Di un paso atrás. Nunca antes había visto a ese chico, pero había algo extrañamente familiar en sus ojos y en la forma de su cara.
—¿Pero qué tenemos aquí? —Mostró una vaga sonrisa—. ¿Una mestiza ansiosa por conocerme? —Volvió a mirar a la otra chica y luego a mí.
—Oh, bueno… Pensaba que eras otra persona. Lo siento.
En sus ojos brilló la diversión.
—Supongo que estaba siendo presuntuoso, ¿no?
No pude evitar sonreír.
—Pues sí.
—¿Pero no estabas siendo tú también presuntuosa por asumir que yo era otra persona? ¿Acaso importa? —Moví la cabeza—. Bueno, debería presentarme —dio un paso adelante e hizo una reverencia, literalmente, se inclinó por la cintura e hizo una reverencia—. Soy Deacon St. Delphi, ¿y tú eres?
Casi abro la mandíbula hasta el suelo. La verdad es que debí haberlo sabido desde que vi sus ojos. Eran casi idénticos a los de Aiden.
Los labios de Deacon se movieron en una sonrisa engreída.
—Veo que has oído hablar de mí.
—Sí, conozco a tu hermano.
Alzó las cejas.
—¿Mi perfecto hermano conoce a una mestiza? Interesante. ¿Cómo te llamas?
Claramente molesta por la falta de atención, la chica de detrás suyo se enfurruñó y se fue de nuestro lado. La seguí con la mirada, pero él no la miró ni por el rabillo del ojo.
—Me llamo Alexandria Andros, pero…
—Pero todos te llaman Álex —Deacon suspiró—. Sí, también he oído hablar de ti —se fue hasta la barra y cogió una botella, tomando un gran trago—. Eres la chica que mi hermano pasó meses buscando y ahora carga con su entrenamiento.
Mi sonrisa se volvió amarga.
—¿Que carga con mi entrenamiento?
Sonrió, haciendo oscilar la botella en sus dedos.
—Tampoco es que me importase cargar contigo. Pero mi hermano… bueno, no suele disfrutar con lo que tiene delante. Por ejemplo yo. Pasa todo el tiempo asegurándose de que me comporte como un buen puro en lugar de divertirme. Y ahora… pasa todo su tiempo asegurándose de que tú te comportes.
Eso no tuvo sentido.
—No creo que tu hermano esté muy orgulloso de mí ahora mismo.
—Lo dudo —me ofreció la botella. Moví la cabeza. Se puso un vaso y sonrió ampliamente—. Estoy seguro de que mi hermano está muy orgulloso de ti.
—¿Por qué crees…?
Dejando la botella a un lado, cogió un vaso y puso un dedo en el borde. Las llamas rodearon el vaso. Un segundo después, hizo subir y bajar el fuego por el vaso. Otro controlador de fuego, debí haberlo sabido. Las afinidades de los puros hacia los elementos solían venir de familia.
—¿Que por qué iba a pensar eso? —Deacon se inclinó como si fuese a contarme un gran secreto.
—Porque conozco a mi hermano y sé que no se ofrecería voluntario para poner en forma a ningún mestizo. No es muy paciente.
Fruncí el ceño.
—Es bastante paciente conmigo —excepto por lo de hoy, pero no iba a contárselo.
Deacon me dio una mirada de complicidad.
—¿Es necesario que diga algo más?
—Creo que no.
A él también debió parecerle igual de divertido. Rodeando mis hombros con su brazo libre, me condujo hasta el porche y justo en dirección a Lea y Elena, la chica que conocí en la sala el primer día que volví. Recordaba su nombre por su corte de pelo tan corto.
Suspiré.
Deacon me miró.
—¿Amigas tuyas?
—Más bien no —dije entre dientes.
—Hey, pelirroja —dijo—. Estás genial.
Tuve que darle la razón sobre la pelirroja. Lea estaba estupenda con ese vestido rojo ajustado que le marcaba cada curva del cuerpo. Estaba muy buena, lo malo es que era una total y completa zorra.
Su mirada pasó de mí al brazo de Deacon, que aún colgaba de mi hombro.
—Oh, dioses, por favor dime que te has tirado una copa por encima y vas con ella para esconder la mancha. Porque Deacon, preferiría usar como seda dental el pelo de la espalda de un daimon que ir por ahí con un tumor como ese.
Deacon me miró con las cejas levantadas.
—Parece que tenías razón con eso de «más bien no».
Me giré hacia él con la mirada vacía.
Él le devolvió una brillante sonrisa a Lea. Incluso tenía hoyuelos y estaba segura de que Aiden también los tendría si sonriese alguna vez.
—Tienes una boca demasiado bonita para soltar palabras tan feas.
Lea sonrió como una tonta.
—Nunca antes te había importado cómo usaba mi boca, Deacon.
Miré a Deacon boquiabierta.
—Oh… wow.
Sus labios se curvaron en una media sonrisa, pero no respondió. Salí pitando de allí y arrastré a Caleb hasta el porche. En ese momento no había demasiada gente allí. Mirando por encima del hombro, vi que Lea y Deacon se habían marchado hacia la sala.
—Vale. ¿Qué me he perdido mientras estaba fuera? —pregunté.
Caleb puso cara de extrañado.
—¿De qué hablas?
—¿Lea y Deacon están liados?
Se echó a reír.
—No, pero les gusta mucho fanfarronear.
Le di en el brazo.
—No te rías de mí. ¿Y si la gente pensase que sí? Lea podría meterse en un buen problema.
—No están liados, Álex. Lea es estúpida, pero no tanto. Incluso a pesar de que están intentando cambiar la Orden de Razas, ningún mestizo de por aquí estaría dispuesto a tontear con un puro.
—¿Están cambiando la Orden de Razas?
—Intentar es la palabra clave. Lograrlo es otra historia.
Los ojos de Caleb se abrieron de par en par ante la inesperada voz. Me giré, casi soltando mi copa. Kain Poros estaba sentado en el borde de la barandilla, vestido con el uniforme del Covenant.
—¿Qué haces aquí?
—Hago de niñera —gruñó Kain—, y no me importa que estéis bebiendo, así que dejad de buscar dónde tirar la copa.
Una vez superado el shock que me produjo su indiferencia hacía el hecho de que hubiese menores de edad bebiendo, sonreí radiante.
—¿Así que están intentando cambiar la Orden de Razas?
—Sí, pero hay mucha oposición —paró, estrechando la mirada hacia un mestizo que se acercaba demasiado a la hoguera que alguien había decidido encender.
—¡Hey! ¡Sí! ¡Tú! Apártate de ahí ahora mismo.
Caleb se me acercó, poniendo su copa en el suelo como si nada.
—Odio que la llamen Orden de Razas. Suena ridículo.
—Estoy de acuerdo —asintió Kain—. Pero así es como la han llamado siempre.
Llegados a este punto habíamos reunido un poco de público.
—¿Puede alguien explicarme por favor qué narices están intentando cambiar?
—Es una petición para quitar la ley que prohíbe que se mezclen las dos razas.
Un chico de pelo marrón rapado muy corto sonrió satisfecho.
—¿Una petición para permitir que mestizos y puros se mezclen? —Abrí los ojos de par en par—. ¿Quién lo ha instado?
El puro resopló.
—No te hagas ilusiones. No ocurrirá. Quieren más que permitir la unión entre mestizos y puros. El Consejo no irá en contra de los dioses y no permitirá que entren mestizos en el Consejo. No hay que emocionarse.
Tenía unas ganas enormes de tirarle la copa a la cara, pero dudo que Kain estuviese a favor.
—¿Y tú quién eres?
Sus ojos se clavaron en mí, obviamente no le gustó mi tono.
—¿No debería de ser yo el que te lo pregunte a ti, mestiza?
Caleb interrumpió antes de que pudiese responder.
—Se llama Cody Hale.
Ignoré a Caleb y me encaré al puro.
—¿Debería saber quién eres?
—Déjalo, Álex —Kain se bajó de la barandilla, recordándome mi lugar en esta vida. Si Cody decía salta, yo tendría que preguntar cómo de alto. Contestarle así no era como un mestizo debía tratar a un puro; nunca—. Da igual, he oído miembros del Consejo hablando sobre ello. Los mestizos del Covenant de Tennessee tienen mucho respaldo. Piden estar en el Consejo.
—Dudo que lleguen a nada —dijo Caleb.
—No lo sabemos —respondió Kain—. Hay bastantes probabilidades de que el Consejo los escuche en noviembre y puede que incluso estén a favor.
Alcé las cejas.
—¿Cuándo comenzó todo esto?
—Hará un año —Kain se encogió de hombros—. Ha traído mucho revuelo. El Covenant de Dakota del Sur también está metido. Ya era hora.
—¿Y qué pasa con este y el de Nueva York? —pregunté.
Caleb resopló.
—Álex, la rama de Carolina del Norte aún está anclada en tiempos de los griegos y estando el Consejo principal en Nueva York, van a aferrarse a las antiguas reglas y ritos. En las afueras, al norte, es otro mundo totalmente distinto. Es brutal.
—Y si hay un movimiento tan fuerte, ¿por qué tienen tantos problemas Héctor y Kelia? —Fruncí el ceño recordando la historia que me contó Caleb.
—Porque todavía no han decidido nada, y creo que nuestros Patriarcas tratan de darnos ejemplo con ellos —Kain tensó los labios.
—Sí, es un modo de recordarnos dónde pertenecemos y qué pasa si no seguimos las reglas —Jackson se abrió paso a través del pequeño grupo, sonriendo a pesar de lo deprimentes que eran sus palabras.
—Oh, por el amor de los dioses —Kain chasqueó la lengua. Se dio la vuelta y salió del porche. Dos mestizos estaban intentando arrancar un todoterreno.
—Vosotros, más os vale estar a más de un kilómetro de ese cacharro antes de que llegue ahí. ¡Sí! ¡Vosotros dos!
La conversación sobre la petición empezó a diluirse según iban pasando más vasos de plástico. Al parecer, las discusiones sobre política solo eran socialmente aceptables antes de la tercera copa. Seguía pensando en la Orden de Razas y en qué podría significar cuando Jackson se sentó en el columpio a mi lado.
Levanté la cabeza, sonriendo.
—Hey.
Me dirigió una sonrisa encantadora.
—¿Has visto a Lea?
—¿Y quién no? —Reí.
Él no lo encontró tan divertido como yo, pero mi comentario sarcástico sirvió. Jackson se pegó a mí el resto de la noche, y cuando Lea reapareció, su cara se volvió de un tono rojizo al ver lo cerca que estábamos él y yo. Y realmente estábamos supercerca en el columpio del porche. Estaba prácticamente sobre su regazo. Alcé la copa hacia Lea.
La mirada entrecerrada que me dirigió lo decía todo. Encantada conmigo misma, me giré hacia Jackson con una sonrisa satisfecha.
—Tu novia no parece muy contenta.
—No lo está desde que volviste —me pasó un dedo por el brazo—. ¿Qué os pasa a las dos, por cierto?
Lea y yo siempre habíamos estado así. Supuse que tenía que ver con que las dos fuésemos agresivas, polémicas y bastante geniales. Pero había más; lo único es que no me acordaba. Me encogí de hombros.
—¿Quién sabe?
Zarak finalmente apareció, y estaba más que feliz de verme. Gracias a él y a Cody, todo el mundo estuvo encantado con la idea de trasladar la fiesta a otro sitio llevándose los Porsche de mamá y papá a Myrtle.
Como estaba ocupada con Jackson, en algún momento perdí de vista a Caleb, y escondí mi vaso medio lleno tras el columpio. Me gustaba estar contentilla, pero estaba a pocos tragos de acabar borrachilla.
—¿Te vas con ellos?
Fruncí el ceño y miré hacia Jackson.
—¿Cómo?
Sonrió, inclinándose tanto hacia mí al hablarme que sus labios casi rozaron mi oreja.
—¿Vas a Myrtle?
—Oh —columpié los pies hacia delante y atrás—. No sé, suena divertido.
Jackson me cogió de las manos, obligándome a ponerme de pie.
—Zarak se va ya. Podemos irnos con él.
Debí haberme perdido la parte en la que él y yo nos convertimos en «nosotros», pero no protesté cuando me guio al bajar las escaleras e ir por la playa. Muchos de los chicos ya se habían ido y yo vi de un vistazo a Lea metiéndose en el asiento trasero con Deacon. No tenía ni idea de dónde estaba Kain; la última vez que lo vi fue cuando lo del todoterreno.
Zarak se metió en el asiento del conductor del único coche que quedaba, al menos él parecía estar suficientemente sobrio como para ir al volante. La chica que había visto antes con Deacon estaba tomándose su tiempo, decidiendo cuál era el más chulo.
Estaba empezando a aburrirme, así que me apoyé contra la casa mientras la chica hablaba con Lea. Jackson se acercó a mí.
Eché la cabeza hacia atrás, encantada por la forma en que la cálida brisa acariciaba mis mejillas.
—¿No deberías irte con ella?
Se quedó callado, mirando por encima de su hombro.
—Obviamente tiene otros planes.
—Pero te está mirando —señalé. Tenía su cara pegada contra la ventana.
—Déjala que mire —se acercó más, con una sonrisa picarona—. Ya ha tomado su decisión, ¿no?
—Supongo.
—Y yo he tomado la mía —Jackson se inclinó para besarme.
Aunque me hubiese encantado ver la cara de Lea después de besar a Jackson, me eché a un lado. Jackson quería jugar en igualdad de condiciones, y yo no quería participar en ese tipo de juegos.
Rio y me cogió, juguetón. Me sujetó bien del brazo y me empujó hacia atrás.
—¿Me vas a hacer ir detrás de ti?
Mi puntillo feliz de borrachilla tenía el potencial de convertirse en algo malo si seguía así. Soltándome el brazo, forcé una sonrisa.
—Será mejor que vayas yendo. Si no Zarak te dejará aquí.
Volvió a intentar cogerme, pero esquivé esas manos demasiado amistosas.
—¿Tú no vas?
Moví la cabeza.
—Nah. Creo que ha sido suficiente por hoy.
—Me puedo quedar haciéndote compañía, si es lo que quieres. Podemos continuar la fiesta en mi residencia o en la habitación de Zarak —comenzó a andar de espaldas, hacia el coche—. No creo que le importe. Última oportunidad, Álex.
Necesité todo mi autocontrol para no reírme. Negué con la cabeza y me alejé, sabiendo que parecía toda una calientabraguetas.
—Quizá la próxima vez —y me di la vuelta, sin darle a Jackson ni un momento para que me arrastrase hacia ese coche.
Me pregunté si Caleb se habría ido a Myrtle, y fui volviendo por la playa hacia el puente, pasando por varias casas silenciosas de la costa. El aire que me rodeaba olía a sal. Me encantaba ese olor. Me recordaba a mi madre, a mí y a los días que solíamos pasar en la arena. Tan metida estaba en mis recuerdos, que solo volví a la realidad cuando un suave escalofrío me recorrió la espalda según me acercaba al puente.
Los arbustos despeinados y las hierbas altas se mecían con la fresca brisa. Era extraño, ya que esa brisa era cálida hasta hacía apenas minutos. Di un paso adelante, observando el pantano. La oscuridad cubría la ciénaga, pero una sombra más densa destacaba entre las demás, volviéndose más sólida por segundos.
El viento llevaba un susurro. «Lexie…».
Oía cosas raras. Solo mamá me llamaba Lexie, no podía haber nada allí, pero el miedo seguía enroscado en mi estómago como un muelle.
Sin avisarme, unas manos fuertes me cogieron de los hombros y tiraron de mí hacia atrás. Mi corazón se paró y por un momento, no sabía quién me había agarrado. Tuve el instinto de empezar a dar golpes, pero en ese momento capté un olor familiar a jabón y océano.
Aiden.
—¿Qué estás haciendo? —Su voz tenía un punto de exigencia.
Me di la vuelta y me quedé mirándolo. Sus ojos eran finas hendiduras. Verle me dejó sin habla.
—Yo… hay algo ahí.
Las manos de Aiden me soltaron los hombros y se giró hacia donde le había indicado. Por supuesto, no había nada allí más que las sombras que la luna dejaba por el pantanal. Me miró.
—Ahí no hay nada. ¿Qué haces aquí fuera, tú sola? No puedes salir de la isla sin vigilancia, Álex. Nunca.
Caray. Di un paso atrás, sin saber cómo responder.
Entonces él se inclinó, olfateando el aire.
—Has estado bebiendo.
—No he bebido.
Alzó las cejas y tensó los labios.
—¿Qué hacías fuera del Covenant?
Jugueteé con el borde de mi camiseta.
—Estaba… visitando unos amigos y, si no recuerdo mal, se me dijo que no podía salir de la isla. Técnicamente sigo estando en Deity Island.
Movió la cabeza un poco a un lado, cruzando los brazos.
—Estoy bastante seguro de que se daba por supuesto que era quedarse en la isla controlada por el Covenant.
—Bueno, ya sabes qué dicen sobre dar las cosas por supuestas.
—Álex —bajó la voz en advertencia.
—¿Qué haces tú aquí fuera, merodeando en la oscuridad como si fueses un… merodeador? —Una vez que esa última palabra salió de mi boca, me dieron ganas de darme una torta.
Aiden rio incrédulo.
—No es que tengas que saberlo, pero seguía a un grupo de idiotas que iban hacia Myrtle Beach.
Abrí la boca.
—¿Los estabas siguiendo?
—Sí, un montón de Centinelas los seguíamos —los labios de Aiden se curvaron en una sonrisa—. ¿Qué pasa? Pareces sorprendida. ¿De verdad piensas que íbamos a dejar que un montón de jóvenes salieran de la isla sin protección? Quizá no se den cuenta de que estamos siempre siguiéndolos, pero nadie sale de aquí sin que lo sepamos.
—Bueno… es fantástico —almacené bien esa información—. ¿Entonces por qué sigues aquí?
No respondió a la pregunta inmediatamente, ya que estaba ocupado arrastrándome por el puente.
—Vi que no te habías ido con ellos.
Tropecé.
—¿Qué… has visto exactamente?
Me miró, levantando una ceja.
—Suficiente.
Me puse roja de pies a cabeza, gruñí.
Aiden se rio en voz baja, pero lo oí.
—¿Por qué no te has ido con ellos?
Pensé si decirle lo que ya sabía, pero decidí que ya tenía suficientes problemas.
—Supuse… que ya me había metido en suficientes estupideces para toda la noche.
Entonces se rio más alto. Fuerte y alto. Guay. Miré hacia él, esperando ver sus hoyuelos. No hubo suerte.
—Está bien escucharte decirlo.
Dejé caer los hombros.
—¿En qué lío me he metido?
Aiden pareció pensar en ello unos momentos.
—No voy a decírselo a Marcus, si es a lo que te refieres.
Sorprendida, le sonreí.
—Gracias.
Miró hacia otro lado, moviendo la cabeza.
—No me des las gracias aún.
Recordé la primera vez que me dijo eso. Me pregunté cuándo se suponía que podría darle las gracias.
—Pero no quiero volver a pillarte con una bebida en la mano.
Miré con desdén.
—Dioses, otra vez pareces un padre. Tienes que empezar a actuar como alguien de veinte años.
Ignoró eso, saludando con la cabeza a los Guardias que pasamos al otro lado del puente.
—Ya tengo bastante con ir detrás de mi hermano. Por favor, no te sumes a mis problemas.
Lo miré disimuladamente. Iba mirando al frente, se le marcaba un músculo en la mandíbula.
—Sí… tiene pinta de dar algunos.
—Algunos y más.
Recordé lo que dijo Deacon sobre Aiden asegurándose de que a partir de ahora me comportaba debidamente.
—Lo… siento. No quiero que te sientas como… si tuvieses que estar cuidándome todo el tiempo.
Aiden me miró fijamente.
—Vaya… gracias.
Retorcí los dedos, quedándome sin palabras por alguna razón.
—Debe haber sido duro tener que criarlo prácticamente solo.
Resopló.
—No tienes ni idea.
Realmente no la tenía. Aiden era solo un crío cuando sus padres fueron asesinados. ¿Y si yo hubiese tenido un hermano o hermana pequeños y fuese responsable de ellos? De ningún modo. No podía ni siquiera ponerme en su lugar.
Tardé unos momentos en seguir la conversación.
—¿Cómo… lo hiciste?
—¿Hacer qué, Álex?
Pasamos el puente y el Covenant se extendió ante nosotros. Reduje el paso.
—¿Cómo te hiciste cargo de Deacon después de que… ocurriese algo tan horrible?
En sus labios se formó una sonrisa forzada.
—No tenía otra opción. Me negué a que Deacon fuese entregado a otra familia. Creo que… mis padres hubiesen querido que fuese yo quien lo criase.
—Pero eso es mucha responsabilidad. ¿Cómo lo hiciste mientras ibas a clase? Qué demonios, ¿mientras entrenabas?
Graduarse en el Covenant no significaba el fin del entrenamiento de un Centinela. El primer año de trabajo era realmente duro. El tiempo se dividía entre seguir de cerca a los Centinelas entrenados, llamados Guardias, y seguir entrenando en clases de artes marciales de alto rendimiento y pruebas de esfuerzo.
Metió las manos en los hondos bolsillos de su uniforme negro del Covenant.
—Había veces en que me planteé hacer lo que mi familia hubiese querido para mí. Ir a la universidad y volver para entrar en la política de nuestro mundo. Sé que mis padres habrían querido que me hiciese cargo de Deacon, pero lo último que habrían querido para mí hubiese sido que fuese un Centinela. Nunca entendieron… este tipo de vida.
La mayoría de los puros no la entendían, ni siquiera yo la entendía del todo hasta que vi cómo atacaban a mi madre. No hasta que sentí la necesidad de ser Centinela. Echando fuera todos los pensamientos negativos, intenté pensar en lo que recordaba sobre sus padres.
Parecían jóvenes como la mayoría de los puros y, por lo que sabía, habían sido poderosos.
—Estaban en el Consejo, ¿verdad?
Asintió.
—Pero después de su muerte, lo que quise fue ser Centinela.
—Lo que necesitabas —corregí suavemente.
Bajó el paso, parecía sorprendido.
—Tienes razón. Ser Centinela era algo que necesitaba; aún lo necesito —hizo una pausa, mirando al infinito—. Ya lo debes saber. Es lo que necesitas.
—Sí.
—¿Cómo sobreviviste? —Me pasó la pregunta a mí.
Un poco incomodada, me concentré en las aguas tranquilas del océano. De noche, bajo la luz de la luna, parecían tan oscuras y densas como el petróleo.
—No lo sé.
—No tenías otra opción, Álex.
Me encogí de hombros.
—Supongo.
—No te gusta hablarlo, ¿no?
—¿Tan obvio es?
Nos paramos donde el camino se bifurcaba hacia las residencias.
—¿No crees que puede ser una buena idea hablar de ello? —Su voz tenía un tono serio que lo hizo sonar mucho más mayor—. Casi no has tenido tiempo para lidiar con lo que le ocurrió a tu madre… lo que presenciaste y tuviste que hacer.
Sentí cómo se me tensaba la mandíbula.
—Lo que tuve que hacer es lo que los Centinelas tienen que hacer. Me estoy entrenando para matar daimons. Y no puedo hablar con nadie. Si Marcus llegase a sospechar que tengo problemas, me entregaría a Lucian.
Aiden paró y cuando me miró, en su cara había una cantidad infinita de paciencia. De nuevo, me encontré con lo que Deacon había dicho.
—Solo tienes diecisiete años. La mayoría de los Centinelas no matan por primera vez hasta un año o dos después de graduarse.
Suspiré; ahora era un buen momento para cambiar de tema.
—¿Sabes eso que has dicho sobre que tus padres no querían que tuvieses esta vida?
Aiden asintió, con una expresión de curiosidad en la cara. Seguramente se preguntaba dónde narices quería ir a parar con esto.
—Creo que… no creo, sé que aun así estarían orgullosos de ti.
Levantó una ceja.
—¿Piensas eso porque me ofrecí para entrenarte?
—No. Pienso eso porque me acuerdo de ti.
Mis palabras parecieron pillarlo por sorpresa.
—¿Cómo? No coincidíamos en ninguna clase ni compartíamos horario.
—Te vi unas cuantas veces. Siempre sabía cuándo andabas por aquí —le solté.
Los labios de Aiden se levantaron por los lados al mirarme.
—¿Qué?
Di un paso atrás, poniéndome roja.
—Quiero decir, tenías reputación de ser alguien increíble. A pesar de estar todavía en la escuela, todo el mundo sabía que ibas a ser un Centinela increíble.
—Oh —rio de nuevo, relajándose un poco—. Supongo que debería sentirme halagado.
Asentí enérgicamente.
—Deberías. Todos los mestizos te admiran. Bueno, los que quieren ser Centinelas. Justo el otro día me estuvieron contando cuántos daimons has matado. Es algo legendario. Especialmente para un puro… Lo siento. No quería decir que matar a un montón de daimons sea necesariamente algo bueno o algo de lo que sentirse orgulloso, pero… tengo que callarme ya.
—No. Entiendo lo que dices. Matarlos es una necesidad que tiene nuestro mundo. Cada uno se lleva lo suyo, porque los daimons solían ser buenas personas. Alguien a quien podrías haber conocido. Nunca es fácil quitarle la vida a alguien, pero matar a quien alguna vez consideraste un amigo es… mucho más difícil.
Hice una mueca.
—Yo no sé si podría hacerlo… —vi cómo desaparecía la diversión de su cara. No debía ser la respuesta correcta—. Quiero decir, cuando vemos al daimon, los mestizos podemos verlos tal y como son ahora. Al menos al principio, y luego les vemos tal y como eran antes. La magia elemental los vuelve a cambiar para que se parezcan a cómo eran. Pero tú ya sabes eso, claro, aun cuando no puedes ver tras la magia negra como nosotros. Yo podría. Estoy segura de que podría matar a alguien a quien conocí.
Los labios de Aiden se tensaron y miró hacia otro lado.
—Es duro cuando es alguien a quien conocías.
—¿Alguna vez has luchado contra alguien que conocías antes de volverse al lado oscuro?
—Sí.
Tragué saliva.
—¿Y lo…?
—Sí. No fue fácil —me miró a la cara—. Se está haciendo tarde, tu toque de queda ha pasado hace rato, y no te vas a librar de lo de esta noche. Espero verte en el gimnasio mañana a las ocho.
—¿Cómo? —Había asumido que tendría el fin de semana libre.
Simplemente levantó las cejas sorprendido.
—¿Tengo que hacerte una lista de todas las reglas que has incumplido?
Quise señalar que yo no era la única que había incumplido las normas aquella noche —y que algunas personas que no eran yo seguían incumpliéndolas— pero logré mantener la boca cerrada. Hasta yo sabía que mi castigo podía haber sido mucho peor. Asentí y me dirigí hacia mi residencia.
—¿Álex?
Me di la vuelta imaginándome que había cambiado de idea y me iba a mandar ir a ver a Marcus por la mañana a confesarle mi mal comportamiento.
—¿Sí?
Se apartó un mechón de pelo oscuro de la frente y me mostró esa sonrisilla ladeada.
—Me acuerdo de ti.
Me extrañé.
—¿Qué?
La sonrisilla aumentó a una enorme sonrisa. Y… oh, amigo. Tenía hoyuelos. Me quedé sin aire.
—Yo también me acuerdo de ti.