Capítulo 15

Justo antes de amanecer comenzó el funeral para los asesinados en Lake Lure y… bueno, fue igual de horrible que todos los funerales. Siguiendo la tradición griega antigua, el funeral consistía en tres partes. Todos los cuerpos —los recuperados— se preparaban antes de que empezase el funeral. Yo me quedé al fondo de la funeraria, negándome a acercarme a los muertos. Les mostré mis respetos desde una distancia prudencial.

Los tres cuerpos de la familia Dikti, el padre y la madrastra de Lea y los Guardias estaban envueltos en telas de lino con bordados de oro. Desde allí comenzó la procesión del funeral, y fue larga. Los cuerpos se levantaron sobre piras y los llevaron por la calle principal. En Deity Island se había suspendido toda actividad turística, y las calles estaban llenas de dolientes pura sangre y mestizos.

Los estudiantes del Covenant destacábamos sobre los demás. Llevábamos vestidos de verano negros o vestidos de fiesta. Ninguno de nosotros tenía realmente nada apropiado que llevar a un funeral. Yo llevaba un vestido de tubo negro y chancletas. Era lo mejor que tenía.

Me quedé al lado de Caleb y Olivia, y solo vi a Lea y Dawn durante un momento en el cementerio. Las hermanas compartían el mismo pelo rojo cobre y cuerpos imposiblemente delgados, e incluso con los ojos hinchados, Dawn estaba absolutamente impresionante.

Los Hematoi no enterraban a los muertos. Tras incinerar los restos, les erigían enormes estatuas de mármol. La interpretación del artista con la que se honraría a la familia Samos, serían sus imágenes sobre un pedestal grabado con un verso griego sobre la inmortalidad entre los dioses. El pedestal redondo ya estaba en su sitio.

A los cuerpos se les quitaban las joyas y el oro, que se depositaban sobre el pedestal. En ese momento ya quería irme, pero habría sido lo más irrespetuoso que podía hacer. Me di la vuelta cuando encendieron las piras, pero aun así podía escuchar el chisporroteo del fuego consumiendo sus cadáveres. Me estremecí, odiando la finalidad de aquello, odiando que fueran, posiblemente, víctimas de mi madre.

Lentamente, los dolientes se fueron apartando. Algunos se fueron a sus casas; otros fueron a las pequeñas recepciones que se hacían en las casas de las familias. Yo me puse detrás de Caleb y Olivia, camino hacia el Covenant, lejos de la muerte y la desesperación.

Al pasar al lado de las piras, mis ojos encontraron a Aiden. Estaba con Leon, unos cuantos metros detrás de Dawn y Lea. Miró hacia arriba —casi como si me hubiese sentido— y nuestros ojos se encontraron. No hizo ninguna otra señal, pero yo sabía que aprobaba mi presencia. El día anterior, antes de la charla sobre perseguir a nuestros seres amados y el incidente de los shorts, cuando dijo que era guapa, mencioné que no estaba segura de si debía ir o no, teniendo en cuenta que mamá había sido uno de los daimons.

Aiden me miró con cara seria.

—Te sentirás más culpable por no ir y no mostrar tus respetos. Mereces hacerlo. Tanto como todos los demás, Álex.

Por supuesto tenía razón. Odiaba los funerales, pero me habría sentido mal si no hubiese venido.

Me saludó suavemente antes de volverse hacia Dawn. Se estiró y le tocó el brazo. Un mechón de pelo oscuro le cayó sobre la frente cuando inclinó la cabeza, ofreciendo sus condolencias. Volví mi atención hacia las enormes puertas de hierro que separaban la ciudad del terreno lleno de estatuas. Seth estaba allí, vestido con su uniforme negro. Sin duda estaba observándonos. Lo ignoré en cuanto salimos del cementerio.

Durante el resto del día intenté olvidar que habíamos perdido tanta gente inocente.

Y, sobre todo, que mamá era la responsable.

Al final, en el siguiente entrenamiento, no hice nada con las dagas. Cuando le monté una escena, Aiden se quedó mirándome paciente, entretenido.

—Ala, venga —tiré las colchonetas al suelo—. ¿Cómo se supone que voy a ponerme al nivel cuando no puedo ni tocar una daga?

Aiden me apartó del camino y retomó la tarea con las colchonetas.

—Tengo que asegurarme de que sabes defenderte.

—¿No ha practicado nada con los filos del Covenant?

Seth estaba apoyado contra el marco de la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho. Nos miraba con una expresión desganada, pero sus ojos eran extraordinariamente brillantes.

Aiden se enderezó, sin preocuparse casi en mirarle.

—Juraría haber cerrado la puerta con llave.

Seth sonrió con satisfacción.

—He abierto el cierre y la puerta.

—¿Cómo lo has hecho? —pregunté—. La puerta se cierra desde dentro.

—Secretos de Apollyon. No puedo revelarlos —me hizo un guiño antes de dirigir sus ojos ámbar hacia Aiden—. ¿Cómo va a estar preparada para pelear si no sabe cómo usar la única arma que tendrá contra un daimon?

Seth ganó puntos con esa pregunta. Miré a Aiden esperando respuesta. La expresión fría y desagradable que tenía ganó más puntos.

—No sabía que tuvieses potestad sobre su entrenamiento —Aiden arqueó una ceja.

—Y no la tengo —Seth se apartó de la pared y atravesó la sala de entrenamientos. Cogió una daga de la pared y vino hacia nosotros—. Estoy seguro de que puedo convencer a Marcus o a Lucian para que dejen a Álex entrenar unas rondas conmigo. ¿Querrías, Álex?

Sentí como Aiden se tensaba a mi lado y negué.

—No. La verdad es que no.

Una lenta sonrisa fue creciendo en la cara de Seth mientras hacía girar la daga en su mano.

—En serio, te dejaría jugar… con los juguetes de los mayores —se paró frente a mí, ofreciéndome el arma por el mango—. Toma. Cógela.

Dejé caer la mirada sobre el metal brillante en su mano. El extremo había sido afilado hasta la exageración. Como si estuviese bajo una poderosa compulsión, fui a cogerla.

La mano de Aiden agarró la de Seth, empujando la daga y la mano de Seth fuera de mi alcance. Asustada, miré a Aiden. Sus ojos plateados se encontraron con los de Seth, manteniendo la mirada furiosa.

—Entrenará con dagas cuando yo lo decida. No tú. Tu presencia no es bienvenida aquí.

Los ojos de Seth se dirigieron a la mano de Aiden. Su sonrisa no flaqueó ni un instante.

—Increíblemente controlador, ¿eh? ¿Desde cuándo se preocupan tanto los puros por lo que un mestizo toca?

—¿Desde cuándo una mestiza es algo de lo que se tenga que ocupar un Apollyon? Uno pensaría que tiene mejores cosas que hacer.

—Uno pensaría que un pura sangre es tan sensato como para no enamorarse de…

—Ya vale —me puse entre los dos, parando lo que solo los dioses saben que Seth iba a decir—. Hora de jugar limpio, chicos —ninguno de los dos pareció haberme oído o visto. Suspiré y cogí a Aiden del brazo. Entonces me miró—. El entrenamiento ha acabado, ¿verdad?

A regañadientes soltó la muñeca de Seth y se apartó. Hasta él parecía sorprendido de su reacción, pero miró a Seth atentamente.

—Por ahora, sí.

Seth se encogió de hombros y le dio la vuelta a la hoja de nuevo, con su mirada fija en mí otra vez.

—De hecho, no tengo nada mejor que hacer que ocuparme de una chica mestiza.

Hubo algo en su forma de decirlo que me dio escalofríos. Quizá era la habilidad que tenía en el manejo de la hoja.

—Creo que paso.

Después de eso, Aiden y yo salimos de la sala de entrenamiento sin hablar. No estaba segura de por qué Aiden había reaccionado tan agresivamente o por qué Seth tenía la necesidad de presionar así a Aiden. Pero cuando me encontré con Caleb, llevé todo eso a los rincones más escondidos de mi cerebro para recogerlo más tarde.

Caleb decidió que necesitábamos divertirnos, y la diversión estaba en la isla principal; en la noche semanal de pelis de Zarak. Siempre lograba tener en sus manos películas que acababan de estrenar en el cine y, como ninguno de nosotros solía ir a sitios así a menudo, era una pasada poder ver lo que fuese que tenía obsesionados a los del mundo mortal. Me sorprendió que lo mantuviese después de los funerales del día anterior, pero supuse que todo el mundo tenía que relajarse un poco, recordar que siguen vivos.

En cuanto llegamos a su casa, supe que las cosas no iban a ser divertidas. Todo el mundo dejó de hablar cuando bajamos al sótano que había convertido en un mini cine. Puros y mestizos me miraron y, en cuanto Caleb siguió a Olivia escaleras arriba, todo el mundo empezó a susurrar.

Fingiendo que no me preocupaba para nada, me senté en uno de los asientos y me concentré en un punto en la pared. Mi orgullo hizo que no huyera de la habitación. Tras unos minutos, Deacon se escapó del grupo de chicos y se vino conmigo.

—¿Qué tal estás?

Le miré.

—Genial.

Me ofreció un trago de su petaca. La cogí y le di un buen trago, mirándole por el rabillo del ojo.

—Cuidado —rio mientras me cogía la petaca de entre los dedos.

El líquido me abrasó la garganta y me hizo arder los ojos.

—Leches, ¿qué es eso?

Deacon se encogió de hombros.

—Es mi propia mezcla especial.

—Bueno… ciertamente es especial.

Alguien al otro lado de la habitación murmuró algo que no pude descifrar, pero Cody se echó a reír. Empecé a sentirme paranoica y traté de ignorarle.

—Están hablando de ti.

Lentamente, miré a Deacon.

—Gracias, tío.

—Todo el mundo —se encogió de hombros mientras se iba cambiando la petaca de mano—. Sinceramente, a mí me da igual. Tu madre es una daimon. ¿Y qué? No es nada que puedas evitar.

—¿En serio no te molesta? —De todos, pensaba que a él sí que podría molestarle.

—No, no eres responsable de lo que haya hecho tu madre.

—O no haya hecho —me mordí el labio, mirando al suelo—. Nadie sabe si hizo algo.

Deacon levantó las cejas mientras daba un trago largo.

—Tienes razón.

El grupo frente a nosotros empezó a reírse por lo bajo y a lanzarnos miradas a escondidas. Zarak movió la cabeza, desviando su atención al mando a distancia que tenía en la mano.

—Creo que los odio —murmuré, deseando no haber venido.

—Solo tienen miedo —echó una mirada al grupo de gente al otro lado de la habitación—. Temen que los conviertan. Los daimons nunca habían estado tan cerca, Álex. Cuatro horas no es tan lejos, y podría haber sido cualquiera de ellos. Podrían haber sido sus muertes.

Me estremecí y deseé otro trago de la petaca de Deacon. Era verdad que te calentaba.

—¿Y tú por qué no tienes miedo?

—Todos tenemos que morir en algún momento, ¿no?

—Qué siniestro.

—Pero mi hermano nunca hubiese permitido que algo así me sucediese —añadió—. Moriría antes… y él tampoco dejaría que eso ocurriera. Hablando de mi hermano, ¿cómo le va entrenando a mi mestiza favorita?

—Eh… bien, realmente bien.

La voz de Cody resonó bien alto.

—La única razón por la que sigue aquí es porque su padrastro es el Patriarca y su tío es el decano.

Llevaba toda la semana ignorando los susurros maliciosos y las miradas horribles, pero aquello —aquello no lo podía ignorar—. No iba a defender mi dignidad si lo hacía.

Me incliné hacia delante en la silla, con los brazos apoyados en las rodillas.

—¿Qué se supone que quiere decir eso?

Nadie se atrevió a hablar hasta que Cody levantó la cabeza hacia mí.

—Que la única razón por la que sigues aquí es por quienes son tus parientes. A cualquier otro mestizo lo habrían mandado a la servidumbre.

Respiré profundamente y busqué entre mis recuerdos algo que me calmase. No encontré nada.

—¿Y por qué tendría que ser así, Cody?

Deacon se apartó de mí, con la petaca en la mano.

—Trajiste a tu madre hasta aquí. Por eso. ¡Esos puros murieron porque tu madre está por ahí buscándote! Si no estuvieses aquí, seguirían vivos.

—Tonterías —Zarak se puso de pie, apartando su silla de mi camino. Justo a tiempo. Me lancé al otro lado de la habitación, parándome frente a Cody.

—Vas a lamentar haber dicho eso.

Los labios de Cody se torcieron en una sonrisa de suficiencia. No me tenía miedo.

—Wow. Por amenazar a un puro sí que te echarán del Covenant. ¿Es eso lo que quieres? Así podrás reunirte con tu madre.

Abrí la boca casi hasta el suelo y mi puño estaba a punto de darle en la suya. Deacon intervino, pasando un brazo por mi cintura. Me levantó y me llevó en dirección contraria.

—Fuera —no me dio mucha opción con su mano en mi espalda empujándome hacia las puertas de cristal.

Estar fuera no calmó mi enfado.

—¡Lo voy a matar!

—No, no lo harás —Deacon me pasó la petaca—. Dale un trago. Te ayudará.

La destapé y tomé un trago. El líquido abrasó mi interior y acentuó mi enfado. Intenté apartar a Deacon, pero para ser alguien tan delgado y sin entrenar, probó ser un buen obstáculo.

Maldita sea.

—No voy a dejarte entrar ahí. Puede que tu tío sea el Patriarca, pero si pegas a Cody sacarás tu culo del Covenant.

Tenía razón, pero sonreí.

—Merecería la pena.

—¿Tú crees? —Se echó a un lado, con los rizos rubios cayéndole sobre los ojos mientras volvía a bloquearme el paso—. ¿Cómo crees que le sentaría a Aiden?

La pregunta me dio de lleno.

—¿Eh?

—Si te echan, ¿qué pensaría mi hermano?

Solté las manos.

—No… no sé.

Deacon me señaló con la petaca.

—Se culparía a sí mismo. Pensaría que no te entrenó ni aconsejó suficientemente bien. ¿Quieres eso?

Entrecerré los ojos. No me gustaba su razonamiento lógico.

—¿Igual que él te aconseja que no te pases el día borracho? Y aun así lo haces. ¿Cómo crees que le hace sentir eso?

Lentamente bajó la petaca.

Touché.

Unos segundos después, llegó el apoyo.

—¿Qué demonios ha pasado? —preguntó Caleb.

—Algunos de tus amigos no se han portado bien —Deacon inclinó la cabeza hacia la puerta.

Caleb frunció el ceño mientras venía hacia mí.

—¿Te han hecho algo? —La rabia cruzó su cara cuando le conté lo que Cody me había dicho—. ¿Estás de coña?

Crucé los brazos.

—¿Acaso te lo parezco?

—No. Vámonos a la otra isla. Estos capullos no entienden nada.

—Nadie lo entiende —dije, con la rabia todavía inundando mi interior—. Puedes quedarte aquí con tus amigos, yo me vuelvo. Venir ha sido una idea horrible.

—¡Hey! —Caleb levantó las cejas—. No son mis amigos. ¡Tú sí! Y lo entiendo, Álex. Sé que estás pasando por muchas cosas.

La tomé con Caleb. Sabía que no tenía razón, pero no podía parar.

—¿Que lo entiendes? ¿Cómo narices ibas a entenderlo? ¡Tu madre no te merodea! ¡Tu padre sigue vivo! No es un daimon, Caleb. ¿Cómo narices vas a entenderlo?

Extendió las manos como si pudiese parar físicamente mis palabras. Su cara reflejó el dolor.

—¿Álex? Dioses.

Deacon se metió la petaca en el bolsillo, suspirando.

—Álex, intenta calmarte. Tienes público.

Tenía mucha razón. En algún momento la gente había salido fuera, extendiéndose por el porche, observaban como esperando algo. Querían una pelea y se la habían negado. Respiré hondo e intenté calmar mi ira. Fallé.

—¡Todos los idiotas que estáis aquí pensáis que soy la razón por la que murieron!

Caleb parecía no creerse lo que pasaba.

—No es verdad. Mira, estás estresada. Volvamos…

Perdí la compostura. Acorté la distancia entre los dos y me pregunté si sería capaz de pegar a mi mejor amigo. Era bastante posible, pero nunca pude averiguarlo. De la nada, Seth apareció a mi lado, vestido de negro, como siempre. ¿No se quitaba nunca el uniforme?

Su presencia no solo me dejó inmóvil, sino que también hizo que todo el mundo a nuestro alrededor callase. Me lanzó una dura mirada y luego habló con esa voz lírica suya.

—Ya vale.

Les habría dicho a todos que se fuesen a tomar viento, pero aquella no era una situación normal, ni Seth era una persona normal. Nos quedamos mirándonos el uno al otro. Claramente, esperaba que hiciese caso de su advertencia o si no…

Con gran esfuerzo, me aparté. Caleb dio un paso hacia mí, pero Deacon lo agarró del brazo.

—Deja que se vaya.

Y me fui. Pasaron varias horas hasta que Seth vino a por mí.

—¿Dejas que un puñado de puros te cabreen?

—Estás hecho todo un acosador, Seth. ¿Cuánto tiempo llevabas allí?

No soy un acosador, y llevaba allí tiempo suficiente como para darme cuenta de que no tienes control sobre ti misma y que eres inestable. Me gusta porque lo encuentro entretenido, pero tienes que saber que no eres responsable de lo que hizo tu madre. ¿A quién le importa lo que piensen un puñado de puros malcriados?

—¡No sabéis si mi madre hizo algo!

—¿En serio? —sus ojos escrutaron mi cara. Encontró lo que estaba buscando—. ¡Lo dices en serio! Ahora puedo añadir estúpida a mi lista de adjetivos para describirte.

Me pregunté cuáles serían los demás adjetivos.

—Me da igual. Déjame sola.

Seth me cortó.

—Es un daimon. Mata, mata gente inocente, Álex. Es lo que hacen los daimons. No hay ninguna razón detrás. Es lo que hace, pero no es tu culpa.

Realmente le quería dar una patada, o un puñetazo, pero no sería muy inteligente. Ves, tenía autocontrol e inteligencia. Di un paso hacia un lado para irme, pero Seth no me dejó. Me agarró del antebrazo. Carne contra carne.

El mundo explotó.

Una ola de energía me recorrió el cuerpo. Era como lo que sentía cuando estaba cerca, pero cien veces más fuerte. No podía hablar y, cuanto más tiempo estaba Seth así, más fuerte era la oleada. Lo que sentía era una locura. Lo que veía era una locura. Una luz intensa y brillante le envolvía la mano. Se retorcía como un cordón, chisporroteando y enrollándose por mi brazo, su mano. Instintivamente supe que nos estaba conectando, uniéndonos.

Para siempre.

—No. ¡No, no es posible! —El cuerpo de Seth se había puesto rígido.

Realmente deseé que me soltase el brazo, porque sus dedos se me estaban clavando en la piel y algo estaba sucediendo… algo más. Lo sentí moverse dentro de mí, enrollándose, envolviendo mi interior y, con cada vuelta, supe que nos estaba conectando.

Corrieron hacia mí sus pensamientos y emociones. Llegaron con una luz cegadora seguida de colores vibrantes que daban vueltas y cambiaban hasta que pude comprender y dar sentido a algunos de ellos.

No es posible.

Iba a matarnos.

Traté de tomar aire. Los pensamientos de Seth se deslizaban entre los míos y sus emociones se juntaban y retozaban entre ambos. De repente, todo paró; como si una puerta se hubiese cerrado en mi mente. Los colores desaparecieron y finalmente, el cordón azul resplandeció con un brillo débil antes de desaparecer completamente.

—Eh… tus tatuajes han vuelto.

Seth parpadeó mientras miraba su mano, que seguía sobre mi brazo.

—No… no puede ser.

—¿Qué… ha pasado? Porque si sabes algo, me encantaría saberlo, en serio.

Miró hacia arriba, sus ojos brillaron en la oscuridad. Su aspecto salvaje se desvaneció y pasó a ser ira.

—Vamos a morir.

No era lo que quería escuchar.

—¿Que yo… qué?

Lo que fuera que sabía, acabó encajándole. Sus labios se estrecharon y, entonces, empezó a andar arrastrándome detrás de él.

—¡Espera! ¿A dónde vamos?

—¡Lo saben! Lo han sabido todo este tiempo. Ahora entiendo por qué Lucian me mandó al Consejo cuando te encontraron.

Mis pies resbalaban en la arena mientras iba a trompicones, intentando mantener su paso. Perdí una sandalia en el proceso, y la otra unos cuantos pasos después. Mierda, me gustaban esas sandalias.

—¡Seth! Tienes que ir más despacio y contarme qué está pasando.

Me lanzó una peligrosa mirada por encima del hombro.

—Tu pretencioso padrastro nos dirá qué pasa.

No quería admitirlo, pero tenía miedo, tenía miedo de verdad.

Los Apollyon podían ser inestables, incluso peligrosos. No era broma. Seth aligeró el paso, arrastrándome detrás de él. Me resbalé. La rodilla se me enganchó en el dobladillo del vestido y lo desgarró. Con un gruñido impaciente, me levantó y continuó.

En el cielo brillaban rayos mientras continuaba arrastrándome por la isla. Uno cayó sobre un barco amarrado, a tan solo unos metros de nosotros. La luz me asustó, pero Seth ignoró la que estaba liando con su enfado.

—¡Para! —Clavé los pies en la arena—. ¡El barco está ardiendo! ¡Tenemos que hacer algo!

Seth se dio la vuelta, tenía los ojos iluminados. Tiró de mí.

—No es de nuestra incumbencia.

En el pecho notaba que me costaba respirar.

—Seth… me estás asustando.

Su expresión seguía siendo dura y salvaje, pero aflojó un poco mi brazo.

—No es de mí de quien tendrías que estar asustada. Vamos.

Tiró de mí, pasando al lado del barco y por toda la costa, en silencio.

Seth se giró al ver la casa de Lucian, subió las escaleras de dos en dos. Estaba claro que no le importaba si podía seguirlo. Entonces me soltó y empezó a golpear la puerta, como hace la policía en la televisión.

Dos Guardias de aspecto aterrador abrieron. El primero solo me dirigió una mirada rápida antes de mirar a Seth con cierta sospecha.

Seth levantó la barbilla.

—Tenemos que ver a Lucian, ahora.

El Guardia se puso recto.

—El Patriarca se ha retirado, toda la noche. Tendréis que…

Una corriente de aire brutal entró desde detrás nuestro. Durante un segundo no pude ver más allá del pelo que tenía por la cara, pero cuando pude, se me paró el corazón. La fuerza casi huracanada dio al Guardia en el pecho, lanzándolo hacia atrás y estampándolo en medio de la pared del lujoso vestíbulo de mi padrastro. El viento paró, pero el Guardia continuó clavado en la pared.

Seth entró por la puerta y miró al otro Guardia.

—Ve a buscar a Lucian. Ya mismo.

El Guardia apartó los ojos de su compañero y se apresuró a hacer lo que Seth le había ordenado. Seguí a Seth, con las manos temblorosas, tanto que tuve que juntarlas.

—¿Seth? Seth, ¿qué estás haciendo? Tienes que parar. Ahora. ¡No puedes hacer esto! Irrumpir en casa de Lucian…

—Calla.

Me aparté hasta la esquina más lejana del vestíbulo, miré al Guardia. El aire crujía por la tensión y la energía —la energía del Apollyon—. Me pegué a la pared al sentirla sobre mi piel, se metía dentro de mí.

Un gran alboroto y movimiento al final de las escaleras captó mi atención. Lucian bajó por la escalera de caracol en pantalón de pijama y con una camiseta ancha. Verlo así me hizo reír, pero se me escapó una risa corta e histérica.

Lucian notó mi postura, semipetrificada en la esquina, y luego miró al Guardia incrustado en la pared. Finalmente, le lanzó una mirada calmada a Seth.

—¿De qué va todo esto?

—¡Quiero saber cuánto tiempo pensabais seguir con esta locura antes de matarnos a los dos mientras durmamos!

Me quedé boquiabierta.

La voz de Lucian se mantuvo al mismo volumen e igual de fría.

—Suelta al Guardia y te lo contaré todo.

Seth parecía no querer hacerlo, pero soltó al Guardia, y no muy delicadamente. El pobre hombre se golpeó contra el suelo.

—Quiero saber la verdad.

Lucian asintió.

—¿Por qué no vamos a la sala de estar? Parece que Alexandria quiere sentarse.

Seth me miró por encima del hombro, con el ceño fruncido, como si se hubiese olvidado de mí. Debía tener un aspecto bastante penoso, porque asintió. Pensé en salir de allí corriendo, pero no creía que pudiese llegar muy lejos. Además, a pesar del miedo, yo también tenía curiosidad por saber qué estaba pasando.

Entramos en una pequeña habitación con paredes de cristal. Me dejé caer sobre una silla blanca de mimbre. Los Guardias nos siguieron, pero Lucian los echó con un gesto de su mano.

—Por favor, notifiquen al Decano Andros que Seth y Alexandria están aquí. Él lo entenderá —los Guardias dudaron, pero Lucian los tranquilizó con un movimiento de cabeza. Cuando salieron, miró hacia Seth—. ¿Te sientas?

—Prefiero quedarme de pie.

—Um… ahí fuera hay un barco en llamas —mi voz sonaba tensa y demasiado alta—. Quizá alguien quiera echarle un ojo.

—Ya se encargarán —Lucian se sentó en una de las sillas a mi lado—. Alexandria, sé que no he estado muy unido a ti.

Solté una pequeña burla.

—¿En serio?

Se inclinó hacia delante, con las manos apoyadas en su pantalón de pijama a cuadros.

—Hace tres años, el oráculo le dijo a tu madre que, en tu decimoctavo cumpleaños, te convertirías en el Apollyon.

Me eché a reír.

—Eso. Es. Ridículo.

—¿Ah sí? —Seth se dio la vuelta hacia mí. Parecía querer zarandearme.

—Um… ¡sí! —Abrí los ojos de par en par—. Solo puede haber uno… —mi voz se fue apagando según iba recordando lo que leí en el libro que Aiden me dejó. Me sentí helada y ardiendo a la vez.

—Antes de que Rachelle se fuera, se lo contó a Marcus. No estaba de acuerdo con sus decisiones, pero sentía que tenía que protegerte.

—¿Protegerme de qué? —En cuanto estas palabras salieron de mi boca, ya sabía la respuesta. Protegerme de lo que le pasó a Solaris. Negué—. No. Es una locura. ¡El oráculo no le dijo eso a mamá!

—¿Te refieres a la otra parte, en la que le dijo que matarías a los que amas? Esa no es la parte importante. Lo importante es que te convertirás en otro Apollyon —se volvió hacia Seth, sonriendo—. Traer a Seth aquí era la mejor forma de descubrir si lo que dijo el oráculo era cierto.

Seth caminó lentamente por toda la sala de estar.

—Ahora todo tiene sentido. Por qué… te sentí el primer día. No me extraña que tu madre se fuese de aquí. Seguramente pensó que podría esconderte entre los mortales —se giró y miró a Lucian—. ¿Por qué nos queréis juntar? Ya sabéis qué pasará.

—No sabemos qué puede pasar —Lucian le devolvió la mirada—. Desde hace más de cuatrocientos años no ha habido una situación igual. Las cosas han cambiado mucho desde entonces. Y los dioses también.

Mis ojos fueron de uno a otro.

—Chicos… sé lo que estáis diciendo, pero estáis equivocados. No puede ser que yo sea lo mismo que él. No puede ser.

—¿Entonces cómo explicas lo que ha pasado ahí fuera? —Seth se quedó mirándome.

Respiré profundamente, ignorándolo.

—No es posible.

—¿Qué ha pasado? —Lucian parecía tener curiosidad.

Los ojos de Lucian bailaban entre los dos mientras Seth explicaba lo del cordón azul y cómo, por unos segundos, escuchamos los pensamientos del otro. No le sorprendió.

—No es nada de lo que tengáis que preocuparos. Lo que habéis experimentado es un modo de reconoceros. Por eso te reasigné aquí, Seth. Teníamos que ver si ella era la otra mitad. Era una oportunidad demasiado buena como para dejarla escapar. No esperaba que tardaseis tanto en juntaros.

—¿Y merecía la pena arriesgarse? —Seth frunció el ceño—. Si los dioses no sabían lo suyo, ahora ya lo saben. Podíais haberlo dejado pasar. ¿Es que su vida no vale nada?

Mi padrastro se inclinó hacia delante, encontrándose sus ojos con los de Seth.

—¿Entiendes lo que significa? ¿No solo para vosotros, sino para los nuestros? Que haya dos de vosotros lo cambia todo, Seth. Sí. Ahora eres poderoso, pero cuando ella cumpla dieciocho años vuestro poder será ilimitado.

Pareció captar el interés de Seth.

—Pero los dioses… no dejarán que ocurra.

Lucian se inclinó hacia atrás.

—Los dioses… no nos hablan desde hace siglos, Seth.

¿Qué? —gritamos Seth y yo. Era algo muy fuerte.

—Han desaparecido ellos solos, y el Consejo no cree que vayan a intervenir en nada. Además, si los dioses tienen curiosidad o les interesa, ya saben de Alexandria. Si el oráculo lo ha visto, entonces los dioses ya lo sabían. Tienen que saberlo.

No creí a Lucian. Ni por un segundo.

—¡No supieron de Solaris!

Los dos me miraron. Las cejas de Lucian formaron una línea.

—¿Cómo sabes lo de Solaris?

—He… He leído sobre ella. Mataron a los dos Apollyon.

Lucian movió la cabeza.

—No conoces toda la historia que hay detrás. El otro Apollyon atacó al Consejo y obligaron a Solaris a pararle. No lo hizo. Por eso ambos fueron ejecutados.

Miré extrañada. El libro no decía nada de eso.

Al final Seth se sentó.

—¿Qué ganáis con esto?

Lucian abrió los ojos de par en par.

—Con vosotros dos podemos eliminar a los daimons sin arriesgar vidas. Podríamos cambiar las reglas, las leyes de los mestizos, los decretos de boda, el Consejo. Todo podría ser posible.

Me dieron ganas de darle un puñetazo en la cara. A Lucian no le importaban los mestizos.

—¿Qué normas del Consejo te gustaría cambiar? —Seth miró a Lucian a la cara.

—Estas cosas será mejor discutirlas más tarde, Seth —movió la mano hacia mí, sonriendo de nuevo con esa sonrisa extraña y asquerosa—. Está destinada a ser tu otra mitad.

Seth se giró y me dirigió una larga mirada.

—Supongo que podría ser peor.

Vale, me dio cosilla.

—¿Qué quieres decir con…?

—Sois como piezas de un puzzle. Encajáis juntos. Tu poder alimentará el suyo… y viceversa —Lucian sonrió—. En serio, es increíble. Eres su otra mitad, Alexandria. Estás destinada a estar con él. Le perteneces.

Sentí que algo me presionaba el pecho.

—Oh. Oh. No.

Seth arrugó la frente.

—No tienes que parecer tan asqueada.

El otro día sentí la necesidad de tocarle. Pensé que era solo por lo que era, pero ¿podría haber sido por lo que éramos? Me estremecí.

—¿Asqueada? ¡Es… repugnante! ¿Os estáis escuchando?

Seth suspiro.

—Ahora estás siendo insultante.

Lo ignoré, le ignoré.

—Yo… no pertenezco a nadie.

Lucian juntó su mirada con la mía y me sorprendió con su intensidad.

—Pues sí.

—¡Es una locura!

—Cuando cumpla los dieciocho —Seth torció la boca—, el poder; su poder vendrá hacia mí.

—Sí —Lucian asintió ilusionado—. Una vez pase por la palingenesia, el Despertar, a los dieciocho, lo único que tendrás que hacer es tocarla.

—Entonces… —no tuvo que decir nada. Todos lo sabíamos.

Seth se convertiría en un Asesino de Dioses.

Se volvió hacia Lucian.

—¿Quién lo sabe?

—Lo saben Marcus y la madre de Alexandria.

Mi corazón dio un vuelco.

Seth se quedó mirándome, con una expresión ilegible.

—Eso explica por qué se ha acercado tanto al Covenant cuando la mayoría de los daimons no se atreverían, ¿pero, por qué? No pueden convertir a un mestizo.

—¿Por qué sino iba a querer un daimon poner sus manos sobre un Apollyon? Incluso ahora, el éter de Alexandria podría alimentarlo durante meses —Lucian me hizo un gesto—. ¿Qué crees que pasará si su madre la captura después de que pase por la palingenesia?

No podía creer lo que oía.

—¿Creéis que está aquí para que yo la alimente?

Miró hacia arriba.

—¿Por qué si no iba a estar aquí, Alexandria? Es por eso por lo que estaba en contra de que te quedases en el Covenant, y Marcus también. No tenía nada que ver con el tiempo que habías perdido o con tu comportamiento anterior. Había alguna posibilidad de que no pudiésemos atrapar a Rachelle antes de que te graduases. El riesgo de que te encontraras con ella y fallar en tu deber era demasiado grande. No puedo permitir que un daimon le ponga las manos encima a un Apollyon.

—¿Y ahora es diferente? —pregunté.

—Sí —Lucian se puso de pie, poniendo sus manos sobre mis hombros—. Si está tan cerca podremos encontrarla. Nunca tendrás que enfrentarla. Es algo bueno, Alexandria.

—¿Algo bueno? —Reí fuertemente y me zafé de sus manos—. Todo esto es muy retorcido… y enfermo.

Seth movió la cabeza hacia mí.

—Álex, no puedes ignorarlo. Ignorar lo que eres. Lo que ambos somos…

Puse la mano entre los dos.

—Oh, ni se te ocurra llegar ahí, amigo. ¡No somos nada! ¡Nunca seremos nada! ¿Vale?

Puso los ojos en blanco, aburrido por mis protestas.

Comencé a salir de la habitación.

—En serio, no quiero volver a escuchar nada más de todo esto. Voy a fingir que esta conversación nunca ha sucedido.

—Álex. Para —Seth se dirigió hacia mí.

Le miré.

—¡No me sigas! En serio, Seth. No me importa que me puedas lanzar por el aire. ¡Si me sigues, saltaré desde un maldito puente y te llevaré conmigo!

—Deja que se vaya —Lucian movió la mano de forma elegante—. Necesita tiempo para… aceptar todo esto.

Sorprendentemente, Seth le escuchó. Así que me fui, dando un portazo tras de mí. Mientras iba hacia la isla, mis pensamientos me rebotaban en la cabeza de forma tremendamente caótica. Casi ni me di cuenta de que el aire ya no estaba lleno de humo. Alguien se había ocupado del barco en llamas. Los Guardias del puente parecían aburridos cuando me saludaron al pasar.

Algunos minutos después, crucé el campus y la zona arenosa que separaba la facultad y el alojamiento de los visitantes del resto del campus. Bajo ninguna circunstancia podía —o cualquier estudiante, para el caso— vagar alrededor de sus casas, pero necesitaba hablar con alguien —necesitaba a Aiden.

Aiden podría encontrarle un sentido a todo aquello. Sabría qué hacer. Como la mayoría de las casas estaban vacías durante el verano, era fácil adivinar cuál era la suya. Solo una de las cabañas tenía luz dentro. Me paré enfrente de la puerta y dudé. Venir aquí no solo iba a meterme a mí en problemas, también a Aiden. Ni siquiera podía imaginarme qué harían si me viesen en la cabaña de un pura sangre a aquellas horas de la noche. Pero le necesitaba, y eso era más importante que las consecuencias.

Aiden respondió unos segundos después, se tomó bastante bien verme al otro lado de su puerta.

—¿Qué pasa?

No era tarde, pero iba vestido como si hubiese estado en la cama. Los pantalones de pijama bajos le quedaban mejor a él que a Lucian. Y la camiseta sin mangas también.

—Necesito hablar contigo.

Me recorrió con la mirada.

—¿Dónde están tus zapatos? ¿Por qué estás llena de arena? Álex, dímelo ya. ¿Qué ha pasado?

Miré atontada hacia abajo —¿mis sandalias?—, estaban perdidas en alguna parte de la isla principal, y nunca volvería a verlas. Suspiré y me retiré unos mechones de pelo de la cara.

—Ya sé que no debería estar aquí, pero no sabía a dónde ir.

Aiden acercó sus manos y me cogió los brazos con cariño. Sin decir una palabra, me metió en su cabaña.