El entrenamiento del día siguiente fue épicamente extraño. Aiden se pasó todo el tiempo haciendo como que no le había agredido física y sexualmente, lo que creó en mí una serie de emociones conflictivas. Una parte de mí se alegraba de que no sacase el tema. Y la otra parte… bueno, la otra parte estaba rabiosa. Aunque no tenía sentido, quería que admitiese lo que pasó entre nosotros.
Acabé llevando mi enfado al entrenamiento. Peleé mejor y bloqueé más que nunca. Aiden alabó mi técnica de una forma realmente profesional, lo que me irritó bastante. Cuando al final del entrenamiento enrollamos las colchonetas, sentí unas repentinas ganas de provocar.
—Me encontré con Seth… anoche —probablemente le di más peso a la palabra «anoche» que al resto de lo que dije. Aiden se puso tenso, pero no respondió—. Quiere saber por qué Lucian le ordenó ir al Consejo.
Aiden se enderezó, pasándose las manos por las piernas.
—No debería cuestionar sus órdenes.
Levanté una ceja.
—Cree que tiene algo que ver conmigo.
Entonces me miró, con una expresión totalmente vacía.
—¿Es así?
Sin respuesta.
—¿Tiene algo que ver con lo que le pasó a mi madre?
Cerré los puños ante su continuo silencio.
—Anoche dijiste que tenía derecho a saber qué le pasó a mi madre. Así que creo que ahora tengo derecho a saber qué narices está pasando. ¿O volverás a mentirme?
Eso sí que tuvo respuesta.
—Nunca te he mentido, Álex. Omití la verdad.
Puse los ojos en blanco.
—Claro, porque eso no es mentir.
Vi cómo la irritación se reflejaba en su cara.
—¿Crees que me gustaba saber lo que le pasó a tu madre? ¿Que disfruté viendo cómo te dolió cuando lo descubriste?
—Esa no es la cuestión.
—La cuestión es que estoy aquí para entrenarte. Para prepararte y que puedas empezar las clases.
—Y nada más, ¿no? —El dolor alimentó mi cabreo—. ¿Ni la cortesía de contarme qué está pasando, cuando es tan obvio que sabes lo que ocurre?
La incertidumbre oscureció su expresión. Movió la cabeza y se pasó una mano por el pelo. Las ondas oscuras volvieron sobre su frente como siempre.
—No sé por qué el Patriarca ordenó a Seth que fuera al Consejo. Solo soy un Centinela, Álex. No sé cómo funciona el Consejo por dentro, pero… —respiró profundamente—. No confío plenamente en tu padrastro. Lo que hizo en el despacho de Marcus fue… algo fuera de lo normal.
De todo lo que esperaba que dijese, me sorprendió que dijera eso. Logró difuminar un poco —pero no todo— mi enfado.
—¿Qué crees que está haciendo?
—Eso es todo lo que sé, Álex. Yo que tú… tendría cuidado con Seth. Los Apollyon a veces pueden ser inestables, peligrosos. Se sabe que pierden los estribos, y si está enfadado por su reubicación…
Asentí, pero realmente no me preocupaba. Aiden se fue sin decir mucho más. Decepcionada, salí de la sala de entrenamientos y me encontré fuera con Caleb.
Los dos nos quedamos mirando.
—Supongo que ya lo sabes… —intenté sonar despreocupada.
Caleb asintió, con dolor en sus ojos azul cielo.
—Álex, lo siento. No está bien, no es justo.
—No lo es —susurré.
Sabiendo cómo soy con estas cosas, lo dejó estar después de eso. No volvimos a sacar el tema y, durante el resto de la noche, fue como si las cosas fuesen normales. Mamá no era un daimon, y no iba por allí fuera drenando puros. Era más fácil seguir adelante fingiendo que todo era normal. Funcionó un tiempo.
Algunos días después vi cumplido mi deseo de tener un nuevo entrenador. Bueno… casi. Cuando abrí las puertas dobles de la sala de entrenamiento, Aiden no estaba solo. Kain estaba a su lado, y se le notaba que recordaba claramente nuestro último entrenamiento.
Caminé despacio mientras mis ojos iban de uno a otro.
—¿Hey…?
La cara de Aiden era ilegible, su expresión habitual desde que lo besé.
—Kain nos ayudará a entrenar tres días a la semana.
—Oh —estaba emocionada por aprender lo que Kain me pudiese enseñar y decepcionada por el hecho de que alguien invadiese mi tiempo con Aiden.
Realmente tenía mucho que aprender de Kain. No era tan rápido como Aiden, pero ya había logrado anticipar los movimientos que usaba Aiden. Con Kain todo era nuevo. Al final del entrenamiento me sentí un poco mejor por el cambio, pero seguía teniendo la insistente sensación de que la reaparición de Kain tenía algo que ver con el beso.
Kain no era el único que reapareció. Durante la semana siguiente, Seth merodeó por el campus, apareciendo por la sala de juegos, la cafetería y la sala de entrenamiento. Evitarlo —que era mi plan— fue imposible. Intentar aguantar a Kain con Aiden mirando era suficientemente malo, pero que también estuviese el Apollyon, era un asco.
Por suerte, hoy era el día libre de Kain. Estaba acompañando a un grupo de puros en una excursión de fin de semana. Me sentí mal por él. El día anterior, se pasó la mayor parte del entrenamiento quejándose. Era un cazador, no un niñero. Yo también estaría cabreada si me encargasen esa tarea.
En los entrenamientos, por fin habíamos superado las técnicas de bloqueo y ya estábamos trabajando en diferentes tipos de placajes. A pesar de que lo estampara de cara contra el suelo varias veces, Aiden era superpaciente conmigo. A pesar de mentirme sobre mi madre, había sido un santo.
—Has estado muy bien durante la semana —dijo con una sonrisa insegura según salíamos.
Negué con la cabeza.
—Ayer Kain me dio un palizón.
Aiden abrió la puerta y la sujetó. Normalmente dejaba las puertas abiertas del todo, pero últimamente las cerraba.
—Kain tiene en su favor la experiencia, pero aun así te defendías bien.
Mis labios se curvaron hacia arriba. Por triste que fuera, vivía por esos momentos en que halagaba mi mejoría.
—Gracias.
Asintió.
—¿Crees que te está ayudando trabajar con Kain?
Nos paramos en las puertas de fuera. Estaba un tanto sorprendida de que me preguntase mi opinión.
—Sí… tiene diferentes tácticas. Creo que me ayuda que puedas ver qué es lo que estoy haciendo mal y corregirme.
—Bien. Es lo que esperaba.
—¿En serio? —Solté—. Pensaba que era porque… da igual.
Aiden entrecerró los ojos.
—Sí. ¿Por qué si no iba a querer que ayudase Kain?
Avergonzada por haber dicho eso sin darme cuenta, me di la vuelta.
—Eh… olvida lo que he dicho.
—Álex —dijo mi nombre de una forma suave y con una paciencia infinita. En contra de mis deseos, me di la vuelta hacia él—. Traer a Kain no ha tenido nada que ver con aquella noche.
Quería correr y esconderme. También quería buscarme un bozal.
—¿Ah, no?
—No.
—Lo de aquella noche… —respiré profundamente—. Siento haberte pegado y… lo otro.
Sus ojos se volvieron más grandes, volviéndose más plateados que grises.
—Acepto tus disculpas por pegarme.
Hasta ese momento no me di cuenta, pero estábamos tan cerca que nuestros zapatos se tocaban. No sabía si se había movido él o si había sido yo.
—¿Y sobre lo otro?
Entonces Aiden sonrió, mostrando esos profundos hoyuelos. Su brazo rozó el mío al ir a abrir la puerta.
—No tienes que disculparte por lo otro.
Me tambaleé hacia la brillante luz del sol.
—¿Ah, no?
Negó sin dejar de sonreír y entonces, simplemente, se fue. Confundida y un poco obsesionada por lo que aquello pudiese significar, me fui con mis amigos a cenar y me encontré con que nuestra nueva adquisición estaba otra vez en la mesa. Mi sonrisa se desvaneció cuando vi lo fascinado que estaba Caleb, la cara que se le ponía cada vez que hablaba con Seth.
Ni siquiera me miraron cuando me senté en la mesa con ellos. Todo el mundo parecía ensimismado con lo que fuera que Seth estuviese contando. Yo parecía ser la única a la que no le impresionaba.
—¿A cuántos has matado? —Caleb se inclinó hacia delante.
¿No habían tenido ya aquella conversación? Oh, sí. Ayer. Solté un suspiro de aburrimiento.
Seth se reclinó en la silla de plástico, con una pierna apoyada en el borde de la mesa.
—Más de veinte.
—Wow —Elena suspiró, con pura admiración brillando en sus ojos.
Puse los ojos en blanco y di un mordisco a la seca carne asada que teníamos para comer.
—¿No sabes el número exacto? —Caleb levantó las cejas—. Yo llevaría un registro con fecha y hora.
Lo encontré un tanto siniestro, pero Seth sonrió.
—Veinticinco. Habrían sido veintiséis, pero el último bastardo se me escapó.
—¿Se le escapó al Apollyon? —Di un trago de agua—. Qué embarazoso.
Caleb abrió los ojos como platos y, sinceramente, no sé qué me hizo decir eso, quizá esa pequeña advertencia que me dio la última vez que hablamos en privado. Seth pareció tomárselo con calma. Me señaló con su botella de agua.
—¿Cuántos has matado tú?
—Dos —me metí un trozo de carne a la boca.
—No está mal para una chica sin entrenamiento.
Sonreí alegremente.
—Nop.
Caleb me lanzó una mirada de advertencia antes de volverse hacia Seth.
—Y… ¿qué se siente al usar los elementos?
—Es increíble —Seth me puso los ojos encima—. A mí nunca me han marcado.
Me puse tensa, con la mano a medio camino de mi boca. Au.
—¿Qué se siente, Álex?
Me obligué a masticar la comida lentamente.
—Oh… sienta maravillosamente bien.
Se movió, inclinándose tanto que podía sentir su respiración en mi cuello. Mi cuerpo entero se bloqueó.
—Qué cicatriz tan fea tienes ahí.
El tenedor se me cayó de los dedos, salpicando puré de patatas por toda la mesa. Saqué mi mirada más fría y me encontré la suya.
—Invades mi espacio personal, tío.
Una sonrisa juguetona asomó en sus labios.
—¿Y? ¿Qué piensas hacer? ¿Tirarme tu puré? Me muero de miedo.
Pegarte un puñetazo en la cara. Eso fue lo que quería decirle y hacerle, pero ni siquiera yo era tan estúpida. En vez de eso, le devolví la sonrisa.
—¿Por qué estás aquí? ¿No se supone que deberías estar haciendo cosas importantes, como cuidar de Lucian?
Caleb y el resto de los chicos no pillaron mi indirecta, pero él sí. La sonrisa desapareció de su cara y se levantó. Volviéndose hacia ellos, saludó con la cabeza.
—Ha sido agradable hablar con vosotros —en su camino rozó a Olivia. La pobre estaba alucinando.
—Oh, dioses, Álex. Es el Apollyon —siseó Elena.
Limpié el desastre del puré.
—Sí. ¿Y?
Dejó caer una servilleta sobre el montón de puré.
—Eh… podrías tratarle con un poco más de respeto.
—Le he tratado con respeto. Simplemente no le lamía el culo —levanté las cejas al mirarla.
—No estábamos besándole el culo —frunció el ceño mientras recogía más puré.
Torcí los labios.
—No es lo que me ha parecido.
—Da igual —Caleb soltó aire con un silbido—. Quiero decir… Wow. Ha matado veinticinco daimons. Puede controlar los cuatro elementos además del quinto; el quinto, Álex. Sí, le besaré el culo todo el día.
Reprimí un gruñido.
—Deberías montar un club de fans. Elena puede ser tu vicepresidenta.
Puso una sonrisita.
—Pues a lo mejor lo hago.
Por suerte, dejamos de hablar de Seth en cuanto Olivia se sentó en nuestra mesa. A Caleb se le notaba feliz de verla, y mi mirada iba del uno al otro.
—¿Os habéis enterado, chicos? —Los ojos color café de Olivia se abrieron de par en par.
Me daba un poco de miedo preguntar.
—¿De qué?
Me echó una mirada nerviosa.
—Hubo un ataque daimon en Lake Lure anoche. El Consejo se acaba de enterar. No han podido comunicarse con el grupo de puros y sus Guardias.
La información barrió todo lo demás de mi mente. Ya no pensaba en mi mal comportamiento hacia Seth o lo que intentó decirme Aiden antes. Ni siquiera pensaba en mamá.
Elena soltó un gritito.
—¿Qué? Lake Lure está solo a cuatro horas de aquí.
Lake Lure era una pequeña comunidad donde los puros iban a desconectar. Al igual que el sitio en Gatlinburg al que mi madre solía llevarme, tenía que estar bien vigilado. A salvo. Al menos eso era lo que nos decían.
—¿Cómo es posible? —Odié el sonido chillón en el que me salió la voz.
Olivia se encogió de hombros.
—No lo sé, pero este fin de semana varios Guardias del Consejo iban con el grupo, llevaban al menos a dos Centinelas entrenados.
Se me secó la boca. No. No podía ser el mismo grupo, el grupo del que Kain se quejaba.
—¿Alguien que conozcamos? —Caleb se inclinó.
Ella miró alrededor, bajando la voz.
—Mi madre no ha podido decirme mucho más. Se iba a investigar… la escena, pero dijo que seguramente los Centinelas eran Kain o Herc. No sé qué les ha pasado a ellos, pero…
Los daimons no dejaban a los mestizos con vida.
El silencio cayó sobre la mesa según procesábamos las noticias. Intenté tragar a través de la repentina sequedad de mi garganta. Justo el día anterior Kain estuvo dándome una paliza y bromeando conmigo. Era bueno y rápido, pero si estaba desaparecido, significaba que lo habían cogido como aperitivo para después. Kain era un mestizo, así que no podían convertirlo en un daimon.
No. Moví la cabeza. Se ha escapado. Aún no le han encontrado. Caleb apartó el plato. Ahora deseaba no haber comido tanto. Las noticias hacían estragos con la comida de mi estómago, pero todos fingíamos no estar tan afectados. Estábamos entrenándonos. En un año tendríamos que lidiar con todo aquello en persona.
—¿Y los puros? ¿Quiénes eran? —La voz de Elena tembló.
La expresión de su cara me llenó de inquietud. De repente comprendí que no habíamos perdido solo a Kain.
—Había dos familias —Olivia tragó con dificultad—. Liza y Zeke Dikti, y su hija Letha. La otra familia eran… el padre y la madrastra de Lea.
Silencio.
Ninguno de nosotros se movió. Creo que ni siquiera respiramos. Dioses, odiaba a Lea. La odiaba de verdad, pero sabía cómo sentaba esto. O al menos, antes. Al final, Caleb encontró la capacidad de hablar.
—¿Estaban Lea o su hermanastra con ellos?
Olivia negó.
—Dawn se quedó en casa y Lea está aquí, estaba aquí. Por el camino he visto a Dawn. Venía a recogerla.
—Es horrible —Elena empalideció—. ¿Cuántos años tiene Dawn?
—Tiene unos veintidós —Caleb se mordió el labio.
—Es bastante mayor como para ocupar el puesto de sus padres, pero quién… —Olivia paró.
Todos sabíamos qué estaba pensando. ¿Quién iba a querer un asiento en el Consejo de aquella manera?
De vuelta a mi residencia, encontré dos cartas pegadas en mi puerta. Una era un trozo de papel doblado y la otra un sobre. El papel tenía un mensaje garabateado de Aiden cancelando el entrenamiento del día siguiente por los inesperados sucesos. Obviamente, le habían llamado para investigar el ataque.
Doblé la nota y la dejé en la mesa. El sobre era otra cosa totalmente diferente; era de mi padrastro bipolar. No leí la tarjeta. Sin embargo había unos cuantos billetes de cien dólares doblados dentro. Me los quedé. La tarjeta fue a parar a la papelera.
Me costó dormirme después de pasarme el resto de la noche pensando en lo ocurrido en Lake Lure, y me levanté demasiado pronto, llena de inquietud.
Para la hora de comer, descubrí que también Seth había hecho el viaje de cuatro horas con Aiden. Según pasaba el día fue llegando más información al Covenant. Olivia tenía razón. Todos los puros de Lake Lure fueron masacrados. Y lo mismo ocurrió con sus sirvientes mestizos. Buscaron por el lago y los alrededores, pero del equipo de seguridad solo encontraron a cuatro. Les habían drenado todo su éter. Los otros dos, Kain incluido, no habían sido encontrados.
Olivia, que se había convertido en nuestra principal fuente de información, nos contó todo lo que sabía.
—Algunos de los muertos tenían múltiples marcas. Pero los mestizos que encontraron… estaban llenos de marcas de daimon.
Leí la misma pregunta escalofriante en las caras pálidas alrededor de la mesa: ¿Por qué? De nacimiento, los mestizos tenían menos éter en ellos. ¿Por qué drenarían los daimons repetidamente a un mestizo si tenían puros llenos de éter?
—¿Sabes cómo sobrepasaron a los Guardias?
Negó con la cabeza.
—Aún no, pero había cámaras de seguridad alrededor de las cabañas, así que esperan que las grabaciones revelen algo.
Según iba pasando el día algunos mestizos intentaron volver un poco a la normalidad, y ninguno de nosotros quería estar solo. Pero en los billares faltaban las risas habituales y las videoconsolas estaban frente a las televisiones, sin tocar.
La atmósfera sombría comenzó a llegarme. Me retiré a mi habitación después de cenar. Unas horas después, escuché cómo llamaban suavemente a mi puerta. Me levanté esperando ver a Caleb o a Olivia.
Aiden estaba allí de pie, y mi corazón dio un extraño vuelco que empezaba a odiar.
Le hice una pregunta estúpida.
—¿Estás bien? —Claro que no. Mentalmente me di una patada mientras él entraba y cerraba la puerta.
—¿Te has enterado?
No había razón para mentir.
—Sí, me enteré anoche —me senté al borde del sofá.
—Acabo de volver. Las noticias circulan rápido —nunca le había visto tan cansado y afectado. Parecía que se había pasado las manos por el pelo muchas veces, y ahora lo tenía en dirección a cualquier sitio. La necesidad de reconfortarle casi me sobrepasó, pero no había nada que pudiese hacer. Señaló hacia el sofá.
—¿Puedo?
Asentí.
—Es… muy malo, ¿verdad?
Se sentó, con las manos sobre las rodillas.
—Es bastante malo.
—¿Cómo lograron llegar a ellos?
Aiden miró hacia arriba.
—Cogieron fuera a uno de los puros. Una vez que los daimons entraron, el ataque sorprendió a los Guardias. Había tres daimons… y los Centinelas… lucharon duro.
Tragué saliva. Tres daimons. En la noche que pasé en Georgia me sorprendió cuántos iban juntos. Aiden debía estar pensando algo parecido.
—Los daimons están empezando a trabajar en grupo. Están mostrando un nivel de moderación en sus ataques y una organización que nunca antes habían tenido. Dos mestizos andan desaparecidos.
—¿Qué crees que significa?
Movió la cabeza.
—No estamos seguros, pero lo descubriremos.
No dudaba de que lo haría.
—Siento… que tengas que cargar con todo esto.
Se puso tenso. No se movió.
—Álex… hay algo que tengo que decirte.
—Vale —quise creer que su tono de voz se debía a todas aquellas cosas tan duras con las que se había encontrado durante el día.
—Había cámaras de vigilancia. Nos han dado buena idea sobre lo que ocurrió fuera de la casa, pero no dentro —respiró profundamente y levantó la cabeza. Nuestros ojos se encontraron—. He venido aquí primero.
Mi pecho se tensó.
—Esto… será malo, ¿verdad?
Aiden no se anduvo con rodeos.
—Sí.
Cogí aire.
—¿Qué… qué pasa?
Giró todo su cuerpo hacia mí.
—Quería asegurarme de que lo supieses antes que nadie. No podemos evitar que la gente lo sepa. Había mucha gente allí.
—¿Vale?
—Álex, no hay una forma fácil de decirte esto. Vimos a tu madre en las cámaras de vigilancia. Era uno de los daimons que les atacaron.
Me levanté y justo después me volví a sentar. Mi cerebro se negaba a procesar esto. Moví la cabeza mientras mis pensamientos no dejaban de repetir lo mismo: No. No. No. Ella no, cualquiera menos ella.
—¿Álex?
Sentí como si no pudiese respirar. Esto era peor que ver el vacío en sus ojos mientras estaba tendida en el suelo, peor que escuchar que la habían convertido. Esto… esto era mucho peor.
—Álex, lo siento mucho.
Me costó tragar.
—¿Ella… mató a alguien?
—No hay forma de saberlo, a no ser que encontremos a alguno de los mestizos vivos, pero supongo que sí. Es lo que hacen los daimons.
Pestañeé lágrimas calientes. No llores. No lo hagas.
—¿Has… has visto a Lea? ¿Está bien?
Vi cómo Aiden se asombraba.
La risa que solté sonaba temblorosa y rota.
—Lea y yo no éramos amigas, pero yo no…
—No querrías que ella pasase por esto. Ya lo sé —me cogió la mano con la suya. Sentí sus dedos sorprendentemente calientes y fuertes—. Álex, aún hay más.
Casi vuelvo a reír.
—¿Cómo puede haber más?
Su mano se tensó sobre la mía.
—No puede ser una coincidencia que esté tan cerca del Covenant. Sin duda se acuerda de ti.
—Oh —me quedé quieta, sin poder ir más allá. Me aparté de Aiden, mirándonos las manos. El silencio se apoderó de nosotros y, entonces, él se inclinó y me envolvió los hombros con su otro brazo. Cada músculo de mi cuerpo se tensó. Incluso en un momento así, podía ver lo horrible de la situación. Aiden no debía ofrecerme ningún tipo de consuelo. Seguramente no tendría que haber venido a contármelo. Los mestizos y los puros no se consolaban mutuamente.
Pero con Aiden nunca me había sentido como una mestiza y nunca pensé en él como un pura sangre.
Aiden murmuró algo que no pude entender. Sonaba a griego antiguo, el lenguaje de los dioses. No sé por qué, pero el sonido de su voz atravesó las barreras que intentaba construir en mí y que no dejaban de caer. Me hundí hacia delante, con mi cabeza sobre su hombro. Me froté los ojos para aliviar el fuerte picor. Respiré con bocanadas cortas y temblorosas. No sabría decir cuánto rato estuvimos así, con su mejilla sobre mi cabeza y nuestros dedos entrelazados.
—Muestras una fuerza increíble —murmuró, moviendo el pelo alrededor de mi oreja.
Me obligué a tener los ojos abiertos.
—Oh… estoy reservándolo todo para los años de terapia que me tocarán después.
—No te das cuenta de cuánto vales. ¿Todo por lo que has pasado? Eres muy fuerte —me echó hacia atrás, rozándome la mejilla con su mano tan rápido que llegué a pensar que me lo había imaginado—. Álex, tengo que irme a decírselo a Marcus. Me está esperando.
Asentí mientras me soltaba la mano.
—¿Podría… podría haber alguna posibilidad de que ella no los matase?
Aiden se paró al lado de la puerta.
—Álex, no lo sé. Sería bastante improbable.
—¿Me… me avisarás si encuentran a alguno de los mestizos vivo? —Sabía que no servía de nada.
Asintió.
—Sí. Álex… si necesitas cualquier cosa, dímelo —cerró la puerta con un clic detrás de él.
Sola, me deslicé hasta el suelo y apoyé la cabeza contra las rodillas. Había una pequeña posibilidad de que mamá no hubiese matado a nadie. Podría ser que estuviese con los otros daimons porque no sabía qué otra cosa hacer. Quizá estaba confusa. Quizá venía a por mí.
Me estremecí, apoyándome más fuerte. Me dolía el corazón. Sentía de nuevo cómo se aplastaba —otra vez—. Había una pequeña, diminuta posibilidad de que ella no hubiese matado a nadie. Hasta yo sabía lo estúpido que era aferrarse a esa posibilidad, pero lo hacía. Porque, ¿qué más me quedaba? Las palabras de la Abuela Piperi se volvieron más claras —no solo lo que dijo, sino lo que no.
Por alguna razón, mamá dejó la seguridad de la comunidad para alejarme del Covenant, poniendo todo lo sucedido —todo aquel lío— en marcha. Durante aquellos tres años, nunca pedí ayuda, nunca paré la locura de vivir sin protección entre mortales.
Las incontables veces en las que no hice nada me pasaron por delante. De alguna manera era responsable de lo sucedido. Peor aún, si había matado a esa gente inocente, yo era responsable de sus muertes también.
Las piernas no me sostuvieron cuando me puse de pie.
Una certeza llenaba mi mente —quizá comenzó la noche en que supe lo que realmente le había pasado—. Había una pequeña posibilidad de que ella no hubiese cometido terribles crímenes, pero si… si el daimon que en ese momento era mi madre había matado a alguien, entonces de una forma u otra, tendría que matarla. Era mi responsabilidad —mi problema.