La forma en que abrió la boca mientras caía de espaldas casi compensaba sus crueles palabras. Claramente no esperaba que fuese a hacerle nada, pensaba que la amenaza de expulsión era suficiente para mantenerme a raya. Pero Lea no conocía el poder de sus propias palabras.
Eché el brazo hacia atrás, con la intención de deshacer lo que fuera que hubiesen hecho los médicos para arreglar aquella naricilla suya, pero mi puño nunca llegó a darle. De hecho, Caleb llegó a mí antes de que pudiese dar otro paso hacia ella. Es más, me sacó de la sala de entretenimiento antes de que pudiera dar un paso más. Me dejó en el suelo y bloqueó el camino de vuelta a Lea. En su cara había una sonrisa, mientras, yo trataba de esquivarle.
—Déjame pasar, Caleb. ¡Juro por los dioses que le voy a romper la cara!
—No llevas ni un día aquí, Álex. Wow.
—Cállate —lo miré.
—Álex, déjalo. Te meterás en una pelea y te expulsarán. ¿Y entonces qué? ¿Serás una sirvienta el resto de tu vida? De todas formas, sabes que miente. Olvídalo.
Me miré la mano y vi varios mechones de pelo rojo enredados entre mis dedos. Genial.
Caleb vio las ganas en mi mirada y se dio cuenta de que si seguíamos cerca de aquella sala no podía acabar bien. Agarrándome por el brazo, me arrastró por el pasillo.
—Solo es una estúpida. Sabes que no decía más que estupideces, ¿verdad?
—¿Quién sabe? —gruñí—. En algo tiene razón, ¿sabes? No tengo ni idea de por qué se fue mi madre. Puede que hablase con la Abuela Piperi. No lo sé.
—La verdad es que dudo que el oráculo dijese que ibas a matar a tu madre.
Poco convencida, abrí la puerta de un puñetazo.
Caleb me seguía de cerca.
—Simplemente olvídalo, ¿vale? Tienes que concentrarte en el entrenamiento, no en lo que Lea o el oráculo hayan podido decir.
—Es más fácil decirlo que hacerlo.
—Vale. Entonces podrías preguntarle al oráculo qué le dijo a tu madre.
Me lo quedé mirando.
—¿Qué? Podrías preguntárselo tú si tanto te importa. No puede ser que esa mujer siga viva —entorné los ojos cegados por el sol—. Fue hace tres años cuando mamá pudo haber hablado con ella.
Ahora Caleb seguía mirándome igual.
—¿Qué? No puede ser. Ahora debería tener… ciento cincuenta años.
Los puros tenían mucho poder y un oráculo quizá tuviese más, pero ninguno de ellos era inmortal.
—Álex, es el oráculo. Seguirá viva hasta que el próximo tenga el poder.
Miré condescendiente.
—Solo es una vieja chiflada. ¿Que está en contacto con los dioses? Las únicas cosas con las que contacta son los árboles y su club de bridge.
Hizo un sonido de exasperación.
—Nunca dejará de sorprenderme que, siendo lo que eres, lo que somos, sigas sin creer en los dioses.
—No, creo en ellos. Solo creo que son como propietarios ausentes. Ahora mismo, seguramente estén en Las Vegas, tirándose a strippers y haciendo trampas en el póquer.
Caleb se apartó de mí de un salto, aterrizando sobre las piedrecillas blancas y marrones.
—Que no me pille a tu lado cuando uno de ellos te fulmine.
Me reí.
—Sí, en realidad observan y cuidan el negocio. Por eso tenemos daimons por ahí sueltos, drenando puros y matando mortales por diversión.
—Para eso nos tienen los dioses —Caleb sonrió como si acabase de explicarlo todo.
—Da igual —nos detuvimos al final de caminito de piedra. De allí, se podía ir a la residencia de las chicas o de los chicos.
Los dos miramos hacia la zona pantanosa. Plantas leñosas y pequeños arbustos salpicaban las saladas aguas, haciendo que cruzar aquello fuese casi imposible. Más allá estaba el bosque —literalmente en tierra de nadie—. Cuando era más pequeña pensaba que en los bosques oscuros vivían monstruos. Cuando me hice mayor aprendí que seguir el pantanal te llevaba a la isla principal, lo que me daba una ruta de escape perfecta cuando quería escabullirme.
—¿Sigue viviendo ahí la vieja bruja? —pregunté al fin—. ¿Y si pudiera hablar con Piperi?
Caleb asintió.
—Eso creo, pero ¿quién sabe? Baja hasta el campus de vez en cuando.
—Oh —entrecerré los ojos por la fuerte luz del sol—. ¿Sabes en qué pensaba?
Miró hacia mí.
—¿En qué?
—Mamá nunca me dijo por qué teníamos que irnos, Caleb. Ni una sola vez en estos tres años. Creo que estaría mejor si supiese por qué se fue. Sé que no va a cambiar nada de lo ocurrido, pero por lo menos sabría qué narices era tan importante como para tener que salir de aquí.
—Solo el oráculo lo sabe y, ¿quién sabe cuándo volverá por aquí? Tampoco puedes llegar a ella. Vive por allí, lejos. Ni siquiera yo me aventuro tan lejos por el pantanal. Así que ni lo pienses.
Mis labios se curvaron.
—Tantos años sin vernos y aún me conoces a la perfección.
Rio por lo bajo.
—Quizá podríamos hacer una fiesta y atraerla hasta aquí fuera. Creo que vino para el equinoccio de primavera.
—¿En serio? —Quizá hablar con el oráculo podría darme respuestas o contarme mi futuro.
Caleb se encogió de hombros.
—No me acuerdo bien, pero hablando de fiestas, va a haber una este fin de semana en la isla principal. La organiza Zarak. ¿Te apuntas?
Reprimí un bostezo.
—¿Zarak? Wow. Hace siglos que no lo veo, pero dudo que ir de fiesta sea algo que pueda hacer hasta dentro de mucho tiempo. Estoy castigada.
—¿Qué? —Caleb se quedó con la boca abierta—. Puedes escaparte. Eras la reina de las escapadas.
—Sí, pero eso era antes de que mi tío se convirtiese en el decano y yo estuviese a un paso de la expulsión.
Caleb gruñó.
—Álex, casi te expulsan tres veces. ¿Desde cuándo ha sido un impedimento? De todas formas, estoy seguro de que daremos con algo. Además, para ti será como una fiesta de bienvenida.
Era una mala idea, pero sentí la emoción de siempre cosquilleando en mi tripa.
—Bueno… por la noche no estaré entrenando.
—No —confirmó Caleb.
Una sonrisa nació en mis labios.
—Y escabullirse un poco nunca ha matado a nadie…
—Ni le ha expulsado.
Nos sonreímos, y solo con eso, las cosas volvieron a estar como antes de que todo se fuese al infierno.
Después de cenar, Caleb y yo tuvimos un poco de acción en el almacén del edificio principal de la escuela. Cogimos todas la ropa que pudiese quedarme bien y Caleb volvió a prometerme que al día siguiente iría con una de las otras mestizas a comprarme algo. No podía imaginarme con qué volvería.
Con los brazos llenos, nos dirigimos hacia mi residencia. Solo me sorprendí un poco cuando vi la formidable figura de Aiden al lado de las gruesas columnas de mármol del ancho porche. Caleb abrió los ojos como platos.
Gruñí.
—Pillada.
Mis pisadas se hicieron más lentas según nos acercábamos a él. No pude entrever nada en su estoica expresión o en la forma en que inclinó la cabeza hacia Caleb respetuosamente. Por primera vez en su vida, Caleb se quedó sin palabras cuando Aiden se le acercó y cogió el montón de ropa que llevaba en los brazos.
—¿Tengo que recordarte que los chicos no pueden entrar en la residencia de las chicas, Nicolo?
Caleb negó con la cabeza en silencio.
Arqueó las cejas mientras se volvía hacia mí.
—Tenemos que hablar.
Miré a Caleb en vano, él se apartó con una media sonrisa de disculpa. Por un segundo, pensé en seguirle. No lo hice.
—¿De qué tenemos que hablar?
Aiden se acercó a mí con un brusco movimiento de la cabeza.
—No has descansado en todo el día, ¿verdad?
Me cambié el peso al otro brazo.
—No. He estado poniéndome al día con los amigos.
Mientras íbamos por el pasillo parecía ir pensando en ello. Gracias a los dioses tenía una habitación en la planta baja. Odiaba las escaleras y, aunque el Covenant tenía más dinero del que yo podría llegar a imaginar, no había ni un solo ascensor en todo el campus.
—Deberías haber descansado. Mañana no será fácil.
—Siempre podrías ponérmelo fácil.
Aiden rio. El sonido fue un profundo y sonoro ruido que me habría puesto una sonrisa en la cara si hubiésemos estado en otra situación. En una en la que no se estuviese riendo de mí.
Fruncí el ceño mientras abría con un empujón la puerta de mi habitación.
—¿Por qué puedes entrar en mi habitación si Caleb no puede?
Arqueó una ceja.
—No soy un estudiante.
—Pero sigues siendo un chico —metí mi montón de ropa en la habitación y la dejé en el suelo—. No eres un Instructor ni un Guía. Así que creo que, si tú puedes estar aquí, Caleb debería poder también.
Aiden me estudió un momento, cruzando los brazos sobre el pecho.
—Me han dicho que hubo un tiempo en que estuviste más interesada en ser una Centinela que un Guardia.
Me senté en la cama y le sonreí.
—Has estado investigándome.
—Decidí que sería mejor estar preparado.
—Estoy segura de que te han contado cosas estupendas sobre mí.
Puso los ojos en blanco.
—Gran parte de lo que dijo el Decano Andros es cierta. Se te conoce bien entre los Instructores. Alabaron tu talento y tu ambición. Por lo demás… bueno, era de esperar. Solo eras una niña; aún sigues siéndolo.
—No soy una niña.
Los labios de Aiden se movieron como si quisiera sonreír.
—Sigues siendo una niña.
Me puse roja. Una cosa era que me llamase niña una persona mayor. ¿A quién le importaba? Pero cuando era un tío que estaba superbueno el que me lo decía, no me hacía sentir muy cómoda.
—Que no soy una niña —repetí.
—¿En serio? ¿Entonces eres adulta?
—Claro —le mostré mi mejor sonrisa, la que normalmente me sacaba de líos.
A Aiden no le afectó.
—Interesante. Un adulto sabe cuándo retirarse de una pelea, Álex. Especialmente después de haber sido advertido de que cualquier comportamiento cuestionable podría acabar en su expulsión del Covenant.
Mi sonrisa se desvaneció.
—No tengo ni idea de qué me hablas, pero estoy de acuerdo.
Aiden inclinó la cabeza hacia un lado.
—¿Ah, no?
—Nop.
Una pequeña sonrisa apareció en sus labios. Debería haber servido de advertencia, pero me vi a mí misma mirando aquellos labios en lugar de prestándole atención a él. De repente, se agachó frente a mí al nivel de mi vista.
—Entonces tendría que estar aliviado de saber que lo que me dijeron hace tan solo una hora es falso. Que no fuiste tú la que agarró a una chica del pelo y la tiró de la silla en la sala de entretenimiento.
Abrí la boca para negarlo, pero mis protestas murieron. Mierda. Siempre había alguien encantado de delatar a la gente.
—¿Comprendes la precaria posición en la que te encuentras? —Su firme mirada se clavó en la mía—. ¿La estupidez que es que unas simples palabras te lleven a la violencia?
Tirar a Lea de la silla había sido estúpido, pero ella me había cabreado.
—Estaba hablando de mi madre.
—¿Y eso importa? Piensa en ello. Solo son palabras y las palabras no significan nada. La acción sí. ¿Vas a pelearte con todo aquel que diga algo sobre ti o tu madre? Si es así, deberías ir haciendo las maletas ya.
—Pero…
—Habrá muchos rumores, rumores ridículos sobre por qué se fue tu madre. Sobre por qué no volviste. No puedes pelearte con todo aquel que te moleste.
Incliné la cabeza hacia un lado.
—Podría intentarlo.
—Álex, necesitas concentrarte en volver al Covenant. Ahora mismo estás aquí como un favor. Quieres vengarte de los daimons, ¿verdad?
—¡Sí! —Mi voz se volvió violenta al apretar los puños.
—¿Quieres poder salir y luchar contra ellos? Entonces tienes que centrarte en el entrenamiento en vez de en lo que diga la gente.
—¡Pero ella dijo que yo fui la razón por la que mamá murió! —Escuchar mi voz me afectó, tuve que mirar hacia otro lado. Era débil. Vergonzoso. Débil y vergonzoso no estaban en el vocabulario de un Centinela.
—Álex, mírame.
Dudé antes de hacerlo. Por un momento, la dureza de su expresión se suavizó. Cuando me miró así, realmente creí que había entendido mi reacción. Quizá no estaba de acuerdo, pero por lo menos entendió por qué lo hice.
—Sabes que no podías hacer nada para salvar a tu madre —sus ojos buscaron mi cara—. Lo sabes, ¿verdad?
—Debería haber hecho algo. Tuve todo el tiempo y debería haber llamado a alguien. Quizá entonces… —me pasé la mano por el pelo y respiré profundamente—. Quizá nada de esto hubiese sucedido.
—Álex, no podías saber que iba a acabar así.
—Pero sí que lo sabía —cerré los ojos, sintiendo un nudo en el estómago—. Todos lo sabemos. Es lo que ocurre cuando abandonas la seguridad de la comunidad. Sabía que ocurriría, pero tenía miedo de que no la dejasen volver después de haberse marchado. No podía… dejarla sola ahí fuera.
Aiden se quedó en silencio tanto rato que pensé que se había ido de la habitación, pero entonces sentí su mano en mi hombro. Abrí los ojos, giré la cabeza y miré abajo, hacia su mano. Sus dedos eran largos y parecían gráciles. Mortales, imaginé. Pero ahora eran amables. Como si no tuviese control sobre mí misma miré sus ojos plateados. No pude evitar el recuerdo de lo que pasó entre nosotros en la fábrica.
Repentinamente, Aiden me soltó. Se pasó una mano por el pelo, parecía inseguro en sus actos.
—Mira. Descansa un poco. Pronto serán las ocho de la mañana —se dio la vuelta para salir, pero paró—. Y esta noche no vuelvas a salir de la habitación. No quiero descubrir por la mañana que has quemado un pueblo mientras yo dormía.
Tenía preparadas varias contestaciones, todas ellas inteligentes y mordaces, pero me las tragué y me levanté de la cama. Aiden se paró en la puerta y miró el pasillo vacío.
—Álex, lo que le pasó a tu madre no fue culpa tuya. Cargar con eso solo te estorbará. No lleva a ningún sitio. ¿Entiendes?
—Claro —mentí.
A pesar de que quería creer que lo que Aiden decía era verdad, sabía que no lo era. Si hubiese contactado con el Covenant, mamá seguiría viva. Así que sí, de algún modo, Lea tenía razón.
Era la responsable de la muerte de mi madre.