Capítulo 11

No hubo nada más que esas palabras.

Marcus se levantó y rodeó su escritorio. Se paró delante de mí. La mirada lastimosa había vuelto, pero esa vez mezclada con simpatía.

El tictac del reloj de la pared y el suave zumbido de los motores del acuario llenaban la habitación. Nadie hablaba; nadie me quitaba los ojos de encima. No tenía ni idea de cuánto tiempo estuve allí, mirándole mientras trataba de entender todo lo que había dicho. Al principio nada tenía sentido. La esperanza y la incredulidad chocaron, y luego el horror de comprender el gesto de empatía que veía en su cara. Seguía viva, pero…

—No… —me aparté de la silla, tratando de poner distancia entre sus palabras y yo—. Mientes. Yo la vi. El daimon la drenó, yo la toqué. Estaba tan… tan fría.

—Alexandria, lo siento pero…

—¡No! Es imposible. ¡Estaba muerta!

Aiden estaba a mi lado, con una mano en mi espalda.

—Álex…

Me solté de sus manos. Su voz —oh, dioses—, su voz lo dijo todo. Cuando lo miré y vi el dolor clavado en su cara, lo supe.

—Álex, había otro daimon. Ya lo sabes —la voz de Marcus me llegaba por encima del sonido de sangre fluyendo que me llenaba los oídos.

—Sí, pero… —recordé lo alterada que estaba. Llorando y totalmente histérica, la había sacudido y rogué que se despertara, pero no se movió.

Y entonces escuché a alguien fuera.

Muerta de miedo, me encerré en la habitación y cogí el dinero. Estaba todo borroso. Tenía que darme prisa. Era lo que mamá me había preparado por si ocurría algo así. Mi corazón palpitó y perdió el ritmo.

—¿Ella… aún estaba viva? —Oh… oh, dioses. La abandoné. Tuve ganas de vomitar sobre los perfectos zapatos de Marcus—. ¡La abandoné! ¡Podía haberla ayudado! ¡Podía haber hecho algo!

—No —Aiden se me acercó, pero me retiré—. No había nada que pudieses hacer.

—¿Lo hizo el otro daimon? —Miré a Marcus, pidiendo respuestas.

Asintió.

—Eso creemos.

Empecé a temblar.

—No. Mamá no se ha convertido… es imposible. Estáis… estáis todos equivocados.

—Alexandria, sabes que podría haber pasado.

Marcus tenía razón. La energía que le pasó el daimon estaba contaminada. Se habría vuelto adicta desde el primer momento. Era una forma cruel de convertir a un pura sangre, robándole su propia voluntad.

Quería gritar y llorar, pero me prometí que podía superarlo. El ardor en mis ojos me demostró que estaba mintiendo. Me volví hacia Marcus.

—¿Es… un daimon?

En su rostro, normalmente serio, se vislumbró algo parecido a dolor.

—Sí.

Me sentí como si estuviese rodeada de desconocidos, atrapada en aquella habitación. Mis ojos pasearon por sus caras. Lucian parecía aburrirse, era sorprendente considerando sus anteriores muestras de afecto y apoyo. Aiden parecía pasarlo mal tratando de mantener una expresión vacía. Y Seth… bueno, me miraba como esperando algo. Esperando a que me pusiese histérica, supongo.

Quizá se lo daba. Estaba a un solo paso de perder completamente el control.

Tragué a través del grueso nudo que tenía en la garganta, e intenté calmar el salvaje palpitar de mi pecho.

—¿Cómo lo sabes?

—Es mi hermana. Si estuviese muerta lo sabría.

—Podrías estar equivocado —mi susurro tenía un pequeño rastro de esperanza. La muerte era mejor que la alternativa. Una vez el puro se convertía en un daimon ya no había vuelta atrás. No podía revertirlo ningún poder ni súplica, ni siquiera los dioses.

Marcus movió la cabeza.

—La vieron en Georgia. Justo después de que te encontrásemos.

Pude ver que le dolía, seguramente tanto como a mí. Al fin y al cabo era su hermana. Marcus no era tan insensible como se mostraba.

Entonces el Apollyon habló.

—Has dicho que vieron a su madre en Georgia. ¿No estaba Alexandria en Georgia cuando la encontrasteis? —Su voz tenía un acento extraño, casi musical.

Lentamente me giré hacia él.

—Sí —las oscuras cejas de Aiden se encogieron.

Seth pareció pensar en ello.

—¿A nadie le parece extraño? ¿Podría ser que su madre la recordase? ¿La estaba siguiendo?

Una extraña expresión cruzó la cara de Marcus.

—Somos conscientes de la posibilidad.

No tenía sentido. Cuando se convertía a los puros, a estos ya no les importaban las cosas de su vida anterior. O, al menos, eso era lo que pensábamos. De nuevo, nadie se había tomado la molestia de interrogar a un daimon. Se les mataba nada más verlos. Sin preguntar nada.

—Creéis que su madre es consciente. ¿Que incluso puede que esté buscándola? —preguntó Seth.

—Cabe la posibilidad, pero no podemos estar seguros. Que estuviese en Georgia podría haber sido una simple coincidencia —las palabras de Marcus sonaban falsas.

—¿Es una simple coincidencia que estuviese en Georgia y que además hubiese dos daimons siguiéndola? —preguntó Aiden—. Ya sabes qué pienso de esto. No sabemos cuánto retienen los daimons de su vida anterior. Puede que esté buscando a Álex.

La habitación se volcó sobre mí, y cerré los ojos con fuerza. ¿Buscándome? Y no como mi madre sino como daimon. ¿Para qué? Las posibilidades me asustaban… me ponían enferma.

—Mayor razón para sacarla del Covenant, St. Delphi. Bajo mi cuidado, Alexandria estará protegida por los Guardias del Consejo y el Apollyon. Si Rachelle la está buscando, estará más segura conmigo.

Cuando abrí los ojos, me di cuenta de que estaba de pie en medio de la habitación. Me dolía cada vez que respiraba. Quería rendirme a las lágrimas, pero me calmé. Levanté la barbilla y miré a Marcus directamente a los ojos.

—¿Y ahora sabes dónde está?

Marcus levantó las cejas y se volvió hacia Lucian, que se tomó un momento antes de responder.

—Tengo una docena de mis mejores Centinelas buscándola.

Asentí.

—¿Y todos, todos pensáis que saber que mi madre… es un daimon se interpondrá en mi plan de convertirme en una buena Centinela?

Hizo una pausa.

—No todos estamos de acuerdo, pero sí.

—No debo ser la primera persona a la que le haya sucedido.

—Claro que no —dijo Marcus—, pero eres joven, Alexandria, y tú…

Volví a quedarme sin aliento.

—¿Yo qué? —¿Soy ilógica? ¿Estoy desesperada? ¿Cabreada? Eran algunas de las cosas que sentía ahora mismo.

Negó con la cabeza.

—Para ti las cosas son distintas, Alexandria.

—No. No lo son —mi voz sonaba áspera—. Soy una mestiza, mi deber es matar daimons a toda costa. No me afectará. Para mí, mi madre ya está muerta.

Marcus se me quedó mirando.

—Alexandria…

—¿Va a obligarla a irse del Covenant, Patriarca? —preguntó Seth.

—No la obligaremos —dijo Marcus con sus ojos fijos en mí.

Lucian se puso junto a Marcus.

—Nos pusimos de acuerdo, Marcus —tenía una voz tensa y grave—. Necesita mi protección.

Supe que estaba diciendo mucho más. Vi a Marcus pensar en lo que fuera que no había dicho.

—Puede quedarse en el Covenant —Marcus dejó la mirada fija—. Si se queda aquí no corre peligro. Podremos seguir hablando de esto más adelante, ¿no crees?

Mis ojos se abrieron de par en par cuando vi al Patriarca acceder a lo que decía Marcus.

—Sí. Lo discutiremos con más detalle.

Marcus asintió antes de girarse hacia mí.

—La oferta original sigue en pie, Alexandria. Tendrás que probarme que estás lista para las clases.

Dejé escapar el aire que estaba aguantando.

—¿Algo más?

—No —me di la vuelta para marcharme, pero Marcus me paró—. Alexandria… Siento lo ocurrido. Tu madre… no se merecía esto. Ni tú tampoco.

Era una disculpa sincera, pero no significaba nada para mí. No sentía nada, y lo que más deseaba era alejarme de ellos. Salí de la oficina con la cabeza alta, sin ver a nadie. Incluso logré pasar a los Guardias, que posiblemente lo habían oído todo.

—Álex, espera.

Luchando por controlar el huracán de emociones que tenía dentro, me di la vuelta. Aiden me había seguido fuera. Le advertí con la mano temblorosa.

—No.

Se echó atrás.

—Álex, déjame que te explique.

Por encima de su hombro vi que no estábamos solos. Los Guardias estaban frente a las puertas cerradas del despacho de Marcus —y el Apollyon también—. Nos estaba mirando con indiferencia.

Traté de hablar en voz baja.

—Lo has sabido durante todo este tiempo, ¿verdad? Sabías lo que realmente le había pasado a mi madre.

El músculo de su mandíbula se tensó.

—Sí, lo sabía.

El dolor explotó en mi pecho. Parte de mí esperaba que no lo hubiese sabido, que no me lo hubiese ocultado. Di un paso al frente.

—¿Hemos estado juntos todos los días y no se te ha pasado nunca por la cabeza decírmelo?

—Claro que he pensado que tenías derecho a saberlo, pero no era lo mejor para ti. Y sigue sin serlo. ¿Cómo ibas a concentrarte en los entrenamientos, concentrarte en matar daimons, si supieses que tu madre era uno?

Abrí la boca, pero no me salió nada. ¿Cómo iba a poder concentrarme ahora?

—Siento que hayas tenido que descubrirlo así, pero no lamento ocultártelo. Podíamos haberla encontrado y encargarnos de ella sin que tú lo supieses. Era el plan.

—¿Era el plan? ¿Matarla antes de que yo descubriese que estaba viva? —A cada palabra subía más la voz—. ¿Y me decías que confiase en ti? ¿Cómo demonios puedo confiar en ti?

Mis palabras dieron en el blanco. Dio un paso atrás, pasándose una mano por el pelo.

—¿Cómo te sientes al saber lo que es tu madre? ¿Qué piensas?

Lágrimas cálidas comenzaron a arder en mi garganta. Estaba a punto de explotar allí mismo, delante suyo. Empecé a apartarme.

—Por favor. Déjame sola. Déjame sola.

Esa vez, al irme, nadie me paró.

Aturdida, me metí en la cama. Se había adueñado de mí un sentimiento horrible. En parte quería creer que todo el mundo se equivocaba y que mamá no era un daimon.

Se me revolvió el estómago y me hice un ovillo. Mamá estaba por allí, en algún sitio, matando gente. Desde el momento en que se convirtió, su necesidad por alimentarse de éter la consumía. No le importaba nada más. Aunque me recordase, no sería igual.

Salí de la cama a trompicones, llegué al baño justo a tiempo. Me puse de rodillas, agarré los lados del retrete, y vomité hasta no poder más. Cuando acabé, no tuve fuerzas ni para levantarme.

Mis pensamientos giraban en un gran caos. Mi madre es un daimon. Había centinelas por allí, dándole caza, pero no podía reemplazar su cálida sonrisa por la de un daimon. Era mi madre.

Me aparté del váter y apoyé la cabeza en las rodillas. En un momento dado, alguien llamó a la puerta, pero ignoré el sonido. No quería ver a nadie, no quería hablar con nadie. No sé cuánto tiempo estuve allí. Podrían haber sido minutos, u horas. No quería pensar, solo respirar. Respirar era fácil, pero no pensar era imposible. Al final, me levanté y miré mi reflejo.

Mamá me miraba, todo menos los ojos, lo único que no compartíamos. Pero ahora… ahora tendría dos agujeros vacíos y su boca estaría llena de dientes aserrados.

Y si me volvía a ver, no sonreiría o me abrazaría. No me echaría el pelo hacia atrás como solía hacer. No habría lágrimas ni felicidad. Quizá no sabría ni mi nombre.

Intentaría matarme.

Y yo intentaría matarla a ella.