Capítulo 8

Estaba castigada.

Parece que lo que hablamos anoche sobre que no debía salir de la isla controlada por el Covenant no se daba por supuesto. Vale, yo ya lo sabía, pero sinceramente, ¿era para tanto?

Para Aiden sí.

A primera hora de la mañana arrastró mi culo hasta el gimnasio y pasamos gran parte del día allí. Me enseñó algunos ejercicios que quería que hiciese, unas cuantas repeticiones con peso y luego toda una tanda de cardio.

Odiaba cardio.

Mientras corría de una máquina a otra, Aiden se sentó, estiró esas piernas tan largas que tenía y abrió un libro que seguramente pesaba tanto como yo.

Miré hacia la máquina de pesas para las piernas.

—¿Qué lees?

No levantó la vista.

—Si puedes hablar mientras ejercitas es que no estás esforzándote lo suficiente.

Hice una mueca mientras él mantenía la cabeza agachada y me subí a la máquina. Tras hacer las repeticiones, me di cuenta de que no existía una forma elegante de bajar de aquella cosa. Consciente de que iba a parecer una idiota, le eché un vistazo rápido a Aiden antes de salir rodando de la máquina.

Había unas cuantas máquinas más con las que quería que trabajase, me mantuvieron callada durante los siguientes cinco minutos.

—¿Quién lee libros tan grandes por diversión?

Aiden levantó la cabeza, atravesándome con su mirada aburrida.

—¿Quién habla para que nadie la escuche?

Abrí los ojos.

—Hoy estás de un humor adorable.

Con el libro enormemente grande en equilibro sobre una rodilla, pasó página.

—Tienes que trabajar la fuerza de la parte superior de tu cuerpo, Álex. No las habilidades del habla.

Miré la pesa y me la imaginé volando por la habitación —hacia su cara—. Pero era una cara bonita y no me gustaría estropearla. Las horas siguieron así. Él leía el libro; yo le molestaba; él me gritaba y entonces yo cambiaba de máquina.

A pesar de lo triste que era, me divertía molestándole y creo que él también. De vez en cuando, cada vez que le hacía una pregunta irritante, una pequeña —y me refiero a una realmente pequeña— sonrisa aparecía en sus labios. Ni si quiera estaba segura de que estuviese prestándole atención al libro de…

—Álex, deja de mirarme y haz algo de cardio —pasó otra página.

Pestañeé.

—Espero que ese libro tuyo vaya sobre cómo mejorar el encanto y la personalidad.

¡Ja! Apareció esa sonrisa fantasma.

—Cardio, haz cardio. Eres rápida, Álex. Los daimons también son rápidos, y los daimons hambrientos lo son aún más.

Eché la cabeza hacia atrás y gruñí mientras me arrastraba hacia la cinta de correr que me había indicado antes.

—¿Cuánto rato?

—Sesenta minutos.

¡Madre mía! ¿Estaba loco? Cuando se lo pregunté, no lo encontró divertido. Necesité de varios intentos hasta poner la cinta a una velocidad a la que pudiese trotar.

Cinco minutos después, Aiden levantó la vista y vio a la velocidad que iba. Desesperado, se levantó y se acercó hasta donde estaba corriendo. Sin mediar palabra, aumentó la velocidad por encima del cuatro —yo estaba en el dos— y volvió a su pared y a su libro.

Que le den.

Ya sin aliento y completamente fuera de mí, casi me caigo de la cinta al llegar a los sesenta minutos y bajar el ritmo a modo calentamiento. Miré hacia donde estaba Aiden apoyado en la pared, absorto en su libro tamaño mamut.

—¿Qué… estás leyendo?

Miró hacia arriba y suspiró.

—Mitos y leyendas griegos.

—¡Oh! —Siempre me había gustado leer lo que el mundo mortal escribía sobre nuestros dioses. Algunas cosas eran bastante acertadas mientras que el resto eran solo tonterías.

—Lo cogí de la biblioteca. Ya sabes, ese sitio donde deberías ir en tu tiempo libre en vez de beber.

Me encogí de hombros y agité los brazos.

—Odio la biblioteca. Todo el mundo odia la biblioteca.

Movió la cabeza y cerró el libro.

—¿Por qué creéis los mestizos que hay Cancerberos, Arpías y Furias viviendo en la biblioteca? No lo entiendo.

—¿Acaso no has estado en la biblioteca? Argh. Da miedito y todo el rato oyes cosas raras. De niña, escuché una vez algo gruñendo allí —me bajé de la cinta y me paré frente a él—. Caleb oyó alas moviéndose, cerca del suelo. No es broma.

Aiden rio bien alto.

—Es ridículo, no hay nada en la biblioteca. Y todas esas criaturas hace tiempo que fueron eliminadas del mundo mortal. De todas formas —levantó el libro y lo agitó—, es uno de tus libros de texto.

Me dejé caer a su lado.

—Oh. Qué aburrimiento. No puedo creer que leas libros de texto por diversión —hice una pausa, reconsiderándolo—. Da igual. Ahora que lo digo en voz alta, me creo que leas libros de texto por diversión.

Volvió la cabeza hacia mí.

—Estiramientos para calentar.

—¡Sí, señor! —le saludé, estiré las piernas y me agarré los pies—. Bueno, ¿y qué mito estás leyendo? ¿Algo que hable de que Zeus es el dios más promiscuo de todos? —Esa leyenda era una sobre la que los mortales sí habían acertado. Él era responsable de la mayoría de los semidioses originales.

—No —me dio el libro—. Aquí tienes. ¿Por qué no lo coges y lees un poco? Tengo el presentimiento de que después de lo de hoy pasarás largas noches en tu cuarto.

Puse los ojos en blanco, pero cogí el libro. Tras el entrenamiento, quedé con Caleb y estuve quejándome durante una hora sobre cómo Aiden no estaba siendo nada agradable conmigo. Después me quejé de cómo él había desaparecido la noche pasada dejándome sola con Jackson.

Los amigos no dejan que sus amigas actúen como guarras.

Poco después, me fui a mi habitación en lugar de escaparme con Caleb. Tenía la sospecha de que si lo hacía me pillarían y la verdad es que no quería pasarme otro día en el gimnasio. Ya era suficientemente horrible tener que pasar todas las noches una o dos horas allí.

Aburrida a más no poder, agarré ese libro que olía a humedad y fui pasando las hojas de la antigualla. La mitad del libro estaba escrito en griego antiguo y quedaba fuera de mis posibilidades descifrarlo. Solo me parecían un montón de líneas garabateadas. Tras encontrar la parte en mi idioma, descubrí que eran leyendas y mitos. Era una lista detallada de todos los dioses, de qué representaban y de cómo llegaron al poder. Había incluso una sección sobre pura sangre y sus descendientes de menor valor —nosotros—. Así era como literalmente se nos nombraba en este libro.

No es broma:

Los pura sangre y sus descendientes de menor valor, los mestizos.

Fui pasando las páginas, me paré en un pequeño bloque de texto bajo el nombre de «Ethos Krian». Hasta yo me acordaba de ese nombre. Todos los mestizos lo recordábamos. Fue el primero de un grupo selecto de mestizos que podía controlar los elementos. Pero… oh, era más que eso. Fue el primer Apollyon, el único mestizo con la habilidad de controlar los elementos y usar el mismo tipo de compulsiones que los puros usaban sobre los mortales.

En otras palabras, el Apollyon era una pasada de mestizo.

Ethos Krian, nacido de un pura sangre y una mortal en Nápoles, en el 2848 ed (1256 d. C.), fue el primer mestizo que se conoce tuvo las habilidades de un verdadero Hematoi. Tal y como predijo el oráculo de Roma, con dieciocho años, la palingenesia despertó el poder de Ethos.

Hay diferentes opiniones sobre el origen del Apollyon y su propósito. La creencia popular es que los dioses con sede en Olympia otorgaron el poder de los cuatro elementos y el poder de akasha, el quinto y último elemento, a Ethos como medida para asegurar que el poder de ningún pura sangre superase al de sus señores. El Apollyon tiene relación directa con los dioses y actúa como el destructor. Al Apollyon se le conoce como «el que camina entre los dioses».

Desde el nacimiento de Ethos, ha nacido un Apollyon en cada generación, tal y como dictó el oráculo…

La sección continuaba listando los nombres de los otros Apollyons, parando en el año 3517 del calendario Hematoi, 1925 d. C.

Necesitábamos urgentemente libros de texto actualizados.

Salté esa parte y pasé de página. Había otra parte que describía las características del Apollyon y otro pasaje que no me sonaba.

Se me paró la respiración cuando lo leí una vez, y otra.

«No puede ser».

En todo este tiempo, solo ha nacido un Apollyon en cada generación, excepto en la que acabó siendo conocida como «La tragedia de Solaris». En el año 3203 de (1611 d. C.), un segundo Apollyon fue descubierto en el nuevo mundo. La palingenesia despertó el poder de Solaris (de apellido y familia desconocida) en su decimoctavo cumpleaños, desencadenando una serie de asombrosos y dramáticos acontecimientos. Hasta la fecha, nunca se ha encontrado una explicación de cómo pudieron existir dos Apollyon en la misma generación o por qué.

Volví a leer la sección. Nunca podía haber dos Apollyon. Jamás. Había escuchado leyendas cuando era pequeña sobre la posibilidad de que hubiera dos, pero las tomé como… eso, leyendas. Continué, y rápidamente me di cuenta de que no tenía ni puñetera idea.

Se cree que el Primero notó la presencia del otro Apollyon cerca de su decimoctavo cumpleaños y, sin conocer las consecuencias, se fue con ella al nuevo mundo. Los efectos de la unión se relatan como devastadores y dañinos, tanto para los pura sangre como para sus señores, los dioses. Tras encontrarse, como si fuesen dos mitades destinadas a ser uno, los poderes de Solaris pasaron al primer Apollyon, y así el Primero se convirtió en lo que siempre se temió: el dios asesino. El poder del Primero se tornó inestable y destructivo.

La reacción de los dioses, especialmente de la orden de Thanatos, fue rápida y tajante. Ambos Apollyon fueron ejecutados sin juicio.

«Wow…».

Cerré el libro de golpe y volví a sentarme. Los dioses, cuando se sienten amenazados, no se andan con tonterías. Un Apollyon equilibraba el sistema, capaz de poder luchar contra todo, ¿pero y si había dos de ellos a la vez?

Ahora había un Apollyon, pero no lo conocía. Era como una celebridad. Sabíamos que estaba en algún sitio, pero nunca lo habíamos visto en persona. Sabía que el Apollyon estaba centrado en los daimons en lugar de impartir justicia a los pura sangre. Desde la creación del Consejo, los puros ya no pensaban que pudiesen enfrentarse a los dioses, o al menos, no lo decían tan abiertamente.

Dejé el libro a un lado y apagué la lámpara.

Pobre Solaris.

En algún punto, los dioses la cagaron y crearon dos. No es que fuese su culpa. Seguramente ella ni lo vio venir.

Mientras el entusiasmo por el Solsticio de Verano hervía por todo el Covenant, yo seguía en la vida de entrenamiento de un mestizo. La emoción por mi presencia ya se había acabado y la mayoría de los estudiantes que se habían quedado durante el verano ya estaban acostumbrados a tenerme por allí. Por supuesto, el hecho de haber matado a dos daimons seguía asegurando mi genialidad. Incluso los comentarios maliciosos de Lea se habían vuelto menos frecuentes.

Lea y Jackson habían roto, habían vuelto juntos y, hasta donde yo sabía, habían vuelto a cortar.

Durante el tiempo en que Jackson fue un hombre libre, evitarle se me hizo lo habitual. Sí, era realmente atractivo, pero también era superrápido con las manos, y más de una vez se las tuve que apartar de mi culo. Caleb siempre advertía que no podía quejarme, que era yo la que me lo había buscado.

También había establecido otra rutina extraña, pero aquella vez entre Aiden y yo. Dado que por las mañanas siempre estaba insoportable, solíamos comenzar los entrenamientos con estiramientos y algunas vueltas corriendo —básicamente, cualquier cosa que nos impidiese hablar—. Y al acabar la mañana, ya era menos probable que le arrancase la cabeza y estaba más receptiva para meterme en el entrenamiento real. Nunca volvió a mencionar aquella noche que me pilló en la fiesta en la que hablamos sobre nuestra necesidad de convertirnos en Centinelas. Tampoco me explicó nunca qué quiso decir con «yo también me acuerdo de ti».

Y cómo no, pensé un millón de explicaciones absurdas. Como que mi talento era tan increíble que todo el mundo sabía quién era. O que mis travesuras dentro y fuera de los entrenamientos me habían convertido en leyenda por derecho propio. O que era tan increíblemente guapa que no podía evitar fijarse en mí. Esa última era la más absurda. Por aquel entonces solo era una pringada desgarbada. Por no mencionar que alguien como Aiden nunca miraría a una mestiza de esa forma.

Durante los entrenamientos, Aiden era duro e inflexible con sus métodos. Solo a veces parecía no darse cuenta y sonreír cuando pensaba que no lo miraba. Pero siempre lo miraba.

¿Quién podía culparme? Aiden era… la belleza hecha persona. Yo iba cambiando entre mirar los músculos que se le marcaban en los brazos y tener envidia de cómo se movía con tanta elegancia, pero era algo más que su habilidad para hacerme babear. Nunca en mi vida había conocido a nadie tan paciente y tolerante conmigo. Los dioses saben que soy una pesada de cuidado, pero Aiden me trataba como si fuese su igual. La verdad es que ningún puro hacía eso. El día en que me avergoncé de haber retado a mi tío parecía estar olvidado, y Aiden hizo todo lo posible para asegurarse de que progresaba como se esperaba.

Bajo su tutela, me iba acostumbrando a las exigencias del entrenamiento y al peaje que pagaba mi cuerpo. Incluso gané algo de peso. Aunque mi memez seguía estando presente. Aiden todavía seguía sin dejar que me acercase a menos de tres metros de ninguna de las armas.

Llegó el día del Solsticio de Verano, ya nos acercábamos al fin de los entrenamientos, así que intenté acercarme al muro de la destrucción.

—Ni lo pienses. Te cortarás la mano… o la mía.

Me quedé helada, a un palmo de la daga siniestra. Mierda.

—Álex —Aiden sonó alegre—. Nos queda poco tiempo. Tenemos que trabajar tus bloqueos.

Gruñí y me aparté de lo que realmente quería aprender.

—¿Otra vez los bloqueos? Es lo único que hemos hecho estas semanas.

Aiden cruzó los brazos sobre el pecho. Llevaba una camiseta blanca lisa. Le sentaba bien, muy bien.

—No es lo único que hemos hecho.

—Vale. Estoy lista para pasar a otro nivel, como entrenar con cuchillos o defensa contra las artes oscuras. Cosas guays.

—¿Acabas de citar a Harry Potter?

Sonreí.

—Puede.

Negó con la cabeza.

—Hemos estado practicando patadas y puñetazos directos, Álex. Tu bloqueo aún necesita trabajo. ¿Cuántas de mis patadas has podido bloquear hoy?

—Bueno… —hice una mueca. Él ya sabía la respuesta. Solo pude bloquear unas pocas—. Unas cuantas, pero es que eres rápido.

—Y los daimons son más rápidos que yo.

—No sé yo —nada era tan rápido como Aiden. La mayoría de las veces se movía como un borrón. Pero me puse en posición y esperé.

Aiden me guio por los ejercicios una vez más, y podría haber jurado que ralentizó un poco sus patadas, porque bloqueé más que nunca. Nos separamos, estábamos a punto de comenzar otra ronda de patadas cuando sonó un silbido en el pasillo. El culpable —Luke, de pelo color bronce— estaba en la puerta de la sala de entrenamiento. Sonreí y le saludé con la mano.

—No estás prestando atención —soltó Aiden.

La sonrisa se fue de mi cara en cuanto Luke y un par de mestizos desaparecieron de nuestra vista.

—Lo siento.

Soltó aire lentamente y me pidió que me acercase. Acaté sin rechistar.

—¿Es otro de tus chicos? Siempre estás con aquel otro.

Dejé caer las manos a los lados.

¿Cómo?

Aiden echó rápidamente la pierna hacia delante. Casi no me dio tiempo de bloquearla.

—Que si es otro de tus chicos.

No sabía si reírme, enfadarme, o emocionarme porque se hubiese dado cuenta de que siempre iba con el otro chico. Poniéndome la coleta sobre el hombro, detuve su antebrazo antes de que conectara con mi estómago.

—No es que sea de tu incumbencia, pero no me silbaba a precisamente.

Echó la mano hacia atrás, dubitativo.

—¿Qué quieres decir?

Levanté las cejas y esperé a que lo pillase. Cuando lo hizo, abrió los ojos de par en par y su boca formó un círculo perfecto. En lugar de partirme el culo de risa, como estaba deseando, le di una buena patada. Apunté al punto débil bajo las costillas, casi grité de lo perfecta que iba a ser mi patada.

Nunca llegué a hacer contacto.

Con un certero movimiento de brazo, me tiró a la esterilla. De pie sobre mí, sonrió.

—Buen intento.

Me levanté sobre los codos, frunciendo el ceño.

—¿Por qué sonríes si me has tirado?

Me ofreció la mano.

—Son las cosas pequeñas las que me hacen feliz.

La acepté y me levantó.

—Es bueno saberlo —me encogí de hombros, pasé por su lado y cogí mi botella de agua—. Así que… ehm, ¿irás a las celebraciones esta noche?

El Solsticio era algo grande para los puros. Era más de un mes de eventos sociales que terminaba con la sesión del Consejo de agosto. Aquella noche era la fiesta más grande y si los dioses fuesen a bendecirles con su presencia, sería esa noche. Dudaba que lo hiciesen, pero los puros iban vestidos con sus túnicas de colores por si acaso.

También había un montón de fiestas en la isla principal, a las que no estábamos invitado los mestizos; ninguno. Y como todos los padres de los puros estarían en sus casas, no habría fiesta en casa de Zarak. Sin embargo, se rumoreaba que habría una fiesta en la playa, preparada por el único e inimitable Jackson. No estaba segura de aparecer por allí.

—Seguramente —Aiden se estiró, mostrando un trozo de piel por encima de sus pantalones—. No me gustan mucho esas cosas, pero tendré que aparecer por alguna de ellas.

Intenté concentrarme en su cara, y fue más difícil de lo que pensaba.

—¿Por qué tienes que ir?

Sonrió.

—Es lo que hacemos los adultos, Álex.

Lo miré condescendiente y di un trago.

—Puedes ir y quedar con los amigos. Te divertirás.

Aiden me miró con cara rara.

Bajé la botella.

—No sabes cómo divertirte, ¿verdad?

—Claro que sí.

Nunca lo había pensado. No creía que Aiden pudiese divertirse. Igual que no podía soportar pararme a pensar, pensar de verdad en lo que le pasó a mamá. Síndrome del superviviente, o al menos creo que así lo llamaban.

Aiden se acercó y me tocó el brazo.

—¿En qué piensas?

Miré hacia arriba, encontrándome su mirada fija en mí.

—Solo estaba… pensando.

Se fue un poco hacia atrás, se apoyó despreocupadamente contra la pared y me miró curioso.

—¿Pensando en qué?

—Para ti es difícil… divertirte, ¿no? Quiero decir, que nunca te veo haciendo nada. Solo te veo con Kain o Leon y nunca con chicas. Solo te he visto una vez en vaqueros… —me callé, poniéndome roja. ¿En que influía si lo veía o no en calzones? Aunque seguro que eran unas vistas increíbles—. Da igual, supongo que es difícil, después de lo que les pasó a tus padres.

Aiden se apartó de la pared, de repente endureció su expresión.

—Tengo amigos, Álex, y sé cómo divertirme.

Me puse aún más roja. Obviamente había metido el dedo en la llaga. Uuuups. Me sentí muy estúpida, así que acabé rápido el entrenamiento y me fui corriendo a mi residencia. A veces me preguntaba en qué pensaba cuando abría la boca.

Enfadada conmigo misma, me di una ducha rápida y me puse un par de shorts. Poco después, fui hacia el centro del campus, había quedado con Caleb en la cafetería, decidida a olvidar mi torpeza.

Caleb ya estaba allí, enfrascado en una conversación con otro mestizo sobre quién había sacado mejores puntuaciones en sus ejercicios de campo al final del último semestre. Como yo aún no había participado en ninguno, quedé fuera de la conversación. Me sentía una perdedora.

—¿Vas a la fiesta esta noche? —preguntó Caleb.

Miré hacia arriba.

—Supongo. No tengo nada mejor que hacer.

—Simplemente no hagas como la última vez —le lancé una mirada asesina—. No me dejes sola mientras tú te escapas a Myrtle, capullo.

Caleb rio.

—Tendrías que haber venido. Lea estuvo echando pestes todo el rato hasta que vio que Jackson venía sin ti. Casi le agua la noche a todo el mundo. Bueno, Cody si que nos fastidió la noche a todos.

Subí las piernas y me incliné hacia atrás en la silla. Era la primera noticia que tenía.

—¿Qué pasó?

Hizo una mueca.

—Alguien volvió a sacar la mierda de tema de la Orden de Razas, y Cody se puso como una fiera. Empezó a soltar mierda sobre ella. Decía cosas como que los mestizos no pertenecíamos al Consejo.

—Seguro que les sentó bien a todos.

Sonrió.

—Sí, también dijo algo sobre que las dos razas no se deberían mezclar y todas esas mierdas sobre la pureza de su sangre.

Hizo una pausa, echando un ojo con mucho interés a alguien que pasaba detrás mío.

Me di la vuelta, pero solo pude ver un poco de alguien de piel color caramelo y pelo largo y rizado. Me volví hacia él con una ceja alzada.

—¿Bueno, y qué ocurrió?

—Umm… unos cuantos mestizos se mosquearon. Lo siguiente que sé es que Cody y Jackson estaban peleando. Tío, iban bien en serio.

Los ojos se me abrieron.

—¿Qué? ¿Y Cody ha dado parte sobre Jackson?

—No —dijo Caleb sonriendo—. Zarak convenció a Cody de que no lo hiciera, pero cierto es que Cody recibió una buena tunda. Fue alucinante. Claro que los dos idiotas hicieron las paces después. Ahora ya está todo bien.

Aliviada, volví a acomodarme en la silla. Pegar a un puro —incluso en defensa propia— era una forma fácil de ser expulsado del Covenant. Por matar a un puro, en cualquier situación, te ejecutarían, aunque hubiese intentado arrancarte la cabeza. Era injusto y teníamos que tener cuidado al discutir la política del mundo de los pura sangre. Podíamos pegarnos todo lo que quisiésemos, pero cuando se trataba de puros, eran intocables en todos los sentidos. Y si por alguna casualidad rompíamos alguna de las reglas… bueno, estábamos a un solo paso de la servidumbre —o la muerte.

Me encogí de hombros, pensando acerca de mi precaria posición. Si no lograba ser aceptada para el inicio del curso, la servidumbre era todo lo que me esperaba. De ninguna manera iba a aceptarlo. Tendría que huir, pero ¿dónde iría? ¿Qué haría? ¿Vivir en las calles? ¿Intentar buscar un trabajo y fingir de nuevo que soy una mortal?

Aparté los malos pensamientos y me centré en la fiesta de Jackson, a la que al final decidí asistir y en la que pocas horas después me encontré. La pequeña fiesta no era tan pequeña como decían; parecía que todos los mestizos que estuvieron encerrados en el Covenant durante el verano se habían diseminados por toda la playa. Algunos sobre mantas, otros en sillas. Pero nadie en el agua.

Yo opté por una manta que parecía cómoda, al lado de Luke. Ritter, un mestizo más pequeño, con el pelo del color rojo más brillante que jamás había visto, me ofreció un vaso de plástico amarillo, pero lo rechacé. Rit se quedó con nosotros un rato más, hablando de cómo se estaba preparando para pasar el resto del verano en California. Le tenía un poco de envidia.

—¿No bebes? —preguntó Luke.

Hasta yo estaba sorprendida por mi decisión, pero me encogí de hombros.

—Esta noche no me apetece.

Se quitó un mechón de pelo de los ojos.

—¿Te metí en algún lío hoy durante el entrenamiento?

—No, suelo distraerme con facilidad. Así que no fue nada nuevo.

Luke me dio una palmadita, sonriendo.

—Me imagino por qué estás distraída. Qué pena que sea un puro. Daría mi nalga izquierda por una tajada.

—Le gustan las chicas.

—¿Y? —Luke se rio de la cara que había puesto—. ¿Cómo es? Parece muy callado. Ya sabes, como si fuese bueno en…

—¡Para ya! —Reí, dándole con la mano. El movimiento tiró de los doloridos músculos de mi espalda.

Luke echó la cabeza hacia atrás y se rio.

—No digas que nunca lo has pensado.

—Él… él es un puro —dije otra vez, como si eso no lo hiciese sexy.

Luke me echó una mirada cómplice.

—Vale —suspiré—. De hecho es… muy majo y paciente. La mayor parte del tiempo… me siento rara hablando de él. ¿Podemos hablar de otro tío bueno?

—Oh, sí. Por favor, ¿podemos hablar de otro tío bueno? —Caleb resopló—. Justo de lo que quería hablar.

Luke lo ignoró, rastreando con la mirada la playa y fijándose en un grupo de chicos guays.

—¿Qué tal si hablamos de Jackson?

Me acomodé de espaldas.

—Ni lo nombres.

Rio por lo bajo ante mi patético intento de intentar hacerme invisible.

—Apareció hace un rato sin Lea. Y yo me pregunto, ¿dónde narices estará esa pequeña zorrilla?

Preferí no mirar para no atraer la atención de Jackson.

—No tengo ni idea. No la he visto.

—¿Y eso es malo? —preguntó Caleb.

—Oh, Álex, ahí viene tu hombre —anunció Luke.

No podía ir a ninguna parte y miré inútilmente a Caleb y a Luke. Ninguno de los dos hizo nada por ocultar su diversión.

—Álex, ¿dónde estabas? —dijo Jackson arrastrando las palabras—. No te he visto por ahí.

Cerré los ojos y maldije en voz baja.

—He estado ocupada entrenando.

Jackson se movió hacia la derecha, dirigiéndose hacia Caleb, que estaba distraído.

—Aiden debería saber que necesitas salir y divertirte.

Luke se dio la vuelta y me guiñó un ojo antes de levantarse. Yo me puse en pie, pero eso fue a todo lo que llegué. Jackson se metió en el espacio que quedaba y me puso el brazo alrededor, casi atropellándome.

Tenía el aliento demasiado caliente y olía a cerveza.

—Sabes que estás más que invitada a quedarte por aquí después de la fiesta.

—Oh… no lo sabía.

Jackson sonrió y se acercó más. Normalmente encontraba atractivo a Jackson, pero ahora me daba un poco de asco. Me estaba pasando algo. Tenía que pasarme algo.

—Mañana no entrenarás. No después de las fiestas. Incluso Aiden dormirá hasta tarde.

Lo dudaba y me vi preguntándome si Aiden se estaría divirtiendo. ¿Iría a las fiestas y se quedaría? ¿O aparecería, haría acto de presencia y se rajaría? Esperaba que se quedase y lo pasase bien. Le vendría bien después de tener que cargar todo un día conmigo.

—¿Álex?

—¿Sí?

Jackson rio y me pasó la mano por el hombro. La cogí y se la puse sobre su regazo. Sin darse por vencido, volvió a por mí.

—Me preguntaba si querrías algo de beber. Zarak se ha vuelto loco con las compulsiones y nos ha dado provisiones para el resto del verano.

Era bueno saberlo.

—No, estoy bien. No tengo sed.

En algún momento, Jackson se aburrió de mi falta de interés y se piró. Agradecida, volví hacia Caleb.

—Pégame la próxima vez que piense siquiera en hablarle a un tío. En serio.

Se quedó mirando a su copa, arrugando la frente.

—¿Qué pasa con él? ¿Te echa los trastos muy a lo bestia? —Un gesto de enfado apareció en su cara y sus ojos se estrecharon mientras lo miraba de espaldas—. ¿Tengo que ir a pegarle?

—¡No! —Reí—. Solo es que… no sé —me di la vuelta y lo vi al lado de la mestiza que había visto antes. Era una morena guapa, con muchas curvas, y tenía una suave piel color caramelo—. Jackson no me va.

—¿Y quién te va? —Su mirada se fijó en la compañera de Jackson.

—¿Quién es esa chica? —pregunté.

Se dio la vuelta y suspiró.

—Es Olivia. Su apellido es uno de esos apellidos griegos imposibles de pronunciar. Su padre es un mortal; su madre una pura.

Seguí mirando a la chica. Llevaba un par de pantalones de marca por los que yo mataría. También estaba todo el rato evitando las manos juguetonas de Jackson.

—¿Cómo es que es la primera vez que la veo?

—Creo que ha estado con su padre —se aclaró la garganta—. La verdad es que es… bastante maja.

Lo miré fijamente.

—Te gusta, ¿eh?

—¡No! No, claro que no —su voz sonó algo ahogada.

Mi curiosidad creció tal y como sus ojos parecían volver a Olivia. Un tono rojo tiñó sus mejillas.

—Claro. No te interesa para nada.

Caleb dio un buen trago a su copa.

—Cállate, Álex.

Abrí la boca, pero lo que fuese que iba a decir se cortó cuando Deacon St. Delphi apareció de la nada.

—¿Pero qué narices?

Caleb siguió mi mirada.

—Esto se vuelve interesante.

Ver a Deacon en la playa no era para nada sorprendente, pero verlo la noche del Solsticio, cuando todos los puros se reunían juntos era impactante.

Era tan… impuro de él.

Deacon barrió a todos los mestizos con su mirada tranquila y una sonrisa burlona apareció en su cara cuando nos vio. Tranquilamente vino hasta nosotros y sacó una petaca plateada brillante del bolsillo de sus vaqueros.

—¡Feliz Solsticio de Verano!

Caleb brindó con su vaso.

—Igualmente.

Se puso en el sitio que había dejado vacío Jackson, sin darse cuenta de todas las miradas impactadas. Me aclaré la garganta.

—¿Qué… que haces aquí?

—¿Qué pasa? Me aburría en la isla principal. Toda esa pompa y solemnidad pueden volver sobrio a cualquiera.

—Nosotros no podemos disfrutarlo —me fijé en los círculos rojos alrededor de sus ojos—. ¿Acaso estás tú sobrio?

Pareció pensar en ello.

—No si puedo evitarlo. Las cosas son… más fáciles así.

Sabía que hablaba de sus padres. No estaba segura de cómo continuar, así que esperé a que continuara él.

—Aiden odia que beba tanto —miró a la petaca—. Tiene razón, ¿sabes?

Jugué con mi pelo, trenzándolo en una gruesa cuerda.

—¿Razón en qué?

Deacon echó la cabeza hacia atrás, mirando hacia las estrellas que cubrían el cielo nocturno.

—En todo, pero especialmente en el camino que ha elegido —paró y rio—. Ojalá lo supiese, ¿eh?

—¿No notarán que te has marchado? —Caleb me cortó.

—¿Y vendrán aquí a fastidiaros la diversión? —La mirada seria de Deacon desapareció—. Por supuesto. En poco más de una hora, cuando empiecen los cantos rituales y esas mierdas, alguien, seguramente mi hermano, se dará cuenta de que no estoy y vendrá a buscarme.

Me quedé boquiabierta.

—¿Aiden sigue ahí?

—¿Has venido sabiendo que iban a seguirte? —Caleb frunció el ceño.

A Deacon parecían divertirle ambas preguntas.

—Sí a todo.

Se apartó un rizo brillante de la frente.

—¡Mierda! —Caleb empezó a levantarse mientras yo seguía pensando en que Aiden seguía de fiesta—. Álex, tenemos que irnos.

—Sentaos —Deacon levantó una mano—. Tenéis por lo menos una hora. Daré tiempo suficiente a los chicos de la fiesta para que desaparezcan. Confiad en mí.

Caleb pareció no escucharle. Miró hacia la costa situada detrás suyo, donde Olivia y otro mestizo estaban muy, muy juntos. En unos segundos se le endurecieron los rasgos. Me acerqué a él y tiré del borde de su camiseta.

Me mostró una amplia sonrisa.

—¿Sabes qué? Estoy bastante cansado. Creo que me voy a ir yendo a la residencia.

—Buuu —Deacon sacó hacia afuera el labio inferior.

Me puse de pie.

—Lo siento.

—Doble buuuu —negó con la cabeza—. La diversión acababa de empezar…

Le di un rápido adiós a Deacon y seguí a Caleb por la playa. Nos cruzamos con Lea, que bajaba del paseo de madera.

—¿Te gusta ir detrás de mis sobras? —Lea arrugó la nariz—. Qué mona.

Un segundo después la agarré del brazo.

—Hey —Lea intentó soltarse, pero yo era más fuerte—. ¿Qué pasa?

Le mostré mi mejor sonrisa.

—Tu novio me acaba de meter mano. Obviamente no le basta contigo —y entonces me fui, dejando atrás una Lea solitaria e infeliz.

—¡Caleb! —me apresuré a alcanzarlo.

—Sé qué vas a decir, así que no quiero escucharlo.

Me aparté el pelo detrás de las orejas.

—¿Cómo sabes qué iba a decir? Solo quería decirte que si te gusta la chica esa de antes, podrías simplemente…

Mirándome de reojo, levantó las cejas.

—La verdad es que no quiero hablar.

—Pero… no entiendo por qué no quieres admitirlo. ¿Qué pasa?

Suspiró.

—Pasó algo la noche que fuimos a Myrtle.

Casi me tropiezo.

—¿Qué pasó?

Eso no. Bueno, no en serio, pero casi.

¿Qué? —chillé, pegándole un puñetazo en el brazo—. ¿Y cómo es que no me habías dicho nada? ¿Con esta Olivia? Dioses, ¿soy tu mejor amiga y te olvidas de contármelo?

—Los dos habíamos bebido, Álex. Estábamos discutiendo sobre quién había pedido antes ir en el asiento de delante… y lo siguiente que sé es que nos lo estábamos montando a tope.

Me mordí el labio.

—Qué excitante. ¿Y por qué no hablas con ella?

El silencio se metió entre nosotros hasta que respondió.

—Porque me gusta, me gusta de verdad y a ti también te gustaría. Es inteligente, divertida, fuerte, y tiene un culo tan…

—Caleb, vale, ya lo he pillado. Te gusta de verdad. Entonces habla con ella.

Nos dirigimos hacia el patio que había entre las dos residencias.

—No lo entiendes. Y deberías. No puede haber nada entre nosotros. Ya sabes cómo van las cosas.

—¿Eh? —Miré los intrincados dibujos del camino. Eran runas y símbolos grabados en el mármol. Algunos representaban a diversos dioses y otros parecía que un niño se había agenciado un rotulador y se había puesto a dibujar. De hecho podría haberlos dibujado hasta yo.

—Da igual. Necesito salir con otra persona. Sacarme este no se qué de la cabeza.

Aparté los ojos de las marcas extrañas.

—Parece un buen plan.

—Quizá deba volver a quedar con Lea o con otra. ¿Qué tal contigo?

Le dirigí una mirada asesina.

—Dios, gracias. Pero en serio, no quieres salir con una cualquiera. Quieres… que tenga algún sentido.

Paré, sin saber muy bien por qué había dicho eso.

Él tampoco parecía saberlo.

—¿Que signifique algo? Álex, has estado en el mundo normal demasiado tiempo. Ya sabes cómo van las cosas para nosotros. No tenemos nada «que signifique algo».

Suspiré.

—Sí. Ya lo sé.

—Somos Guardias o Centinelas, no maridos, mujeres o padres —paró, pensativo—. Rollos y novias. Eso es lo que tenemos. Nuestros deberes no dan para mucho más.

Tenía razón. Nacer siendo mestizo te quitaba la oportunidad de tener una relación normal y sana. Como dijo Caleb, nuestras obligaciones no permitían que nos atáramos a nadie, a nadie que nos pudiéramos arrepentir de dejar o dar de lado. Una vez graduados, nos podían asignar cualquier sitio y en cualquier momento nos podían sacar de allí y mandarnos a otro lado.

Era una vida solitaria y dura, pero tenía un propósito.

Di una patada a una piedrecilla pequeña y la mandé volando entre la espesa maleza.

—Solo porque no vayamos a tener una casita con jardín, no significa que… —me encogí al sentir un frío repentino recorriendo mi cuerpo. Vino de la nada, y por la confusión que se reflejaba en la cara de Caleb, supe que él también lo había sentido.

—Un chico y una chica, uno de ellos tiene un futuro corto, pero brillante, y el otro está sembrado de sombras y dudas.

Una voz ronca y vieja nos dejó a los dos paralizados. Caleb y yo nos dimos la vuelta. Hacía tan solo un momento el banco de piedra estaba vacío, pero ahora estaba ella. Y era vieja, vieja en plan ya-debería-estar-muerta.

Un montón de pelo completamente blanco se sostenía sobre su cabeza, su piel era oscura como el carbón y estaba plagada de arrugas. Su postura encorvada la hacía parecer de mayor edad, pero sus mirada era penetrante. Inteligente.

Nunca la había visto, pero podía reconocerla.

—¿Abuela Piperi?

Echó la cabeza hacia atrás y rio fuertemente. Pensé que el peso de su pelo la desestabilizaría, pero se mantuvo erguida.

—Oh, Alexandria, pareces sorprendida. ¿Te pensabas que no existía?

Caleb me dio con el codo unas cuantas veces, pero no podía dejar de mirar.

—¿Sabes quién soy?

Sus ojos oscuros se movieron hacia Caleb.

—Claro que sí —se pasó las manos por lo que parecía una bata de andar por casa—. También me acuerdo de tu madre.

La incredulidad me hizo dar un paso hacia el oráculo, pero de la impresión me quedé sin habla.

—Me acuerdo de tu madre —continuó, asintiendo—. Vino a verme hace tres años, sí. Le dije la verdad, ¿sabes? Solo ella podía oír la verdad —hizo una pausa, volviendo a mirar a Caleb—. ¿Qué hacéis aquí, chicos?

Con los ojos como platos, se movió incomodado.

—Estábamos… estábamos volviendo a nuestra residencia.

La Abuela Piperi sonrió, haciendo que se arrugase la piel apergaminada alrededor de su boca.

—¿Quieres escuchar la verdad; tu verdad? ¿Lo que los dioses te tienen preparado?

Caleb palideció. Las verdades que te contaba se te clavaban en los pensamientos. No importaba que fuesen tonterías o no.

—Abuela Piperi, ¿qué le dijiste a mi madre? —pregunté.

—Si te lo dijese, ¿qué cambiaría? El destino es el destino, ¿sabes? Igual que el amor es amor —se rio burlona como si hubiese dicho algo gracioso—. Lo que los dioses han escrito, ocurrirá. Gran parte ya ha sucedido. Es triste ver cómo los hijos se vuelven contra sus creadores.

No tenía ni idea de qué decía y estaba bastante segura de que estaba loca, pero tenía que saber qué le dijo, si es que dijo algo. Quizá Caleb tenía razón y lo que necesitaba era ponerle fin.

—Por favor, necesito saber qué le dijiste. ¿Qué la hizo salir de aquí?

Ladeó la cabeza.

—¿No quieres conocer tu verdad, chica? Eso es lo que importa ahora. ¿No quieres saber sobre el amor? ¿Sobre lo prohibido y lo predestinado?

Dejé caer los brazos y en un parpadeo tuve lágrimas en los ojos.

—No quiero saber sobre el amor.

—Pues deberías, hija mía. Tienes que saber acerca del amor. Las cosas que la gente haría por amor. Todas las verdades se reducen al amor, ¿verdad? De una u otra forma lo hacen. ¿Sabes? Hay una diferencia entre el amor y la necesidad. A veces, lo que sientes es inmediato y no tiene ton ni son —se sentó un poco más recta—. Dos personas que se miran desde el otro lado de una habitación o se rozan la piel. Sus almas reconocen a esa persona como suya. No hace falta más tiempo para averiguarlo. El alma siempre sabe… si es bueno o malo.

Caleb me cogió del brazo.

—Venga. Vámonos. No te está diciendo nada que quieras oír.

—El primero… el primero es siempre el más poderoso —cerró los ojos, suspirando—. Luego está la necesidad y el destino. Es de otra forma. La necesidad se cubre con el amor, pero la necesidad… la necesidad nunca es amor. Ten siempre cuidado de quien te necesita. Siempre hay un interés detrás de la necesidad, ¿sabes?

Caleb me soltó el brazo y se dirigió furioso hacia el camino que había detrás de nosotros.

—A veces confundiréis necesidad con amor. Id con cuidado. El camino de la necesidad nunca es justo, nunca es bueno. Como el camino por el que debéis ir. Tened cuidado de quien necesita.

La mujer estaba pirada y, aunque lo sabía, sus palabras aún me daban escalofríos en la espalda.

—¿Por qué mi camino no será fácil? —pregunté, ignorando a Caleb.

Se levantó. Bueno, todo lo que se podía levantar. Como su espalda estaba curvada hacia delante, no le permitía levantarse por completo.

—Los caminos siempre tienen baches, nunca son llanos. Este de aquí —señaló a Caleb con la cabeza—, este tiene un camino lleno de luz.

Caleb dejó de señalar detrás de nosotras.

—Es bueno saberlo.

—Un camino corto y lleno de luz —añadió la Abuela Piperi.

Su cara decayó.

—Eso… es bueno saberlo.

—¿Qué pasa con el camino? —volví a preguntar, esperando una respuesta con sentido.

—Ah, los caminos siempre están en penumbra. Tu camino está lleno de sombras, lleno de hazañas por realizar. Es lo que les sucede a los tuyos.

Caleb me miró seriamente, pero yo solo asentí. No tenía ni idea de qué me hablaba, pero aun así no quería irme. Me pasó por el lado cojeando y me aparté de su camino. Mi espalda rozó contra algo suave y cálido que llamó mi atención. Me di la vuelta, vi unas grandes flores moradas con el centro amarillo. Me acerqué más, inhalando su olor agridulce, casi acre.

—Cuidado con eso, chica. Tocas belladona —se paró, girándose hacia donde estábamos—. Es muy peligrosa… casi como los besos de los que caminan entre dioses. Embriagadores, dulces y mortales… tienes que saber cómo manejarlos bien. Por un poco no pasa nada. Demasiado… te quita tu esencia —sonrió suavemente, como si estuviese recordando algo—. Los dioses se mueven entre nosotros, siempre están cerca. Observan y esperan a ver quién se revela el más fuerte. Están aquí, ¿sabes? El fin está cerca suyo, cerca de todos nosotros. Hasta los dioses tienen poca fe.

Caleb volvió a mirarme con los ojos como platos. Me encogí de hombros, decidida a darle otra oportunidad.

—¿Así que no me dirás nada sobre mi madre?

—Nada que no hayas escuchado ya.

—Espera… —sentí la piel caliente y fría a la vez—. ¿Lo… lo que dijo Lea era cierto? ¿Que yo fui la razón por la que mamá murió?

—Déjalo Álex. Tienes razón —Caleb dio un paso atrás—. Está totalmente loca.

Piperi suspiró.

—En estos sitios siempre hay oídos, pero los oídos no siempre oyen bien.

—Vamos, Álex.

Pestañeé y —no exagero— en el tiempo que tardé en volver a abrir los ojos, la Abuela Piperi apareció frente a mí. La anciana se movía muy rápido. Su mano me agarró el hombro como si fuese una garra, tan fuerte que hice un gesto de dolor.

Me miró, con la mirada afilada como cuchillas y, cuando habló, su voz perdió ese deje ronco. Y no parecía estar loca para nada. Oh no, sus palabras fueron claras y al grano.

—Matarás a quien amas. Está en tu sangre, en tu destino. Así es como lo han dicho los dioses y así es como lo preven.