Capítulo 6

Quería acurrucarme en un agujero y morir.

—Bien hecho —Aiden asintió cuando desvié uno de sus golpes—. Usa el antebrazo. Muévete con decisión.

¿Moverme con decisión? ¿Y si me movía hacia un sitio donde pudiese tumbarme? Era una decisión que me gustaba más. Aiden se lanzó hacia mí y bloqueé su puñetazo directo. Oh, sí. Se me daba bien. Luego empezó a moverse de lado a lado, sin duda, para ser alguien tremendamente alto, movía el cuerpo como un ninja.

Su talón pasó rozando mis brazos y me dio en un costado. El impacto apenas entró en mi escala de dolor. Ya me había acostumbrado al pinchazo del dolor y las punzadas de después. Inhalé lentamente y, a pesar del dolor, intenté respirar. Los mestizos no dejaban que se reflejase el dolor en la cara cuando estaban frente al enemigo. Al menos de eso me acordaba.

Aiden se irguió, con cara de preocupación.

—¿Estás bien?

Apreté los dientes.

—Sí.

Se me acercó, dudando.

—Ha sido un golpe bastante fuerte, Álex. No pasa nada si duele. Descansaremos unos minutos.

—No —me alejé mientras miraba—. Estoy bien. Intentémoslo otra vez.

Y lo hicimos. Fallar algunos directos o patadas era mejor que dar vueltas corriendo como el día anterior o pasarme la tarde entera en el gimnasio. La última vez que me quejé de dolores en la espalda y costado, me mandó hacer eso. Aiden continuó repasando muchas más técnicas de bloqueo aptas para niños de diez años mientras yo observaba sus movimientos obsesivamente. En estos últimos días, me había dado cuenta de lo atrasada que iba e incluso yo me sorprendí de haber logrado matar dos daimons.

Ni siquiera podía bloquear la mayoría de las patadas de Aiden.

—Obsérvame —me rodeó y se puso firme—. Siempre hay algo que muestra mi siguiente movimiento. Puede ser un leve temblor del músculo o una breve mirada, pero siempre hay algo. Cuando un daimon ataca es exactamente igual.

Asentí y volvimos a ponernos en posición. Aiden inició un golpe con la mano. Alejé su brazo de un golpe, y luego el otro. No eran sus directos ni sus puñetazos los que me causaban problemas. Eran las patadas, se giraba con gran rapidez.

Pero aquella vez vi sus ojos caer sobre mi cintura.

Girándome hacia la patada, bajé el brazo en un limpio movimiento curvo que llegó un segundo tarde. Su pie alcanzó mi amoratada espalda. Me doblé sobre mí misma al instante, cogiéndome las rodillas mientras respiraba lentamente.

Rápidamente, Aiden se puso a mi lado.

—¿Álex?

—Ha… ha picado un poco.

—Si te hace sentir mejor, esta vez casi lo logras.

Levanté la mirada y sonreí al ver su sonrisa ladeada.

—Me alegro.

Empezó a decir algo, pero su sonrisa desapareció al advertirme en voz baja.

—Álex, levántate.

Mi espalda protestó por el repentino movimiento, pero en cuanto vi a Marcus en la puerta, entendí el porqué. Delante de él no podía parecer que me habían dado la paliza de mi vida.

Marcus estaba apoyado en la puerta, con los brazos cruzados.

—Me preguntaba qué tal está yendo el entrenamiento. Veo que va como se esperaba.

Au. Respiré profundamente.

—¿Le gustaría intentarlo?

Marcus alzó las cejas y sonrió, pero Aiden me puso una mano en el brazo advirtiéndome.

—No.

Me quité la mano de encima. Estaba bastante segura de que podía con mi tío. Con su pelo perfecto y sus pantalones ajustados color caqui parecía el ejemplo perfecto de «miembro del mes del club náutico».

—Yo me apunto, si está dispuesto —volví a ofrecerme con una sonrisa brillante.

—Álex, te digo que no lo hagas. Él era…

Marcus se apartó de la pared.

—Está bien, Aiden. Normalmente no aceptaría una oferta tan ridícula, pero hoy me siento caritativo.

Me reí por lo bajo.

—¿Caritativo?

—Marcus, no es necesario —Aiden se puso delante mío—. Está empezando a aprender a bloquear correctamente.

Le fruncí el ceño. Leches. Vaya forma de cubrirme, compañero. Mi ego volvió a la vida y aparté a Aiden de un empujón.

—Creo que puedo con él.

Marcus echó la cabeza hacia atrás y rio, pero Aiden parecía estar bastante lejos de divertirse con la situación.

—Álex, te digo que no lo hagas. Calla y escúchame.

Miré a Aiden con inocencia.

—¿Que haga qué?

—No. Lo tiene controlado, Aiden. Veamos qué ha aprendido. Ya que me está retando, supongo que estará lista.

Puse las manos sobre las caderas.

—No sé. Me sentiría mal por darle una paliza a un viejo.

La mirada verde esmeralda de Marcus se clavó en mí.

—Atácame.

—¿Qué?

Parecía perplejo, pero entonces chasqueó los dedos.

—¡Ah, claro! Todavía no has aprendido ningún movimiento de ataque. Tendré que atacarte yo. ¿Sabes técnicas defensivas?

¿Marcus conocía técnicas defensivas? Cambié el peso y miré a Aiden. No parecía gustarle nada.

—Sí.

—Entonces deberías estar suficientemente entrenada para defenderte —Marcus hizo una pausa y su sonrisa desapareció—. Imagina que soy el enemigo, Alexandria.

—Oh, no será muy difícil, Decano Andros —levanté las manos y le ordené moverse hacia delante. Yo era la leche.

Marcus no me mostró otra señal más que un leve temblor en su brazo justo antes de moverse. Levanté mi brazo, justo como Aiden me enseñó y bloqueé el puñetazo directo. No pude evitar una sonrisa al desviar otro devastador puñetazo. Fijé la mirada en mi tío según se incorporaba y se preparaba para otro ataque.

—Échate atrás —la voz de Aiden me llegó desde una banda, baja y dura—. Estás demasiado cerca.

Me eché hacia delante, bloqueando otro de los golpes de Marcus. Me lo creí demasiado.

—Tienes que ser más rápido…

Sin embargo Marcus no dio la patada giratoria que yo esperaba, sino que me agarró y me retorció el brazo. Según me giraba, puso su otro brazo alrededor de mi cuello en una brutal llave de estrangulamiento.

El corazón me golpeó las costillas. Cualquiera de mis movimientos hacía que el brazo se me torciese en un ángulo menos natural. En segundos me había dejado totalmente inmóvil. En cualquier otra situación, como una en la que no fuese mi tío el que me ahogaba, habría alabado esa rápida maniobra.

Agachó la cabeza, hablándome directamente al oído.

—Ahora imagina que fuese un daimon —dijo Marcus—. ¿Qué crees que pasaría?

Me negué a contestar, apretando los dientes.

—Alexandria, te he hecho una pregunta. ¿Qué pasaría si fuese un daimon? —Apretó un poco más.

Mi mirada se encontró con la de Aiden. Estaba observando todo con un enfado impotente en la cara. Sabía que una parte de él quería entrar en la pelea, pero sabía que no podía.

—¿Lo intentamos de nuevo? —preguntó Marcus.

—¡No! Estaría… muerta.

—Sí. Estarías muerta —Marcus me soltó y me tambaleé hacia delante. Pasó rozándome, mientras se dirigía hacia Aiden—. Si pretendes tenerla lista para el inicio de las clases, quizá quieras trabajar su actitud y asegurarte de que la próxima vez te haga caso. Si continúa así, fracasará.

Sin quitarme los ojos de encima, le inclinó la cabeza a Aiden cortésmente.

Rabié en silencio hasta el momento en que Marcus desapareció.

—¿Qué demonios le habré hecho yo? —Me froté el cuello distraídamente—. ¡Me podría haber roto el brazo!

—Si te hubiese querido romper el brazo, lo habría hecho. Te dije que te quedases callada, Álex. ¿Qué esperabas de Marcus? ¿Pensabas que era un simple pura sangre, un vago que necesita protección? —Su voz salpicaba sarcasmo.

—¡Bueno, lo parece! ¿Cómo se supone que iba a saber que su secreto es ser Rambo en vaqueros?

Aiden vino hacia mí, me alcanzó y me cogió de la barbilla.

—Deberías haberlo sabido porque te dije que no le presionases. Y aun así lo hiciste. No me escuchaste. Fue un Centinela, Álex.

—¿Qué? ¿Marcus fue un Centinela? ¡No lo sabía!

—Intenté decírtelo —Aiden cerró los ojos y me soltó la barbilla. Dándose la vuelta, se pasó una mano por el pelo—. Marcus tiene razón. No estarás lista para el curso si no me escuchas —suspiró—. Por esto no podría ser Instructor o Guía. No tengo paciencia para esta mierda.

Esa era una de las veces que sabía que tenía que callarme, pero no podía. Enfadadísima, lo seguí por las esterillas.

—¡Te estoy escuchando!

Se dio la vuelta.

—¿Qué parte has escuchado, Álex? Te dije específicamente que no le presionaras. Si no puedes escucharme, ¿cómo puede cualquier otro, incluido Marcus, esperar que escuches a tus Instructores durante el curso?

Tenía razón, pero estaba demasiado avergonzada y enfadada para admitirlo.

—Lo hizo porque no le gusto.

Soltó un ruido de exasperación.

—No tiene nada que ver con si le gustas o no, Álex. ¡Tiene todo que ver con que no escuchas! Has pasado mucho tiempo ahí fuera, donde podías defenderte fácilmente de los mortales, pero ya no estás en el mundo mortal.

—Ya lo sé. ¡No soy estúpida!

—¿En serio? —sus ojos destellaron furia plateada—. Vas por detrás de todos los que estudian aquí. Incluso los nuevos pura sangre que vendrán al colegio en otoño tendrán conocimientos básicos sobre cómo defenderse. ¿Sigues queriendo ser una Centinela? Después de lo que me has mostrado hoy, dudo que sea el caso. ¿Sabes qué distingue a un Centinela? Obediencia, Álex.

Sentí cómo me sonrojaba. El repentino brote de lágrimas cálidas me escoció en los ojos. Pestañeé y me alejé de él.

Aiden maldijo entre dientes.

—No… no intento avergonzarte, Álex. Pero son los hechos. Solo hemos entrenado durante una semana y aún tienes un largo camino por delante. Tienes que escucharme.

Una vez segura de que no iba a ponerme a llorar, me enfrenté a él.

—¿Por qué diste la cara por mí cuando Marcus quiso entregarme a Lucian?

Aiden miró a otro lado, arrugando la frente.

—Porque tienes potencial y no podemos permitirnos desperdiciar ese potencial.

—Si… si no hubiese perdido tanto tiempo, sé que habría sido buena.

Se volvió hacia mí, con sus ojos volviendo a un gris más suave.

—Lo sé, pero perdiste mucho tiempo. Ahora tenemos que ponerte donde deberías estar. Y pelear contra tu tío no te ayudará.

Dejé caer los hombros y miré hacia otro lado.

—Me odia. Me odia de verdad.

—Álex, no te odia.

—Oh no, creo que sí. Es la primera vez que lo veo desde que vine y ya tenía unas ganas tremendas de demostrar que soy una perdedora. Es obvio que no quiere que entrene.

—No es el caso.

Lo miré.

—¿En serio? ¿Entonces cuál es el caso?

Aiden abrió la boca, pero la volvió a cerrar.

—Sí. Exacto.

Estuvo callado unos momentos.

—¿Alguna vez fuisteis cercanos?

Reí un poco.

—¿Antes? No. Solo lo veía cuando visitaba a mamá. Nunca me prestó atención. Supuse que era uno de esos puros que no estaba muy orgulloso de… los míos.

Había muchos puros por allí que miraban a los mestizos por encima del hombro, viéndonos más como ciudadanos de segunda que otra cosa. Sabían que nos necesitaban, pero no cambiaba el hecho de que nos viesen de forma diferente.

—Marcus nunca ha pensado eso sobre… los mestizos.

Me encogí de hombros, repentinamente estaba cansada de hablar.

—Entonces supongo que es por mí —miré hacia arriba y forcé una débil sonrisa—. Así que… ¿vas a decirme qué he hecho mal?

—¿Qué parte? —Apretó la boca.

—¿Todo?

Finalmente sonrió, pero las bromas que intercambiábamos durante los entrenamientos desaparecieron. Sus instrucciones directas y formales me dejaron claro cuánto le había decepcionado. ¿Pero qué podía hacer yo? No sabía que Marcus era Chuck Norris. Había perdido los estribos. ¿Y entonces qué? ¿Por qué me sentía tan mal?

Tras las prácticas seguía sin poder quitarme la sensación de ser un completo fracaso. Ni siquiera horas después, cuando Caleb se presentó en mi puerta. Arrugué la frente, me eché a un lado y le dejé entrar.

—Se te da muy bien colarte en esta residencia, Caleb.

Sonrió con satisfacción, pero se desvaneció al ver mi ropa sudada.

—La fiesta de Zarak. Esta noche. ¿Te acuerdas?

—Mierda. No —cerré la puerta de una patada.

—Bueno, pues más vale que te prepares. Ya mismo. Ya llegamos tarde.

Pensé decirle que no me apetecía, pero la idea de quedarme enfurruñada en la habitación no parecía muy divertida. Supuse que merecía una noche de diversión después del día que había pasado, y no es que Aiden o Marcus fueran a enterarse de que iba a la fiesta de Zarak.

—Antes necesito darme una ducha rápida. Ponte cómodo.

—Claro —se tiró en el sofá y agarró el mando a distancia—. Va a haber un montón de puros por allí. Gente que no te ha visto desde que volviste. Está claro que saben que has vuelto. Todo el mundo lo comenta.

Puse los ojos en blanco, abrí la puerta del baño y me quité la ropa. No me preocupaba que Caleb pudiese entrar y verme. Sería como ver a su hermana desnuda; dudo que tuviese interés en ver mis atributos. Según me giré ante el espejo, vi una enorme selección de manchas azuladas por toda la espalda y los costados. Puaj. Me di la vuelta.

Caleb continuó desde el salón.

—Lea y Jackson se han peleado de lo lindo hoy, en medio de la playa, para que todos les viesen. Fue divertido.

No estaba tan segura de que lo fuese. Después de una ducha rápida, me sequé el pelo para que cayese en ondas más o menos manejables. ¿Y ahora qué me ponía?

—¿Acabas ya? Dioses, me aburro.

—Casi —me puse unos vaqueros y una camiseta, aunque querría haberme puesto ese vestidito demasiado ligero de color negro que Caleb me había escogido, pero el escote de la espalda habría revelado todos los moratones.

Caleb se levantó cuando entré al salón.

—Estás atractiva.

Torcí mi expresión.

—¿Crees que esto es atractivo?

Se rio mientras iba hacia la puerta.

—No.

Para cuando nos encontramos con otros mestizos al final del campus, el monólogo sin fin de Caleb sobre quién iba a asistir a la fiesta alejó mi ánimo asqueado. Caleb no dejaba de lanzarle miraditas a una de las chicas que se nos habían unido cuando cruzábamos el puente que llevaba a la isla principal. Fue fácil olvidar las prácticas y todo lo que me había perdido los últimos años.

No fue difícil superar los Guardias. Ninguno de ellos me reconoció, y si lo hicieron, no les importó como para mandarme de vuelta a mi habitación. Estaban acostumbrados a que los chavales fuesen de un lado a otro de las islas, especialmente en verano.

—Wow —una de las chicas dejó escapar un suave resoplido mientras bordeábamos las dunas de arena—. La fiesta es a lo grande.

Tenía razón. Tan pronto como rodeamos la duna, puros y mestizos se esparcían desde la enorme casa en la playa. Hacía siglos que no estaba en casa de Zarak. Al igual que Thea, sus padres tenían asiento en el Consejo, un montón de dinero y poco tiempo para sus hijos pura sangre.

Con sus increíbles vistas al océano, fachada azul claro y porche encalado, la casa de los padres de Zarak era idéntica a la casa en la que vivió mamá. Supuse que al otro lado de la isla aún estaría su casa. Me atravesó una mezcla de pena y felicidad. Me vi a mí misma de pequeña, jugando en el porche, corriendo por las dunas de arena, riendo, y vi a mamá, sonriéndome. Siempre estaba sonriendo.

—Hey —Caleb venía detrás de mí—. ¿Estás bien?

—Sí.

Pasó los brazos por mis hombros y me dio un achuchón.

—Vamos, aquí vas a ser como una estrella. Todo el mundo se alegrará de verte.

La verdad es que, caminando hacia la casa de la playa, me sentí un poco como una estrella. Allá donde miraba, alguien me llamaba o se acercaba para darme un abrazo y un cálido «Bienvenida». Por un momento, me perdí en un mar de caras conocidas. Alguien me puso un vaso de plástico en la mano; otro lo llenó de una botella abierta y antes de darme cuenta estaba pasándomelo bien entre viejos amigos.

Me dirigí hacia la ancha escalera, esperando encontrarme a Zarak por la casa. Y es que él era, después de todo, uno de mis pura sangre favoritos. Esquivé a dos mestizos que estaban liándose mientras seguían sujetando con firmeza sus vasos rojos de plástico —increíble habilidad, por cierto— y entré a la cocina, menos abarrotada. Al final, divisé la reconocible cabeza llena de rizos rubios. Parecía ocupado con una chica rubia muy guapa.

Estaba segura de que iba a interrumpir algo, pero no creí que a Zarak le importase. Tenía que haberme echado de menos. Me acerqué y di unos toquecitos con los dedos en su hombro. Le tomó un momento levantar la cabeza y darse la vuelta. Un par de asombrosos ojos grises —claramente no de Zarak— se encontraron con los míos.