí, fue estúpido. Mírame —levanté los brazos vendados—. Sé que fue estúpido, pero era mi madre, tenía que hacerlo.

Aiden callaba mientras me miraba.

—¿Por qué no viniste a decírmelo, en vez de huir y hacer todo esto?

—Porque estabas ocupado con lo que había pasado con Kain y me hubieses parado.

Sus ojos brillaron con ira.

—¡Claro que te habría parado, evitando que te pasase esto!

Me estremecí.

—Por eso no podía ir a decírtelo.

—Nunca tendrías que haber pasado por todo eso. Nadie quería que pasases por todo eso. Lo que estás sintiendo…

—Puedo con ello —apreté los puños al sentir cierta presión en el fondo de la garganta.

Se pasó la mano por el pelo. Parecía que lo había hecho muchas veces en los últimos dos días.

—Eres tan estúpidamente valiente.

Sus palabras me trajeron a la memoria el recuerdo de la noche en su… cama.

—Ya me has dicho eso antes.

—Sí. Y ya entonces lo decía en serio. Si hubiese sabido en realidad lo estúpidamente valiente que eres, te habría encerrado en tu habitación.

—Eso también me lo imaginaba.

No dijo nada más, y nos sentamos en silencio un buen rato.

Luego fue a levantarse.

—Tienes que descansar un poco. Volveré a verte más tarde.

—No te vayas. Aún no.

Aiden me miró como si pudiese leer lo que estaba pasando en mi interior.

—Sé de qué quieres hablar, pero ahora no es el momento. Necesitas ponerte mejor. Entonces podremos hablar.

Agarré la manta con fuerza.

—Yo quiero hablarlo ahora.

—Álex —tenía la voz suave.

—¿Aiden?

Torció la boca ante mi respuesta, pero entonces nuestros ojos se encontraron y me sostuvo la mirada profundamente.

—Aquella noche, lo que ocurrió entre nosotros fue… bueno, nunca tendría que haber ocurrido.

Au. Fue duro mantener la cara normal, sin mostrarle cuánto dolían esas palabras.

—¿Te… te arrepientes? ¿De lo que pasó entre nosotros? —Si decía que sí, creía que me moriría.

—Por mal que esté, no me arrepiento. No puedo —entonces apartó la mirada, respirando profundamente—. Perdí el control, perdí la noción de lo que es importante para ti, para mí.

—No me viste quejarme.

Me miró como advirtiéndome.

—Álex, no me lo estás poniendo nada fácil.

Me incorporé más, ignorando los tubos que me tiraban de los brazos.

—¿Y por qué debería hacerlo? Me… me gustas. Me gusta estar cerca de ti. Confío en ti. No soy inocente ni estúpida. Me gustabas. Aún me gustas.

Cerró las manos alrededor de la manta que me envolvía las piernas.

—No digo que seas inocente ni estúpida, Álex. Pero… mierda, casi destruyo el futuro de ambos en cosa de minutos. ¿Qué crees que hubiese pasado si nos pillan?

Me encogí de hombros, pero sabía qué podría haber pasado. No hubiese sido nada bonito.

—Pero no nos pillaron —entonces algo se me pasó por la cabeza. Igual no tenía que ver con las normas—. ¿Es porque soy la maldita mitad de Seth? ¿Es por eso?

—No. No tiene nada que ver con eso.

—¿Entonces por qué?

Aiden me miró como si de alguna forma pudiese entenderle solo con la mirada.

—No tiene nada que ver con que seas el Apollyon. Álex, sabes que no te veo diferente a mí, pero… el Consejo sí.

—Los puros lo hacen, lo hacen siempre y no les pillan.

—Sé que hay algunos pura sangre que rompen las reglas, pero lo hacen porque no les importa lo que le ocurra a la otra persona, y a mí me importa lo que te pueda pasar —sus ojos buscaron los míos con intensidad—. Me preocupo por ti más de lo que debería y por eso no voy a ponerte en esa situación ni a poner en peligro tu futuro.

Desesperada, busqué un modo en que pudiésemos hacerlo funcionar. Teníamos que hacerlo, pero la expresión de Aiden me cortó la respiración y las quejas.

Cerró los ojos y volvió a respirar profundamente.

—Ambos necesitamos ser Centinelas, ¿verdad? Tú sabes por qué tengo que hacerlo. Y yo sé por qué tienes que hacerlo. Perdí el control y olvidé lo que podría pasar. Podría haber acabado con cualquier oportunidad que tuvieses de convertirte en Centinela, peor aún, podría haberte robado el futuro. No importa lo que seas o en lo que te convertirás cuando cumplas los dieciocho. El Consejo se aseguraría de que abandonases el Covenant, y yo… yo nunca me lo perdonaría.

—Pero la Orden de Razas…

—La Orden de Razas no ha cambiado y, sabiendo que los mestizos pueden convertirse, dudo que lo hagan nunca. Todo el terreno que los mestizos habían ganado se perdió cuando los daimons descubrieron que los tuyos podían ser transformados.

Bueno… era deprimente, pero no tan doloroso como lo que me decía. Todos los momentos que compartimos habían sido mágicos, perfectos y correctos. De ninguna forma podía haber confundido la manera en que me miraba o cómo me tocaba. Mirándole ahora, sabía que seguía sin confundir esa expresión casi desesperada, de lujuria y de algo más fuerte.

Intenté bromear.

—Pero soy el Apollyon. ¿Qué pueden decirme? Cuando tenga los dieciocho, podré freír a cualquiera que nos moleste.

Torció los labios.

—Eso no importa. Las reglas llevan así desde que los dioses andaban entre los mortales. Ni Lucian ni Marcus podrían pararlo. Te darían el elixir y te pondrían a servir, Álex. Y yo no podría vivir sabiendo lo que eso te haría. ¿Verte perder todo lo que te hace ser tú? No podría soportarlo. No podría vivir viéndote como al resto de los sirvientes. Tienes demasiada vida para eso, demasiada vida que perder por mí.

Me acerqué más, con mis piernas rozando sus manos y mi cara a tan solo centímetros de la suya. Sabía que estaba hecha un desastre, pero también sabía que Aiden miraba más allá de eso.

—¿No te gusto?

Gruñó con la garganta y puso su frente contra la mía.

—Sabes la respuesta. Aún… me gustas, pero no podemos estar juntos, Álex. Los puros y mestizos no pueden estar juntos de esa forma. No podemos olvidarlo.

—Odio las normas —suspiré, sintiendo la garganta ardiendo de nuevo. Desde que me desperté quería que me abrazase. Y nuestra sangre no permitía ni eso.

Sonó como si quisiese reír, pero sabía que solo iba a provocarme más. Suspiró.

—Pero tenemos que seguirlas, Álex. No puedo ser la razón por la que pierdas todo.

Le podían dar a las reglas. Solo había unos pocos centímetros entre los dos y si me movía un poco más, nuestros labios se tocarían. Me pregunté qué pensaría entonces sobre nuestro futuro. Si le besase, ¿se preocuparía por las normas? ¿Sobre lo que la gente pensase?

Casi como si hubiese sentido lo que estaba pensando, murmuró.

—Eres una insensata.

La última vez que estuve despierta, pensé que nunca volvería a sonreír, pero sí que sonreí.

—Lo sé.

Aiden se movió y juntó sus labios con mi frente. Se quedó así unos segundos y antes de que pudiese hacer nada, lo cual era un asco, porque me sentía bastante insensata, se apartó.

—Yo… siempre cuidaré de ti, pero no haremos esto. No podemos. ¿Entiendes?

Le miré, sabiendo que tenía razón, pero que también estaba equivocado. Él lo quería tanto como yo, pero estaba demasiado preocupado por lo que me podría pasar. A una parte de mí aquello le gustó aún más, pero mi corazón… bueno, estaba destrozado. Lo único que evitó que se derrumbara del todo fue la fugaz cara de deseo y orgullo que puso, durante un segundo, mientras se dirigía hacia la puerta.

—Descansa —dijo al ver que no respondía—. Vendré a verte más tarde.

Me volví a recostar, pero de repente se me ocurrió algo.

—¿Aiden?

Paró, dándose la vuelta.

—¿Sí?

—¿Cómo nos encontrasteis?

Se puso tenso.

—Seth.

Confundida, me incorporé de nuevo.

—¿Qué? ¿Cómo?

Aiden movió ligeramente la cabeza.

—No lo sé. Apareció temprano por la mañana, la mañana en que te fuiste, y dijo que algo iba mal y que estabas en peligro. Fui a tu habitación y vi que no estabas. En cuanto nos pusimos en camino, él sabía dónde encontrarte. De alguna forma podía sentir dónde estabas. No sé cómo, pero lo hizo. Te encontramos gracias a Seth.

Dos días después volví al Covenant, llena de sangre y fluidos. En cuanto llegué me llevaron a la enfermería para volver a hacerme pruebas. Aiden estuvo sentado a mi lado mientras el doctor quitaba las gasas blancas que recubrían toda mi piel.

No hace falta decir que estaba hecha pedazos. Un montón de marcas de mordiscos me cubrían cada brazo. Aún estaban bastante rojas y, mientras el doctor hacía una mezcla de hierbas que «debería» ayudar a minimizar las cicatrices, yo hurgaba por los armarios.

—¿Qué buscas? —preguntó Aiden.

—Un espejo.

Él sabía por qué. A veces era como si compartiésemos el mismo cerebro, por molesto que pudiese ser.

—No está tan mal, Álex.

Le miré por encima del hombro.

—Quiero verlo.

Aiden volvió a intentar que me sentase, pero me negué a escucharle hasta que se levantó y encontró un pequeño espejo de plástico. Sin decir nada, me lo dio.

—Gracias —levanté el espejo y casi se me cae.

El moratón oscuro que me cubría el ojo derecho y se extendía hasta la frente no estaba mal. Se iría en unos cuantos días. Quería pensar que me daba aspecto de chica mala. Sin embargo, las marcas en los lados del cuello eran horribles. Algunas parecían profundas, como si me hubiesen quitado trozos de piel y me los hubiesen puesto de nuevo, la carne estaba desigual y de color rojo. La rojez se iría, pero las cicatrices serían profundas y evidentes.

Mis dedos se tensaron sobre el mango de plástico.

—Están… estoy horrible.

Vino inmediatamente a mi lado.

—No. Se irán, y antes de que te des cuenta, nadie se percatará.

Moví la cabeza. No podía esconderlas, no tantas.

—Además —dijo con aquel tono suave suyo—, estas son cicatrices de las que te puedes sentir orgullosa. Mira a lo que has sobrevivido. Estas cicatrices te harán más fuerte, más guapa, al fin y al cabo.

—Eso ya lo has dicho antes —sobre la primera.

—Sigue sirviendo lo mismo. Álex. Te lo prometo.

Lentamente, dejé el espejo en la mesita y… me derrumbé. No era por las cicatrices ni por lo que Aiden había dicho. Aquellas cicatrices serían un recuerdo para siempre de haber perdido a mamá en Miami. De todas las cosas horribles que hizo y que permitió que ocurriesen. Y de lo que yo había hecho —matarla—. Lloré entre enormes y potentes sollozos. De esa manera en que no puedes ni respirar ni pensar. Intenté recomponerme, pero no pude.

Me senté en medio de la consulta del doctor y lloré. Quería a mamá, pero nunca respondería, nunca me consolaría. Se había ido, esa vez se había ido de verdad. Se había abierto un agujero en mí, y la pena y el dolor salían sin parar.

Aiden se arrodilló a mi lado, poniendo sus brazos alrededor de mis hombros. No dijo nada. Me dejó llorar, después de meses obligándome a ignorar todo el dolor y la pena, se habían convertido en un nudo que al final se estaba deshaciendo.

Una vez llorado todo lo que tenía que llorar, no estuve segura de cuánto tiempo había pasado. Me dolía la cabeza, tenía la garganta seca y los ojos hinchados. Pero, extrañamente, me sentía mejor, como si por fin pudiese respirar de nuevo, respirar de verdad. Todos aquellos meses me ahogaban lentamente y no me había dado cuenta hasta ahora.

Gimoteé e hice una mueca de dolor, por el daño que tenía en la parte de atrás de la cabeza.

—¿Recuerdas lo que dijiste de que tus padres no habrían querido una vida así?

Sus dedos se movieron con dulzura sobre mis hombros tensos.

—Sí, me acuerdo.

—Ella no la quería. Lo vi justo antes de que… se fuese. Parecía aliviada. Lo estaba.

—La liberaste de una existencia horrible. Es lo que tu madre hubiese querido.

Pasaron unos cuantos minutos. Yo seguía sin poder mirar hacia arriba.

—¿Crees que ahora está en un sitio mejor?

—Claro que sí —tío, sonaba como si realmente lo creyese—. Donde está… ya no sufre más. Es un paraíso, un lugar tan bonito que no podemos ni imaginarnos cómo es.

Asumí que estaba hablando de Elysia —un sitio parecido al cielo cristiano—. Respiré profundamente y me froté los ojos.

—Si alguien se lo merece, es ella. Sé que suena mal, habiéndose convertido en un daimon, pero ella nunca lo habría elegido.

—Lo sé, Álex. Los dioses también lo saben.

Lentamente me recompuse y me puse de pie.

—Perdón por… haber descargado todo en ti —le miré de reojo.

Aiden arrugó la frente.

—Ni se te ocurra pedir perdón, Álex. Ya te lo dije, si alguna vez necesitas algo puedes venir a mí.

—Gracias… por todo.

Asintió, echándose a un lado para que pasase.

—¿Álex? —Cogió un bote de la encimera. El doctor debía de haber venido en algún momento—. No te lo dejes.

Cogí el bote y murmuré las gracias. Con cara de sueño, le seguí fuera, al sol. Me dolía la cabeza y los ojos, pero el sol me sentaba bien. Estaba viva.

Nos quedamos un rato en el camino de mármol, ambos mirando a través del patio, a lo lejos, hacia el océano. Me pregunté en qué estaría pensando.

—¿Vuelves a tu residencia? —preguntó.

—Sí.

No hablamos sobre nuestra conversación en Nashville o sobre aquella noche en su casa, pero me seguía rondando por la cabeza según íbamos hacia las residencias. Caminando tan cerca como íbamos, era difícil no pensar en ello, pero cuando pensé en Caleb, todos los pensamientos sobre amor —o falta de— se desvanecieron. Necesitaba verle.

—Ya… nos vemos por aquí.

Aiden asintió mientras miraba por la zona. Unos cuantos mestizos estaban tranquilamente en los bancos que había entre las residencias. Había una pura con ellos. Estaba haciendo llover sobre un punto. Estaba guay.

Suspiré.

—Bueno…

—¿Álex?

—¿Sí?

Me miró, con una suave sonrisa sobre sus labios.

—Te pondrás bien.

—Sí… lo estoy. Supongo que hace falta algo más que unos cuantos daimons hambrientos para acabar conmigo, ¿eh?

Rio, y aquel sonido casi me deja sin aire en los pulmones. Me encantaba cómo se reía. Le miré con una pequeña sonrisa en los labios. Como siempre, nuestros ojos se encontraron y algo profundo brilló entre nosotros. Incluso allí, al aire libre como estábamos, seguía existiendo.

Aiden dio un paso atrás. No había nada más que decir. Le saludé con la mano y miré cómo desaparecía de mi vista, entonces acorté por el patio y me dirigí hacia la habitación de Caleb. No me preocupaba que me pillasen yendo a la residencia de los chicos. No habíamos tenido oportunidad de hablar desde que empezó todo el lío. Abrió la puerta al primer golpe, llevaba un pantalón de chándal y una camiseta ancha.

—Hey —dije.

Sonrió y abrió la puerta del todo. La sonrisa inmediatamente se convirtió en una mueca de dolor y se agarró un costado.

—Mierda. Siempre olvido que no puedo hacer ciertos movimientos.

—¿Estás bien?

—Sí, solo me duelen un poco las costillas. ¿Y tú?

Le seguí hacia el cuarto y me senté con las piernas cruzadas sobre la cama.

—Bien. Me acaba de ver el doctor de aquí.

Se acomodó a mi lado en la cama. Arrugó la frente mientras me observaba.

—¿Y esas marcas? ¿Por qué no se han curado como las mías?

Le miré a los brazos. Habían pasado cuatro días y el único recuerdo que le quedaba eran las costillas magulladas y unas pocas cicatrices pálidas en los brazos.

—No lo sé. El doctor dijo que se irían en unos días. Me dio un bote con algo para ponerme —me palpé el bolsillo—. Tienen mala pinta, ¿verdad?

—No. Tienes pinta de… de que debería tener miedo de que me dieses una paliza o algo.

Reí.

—Eso es porque puedo darte una paliza.

Levantó las cejas.

—Álex, estaba un poco ido en el bosque, pero he oído que…

—¿La maté? —Cogí otra almohada—. Sí, lo hice.

Mi franqueza le hizo estremecerse.

—Lo… lo siento mucho. Ojalá supiese qué decirte para hacerte sentir mejor.

—No tienes que decir nada —me estiré a su lado, mirando hacia las pequeñas estrellas verdes del techo. Por la noche brillaban—. Caleb, siento haberte metido en todo esto.

—No. Tú no me has metido en nada.

—No tenías que haber estado allí. Lo que Daniel estaba haciendo…

Apretó los puños. No creo que viese que me daba cuenta de ello, pero lo hice.

—Tú no…

—No tenías que haber estado allí.

Movió la mano, cortándome.

—Déjalo. Tomé la decisión de seguirte. Podría haber avisado a los Guardias o a los Centinelas. En lugar de eso, te seguí. Fue mi elección.

Le miré y vi que estaba serio. Parecía no haber dormido bien. Miré a otro lado.

—Siento que… hayas tenido que pasar por todo esto.

—No pasa nada, ¿vale? Mira. ¿Para qué están los amigos si no pueden compartir unas cuantas horas con unos daimons pirados? Podemos verlo como una experiencia unificadora.

Resoplé.

—¿Experiencia unificadora?

Asintió y empezó a contarme acerca de todos los mestizos que habían ido a visitarle desde que volvió al Covenant. Cuando mencionó a Olivia, se le puso esa cara de bobo. De pronto, me pregunté si a mí también se me ponía cara de boba cuando pensaba en Aiden. Dioses, esperaba que no.

—Pues hoy tempranito, una mofeta se me montó en la pierna —continuó Caleb.

¿Qué?

Rio y me guiñó un ojo.

—No estabas escuchándome.

—Lo siento —pestañeé—. Me he quedado un poco traspuesta.

—Ya te digo.

Y entonces me dio un ataque de verborrea.

—Pues yo casi me lo monto con Aiden.

Caleb abrió la boca de par en par. Necesitó unos cuantos intentos para decir algo coherente.

—¿Quieres decir que casi montas con él una maqueta o algo por el estilo?

Arrugué la frente ante la imagen.

—No.

—¿Una fiesta, entonces?

Moví la cabeza.

Me miró poniéndose pálido.

—Álex, ¿en qué narices estás pensando? ¿Estás loca? ¿Quieres acabar sirviendo? Wow. Oh dioses, estás pirada.

Gruñí.

—He dicho que casi nos lo montamos, Caleb. Relájate.

—¿Casi? —Levantó los brazos e hizo una mueca—. Al Consejo, a los Señores no les importa el casi. Tío, pensaba que Aiden era guay. Malditos pura sangre, no les importa una mierda lo que nos ocurra. Arriesgan todo tu futuro solo para meterse entre…

—Hey. Aiden no es así.

Caleb me miró sin gracia.

—¿Ah no?

—No —me froté los ojos—. Aiden no va a arriesgar mi futuro. Créeme. No es para nada como el resto de ellos. Le confiaría mi vida. Caleb.

Lo pensó en silencio.

—¿Cómo ocurrió?

—No voy a entrar en detalles, pervertido. Es algo que… simplemente pasó, pero ya se ha acabado. Es que se lo tenía que contar a alguien, pero tienes que prometerme que no dirás nada.

—Claro que no. No puedo creer que lo hayas tenido ni que decir.

—Lo sé, pero me siento mejor diciéndolo. ¿Vale?

—Álex… te importa de verdad, ¿no?

Cerré los ojos.

—Sí.

—¿Te das cuenta de lo mal que está eso?

—Sí, pero… él es tan diferente a cualquiera de los puros que conocemos. No piensa como ellos. Es majo y, una vez que lo conoces, es realmente divertido. Ha aguantado todas mis mierdas, y creo que me gusta por eso. No sé, Aiden me puede.

—¿Y te das cuenta de que todo eso no significa nada? —dijo Caleb—. ¿Que no va a ninguna parte?

Saberlo dolía más que nada. Suspiré.

—Lo sé. ¿Podemos… hablar de otra cosa?

Caleb se quedó en silencio, pensando en vete tú a saber qué.

—¿Has visto a Seth?

Me apoyé en un codo.

—No. No se pasó mientras estaba en Nashville y hoy tampoco he estado en ninguna parte. ¿Por qué?

Se encogió de hombros como pudo. Con las costillas magulladas le salió un poco de lado.

—Supuse que lo habrías visto, ya que…

—¿Ya que, qué?

—Sé que estaba un poco ido en la cabaña, Álex, pero tu madre dijo que eras otro Apollyon —me miró atentamente.

El estómago me dio un vuelco y me eché en la cama hacia arriba, en silencio. Caleb seguía mirándome. Esperando. Tomé aire profundamente y le conté todo rápidamente, parando para respirar justo antes de contarle que Seth se convertiría en el Asesino de Dioses. Cuando acabé, Caleb me miraba como si tuviese tres cabezas.

—¿Qué?

Parpadeó y movió la cabeza.

—Es solo que… no deberías serlo, Álex. Recuerdo la clase de Historia y Civilización del año pasado. Hablamos sobre los Apollyon y de lo que le pasó a Solaris. Esto es… wow.

—Wow no era la palabra que esperaba —me incorporé y crucé las piernas—. Quiero decir, mola bastante, ¿no? A los dieciocho, en lugar de poder comprar cigarrillos legalmente, seré destruida, o absorbida, por Seth.

—Pero…

—No es que vaya a fumar. Supongo que podría empezar a hacerlo. Quizá, y solo quizá, puede que tenga energía el tiempo suficiente como para poder usar akasha, porque vi a Seth usarlo y es una pasada. Me gustaría darle a uno o dos daimons con eso.

Caleb frunció el ceño.

—No te lo estás tomando para nada en serio.

—Oh, sí. Esto es a lo que me gusta llamar «asumir lo imposible».

No le impresionó mi estrategia.

—Dijiste que a Solaris la mataron porque el primer Apollyon atacó al Consejo, ¿verdad? No por lo que era.

Me encogí de hombros.

—Siempre y cuando Seth no se vuelva loco, supongo que estaré bien.

—¿Por qué Solaris no se puso en su contra?

—Porque se enamoró de él o alguna cursilada así.

—Entonces no te enamores de Seth.

—La verdad es que no creo que eso vaya a ser un problema.

No parecía del todo convencido.

—Pensaba que los dos erais uno y teníais que estar juntos, o algo así.

—¡No de ese modo! —Puse una voz más calmada—. Es como que nuestra energía responde a la del otro. No es más que eso. Yo estoy hecha para… no sé, completarle. ¿Es una mierda o no?

Me miró preocupado.

—Álex, ¿y qué vas a hacer?

—¿Qué puedo hacer? No voy a parar de vivir… o a abandonar mi vida por lo que pueda suceder. De esto puede salir algo muy malo o muy bueno o… nada. No lo sé, pero sé que me voy a concentrar en ser una… —me paré, sorprendida por mis propias palabras. Uf. Aquel era uno de esos momentos realmente maduros y raros en mi vida.

Mierda. ¿Dónde estaba Aiden para verlo?

—¿Concentrarte en qué?

Una gran sonrisa apareció en mi cara.

—Concentrarme en ser una Centinela espectacular.

Caleb seguía sin creérselo, pero saqué a Olivia en la conversación y logré distraerle. En un momento dado me levanté para marcharme. Mientras iba saliendo, tuve una idea. Vino de la nada, pero desde el momento en que se me pasó por la cabeza, supe que tenía que hacerlo.

—¿Puedes quedar conmigo mañana por la noche a eso de las ocho?

Me miró. Creo que de alguna forma sabía qué le iba a preguntar, porque ya estaba asintiendo.

—Quiero hacerle… algo a mi madre —crucé los brazos en la cintura—. Como una honra fúnebre o algo. Vamos, que no tienes por qué venir.

—Claro que vendré.

Me puse roja y asentí.

—Gracias.

Al volver a mi habitación, me encontré con dos cartas pegadas en la puerta —una de Lucian y otra de Marcus—. Estuve tentada de tirar las dos a la basura, pero abrí la de mi tío.

Menos mal que lo hice. El mensaje era simple, claro y conciso.

Alexandria,

Ven a verme inmediatamente, por favor.

Marcus

Mierda.

Tiré las dos cartas sobre la mesita frente a mi sofá y cerré la puerta detrás de mí. Iba pensando qué querría decirme Marcus. Demonios, las posibilidades eran infinitas. La proeza que había hecho, mi futuro en el Covenant, o cualquier cosa sobre el Apollyon. Dioses, dioses, me podrían expulsar y mandarme a vivir con Lucian. ¿Cómo podía haberme olvidado de eso?

Cuando logré llegar a su despacho, el sol había comenzado a descender lentamente sobre las aguas, y la luz difusa creaba todo un arco iris de colores que brillaba sobre el océano. Intenté prepararme para la reunión, pero no sabía qué iba a hacer Marcus. ¿Me expulsaría? El estómago se me retorció. ¿Qué haría? ¿Vivir con Lucian? ¿Ir a servir? Nada de aquello eran opciones con las que pudiese vivir.

Los Guardias me saludaron cortésmente con la cabeza antes de abrir la puerta hacia el despacho de Marcus y hacerse a un lado. Mi sonrisa era más como una mueca, pero la emoción creció en mí cuando reconocí a quien estaba al lado del enorme bulto que era Leon.

Aiden me lanzó una pequeña sonrisa tranquilizadora cuando los Guardias cerraron la puerta detrás de mí, pero en cuanto me giré hacia Marcus me quedé helada.

Parecía cabreado.