Capítulo 14

Al día siguiente durante el entrenamiento hice como si no pasara nada. Funcionó bien hasta que nos tomamos un descanso y Aiden me preguntó qué tal estaba.

Mantuve firme la voz.

—Estoy bien.

Luego le di toda una paliza al maniquí.

Hacia el final del entrenamiento una corriente de energía recorrió mi espalda, justo antes de que Seth apareciese. Se quedó en la puerta, mirando en silencio. Tenía la sensación de que estaba allí por mí. Gruñí y me tomé mi tiempo enrollando las colchonetas.

Aiden movió la cabeza hacia Seth.

—¿Todo bien?

—¿Quién sabe? —dije frunciendo el ceño.

Aiden se incorporó, recuperando toda su altura.

—¿Te ha estado molestando?

Una gran parte de mí quiso decirle que sí, pero, en realidad, Seth no me había molestado. Y si lo hubiese hecho ¿qué podría hacer Aiden? Aiden era un Centinela increíble, pero Seth era el Apollyon. Mientras que Aiden controlaba el fuego —algo genial— y sabía pelear, Seth controlaba los cuatro elementos —algo terrorífico— y podría barrer el suelo con la cara de Aiden.

Aiden se quedó mirando a Seth como diciéndole que no tendría ningún problema en enfrentarse a él por mí. Por estúpido que pareciese, sentí una gran sonrisa dibujarse en mis labios.

Estaba muy mal.

Obligándome a apartar la sonrisa de mi cara, rodeé a Aiden.

—Te veo luego, ¿vale?

Asintió, con los ojos aún fijos en Seth. Pues vale. Cogí la botella de agua del suelo y me encaminé despacio. Saludé con la cabeza a Seth según pasaba por su lado, esperando que solo estuviese allí para participar en el juego de miradas con Aiden, pero se dio la vuelta e inmediatamente alcanzó mi paso.

La sonrisa de Seth parecía satisfecha.

—No le gusto a tu entrenador.

—No es mi entrenador. Es un Centinela —seguí andando—. Y dudo que le preocupes siquiera.

Seth rio.

—Tu entrenador, que también es un Centinela, casi no me habló mientras estábamos en Lake Lure. Y cuando lo hizo, fue muy frío. Hirió mis sentimientos.

Lo dudaba.

—Seguramente no iba a hacer amigos teniendo en cuenta lo que sucedía.

—¿Teniendo en cuenta que tu madre era parte del grupo de ataque? —Levantó una ceja como si nada—. Parecía afectado cuando la vimos en las grabaciones.

Sus palabras fueron como una buena bofetada. Paré y me puse enfrente suyo.

—Seth, ¿qué quieres?

Inclinó la cabeza hacia atrás. Una nube oscura se levantó sobre nuestras cabezas, proyectando una sombra gris sobre todo el recinto. Iba a llover.

—Quería ver cómo te iba. ¿Tan malo es?

Pensé en ello.

—Sí. No me conoces. ¿Por qué te iba a importar?

Miró hacia abajo, encontrándose con mi mirada.

—Vale. Realmente no me importa. Pero tú eres la razón por la que estoy atrapado en esta ratonera en medio del campo, cuidando de un capullo creído.

Abrí los ojos de par en par. El tono de su voz hizo sonar elegante la frase. Fue casi gracioso.

—Sabes, todo eso ya no me importa —me detuve cuando varios mestizos pasaron a nuestro lado. Nos miraron, me miraron. Hice lo que pude para ignorar sus miradas.

—Claro que no. Tu madre ha asesinado a la familia de una compañera de clase. Yo también tendría la cabeza en otro sitio.

—¡Dioses! —Solté—. Genial, en serio —me fui de allí.

Seth me siguió.

—No… no ha sido muy amable por mi parte. Ya me han dicho alguna vez que soy demasiado brusco. Debería trabajarlo.

—Sí, quizá deberías ir a hacerlo ahora mismo —lancé las palabras por encima de mi hombro.

Impasible, se puso a mi paso.

—Le pregunté a Lucian, ya sabes, le pregunté por qué estoy aquí.

Apreté los dientes y seguí andando. Las siniestras nubes continuaron creciendo. Parecía que se iba a abrir el cielo en cualquier momento.

—¿Sabes qué respondió? Me preguntó qué pensaba de ti.

Tenía curiosidad por escuchar su respuesta.

—Estaba ansioso por escuchar mi respuesta —un rayo cruzó el cielo, impactando en la costa. Una fracción de segundo después, un trueno silenció la conversación. Subí el ritmo de mis pasos cuando comencé a ver a las chicas de la residencia—. ¿No quieres saberlo?

—No.

Otro relámpago iluminó el cielo. Aquella vez dio en la tierra, en alguna parte en el pantanal. Estaba cerca, demasiado cerca.

—Mientes.

Me di la vuelta. Mi respuesta ingeniosa murió antes de tomar forma del todo. Unas marcas negras rompían el tono dorado de su piel visible. Iban cambiando de diseño, permanecían quietas unos segundos y luego se pasaban a otras formas. ¿Qué eran?

Dejé de mirar sus brazos, pero los tatuajes se extendieron por sus perfectas mejillas, bordeando sus ojos. Sentí la necesidad urgente de tocarlos.

—Vuelves a verlos, ¿verdad?

No tenía sentido mentir.

—Sí.

Ira y confusión ardieron en sus ojos. Un relámpago cruzó el cielo.

—Es imposible.

Un trueno sonó tan alto que me estremecí. Todo encajó.

—La tormenta… la estás haciendo tú.

—Sucede cuando me pongo de mal humor. Y ahora estoy bastante mosqueado —Seth dio un paso al frente, imponiéndose sobre mí—. No estaría así si supiese qué está pasando. Necesito saber por qué puedes ver las marcas del Apollyon.

Me obligué a mirarle a los ojos. Fue un error, un error enorme y estúpido.

La energía aumentó, salvaje e intensa. La sentí por mi piel, deslizándose por mi espalda.

De repente, mi mente se vació de todo excepto de la necesidad de encontrar la fuente de esa energía. Tenía que alejarme tan rápido como me fuera posible. En lugar de eso, como en una especie de aturdimiento, di un paso al frente. Tenía que ser por lo que él era. La energía que lo recorría tenía efecto de atracción, uno que atrapaba a puros, mestizos… e incluso a daimons.

Ahora sentía los efectos. Mi parte salvaje levantó la cabeza y me obligó a ir hacia delante. Hizo que necesitara tocarle, porque estaba bastante segura de que, lo que fuese que estaba ocurriendo, se mostraría en cuanto nos tocásemos.

Seth no se inmutó cuando levanté mi mirada hacia él. Me miró como si estuviese intentando resolver un puzzle y yo fuese una de las piezas. La pequeña sonrisa se desvaneció y sus labios se abrieron. Inhaló fuerte y levantó una mano para tocarme.

Me costó mucho, pero escapé. Seth no me siguió. En cuanto puse un pie en el interior la residencia, el cielo se abrió y otro flash de luz cegadora recorrió el oscuro cielo. En algún lugar, no muy lejos, volvió a caer.

Más tarde, por la noche, mientras estábamos en la sala de entretenimiento, me sinceré con Caleb. La lluvia los había traído a todos dentro, y no tendríamos garantizada nuestra privacidad durante mucho tiempo.

—¿Te acuerdas de lo que dijo la Abuela Piperi?

Levantó las cejas.

—La verdad es que no. Dijo muchas locuras. ¿Por qué?

Jugué con mi pelo, enrollándolo en el dedo.

—A veces creo que no está tan loca.

—Espera. ¿Qué? Eras tú quien dijo que estaba loca.

—Bueno, eso fue antes de que mi madre se pasase al lado oscuro y empezara a matar gente.

Caleb miró alrededor de la habitación.

—Álex.

Nadie nos escuchaba, aunque la gente nos miraba de vez en cuando y susurraban.

—Es cierto. ¿Lo que dijo Piperi? ¿«Matarás a los que amas»? Pensaba que era una locura, pero eso fue antes de saber que mamá era un daimon. Nos entrenamos para matar daimons. Parece bastante obvio, ¿no?

—Mira, Álex, no vas a encontrarte en esa situación.

—Tan solo está a unas cuatro horas de aquí. ¿Por qué crees que acabó en Carolina del Norte?

—No lo sé, pero los Centinelas la cogerán antes de que tú… —hizo una pausa al ver mi cara—. No tendrás que hacerlo tú. El año que viene estarás en el Covenant, Álex.

En otras palabras, un Centinela la habría matado antes de que me graduara, eliminando la posibilidad de que nuestros caminos se cruzasen. La verdad era que no sabía qué pensar.

—Álex, ¿estás bien? —Inclinó la cabeza, mirándome a fondo—. Quiero decir… ¿bien de verdad?

Le resté importancia a su preocupación.

—Aiden dijo que no estaban seguros de que mamá formara parte del ataque. Estaba en la cámara, pero…

—Álex —en su cara pude ver comprensión y tristeza—. Es un daimon, Álex. Sé que quieres pensar que no. Lo entiendo, pero no olvides en lo que se ha convertido.

—¡No lo he hecho! —Varios chicos cerca del billar nos miraron. Bajé la voz—. Mira, todo lo que digo es que podría haber una posibilidad, una pequeña posibilidad de que ella…

—¿De que ella qué? ¿De que no sea un daimon? —Me cogió del brazo, llevándome al lado de una de las máquinas recreativas—. Álex, estaba en el grupo de daimons que mataron a la familia de Lea.

Me solté el brazo.

—Caleb, ha venido a Carolina del Norte. ¿Por qué iba a venir si no me recordase, si no quisiese verme?

—Podría querer matarte, Álex. Eso para empezar. Ya está muerta.

—¡No lo sabes! Nadie lo sabe.

Levantó la barbilla.

—¿Y si lo hizo?

Mi enfado pasó a ser determinación.

—Entonces la encontraré y la mataré yo misma. Pero conozco a mi madre. Luchará contra lo que se ha convertido.

Caleb se pasó una mano por el pelo y se agarró el cuello por detrás.

—Álex, creo que… oh.

Puse cara de extrañada.

—¿Crees qué?

Su cara cambió a la expresión turbada que ponía siempre que veía a Seth. Al darme la vuelta confirmé mis sospechas. Seth estaba mirando desde la puerta, inmediatamente rodeado por sus admiradoras.

—Sabes, si sigues poniendo esa cara cuando está cerca, la gente va a empezar a hablar.

—Lo que tú digas.

Cambié de tema.

—Por cierto, ¿qué pasa entre Olivia y tú? ¿Has hablado con ella sobre Myrtle?

—No. No hay nada entre ella y yo —Caleb me miró con una expresión de curiosidad—. ¿Y qué pasa entre Seth y tú? Espera, déjame reformular la frase: ¿Qué te pasa a ti con Seth?

Puse los ojos en blanco.

—Solo es que… no me gusta. Y no cambies de tema.

Hizo una mueca.

—¿Cómo puede no gustarte? Es el Apollyon. Como mestizos estamos obligados a que nos guste. Es el único que puede controlar los elementos.

—Da igual.

—Álex. Mírale —intentó darme la vuelta, pero yo me quedé en el sitio—. Oh, espera. Está mirando hacia aquí.

Le hice retroceder más.

—No se dirige hacia aquí, ¿verdad?

Sonrió.

—Sí. No. Espera, Elena le ha cortado el paso.

—Oh, gracias a los dioses.

Caleb bajó las cejas.

—¿Pero qué te pasa?

—Es extraño y…

Se acercó más.

—¿Y qué? Vamos. Dímelo. Tienes que contármelo. Soy tu mejor amigo. Dime por qué le odias —entrecerró los ojos—. ¿Es porque estás irremediablemente atraída hacia él?

Reí.

—Dioses. No. Seguro que piensas que la razón real es incluso más disparatada.

—Prueba.

Así que le conté las sospechas que tenía Seth acerca de por qué le habían mandado aquí y sobre los tatuajes, pero omití la parte en la que quería tocarle. Me daba demasiada vergüenza como para decirlo en voz alta. Se le veía totalmente perplejo… y emocionado. Casi hasta dio un salto.

—¿Los tatuajes eran verdad? ¿Solo tú puedes verlos?

—Eso parece —suspiré, mirando por encima de mi hombro. Elena estaba asquerosamente cerca de Seth—. No tengo ni idea de qué significa, pero a Seth no parecía alegrarle. ¿La tormenta de antes? ¿La lluvia? Fue él.

—¿Qué? Había oído que algunos puros podían controlar el tiempo, pero nunca lo había visto —le echó un ojo—. Wow. Increíble.

—¿Podrías quitarte esa cara de alucinado durante dos segundos? Me estás poniendo nerviosa.

Me dio un golpecito en el brazo.

—Vale, tengo que concentrarme —se notaba que tenía que esforzarse para no mirar a Seth. No era que Caleb se sintiese atraído por él. Simplemente Seth estaba lleno hasta arriba de éter. No podíamos evitarlo.

—¿Por qué iba a tener algo que ver contigo la orden de Lucian?

—Buena pregunta —de repente me vino—. Igual Lucian teme que yo sea un riesgo. Ya sabes, por mi madre. Igual se ha traído a Seth por si hacía alguna locura.

—¿Hacías qué? ¿Dejarla entrar? ¿Hacerle una fiesta de bienvenida a tu madre? —lo dijo con voz de incredulidad—. Tú no harías eso y creo que ni siquiera Lucian lo cree.

Asentí, pero mi nueva idea comenzaba a ganar peso. Eso explicaría por qué Lucian no quería que volviese al Covenant. En su casa, estaría continuamente vigilada, pero aquí podía vagar con libertad. Solo había un punto débil en aquella idea: ¿Realmente pensaba Lucian que podría hacer algo tan horrible?

—Seguramente no sea nada —Caleb se mordió el labio—. Quiero decir, ¿qué podría ser? No debe significar nada.

—Tiene que significar algo. Tengo que averiguarlo.

Caleb se quedó mirándome.

—¿Crees que… te estás concentrando en esto por… por todo lo ocurrido?

Bueno, claro que sí, pero esa no era la cuestión.

—No.

—Quizá el estrés te está haciendo ver más de lo que hay.

—No estoy viendo más de lo que hay —solté. No parecía estar de acuerdo. Cabreada con él y la conversación, di un vistazo a la sala de entretenimiento. Elena seguía teniendo a Seth acorralado, pero eso no fue lo que llamó mi atención. Jackson estaba en la sala.

Estaba apoyado contra una de las mesas de billar al lado de Cody y otro mestizo. Su piel siempre morena parecía extrañamente pálida y tenía aspecto de no haber dormido mucho últimamente. No podía culparlo. Aunque no sabía cuál era el estado actual de su relación con Lea, debía estar preocupado por ella, triste por lo que le había pasado a sus padres.

Mi mirada pasó a Cody. Por un segundo nuestros ojos se encontraron. No esperaba una sonrisa ni nada, pero podía haberme atravesado con su mirada gélida y asqueada. Confundida, vi cómo se inclinaba y le decía algo a Jackson.

Respiré temblorosa.

—Creo que están hablando de mí.

—¿Quiénes? —Caleb se dio la vuelta—. Oh. ¿Jackson y Cody? Te estás volviendo paranoica.

—¿Crees que… lo saben?

—¿Lo de tu madre? —Movió la cabeza—. Saben que es un daimon, pero no creo que sepan que estuvo en Lake Lure.

—Aiden dijo que la gente se enteraría —mi voz se tensó.

Caleb pareció crecer cuando se percató de mi miedo.

—Nadie va a culparte. Nadie lo usará contra ti. No pueden, porque no tiene nada que ver contigo.

Asentí, deseando creerle.

—Claro. Supongo que tienes razón.

Durante la semana siguiente, los susurros fueron creciendo. La gente se me quedaba mirando. La gente hablaba. Al principio, nadie tenía narices de decirme nada directamente, pero los puros… bueno, sabían que no podía tocarlos.

Mientras volvía a la sala de entrenamiento después de comer, me crucé con Cody en el patio. Mantuve la cabeza agachada y pasé a su lado a toda prisa, pero aun así escuché sus palabras.

—No deberías estar aquí.

Levanté la cabeza, pero él ya estaba a medio camino. Me dirigí de nuevo al entrenamiento, con sus palabras repitiéndose una y otra vez. Cuando el entrenamiento llegó a su fin, lo solté.

—¿Crees que hay alguna posibilidad… de que mi madre no haya atacado a esa gente?

Dejó caer la colchoneta y me miró.

—Si no lo hizo, cambiaría todo lo que sabemos sobre los daimons ¿no?

Asentí, solemne. Los daimons necesitaban drenar éter para sobrevivir. Mamá no sería una excepción.

—Pero pueden… drenar sin matar, ¿verdad?

—Pueden, pero los daimons no suelen ver la razón para no matar. Incluso convertir a un puro requiere de una cantidad de autocontrol que la mayoría de los daimons no tienen.

No habían convertido a ninguno de los puros de Lake Lure. Los daimons atacantes no habían mostrado autocontrol.

—¿Álex?

Miré hacia arriba, no me sorprendió ver que estaba justo delante de mí. En su cara se leía la preocupación. Forcé una sonrisa.

—Una parte de mí espera que siga estando de alguna forma. Que no sea todo maldad, que aún sea mamá.

—Ya lo sé —su voz era suave.

—Es un poco patético, porque sé; en verdad sé que es mala y tienen que detenerla.

Aiden dio un paso al frente, sus ojos eran cálidos y brillantes. Quería olvidarme de todo y perderme en ellos. Con cuidado alzó la mano hacia mí y con sus dedos echó hacia atrás el mechón de pelo que siempre acababa en mi cara. Me estremecí sin poder evitarlo.

—No es malo tener esperanza, Álex.

—¿Pero?

—Pero tienes que saber cuándo dejar la esperanza a un lado —pasó las yemas de sus dedos por mi mejilla. Dejó caer las manos y dio un paso atrás, rompiendo la conexión—. ¿Recuerdas por qué dijiste que tenías que estar en el Covenant?

La pregunta me pilló por sorpresa.

—Sí… tenía que luchar contra los daimons. Tengo que hacerlo.

Aiden asintió.

—¿Y todavía lo necesitas? ¿Incluso después de saber que tu madre es una de ellos?

Pensé en ello un momento.

—Sí. Siguen ahí fuera, matando. Hay que detenerlos. Lo necesito aunque mamá sea una de ellos.

Una pequeña sonrisa apareció en sus labios.

—Entonces aún hay esperanza.

—¿Esperanza para qué?

Me rozó al pasar a mi lado, acercándose lo suficiente como para darme una mirada de complicidad.

—Esperanza para ti.

Lo vi marcharse, confundido por sus palabras. ¿Esperanza para mí? ¿Esperanza en que los chicos olvidasen que mi madre era una daimon y que posiblemente hubiese matado a la familia de una compañera de clase?

Aquella noche, más tarde, sentí las miradas en la sala común. De vez en cuando me llegaba alguna palabra. Algunos de ellos —puros y mestizos— no creían que se pudiese confiar en mí. No si mamá estaba tan cerca y era tan letal. Era estúpido. Pero fue a peor. Ahora le gente se preguntaba por qué nos fuimos hace tres años, y por qué nunca había vuelto al Covenant en todo ese tiempo. Los rumores empezaban a circular. ¿Mi favorito? Que mamá se había convertido en un daimon mucho antes de aquella horrible noche en Miami. Y había gente que se lo creía.

Pasaron los días y solo me hablaban unos pocos mestizos. Ningún puro. Seth tampoco ayudaba y, mierda, era imposible mantenerse alejada de él. Estaba en todas partes; en el patio después del entrenamiento, cenando con Caleb y Luke… Incluso se pasaba de vez en cuando por el entrenamiento, siempre observaba en silencio. Era molesto y me daba cosilla.

Cada vez que Seth pasaba, la cara de Aiden tenía una expresión extraña. Me dije a mí misma que era una mezcla de disgusto y protección. A pesar de ello, había pasado todo el entrenamiento sin que Seth apareciese, así que no pude continuar examinando la expresión. Qué pena. Vi cómo Aiden cogía uno de los maniquíes con los que habíamos estado practicando y lo arrastraba hasta la pared. La cosa pesaba una tonelada, pero él la movía como si no pesara nada.

—¿Necesitas ayuda? —me ofrecí de todas formas.

Negó con la cabeza y lo puso contra la pared.

—Ven aquí.

—¿Qué pasa?

—¿Ves esto? —señaló el pecho del maniquí. Había varias hendiduras en el material carnoso. Cuando asentí, pasó las yemas de sus dedos sobre ellas—. Estas son de tus puñetazos de hoy —en su voz había orgullo, y me hacía sentir mejor que cualquier mirada que le pudiese echar a Seth—. Así de fuerte te has vuelto. Increíble.

Sonreí.

—Wow. Tengo los dedos de la muerte.

Rio suavemente.

—Y esto es de tus patadas —pasó sus manos por la cadera del maniquí. Parte del material se había venido abajo. Y parte de mí tenía envidia del maniquí. Quería que sus dedos me tocasen así—. Hay estudiantes de tu edad que pasan años entrenando y no pueden infligir esta clase de daños.

—Soy una maestra kung fu. ¿Entonces, qué me dices? ¿Estoy lista para usar los juguetes de los mayores?

Aiden miró a la pared, la que tenía tantas ganas de tocar.

—Puede ser.

La idea de entrenar con cuchillos me hizo desear hacer un bailecito de felicidad, pero también me recordó para qué se usaban los cuchillos.

—¿Puedo hacerte una pregunta personal?

Solo parecía un poquito cansado.

—Sí.

—Si… si hubiesen convertido a tus padres, ¿qué habrías hecho?

Aiden hizo una pausa antes de responder.

—Hubiese salido a cazarlos. Álex, ellos no querrían ese tipo de vida, perder toda moral e ideales; matar. No lo hubiesen deseado.

Tragué, con los ojos fijos en la pared.

—Pero ellos… eran tus padres.

Eran mis padres, pero ya no lo serían desde el momento en que se convirtiesen —Aiden se puso a mi lado, y sentí sus ojos sobre mí—. En algún momento tenemos que olvidar esa relación. Si no es tu… madre, puede ser cualquier otra persona que conozcas, o ames. Si ese día llega, tendrás que afrontar que no son la misma persona que eran.

Asentí ausente. Técnicamente, Aiden tenía razón, pero al fin y al cabo, sus padres no fueron convertidos. Los habían matado, así que realmente nunca había pasado por algo así.

En ese momento me apartó de la pared.

—Eres más fuerte de lo que crees, Álex. Ser un Centinela es una forma de vida, no solo la mejor opción, como lo es para algunos de los demás.

De nuevo, sus palabras me trajeron una oleada de calor.

—¿Cómo sabes que soy tan fuerte? Por lo que sabes, podría estar meciéndome sin parar en mi habitación.

Me miró con una cara extraña, pero negó con la cabeza.

—No. Estás siempre… tan viva, incluso cuando estás pasando por algo que podría oscurecer el alma de cualquiera —paró ahí, dándose cuenta de lo que acababa de decir. Se ruborizó—. Da igual, eres increíblemente decidida. Hasta tienes un punto de tozudez. No pararás hasta que lo consigas. Álex, sabes qué está bien y qué no. Me preocupa que seas demasiado fuerte.

Mi corazón se hinchó. Se… se preocupaba por mí, y hubo duda antes de responder a la pregunta sobre sus padres. De alguna forma me hizo sentir mejor en mi propio conflicto emocional, y me hizo un buen razonamiento. No importaba a quién me enfrentase allí fuera, si eran daimons, mi deber era matarlos. Era por lo que me estaba entrenando. De alguna forma, me entrenaba para matarla.

Respiré profundamente.

—Sabes… odio cuando tienes razón.

Rio cuando le hice una mueca.

—Pero tú tenías razón, aunque no te dabas cuenta.

—¿Eh?

—Cuándo dijiste que no sabía cómo divertirme, el día del Solsticio. Tenías razón. Después de que matasen a mis padres, tuve que crecer muy rápido. Leon dice que mi personalidad se quedó en alguna parte —hizo una pausa, riendo suavemente—. Supongo que él también tenía razón.

—¿Qué iba a saber Leon? Es como hablarle a una estatua de Apolo. De todas formas eres divertido, cuando quieres. Y simpático, e inteligente, muy inteligente. Tienes la mejor personalidad que he…

—Vale —levantó las manos mientras reía—. Lo pillo, y sé divertirme. Entrenarte es divertido, no es para nada aburrido.

Murmuré algo incoherente porque mi pecho estaba palpitando otra vez. El entrenamiento había acabado y, aunque quería quedarme con él, no había más razones para no irme. Me encaminé hacia las puertas.

—¿Álex?

Mi estómago se tensó.

—¿Sí?

Se quedó a unos pocos metros de mí.

—Creo que sería buena idea… que no volvieses a llevar puesto eso para entrenar.

Oh. Me había olvidado de cómo vestía. Eran un par de shorts bastante cuestionables que Caleb me había comprado. Ni siquiera pensé que fuera a darse cuenta. Mirándolo ahora, supe que se había fijado. Puse una mirada totalmente inocente.

—¿Te distraen estos shorts?

Aiden puso una de sus extrañas sonrisas. Cada célula de mi cuerpo sintió calor. Hasta olvidé que me estaba entrenando para algo horrible. Su sonrisa tenía ese impacto.

—No son los shorts lo que me distraen —me rozó al pasar junto a mí, parándose en la puerta—. En el próximo entrenamiento, si tenemos tiempo, a lo mejor te dejo entrenar con las dagas.

Mis provocativos shorts y todo lo demás quedaron en el olvido en ese mismo instante.

—No puede ser. ¿En serio?

Intentó parecer serio, pero tenía una sonrisa un tanto traviesa.

—No creo que pueda hacerte daño, pero solo un ratito. Creo que ayudará a que tengas nociones sobre cómo manejarlas.

Volví a mirar hacia la pared de las armas. Ni siquiera se me permitía tocarlas, y ahora me iba a dejar entrenar con ellas. Era como acabar la guardería. Vaya, era como estar en Nochebuena.

Sin pensarlo, acorté la distancia entre nosotros y le abracé. Aiden se tensó inmediatamente, obviamente lo pillé por sorpresa. Era un simple abrazo, pero la tensión subió varios grados. De repente, me pregunté cómo sería apoyar la cabeza contra su pecho, como hice cuando volvió de Lake Lure. O cómo sería si me envolviese con sus brazos, pero no para consolarme. O si le besase de nuevo, como hice aquella noche… ¿me devolvería el beso?

—Eres demasiado guapa como para ir vestida así —me movió el pelo con su respiración—. Y te emociona demasiado trabajar con los cuchillos.

Me puse roja, dando un paso atrás. ¿Qué? ¿Aiden pensaba que era guapa? Necesité un rato para dejarlo de lado.

—Estoy sedienta de sangre. ¿Qué quieres que te diga?

Aiden bajó la mirada, y yo decidí que tenía que ir a la tienda a buscar tantos pantalones minúsculos como pudiese.