Capítulo 10

Unos cuantos días después, tirado en las esterillas, supervisando mis estiramientos, Aiden decidió contarme por qué Marcus quiso verlo.

—Vendrá Lucian.

Miré hacia el techo, decepcionada.

—¿Y?

En lugar de acercarse hacia mí como solía, se dejó caer a mi lado, sobre la esterilla. Su pierna rozó la mía, y sentí cómo se me tensaba el pecho. Estás haciendo el ridículo, Álex. Para ya. Aparté la pierna.

—Querrá hablar contigo.

Apartando la atracción salvaje que sentía hacia él, me concentré en sus palabras.

—¿Por qué?

Dobló las rodillas y dejó caer sus brazos sobre ellas.

—Lucian es tu tutor legal. Supongo que tiene curiosidad por saber qué tal va tu entrenamiento.

—¿Curiosidad? —Pataleé en el aire. ¿Por qué? No tenía ni idea—. Lucian nunca se ha interesado en nada que tuviese que ver conmigo. ¿Por qué iba a empezar ahora?

Su expresión se endureció por un momento.

—Ahora es diferente. Con tu madre…

—Eso no importa. No tiene nada que ver conmigo.

Él seguía teniendo una expresión extraña mientras miraba cómo apuntaba con los dedos de los pies hacia el techo.

—Todo tiene que ver contigo —respiró profundamente, como si estuviese escogiendo sus siguientes palabras sabiamente—. Lucian está empeñado en que no vuelvas al Covenant.

—Está bien saber que Lucian y Marcus tienen algo en común.

Se le tensó la mandíbula.

—Lucian y Marcus no tienen nada en común.

Ya estaba otra vez intentando convencerme de que Marcus no era tan capullo como yo pensaba. Llevaba semanas así, hablando sobre lo preocupado que parecía mi tío cuando mi madre y yo desaparecimos. O lo aliviado que estuvo Marcus cuando le comunicó que estaba viva. Qué amable por parte de Aiden, querer arreglar la relación entre nosotros, pero no se daba cuenta de que no había nada que arreglar.

Se acercó y me sujetó las piernas contra el suelo.

—¿Alguna vez podrás estar quieta y sentada, durante cinco minutos?

Sonreí, poniéndome en pie.

—No.

Pareció querer sonreír, pero no lo hizo.

—Esta noche, cuando veas a Lucian, deberás mostrarle tu mejor cara.

Me reí.

—¿Mi mejor cara? Entonces supongo que no podré retar a Lucian a una pelea. Esa sí que la ganaría. Es un flojucho.

La mirada seria que cubría su cara era una clara señal de que no le estaba pareciendo divertido.

—¿Te das cuenta de que tu padrastro puede revocar la decisión de Marcus de que te quedes aquí? ¿De que su autoridad supera a la de Marcus?

—Sí —me puse las manos en las caderas—. Y Marcus solo dejará que me quede si pruebo que soy capaz de volver a las clases en otoño, así que no veo cuál es el problema.

Aiden se puso de pie rápidamente. Por un segundo me quedé impactada de lo rápido que se movía.

—El problema es que, si eres igual de bocazas con el Patriarca que con Marcus, no tendrás una segunda oportunidad. Nadie podrá ayudarte.

Aparté mis ojos de él.

—No voy a fanfarronear. En serio, no hay nada que Lucian pueda decirme para que salte. No significa nada para mí. Nunca lo ha hecho.

Pareció dudarlo.

—Intenta recordarlo.

Le lancé una sonrisa.

—Tienes muy poca fe.

Sorprendentemente, Aiden me respondió con una sonrisa. Me hizo sentir arropada y estúpida a la vez.

—¿Qué tal tu espalda?

—Oh. Va bien. Esa… cosa parece que me ha ayudado.

Caminó por las esterillas, con sus ojos plateados clavados en mí.

—Asegúrate de ponértela todas las noches. Los moratones deberían irse en unos días.

Siempre podrías volver a ayudarme a ponérmela, pero no se lo dije. Me eché atrás, mantenido espacio entre nosotros.

—Sí, sensei.

Aiden se paró enfrente de mí.

—Será mejor que nos vayamos. El Patriarca y sus Guardias llegarán pronto, y se supone que todo el Covenant tiene que recibirle.

Gruñí. Todos llevarán un uniforme del Covenant de algún tipo y a mí nadie me había dado uno.

—Voy a parecer una…

Aiden me puso las manos en los brazos, destruyendo toda capacidad de pensamiento. Lo miré, imaginándome una escena salvaje en la que me apretaba contra él y me besaba igual que los hombres fornidos de los libros eróticos que mi madre solía leer.

Me cogió y me puso en el suelo, a unos metros de las esterillas. Se agachó y comenzó a enrollarlas. Allí se iban mis fantasías.

—¿Que parecerás qué? —preguntó.

Me pasé las manos por los brazos.

—¿Qué se supone que me voy a poner? Voy a dar el cante y todo el mundo me va a mirar.

Me miró desde abajo, entre sus tupidas pestañas.

—¿Desde cuándo te molesta que todo el mundo te mire?

—Esa es buena —le sonreí, y me fui hacia fuera—. Luego te veo.

Cuando llegué a la sala común, todo el mundo estaba cotorreando sobre lo de esa noche.

No es que Lucian fuese la razón de que Caleb estuviese andando de un lado a otro de la sala. Hasta Lea parecía preocupada mientras se enrollaba un mechón de pelo en los dedos. No es que los mestizos nos preocupásemos mucho por Lucian, pero como Patriarca de la Corte tenía un nivel de control sobre los puros y los mestizos bastante alto. Nadie se imaginaba por qué venía un Patriarca al Covenant durante el verano, cuando la gran mayoría de los estudiantes estaban ausentes.

Yo seguía ocupada imaginándome a Aiden como un pirata, levantándome del suelo.

—¿Tú sabes algo? —preguntó Luke.

Antes de que pudiese responder, Lea se metió en medio.

—¿Cómo iba a saberlo? A Lucian apenas le importa.

La miré, serena.

—¿Se supone que eso tenía que herir mis sentimientos o algo?

Se encogió de hombros.

—Mi madrastra me visita todos los domingos. ¿Por qué no te ha visitado Lucian?

—¿Cómo iba a saberlo?

Tenía una mirada taimada.

—Yo lo sé.

—Te estás tirando a uno de los Guardias, ¿verdad? —Fruncí el ceño—. Eso explicaría por qué sabes siempre tantas cosas.

Lea estrechó los ojos, como hacen los gatos al ver un ratón.

Riéndome por lo bajo, aposté por Clive, un Guardia joven que estuvo presente el primer día que llegué al Covenant. Era mono, le gustaba mirar a las chicas, y le había visto por las residencias unas cuantas veces.

—A lo mejor Lucian viene a sacarte del Covenant —Lea se estudió las uñas—. Siempre he pensado que pegarías más con los esclavos.

Como si nada, me eché hacia delante y cogí una de las revistas gordas. Se la tiré a Lea a la cabeza. Con los reflejos de mestiza, la pilló antes de que le diera.

—Gracias. Necesitaba algo para leer —se puso a hojearla.

Según se acercaban las siete, me fui hacia mi cuarto para prepararme. Doblado sobre la mesita de café había un uniforme verde oliva del Covenant. Abrí los ojos de par en par al coger el uniforme y cayó una notita. La abrí con dedos temblorosos:

Sonriendo, miré en los pantalones y vi que eran mi talla. No había forma de parar la ola de calor que me estaba entrando. Lo que Aiden había hecho significaba un mundo para mí. Esa noche iba a pertenecer al Covenant de verdad.

En lugar de los uniformes negros que llevaban los Centinelas entrenados, los estudiantes llevaban ropa verde del mismo tipo, como recuerdo de los uniformes del ejército.

Y tenían todos los bolsillos elegantes y esos ganchos para llevar armas que tanto me gustaban.

Me di una ducha rápida y, tras ponerme el uniforme, me sentí emocionada.

Habían pasado unos cuantos años desde la última vez que me puse aquello, y hubo momentos en los que pensé que nunca volvería a llevarlo. Girándome frente al espejo, tuve que reconocer que me sentaba bien vestir de color verde.

Emocionada, me recogí el pelo en una coleta y fui a encontrarme con Caleb. Juntos nos dirigimos hacia el campus principal, y una extraña sensación de nostalgia me inundó cuando entramos al edificio más grande de la academia.

Había evitado la parte académica del campus desde que volví, sobre todo porque allí era donde Marcus tenía su despacho. Me parecía injusto tener que rememorar todo esto si él finalmente decidía en un mes o dos que no me dejaba quedarme.

Claro que Caleb pensaba que las cosas iban genial y que Marcus me dejaría quedarme, pero yo no estaba tan segura. Ni siquiera lo había vuelto a ver desde el día en que se pasó por el gimnasio y me hizo sentir una idiota. Estaba segura de que le había dejado huella. Ahora que lo pensaba, no me extrañaba que Aiden estuviese preocupado por lo que pudiese decirle a Lucian.

Miré alrededor, a la gente que abarrotaba el enorme salón de la escuela. Era como si estuviesen allí todos los Guardias y Centinelas, de pie bajo las estatuas de las nueve musas. Las nueve olímpicas, hijas de Zeus y Mnemósine, o quien fuese con la que se lio. ¿Quién lo sabía a ciencia cierta? El dios se movía bastante.

Los Guardias estaban alineados en todas las esquinas y bloqueaban todas las salidas con aspecto pétreo y fiero. Los Centinelas estaban en el medio, parecían despiadados y listos para luchar.

No era de extrañar que finalmente mis ojos encontrasen a Aiden. Estaba entre Kain y Leon. En mi opinión, estos tres parecían ser los más peligrosos de todos ellos.

Aiden miró hacia arriba, encontrándose sus ojos con los míos. Me hizo un ligero saludo con la cabeza y, aunque no dijo nada, sus ojos hablaron por él. Esa mirada única tenía cierta carga de orgullo y cariño. A lo mejor pensaba que yo hacía que el uniforme de cadete pareciese bonito. Empecé a sonreír, pero Caleb me llevó más allá, a la izquierda de los Centinelas, donde estaban los estudiantes. Logramos colarnos al lado de la obsesión secreta de Caleb: Olivia. Qué oportuno.

Sonrió.

—Me preguntaba si lograríais llegar.

Caleb dijo algo incoherente mientras sus mejillas se volvían de color rojo. Me di la vuelta por la vergüenza ajena que sentí y no pude ver cuál fue la respuesta de Olivia. Pobre Caleb.

—Se te ve bien, Álex —susurró Jackson.

Nunca fallaba. El único chico que no quería que me viese siempre acababa haciéndolo.

Le miré y forcé una sonrisa.

—Gracias.

Parecía que se hubiese creído que de verdad apreciaba su cumplido, pero entonces apareció Lea, y podría jurar que intentaba llevar el uniforme tan ajustado como le era físicamente posible. Miré abajo, hacia mí misma y me di cuenta de que mis piernas no se veían ni de cerca tan geniales como las suyas. Zorra.

La vi contonearse, pasando al lado de los Guardias y curvando los labios en un beso hacia uno de ellos, antes de meterse entre Luke y Jackson. Murmuró algo, pero mi atención ya estaba en otro lado más llamativo que la genialidad de sus piernas.

Sirvientes mestizos se pusieron detrás del personal, quietos y callados. Fila tras fila, las túnicas de un gris apagado y pantalones blancos gastados los hacían prácticamente indistinguibles los unos de los otros. Desde que había vuelto al Covenant solo había visto a algunos sirvientes aquí y allá. Su trabajo era ser invisibles, pasar fácilmente desapercibidos. O quizá era algo arraigado en nosotros —los mestizos libres— ignorar su presencia. Dioses, había tantos y todos parecían iguales: mirada perdida, expresiones ausentes y el tatuaje de un rudimentario círculo atravesado por una línea marcaba todas sus frentes. Haciendo asegurar visiblemente que todo el mundo sabía su lugar en el sistema de castas. De repente me vino a la mente.

Podría convertirme en uno de ellos.

Tragándome la afilada punzada de miedo, miré hacia delante, justo a tiempo para ver a mi tío caminar amenazante hasta el centro de la sala y permanecer con las manos unidas en la espalda. No había ni un mechón de pelo marrón fuera de su sitio y el traje oscuro que llevaba se veía fuera de lugar. En comparación, hasta los Instructores que estaban allí, con sus uniformes del Covenant, iban mejor vestidos que él.

Las gruesas puertas de mármol y cristal se abrieron para dar entrada a los Guardias del Consejo. No pude evitar el gritito ahogado que escapó de mis labios. Era una vista impactante, ver sus uniformes blancos y expresiones crueles. Entonces entraron los miembros del Consejo. De hecho solo salieron dos de detrás de los Guardias. No tenía ni idea de quién era la mujer, pero inmediatamente reconocí al hombre.

Vestido con ropajes blancos, Lucian no había cambiado ni una pizca desde la última vez que le vi. Su pelo negro azabache seguía siendo ridículamente largo y su cara mostraba tan pocas emociones como la de un daimon. Era innegable que era un hombre guapo —como todos los puros—, pero había algo en él que me dejaba mal sabor de boca.

Sus aires de arrogancia le sentaban como un guante. Según se acercaba a Marcus, sus labios se convirtieron en una sonrisa plastificada. Los dos intercambiaron saludos. Marcus incluso hizo una pequeña reverencia. Gracias a los dioses, nosotros no teníamos que hacer ninguna de esas tonterías. Si fuese así, alguien tendría que forzarme de una patada a ponerme de rodillas.

Lucian era un Patriarca, pero no era un dios. Ni siquiera era de la nobleza. Solo era un puro con mucho poder. Oh, y prepotencia. No podía olvidar eso. Nunca pude entender qué vio mamá en él.

¿Dinero, poder y prestigio?

Suspiré. Nadie era perfecto, ni siquiera ella.

Algunos Guardias más siguieron a Lucian y a la mujer, me di cuenta de que era una Matriarca. Cada uno de los Guardias era idéntico al anterior, excepto uno. Él era diferente, muy distinto de todos los mestizos que estábamos aquí.

El aire pareció escaparse de la sala cuando él entró en el edificio.

Era alto, quizá tan alto como Aiden, pero no podía estar segura. Su pelo rubio estaba recogido en una pequeña coleta, mostrando sus rasgos imposiblemente perfectos y complexión de oro. Iba completamente de negro, como los Centinelas. Bajo diferentes circunstancias —unas en las que no me hubiese dado cuenta de lo que era—, habría dicho que estaba buenísimo.

—La ostia —murmuró Luke.

Una fina corriente eléctrica entró en la habitación, recorrió toda mi piel y luego entró en mí. Me estremecí y di un paso atrás, chocando con Caleb.

—El Apollyon —dijo alguien detrás de mí. ¿Quizá Lea? No tenía ni idea.

Pues sí, la ostia.

El Apollyon seguía a Lucian y a Marcus, manteniéndose a suficiente distancia. No los estaba acosando de cerca, pero podría reaccionar ante cualquier amenaza que sintiera. Todos lo miramos, impactados por su mera presencia. De forma inconsciente, di otro paso atrás cuando el pequeño grupo se acercó a nuestro lado. No sé qué me pasó, pero de repente, tenía ganas de estar lo más lejos posible… y necesitaba estar aquí más que nada en este mundo. Bueno… igual no más que nada, pero casi.

No quería mirarle, pero no podía apartar la vista. Mi estómago se encogió cuando nuestras miradas se encontraron. Sus ojos, tenían el color más extraño que había visto nunca y, según se iba acercando, me di cuenta de que no era mi imaginación. Sus ojos eran de color ámbar, casi iridiscente.

Mientras continuaba mirándome, ocurrió algo. Empezó como una línea débil formándose en sus brazos, transformándose en un color negro puro según llegaba a sus dedos. Entonces, de repente, la fina línea que cubría el color dorado de su piel cambió y pasó a convertirse en un montón de dibujos serpenteantes. El tatuaje se movía y cambiaba, entrando por su camiseta y extendiéndose por su cuello hasta que intrincados dibujos cubrieron el lado derecho de su cara. Esas marcas significaban algo. El qué, no lo sabía. Cuando pasó a nuestro lado, mi respiración se entrecortó.

—¿Estás bien? —Caleb me miró extrañado.

—Sí —me eché el pelo hacia atrás con manos temblorosas—. Él era…

—Está buenísimo —Elena se giró hacia mí, con los ojos danzando de emoción.

—¿Quién iba a decir que el Apollyon sería tan increíblemente maravilloso?

Caleb hizo una mueca.

—Es el Apollyon, Elena. No deberías hablar de él así.

Fruncí el ceño.

—Pero esas marcas…

Elena le lanzó una mirada asesina a Caleb.

—¿Qué marcas? ¿Y qué pasa si digo que está bueno? No creo que se vaya a ofender.

—¿A qué te refieres? —Me abrí paso a través de Caleb—. ¿No has visto esos… tatuajes? Aparecieron de la nada. ¡Le cubrían todo el cuerpo y la cara!

Elena frunció los labios mientras me miraba.

—Yo no he visto nada. Igual es que estaba atontada mirando esos labios.

—Y ese culo —añadió Lea.

—Esos brazos —añadió Elena.

—¿Lo decís en serio? —Los miré a todos—. ¿No habéis visto ningún tipo de tatuaje?

Negaron con la cabeza.

Los chicos, excepto Luke, parecían bastante molestos con el jaleo que estaban montando Lea y Elena. Y yo también. Cabreada, me di justo contra Aiden.

—¡Wow! Perdón.

Levantó las cejas.

—No te vayas muy lejos —eso fue todo lo que dijo.

Caleb me empujó a un lado.

—¿Qué es todo esto?

—Ah, Lucian quiere hablar conmigo o algo así.

Se encogió.

—Tiene que ser incómodo.

—Cierto es —por un momento me olvidé de los tatuajes del Apollyon. Aun queriendo, no podía irme muy lejos. Nuestro grupito consiguió salir fuera durante la puesta de sol. Todo el mundo parecía estar hablando del Apollyon. Nadie se esperaba verlo aquí ni sabían cuánto tiempo hacía que era uno de los Guardias de Lucian. Como Lucian se había ido a vivir a la isla principal, parecía que alguien debía haber sabido antes que el Apollyon estaba por aquí. Esa pregunta cambió a otra más interesante todavía.

—El Apollyon suele estar por ahí cazando daimons —Luke apareció sobre la barandilla—. ¿Por qué le habrán reasignado a proteger a Lucian?

—Igual pasa algo —los ojos de Caleb se dirigieron de nuevo al edificio—. Algo grande. Quizá han amenazado a Lucian.

—¿Quién? —pregunté extrañada, apoyándome en una de las columnas—. Siempre está rodeado de un montón de Guardias. Ni un solo daimon puede acercarse a él.

—¿A quién le importa? —Lea se mordió el labio y suspiró—. El Apollyon está aquí y está buenísimo. ¿Acaso tenemos que preocuparnos de algo más?

Le hice una mueca.

—Wow. Algún día serás una excelente Centinela.

Se burló de mí.

—Por lo menos seré Centinela algún día.

La miré con los ojos entrecerrados, pero el no parar de Olivia me acabó cabreando.

—¿Qué pasa contigo?

Olivia miró hacia arriba, con sus enormes ojos color chocolate.

—Perdón. Es solo que… estoy muy inquieta —se encogió de hombros y se abrazó la cintura—. No sé cómo podéis decir que está bueno. No me malinterpretéis, pero es el Apollyon. Todo ese poder da un poco de miedo.

—Todo ese poder es sexy —Lea se echó hacia atrás, cerró los ojos y suspiró—. ¿Puedes imaginar cómo debe ser en…?

Las puertas detrás nuestra se abrieron y Aiden se acercó a mí. En los escalones de abajo alguien hizo un ruidito. Lo ignoré y dejé atrás a mi grupo de enemigos y amigos.

—¿Tan pronto? —pregunté una vez estaba dentro.

Asintió con la cabeza.

—Supongo que quieren acabar cuanto antes.

—Oh —seguí a Aiden por las escaleras—. Hey, gracias por el uniforme —recordar cómo lo cogió para mí me hizo sonreír.

Miró por encima del hombro.

—No fue ninguna molestia. Te queda bien.

Levanté las cejas mientras mi corazón daba un vuelco.

Enrojeciendo, Aiden miró a otro lado.

—Quiero decir… que está bien verte con el uniforme.

Mi sonrisa creció hasta límites épicos. Le alcancé y subí las escaleras al lado de su imponente porte.

—Y entonces… ¿el Apollyon?

Aiden pareció forzado.

—No tenía idea de que estaba con Lucian. Deben haberlo reasignado no hace mucho.

—¿Por qué?

Me tocó el brazo.

—Hay cosas que no puedo decirte, Álex.

Normalmente no me hubiese quejado, pero la forma en que lo dijo, como burlón, me hizo sentir enfadada y extraña.

—No es justo.

Aiden no respondió, y subimos unos cuantos pisos en silencio.

—¿Notaste… algo, cuando Seth entró?

—¿Seth?

—El Apollyon se llama Seth.

—Oh. Vaya nombre más aburrido. Se tendría que haber llamado de alguna forma más interesante.

Se rio en voz baja.

—¿Cómo se tendría que haber llamado?

Lo pensé un momento.

—No sé. Algo que sonase a griego, o por lo menos, algo guay.

—¿Cómo lo habrías llamado tú?

—No sé. Algo guay, al menos. Quizá Apolo. ¿Lo pillas? Apolo. Apollyon.

Aiden se rio.

—Bueno, eso, ¿notaste algo?

—Sí… fue extraño. Como una corriente eléctrica o algo así.

Asintió mientras seguía sonriendo.

—Es su éter. Es muy poderoso.

Nos acercábamos al piso superior y me pasé una mano por la frente. Las escaleras eran una mierda.

—¿Por qué lo preguntas?

—Parecías ida. La primera vez a su lado es un poco inquietante. Te habría avisado si hubiese sabido que iba a estar aquí.

—Pero eso no ha sido lo más inquietante.

—¿Eh?

Tomé aire profundamente.

—Los… tatuajes eran más inquietantes —lo observe atentamente. Su reacción me diría si estaba loca o qué.

Aiden se paró completamente.

—¿Qué?

Oh chico, estaba loca.

Bajó un escalón.

—¿Qué tatuajes, Álex?

Tragué al ver la mirada que me lanzaba.

—Creí haber visto como unas marcas en él. Al principio no estaban, pero luego sí. Creo que… veo cosas raras.

Aiden exhaló lentamente, con los ojos fijos en mí. Se acercó, arreglándome un mechón de pelo que se había soltado. Su mano rozó mi mejilla y, en ese momento, no había nada más importante que él tocándome. Atontada, lo miré.

Dejó caer la mano demasiado deprisa y sus ojos se encontraron con los míos. Pude ver que había muchas cosas que me quería contar, pero que por alguna razón no podía.

—Tenemos que ir. Marcus nos está esperando. Álex, intenta ser todo lo agradable que puedas, ¿vale?

Continuó subiendo las escaleras, y me apresuré a alcanzarlo.

—Entonces, ¿tuve visiones?

Aiden miró a los Guardias del fondo del pasillo.

—No lo sé. Luego hablamos de ello.

Frustrada, lo seguí hasta el despacho de Marcus. Lucian aún no había llegado y Marcus estaba sentado tras su enorme mesa antigua. Vestía igual que antes en la sala, pero sin la chaqueta de traje.

—Entra. Siéntate —se acercó a mí.

Caminé sin ganas por el despacho, aliviada de que Aiden no fuese a dejarme sola. No se sentó a mi lado, sino que se quedó junto a la pared, en el mismo sitio que estuvo la primera vez que me encontré con Marcus.

El panorama no auguraba nada bueno, pero no tenía mucho tiempo para pensar. Aun estando de espaldas a la puerta, supe que el grupo de Lucian se estaba acercando al despacho, pero no era él el que hacía que se me erizase el vello de los brazos. En el momento en que el Apollyon entró en la sala con mi padrastro, todo el oxígeno se desvaneció.

Luché contra mi acuciante necesidad de darme la vuelta y me agarré al reposabrazos de la silla. No quería saludar a Lucian y no quería mirar al Apollyon.

Aiden se aclaró la garganta, y yo levanté la cabeza. Marcus me miraba con los ojos entrecerrados. Oh… mierda. Sentí las piernas entumecidas cuando me obligué a levantarme.

De reojo, vi a Seth ponerse al lado de Aiden. Le hizo un saludo seco con la cabeza al pura sangre, que Aiden devolvió. Como no vi los tatuajes, me permití levantar la cabeza.

Al momento, nuestras miradas se cruzaron. Su mirada no era aduladora. Me estaba repasando con la vista, pero no como la mayoría de los chicos. En vez de eso, me estaba estudiando. Al verlo de cerca, me di cuenta de que era joven. No me lo esperaba. Con tanto poder y reputación, me esperaba alguien más mayor, pero debía tener casi mi edad.

Y realmente era… guapo. Bueno, todo lo guapo que puede ser un chico. Pero su belleza era fría y dura, como si lo hubiesen hecho a trozos para que tuviese una apariencia en concreto, pero los dioses se hubiesen olvidado de darle un toque de humanidad, de vida.

Noté las miradas de los demás y, cuando miré a Aiden, vi que tenía una expresión extraña según nos miraba a Seth y a mí. Marcus… bueno, se le veía expectante, como si estuviese esperando que ocurriese algo.

—Alexandria —movió la cabeza hacia Lucian.

Eliminé el impulso de gruñir y levanté la mano meneando los dedos hacia el Patriarca del Consejo.

—Hola.

Alguien —Aiden o Seth— sonó como si se hubiese tragado una risita. Pero entonces ocurrió algo extraño. Lucian dio un paso al frente y me envolvió con sus brazos. Me quedé helada, con los brazos pegados al cuerpo en una posición extraña y olor a hierbas e incienso atacándome los sentidos.

—Oh, Alexandria, qué alegría verte. Después de tantos años, miedo y preocupación, aquí estás. Los dioses han respondido a nuestras oraciones —Lucian se apartó, pero continuó con las manos sobre mis hombros. Sus ojos oscuros revisaron cada centímetro de mi cara—. Por los dioses… te pareces mucho a Rachelle.

No tenía ni idea de qué hacer. De todas las reacciones que esperaba, esa no era una de ellas. Siempre que había estado cerca de Lucian en el pasado, me había mirado con frío desdén. Aquella extraña exhibición de afecto me dejó sin palabras.

—En cuanto Marcus me dijo que te habían encontrado a salvo, me alegré. Le dije a Marcus que tenía un sitio en mi casa para ti —los ojos de Lucian volvieron a posarse en los míos, y hubo algo en su cálida mirada de lo que no me fiaba—. Habría venido antes, pero tenía que atender asuntos del Consejo, ¿sabes? Pero tu antigua habitación… de cuando te quedabas con nosotros, sigue intacta. Quiero que vengas a casa, Alexandria. No tienes que quedarte aquí.

Me quedé boquiabierta y me pregunté si durante estos últimos tres años lo habrían cambiado por un pura sangre más majo.

—¿Qué?

—Estoy seguro de que Alexandria solo está abrumada por su felicidad —comentó Marcus sin ninguna gracia.

Otra vez ese ruidito ahogado, comenzaba a sospechar que era Seth el culpable. Aiden estaba demasiado bien entrenado como para que se le escapara dos veces. Miré a Lucian.

—Solo… estoy confusa.

—¿Confusa? Lo imagino. Después de todo lo que has pasado —Lucian me soltó los hombros, pero entonces me cogió la mano. Intenté no mostrar mi asco—. Eras demasiado joven para sufrir todo lo que has sufrido. La marca… nunca desaparecerá, ¿verdad, cariño?

La mano que me quedaba libre fue hacia mi cuello de forma inconsciente.

—No.

Asintió con lástima y me llevó hacia las sillas. Me soltó la mano, recolocándose la toga mientras se sentaba. Me desplomé en la otra silla.

—Tienes que volver a casa —Lucian me atravesó con la mirada—. No hace falta que te esfuerces en ponerte al nivel de los otros. Ya no necesitas esta vida. He hablado largo y tendido con Marcus. Podrás volver al Covenant al comienzo del curso como estudiante, pero no a entrenar.

No podía haberlo escuchado bien. Los mestizos no asistían al Covenant como estudiantes. O entrenaban o entraban en servidumbre.

Marcus se sentó lentamente, con su brillante mirada fija en mí.

—Alexandria, Lucian te ofrece la oportunidad de una vida muy diferente.

No pude evitarlo. La risa empezó en mi garganta y salió fuera.

—Es… es una broma, ¿verdad?

Lucian intercambió una mirada con Marcus.

—No. No es ninguna broma, Alexandria. Sé que no estuvimos muy unidos cuando eras más pequeña, pero después de todo lo que ha pasado, he visto dónde te fallé como padre.

Volví a reír de nuevo, ganándome una mirada de reproche de Marcus.

—Lo siento —dije entrecortada mientras volvía a tratar de controlarme—. Es que no es para nada lo que me esperaba.

—No hace falta que te disculpes, hija mía.

Me atraganté.

—No eres mi padre.

—¡Alexandria! —Avisó Marcus.

—¿Qué? —Miré a mi tío—. No lo es.

—No pasa nada, Marcus —la voz de Lucian era como de acero cubierto por terciopelo—. Cuando Alexandria era más pequeña, no fui nada para ella. Dejé que mi rencor me superase. Pero ahora, todo aquello me parece muy superficial —se giró para mirarme—. Si hubiese sido una mejor figura paterna, entonces quizá hubieses pedido ayuda cuando tu madre se te llevó.

Me pasé una mano por la cara, sintiendo que estaba en otro mundo, un mundo en el que Lucian no era un enorme capullo y en el que aún tenía a alguien que técnicamente era mi familia y se preocupaba por mí.

—Pero eso es parte del pasado, cariño. He venido a llevarte de nuevo a casa —Lucian me mostró una fina sonrisa—. Ya he hablado con Marcus, y hemos acordado que, teniendo en cuenta las circunstancias, sería lo mejor.

Salí de mi estado de mudez.

—Espera. Me estoy poniendo al día, ¿verdad? —Me giré—. Aiden, me estoy poniendo al día, ¿verdad? Estaré lista para el comienzo del curso.

—Sí —miró hacia Marcus—. A decir verdad, más rápido de lo que me había pensado.

Emocionada porque no me hubiese lanzado a la boca del lobo, me giré hacia mi tío.

—Puedo hacerlo. Tengo que ser una Centinela. No quiero nada más —mi voz sonaba desesperada—. No puedo hacer nada más.

Por primera vez desde que vi a Marcus, pareció dolido, como si fuese a decir algo que no quería.

—Alexandria, no tiene nada que ver con el entrenamiento. Soy consciente de tu progreso.

—¿Entonces por qué? —No me importaba tener testigos de mi miedo. Las paredes comenzaban a estrecharse y no sabía por qué.

—Cuidarán de ti —Lucian intentó calmar el ambiente—. Alexandria, no puedes seguir siendo una Centinela. No con un conflicto de intereses tan horrible.

—¿Cómo? —Miré de un lado a otro, entre mi padrastro y mi tío—. No hay ningún conflicto de intereses. ¡Más que nadie, yo tengo una razón para ser Centinela!

Lucian frunció el ceño.

—Más que nadie, tienes una razón para no ser Centinela.

—Patriarca… —Aiden dio un paso al frente, mirando con los ojos entrecerrados a Lucian.

—Sé que has trabajado duro con ella, y lo aprecio, St. Delphi. Pero no puedo permitirlo —Lucian levantó una mano—. ¿Qué crees que pasará cuando se gradúe? ¿Cuando salga de la isla?

—Eh, ¿que cazaré y mataré daimons?

Lucian se volvió hacia mí.

—¿Cazar y matar daimons? —Su cara empalideció más de lo normal, que ya era mucho, al girarse hacia Marcus—. No lo sabe, ¿verdad?

Marcus cerró los ojos brevemente.

—No. Pensamos que… que sería lo mejor.

El malestar recorrió toda mi espalda.

—¿Saber qué?

—Irresponsable —siseó Lucian. Bajó la cabeza, tocándose el puente de la nariz.

Me puse en pie.

—¿Saber qué?

Marcus miró hacia arriba, con la cara demacrada y sin color.

—No hay forma fácil de decir esto: tu madre no está muerta.