Capítulo 3

Aquellas palabras me impactaron y me hicieron callar. Todos mis sueños de venganza se habían evaporado. Miré a mi tío, odiándole casi tanto como odiaba a los daimons.

Míster Esteroides se aclaró la garganta.

—¿Puedo decir algo?

Marcus y yo nos giramos hacia él. Me sorprendió que pudiese siquiera hablar, pero Marcus le hizo una seña para que continuase.

—Mató a dos daimons.

—Soy consciente de ello, Leon —el hombre que estaba a punto de echar todo mi mundo abajo parecía no estar muy interesado.

—Cuando la encontramos en Georgia estaba sola, defendiéndose de dos daimons —Leon continuó—. Su potencial, si se la entrena bien, es astronómico.

Sorprendida de que el puro hablase a mi favor, me fui sentando poco a poco.

Marcus aún seguía sin parecer impresionado y aquellos brillantes ojos verdes parecían tan duros como el hielo.

—Lo entiendo, pero su comportamiento antes del incidente con su madre no puede ignorarse. Esto es una escuela, no un centro de acogida. No tengo ni el tiempo ni la energía para estar vigilándola. No puedo tenerla pululando libremente por nuestras aulas e influyendo en los demás estudiantes.

Puse los ojos en blanco. Me hizo parecer una malvada criminal que iba a derribar todo el Covenant.

—Entonces asígnele a alguien —dijo Leon—. Hay Instructores aquí durante el verano que podrán tenerla bajo vigilancia.

—No necesito una niñera. No voy a derrumbar el edificio.

Todos me ignoraron.

Marcus suspiró.

—Aunque la asignemos a alguien, va atrasada en su entrenamiento. No hay ninguna posibilidad de que se ponga a la par con los de su clase. Para el comienzo de las clases estará muy atrasada.

Esa vez fue Aiden el que habló.

—Tendríamos todo el verano para prepararla. Es posible que pueda estar suficientemente preparada como para ir a clase.

—¿Quién tiene tiempo para ese proyecto? —Marcus frunció el ceño— Aiden, tú eres un Centinela, no un Instructor. Ni tampoco Leon. Y Laadan volverá dentro de poco a Nueva York. Los demás instructores tienen vidas; vidas que no puedo esperar que dejen a un lado por una simple mestiza.

La expresión de Aiden era ilegible y no tenía la más remota idea de qué provocó las palabras que salieron de su boca.

—Yo puedo trabajar con ella. No interferirá con mis obligaciones.

—Eres uno de los mejores Centinelas —Marcus movió la cabeza—. Sería desperdiciar tu talento.

Estuvieron discutiendo sobre qué hacer conmigo. Intenté intervenir una vez, pero tras la mirada de advertencia que me lanzaron tanto Leon como Aiden, callé. Marcus continuaba afirmando que yo era una causa perdida, mientras Aiden y Leon argumentaban que podría cambiar. El interés de mi tío por entregarme a Lucian apestaba. La servidumbre no era un futuro agradable, todo el mundo lo sabía. Había oído rumores, rumores horribles sobre cómo los puros trataban a los mestizos, especialmente a las mestizas.

Laadan dio un paso al frente cuando Aiden y Marcus llegaron a un punto muerto en la discusión sobre qué hacer conmigo. Lentamente, se pasó su largo pelo por encima de un hombro.

—¿Qué tal si hacemos un trato, Decano Andros? Si Aiden dice que puede entrenarla y seguir haciendo sus tareas, no tiene nada que perder. Si no está lista al final del verano, no se queda.

Me giré de nuevo hacia Marcus, llena de esperanza.

Me miró durante lo que me pareció una eternidad.

—Está bien —se echó hacia atrás en su silla—. Esto te afecta, Aiden. ¿Entiendes? Cualquier cosa, y quiero decir, lo que sea que haga se verá reflejada en ti. Y créeme, hará algo. Es como su madre.

Aiden de repente pareció cauto cuando me miró.

—Sí. Lo entiendo.

Una gran sonrisa apareció en mi cara y la mirada cauta en su cara creció, pero al volverme hacia Marcus, mi sonrisa murió bajo su mirada glacial.

—Seré menos tolerante que tu antiguo decano, Alexandria. No me hagas lamentar esta decisión.

Asentí con la cabeza, sin atreverme a hablar. Había bastantes posibilidades de que la cagase si lo hacía. Después, Marcus me despidió con la mano. Me levanté y salí de su despacho. Laadan y Leon se quedaron, pero Aiden me siguió.

Me giré hacia él.

—Gracias.

Aiden me miró.

—Aún no me des las gracias.

Calmé un bostezo y me encogí de hombros.

—Bueno, ya lo he hecho. La verdad es que creo que, si no hubiese sido por vosotros tres, Marcus me habría mandado con Lucian.

—Lo habría hecho. Tu padrastro es tu tutor legal.

Me encogí de hombros.

—Eso me deja mucho más tranquila.

Él pilló mi reacción.

—¿Fue algo que hizo Lucian por lo que tu madre y tú os fuisteis?

—No, pero Lucian… no estaba particularmente orgulloso de mí. Yo soy hija de mi madre, ¿sabes? Él es solo Lucian. ¿Y a qué se dedica ese capullo ahora, por cierto?

Aiden levantó las cejas.

—Ese capullo es el Patriarca del Consejo.

Me quedé con la boca abierta.

—¿Qué? Bromeas, ¿verdad?

—¿Por qué iba a bromear sobre algo así? Así que quizá deberías abstenerte de llamarle capullo en público. Dudo que te ayude.

La noticia del patriarcado de Lucian me encogió el estómago, especialmente considerando que tenía un «sitio» para mí en su casa. Agité la cabeza y lo saqué de mis pensamientos. Ya tenía suficientes problemas como para preocuparme por él.

—Deberías descansar un poco. Ven mañana, empezaremos el entrenamiento… si te apetece.

—Me apetece.

Los ojos de Aiden recorrieron mi cara herida y fue bajando, como si pudiese ver todos los cortes y moratones que había ido acumulando desde que huí de Miami.

—¿Estás segura?

Asentí, mirando el mechón de pelo que siempre se apartaba de la frente.

—¿Con qué empezaremos? No hice nada de tácticas ofensivas ni Silat.

Movió la cabeza.

—Siento decepcionarte, pero no vamos a empezar con el Silat.

Sí que fue decepcionante. Me gustaban las dagas y todo con lo que se pudiera apuñalar y realmente me hubiese gustado usarlas con efectividad. Empecé a dirigirme hacia mi residencia, pero la voz de Aiden me paró.

—Álex. No… me decepciones. Cualquier cosa que hagas se volverá en mi contra. ¿Entiendes?

—Sí. No te preocupes. No soy tan mala como Marcus dice.

Me miró dudoso.

—¿Intimar en la residencia masculina?

Me puse roja.

—Solo estaba visitando a unos amigos. No es que estuviese saliendo con ninguno. Solo tenía catorce años. No soy una fresca.

—Bien, es bueno saberlo.

Se alejó.

Suspiré y me dirigí hacia mi habitación. Estaba cansada, pero la emoción de haber logrado una segunda oportunidad me animó. Tras quedarme mirando la cama durante una absurda cantidad de tiempo, salí de la habitación y me moví por los pasillos vacíos de la residencia femenina. Los puros y los mestizos solo compartían salas en el Covenant. En todos los demás sitios estaban separados.

Traté de recordar cómo era estar aquí. Los rigurosos horarios de entrenamiento, absurdos trabajos de clase estudiando cosas que me aburrían hasta morir y todos los juegos sociales a los que jugaban puros y mestizos. No hay nada como un montón de adolescentes maliciosos que podrían mandarte de una patada al otro lado del país o prenderte en llamas solo con pensarlo. Eso cambiaba a quién elegía la gente para luchar o de quién te hacías amigo. Y al final del día siempre era bueno tener algo con lo que encender los ánimos.

Todo el mundo tenía un papel. Yo era considerada guay entre los mestizos, pero ahora no tenía ni idea de dónde estaría al empezar las clases.

Tras vagar por las salas comunes vacías, salí de la residencia femenina y me dirigí hacia uno de los edificios pequeños al lado de la zona pantanosa. Era un edificio cuadrado de una planta, albergaba la cafetería y las salas de entretenimiento y estaba rodeado por un colorido patio.

Ralenticé el paso según me acercaba a una de las salas más grandes. Las risas y golpes que salían de ella probaban que algunos chicos se quedaban allí durante las vacaciones de verano. Algo cambió en mi interior. ¿Me aceptarían de nuevo? ¿Me conocerían siquiera? ¿Les importaría?

Respiré profundamente y empujé la puerta. Nadie pareció darse cuenta de mi presencia. Todos estaban ocupados animando a una pura que hacía flotar unos cuantos muebles por el aire. La joven era novata controlando el aire, lo que explicaba todo el ruido. Mamá también usaba el aire. Después de todo, era el elemento más común. Los puros solo podían controlar uno, y a veces dos si eran muy poderosos.

Estudié a la chica. Con sus brillantes rizos rojos y enormes ojos azules, parecía tener doce años, sobre todo por estar allí al lado de los enormes mestizos con su bonita sudadera. La verdad es que yo no era la más indicada para hablar. Medía poco más de un metro sesenta, lo que era bastante enana comparada con la mayoría de los mestizos.

Maldije a mi padre mortal.

Mientras tanto, la pura cerró con fuerza los labios cuando otra silla cayó al suelo y el público soltó más risitas, todos excepto uno, Caleb Nicolo. Alto, rubio y con una sonrisa encantadora, Caleb había sido mi compañero de batallas cuando estaba en el Covenant. No debería sorprenderme tanto verle allí en verano. Su madre mortal nunca quiso tener nada que ver con su «extraño» hijo y su padre pura sangre se desentendió totalmente de él.

Caleb me miraba con los ojos como platos, asombrado.

—Pero… qué…

En ese momento todo el mundo se giró hacia mí, incluso la pura. Al perder la concentración, todas las cosas cayeron al suelo de golpe. Unos cuantos mestizos se dispersaron cuando cayó el sofá y luego la mesa de billar.

Abrí los brazos.

—Cuánto tiempo sin vernos, ¿eh?

Caleb se espabiló, en dos segundos cruzó toda la sala y me dio un abrazo de oso. Luego me agarró y empezó a darme vueltas.

—¿Dónde has estado? —Me dejó de nuevo en el suelo—. ¿Tres años, Álex? ¿Qué demonios? ¿Sabes qué dice la mitad de los estudiantes que os pasó a ti y a tu madre? ¡Pensábamos que estabais muertas! En serio, te daría un puñetazo ahora mismo.

No podía contener la sonrisa.

—Yo también te he echado de menos.

Continuó mirándome como si fuese una especie de espejismo.

—No puedo creer que estés aquí delante, de verdad. Más vale que tengas una historia brutal que contarme.

Reí.

—¿Como qué?

—Más te vale haber tenido un bebé, matado a alguien o haberte acostado con un puro. Esas son tus tres opciones. Cualquier otra cosa es totalmente inaceptable.

—Pues te voy a decepcionar bastante, porque no ha sido nada emocionante.

Caleb dejó caer el brazo sobre mis hombros y me llevó hacia uno de los sofás.

—Entonces tienes que decirme qué narices has estado haciendo y cómo has vuelto. ¿Por qué no nos llamaste? Hoy en día no hay un solo sitio en el mundo que no tenga cobertura.

—Yo opto por lo de haber matado a alguien.

Miré hacia atrás y vi a Jackson Manos en el grupo de mestizos que no había reconocido. Era tal y como lo recordaba. Pelo oscuro con la raya en medio, un cuerpo hecho para que las chicas babeasen por él y unos igualmente sexys y oscuros ojos. Le dediqué mi mejor sonrisa.

—Lo que tú digas, capullo, no he matado a nadie.

Jackson sacudió la cabeza mientras se nos acercaba.

—¿Recuerdas haber hecho caer a Nick sobre su cuello durante las prácticas? Casi lo matas. Menos mal que lo sanamos rápido, si no lo habrías dejado sin entrenamientos durante meses.

Todos nos reímos al recordarlo. El pobre Nick se pasó una semana en la enfermería tras el incidente. Lo bien que lo pasábamos y la curiosidad general hizo que los demás mestizos vinieran al sofá. Como sabía que en algún momento tendría que responder a alguna de las preguntas sobre mi ausencia, me inventé una historia bastante sosa sobre que mamá quería vivir entre mortales. Caleb me miró como dudando, pero no dijo nada.

—Por cierto, ¿qué narices llevas puesto? Parece el uniforme de entrenamiento de los chicos —Caleb tiró de mi manga.

—Es todo lo que tengo —di un suspiro dramático—. Dudo que vaya a salir pronto de aquí, y no tengo dinero.

Sonrió.

—Sé dónde guardan todos los uniformes. Mañana puedo pillarte algo nuevo en la ciudad.

—No tienes por qué hacerlo. Además, no quiero que compres por mí. Acabaré pareciendo una stripper.

Caleb rio y se le marcaron unas pequeñas arrugas alrededor de sus ojos azules.

—No te preocupes. Hace unas semanas papá me mandó una fortuna. Creo que se siente culpable por ser una mierda de padre. De todas formas, haré que venga conmigo alguna de las chicas.

La pura —que se llamaba Thea— acabó viniendo donde estábamos. Parecía maja e interesada en mí, pero hizo la pregunta que más temía.

—Y tu madre… ¿Se ha reconciliado con Lucian? —preguntó bajito, con voz de niña.

Me obligué a no mostrar ninguna emoción.

—No.

Pareció sorprendida. Igual que todos los mestizos.

—Pero… no pueden divorciarse —dijo Caleb—. ¿Van a hacer eso de separar la casa con distintos números de puerta?

Los puros nunca se divorciaban. Creían que sus parejas estaban predestinadas por los dioses. Yo siempre he pensado que todo eso era una tontería, pero eso del «no divorcio» explicaba por qué tantos tenían aventuras.

—Eh… no —dije—. Mamá… no sobrevivió a ahí fuera.

Caleb se quedó boquiabierto.

—Oh, dios. Lo siento.

Me forcé a encogerme de hombros.

—No pasa nada.

—¿Qué le ha pasado? —preguntó Jackson con tan poco tacto como siempre.

Respiré profundamente y decidí contarles la verdad.

—Un daimon la atrapó.

Eso llevó a otra ronda de preguntas, a las que respondí con la verdad. Sus caras reflejaban horror y emoción cuando llegué a la parte en la que luché y maté a dos de los daimons. Hasta Jackson parecía impresionado. Ninguno de ellos había visto un daimon en la vida real.

No entré en detalles sobre mi encuentro con Marcus, pero les dije que mi verano no iba a ser todo diversión y juegos. Cuando mencioné que iba a entrenar con Aiden, se oyó un quejido colectivo.

—¿Qué? —Miré a todo el grupo.

Caleb quitó las piernas de mi regazo y se levantó.

—Aiden es uno de los más duros…

—Bruscos —añadió Jackson solemnemente.

—Mezquinos —dijo una mestiza con el pelo marrón muy corto. Creo que se llamaba Elena.

Un malestar recorrió mi cuerpo. ¿Dónde me había metido al juntarme con él? Y aún no habían acabado con las descripciones.

—Fuertes —añadió otro chico.

Elena miró por la habitación, con una medio sonrisa.

—Sexys.

Hubo una serie de suspiros entre las chicas, pero Caleb frunció el ceño.

—Esa no es la cuestión. Tío, es una bestia. Ni siquiera es un Instructor, es un Centinela puro y duro.

—Asignaron a su área un par de clases que se iban a graduar —Jackson sacudió la cabeza—. No es ni un Guía, pero eliminó a más de la mitad y los devolvió como Guardias.

—Oh —me encogí de hombros. Tampoco sonaba tan mal. Estaba a punto de decir esto cuando una nueva voz interrumpió.

—Anda, mira quién ha vuelto. Si es nuestra única e inimitable chica sin estudios —dijo Lea Samos alargando las palabras.

Cerré los ojos y conté hasta diez. Lo dejé en cinco.

—¿Te has perdido, Lea? No es aquí donde regalan los test de embarazo.

—Oh, tío —Caleb se movió hasta detrás del sofá, quitándose de en medio. No lo culpé. Lea y yo teníamos una historia legendaria. Los informes de peleas que Marcus había mencionado solían involucrarla. Se rio con esa risa ronca y gutural a la que estaba tan acostumbrada. Entonces levanté la mirada. No había cambiado nada.

Vale. Era mentira.

Como poco Lea se había vuelto más guapa en estos tres últimos años.

Con su largo pelo color cobre, ojos amatista y un bronceado imposible, parecía una elegante modelo. No pude evitar pensar en mis aburridos ojos marrones.

Mientras mi reputación estelar llevaba mi nombre en boca de todos durante mi estancia allí, Lea había estado acechando el Covenant. Es más, ya se había hecho con él.

Sus ojos me recorrieron de arriba a abajo desde el otro lado de la sala de entretenimientos, se fijó en mi gran camiseta y los pantalones de deporte arrugados. Arqueó una ceja perfectamente formada.

—¿No estás adorable?

Ella, por supuesto, llevaba la falda más corta y ceñida que existe.

—¿No es esa la misma falda que llevabas en tercero? Se te está quedando un poco pequeña. Igual deberías comprar una o tres tallas más.

Lea sonrió sobradamente y se echó el pelo sobre el hombro. Se sentó en una de las modernas sillas fluorescentes del otro lado.

—¿Qué le ha pasado a tu cara?

—¿Qué le ha pasado a la tuya? —repliqué—. Pareces un maldito Oompa Loompa. Deberías dejar el spray bronceador, Lea.

Hubo unas cuantas risitas de nuestro improvisado público, pero Lea lo ignoró. Estaba concentrada en mí —su archienemiga—. Eramos así desde que teníamos siete años. Enemigas desde el arenero, supongo.

—¿Sabes qué he oído esta mañana?

Suspiré.

—¿Qué?

Jackson caminó hasta su lado, con sus ojos oscuros devorando sus largas piernas. Se puso detrás suyo y le tiró de un mechón.

—Lea, déjalo. Acaba de volver.

Mis cejas se arquearon al ver que ella lo hacía bajar con un solo movimiento de su dedo. Él bajó su boca hasta la de ella. Lentamente me giré hacia Caleb. Aburrido por la escena, se encogió de hombros. Los Instructores no podían evitar que los estudiantes se liasen. Quiero decir, venga ya… Cuando tienes un montón de adolescentes juntos, estas cosas pasan, pero el Covenant no lo veía con buenos ojos. Aunque normalmente los estudiantes no iban alardeando.

Cuando acabaron de morrearse, Lea volvió a mirarme.

—He oído que el Decano Andros no te quería de vuelta. Tu propio tío quería enviarte a la servidumbre. ¿Es triste, verdad?

Le hice un corte de mangas.

—Hicieron falta tres pura sangre para convencer a su tío de que merecía la pena tenerla aquí.

Caleb resopló.

—Álex es una de las mejores. Dudo que necesitasen convencerlo.

Lea abrió la boca, pero la corté.

—Fui una de las mejores. Y sí, hizo falta convencerlo. Al parecer tengo mala reputación y además pensaba que había perdido mucho tiempo.

—¿Qué? —Caleb me miró fijamente.

Me encogí de hombros.

—Tengo hasta que acabe el verano para demostrar a Marcus que puedo ponerme en forma a tiempo para unirme al resto de estudiantes. Tampoco es para tanto, ¿verdad, Lea? —La miré sonriendo—. ¿Recuerdas la última vez que discutimos? Fue hace mucho tiempo, pero estoy segura de que te acuerdas bastante bien.

Un rubor rosado se extendió por sus bronceadas mejillas y se tocó la nariz en un movimiento inconsciente, lo que hizo que mi sonrisa fuese aún mayor. Siendo tan jóvenes, nuestros combates eran ejercicios de entrenamiento sin contacto. Pero un insulto llevó a otro y le rompí la nariz.

Por dos sitios.

Me supuso tres semanas de expulsión.

Lea apretó los labios.

—¿Sabes qué más sé, Álex?

Crucé los brazos sobre el pecho.

—¿Qué?

—Que mientras todos los de aquí puede que se crean cualquier ridícula excusa que hayas dado sobre por qué tu madre se fue, yo sé la razón real.

Sus ojos brillaron con malicia.

Me sentí fría como el hielo.

—¿Y cómo lo sabes?

Sus labios se curvaron en los extremos al encontrarse nuestras miradas. Pude ver cómo Jackson se apartaba de ella.

—Tu madre se encontró con la Abuela Piperi.

¿La Abuela Piperi? Miré con desdén. Piperi era una vieja loca que supuestamente era un oráculo. Los puros creían que tenía contacto con los dioses. Yo creía que con lo que contactaba era con el alcohol.

—¿Y? —le dije.

—Sé qué dijo la Abuela Piperi para que tu madre se volviera loca. Estaba loca, ¿verdad?

Me puse de pie sin darme cuenta.

—Lea, cállate.

Me miró con los ojos bien abiertos y sin inmutarse.

—Ahora, Álex, quizá quieras calmarte. Una pequeña pelea y estarás limpiando retretes durante el resto de tu vida.

Cerré los puños. ¿Estuvo en la sala, debajo de la mesa de Marcus o qué? ¿Cómo podía saber tanto? Aunque sabía que tenía razón, y era una mierda. Ser mejor persona implicaba mantenerme lejos de ella. Era más difícil de lo que jamás llegué a pensar, era como andar sobre arenas movedizas. Cuanto más me movía, más me pedía el cuerpo que me quedase y le rompiese la nariz de nuevo. Pero me contuve y pasé al lado de su silla sin pegarle.

Era una persona diferente, mejor persona.

—¿No quieres saber qué le dijo a tu madre para volverla loca? ¿Para hacerla huir de aquí? Te encantará saber que todo estaba relacionado contigo.

Me paré, tal y como Lea había planeado.

Caleb apareció a mi lado y me agarró del brazo.

—Vamos, Álex. Si lo que dice es verdad, no tienes que dejar que te expulsen. Además, sabes que no sabe nada.

Lea se dio la vuelta, pasando un grácil brazo sobre el respaldo de la silla.

—Pero sí que sé. ¿Sabes? Tu madre y Piperi no estaban solas en el jardín. Alguien más escuchó su conversación.

Me solté de Caleb y me di la vuelta.

—¿Quién las escuchó?

Se encogió de hombros, mirándose las uñas pintadas. En ese preciso momento supe que acabaría pegándole.

—El oráculo le dijo a tu madre que serías tú quien la mataría. Teniendo en cuenta que no pudiste evitar que un daimon la drenase, supongo que Piperi lo dijo en sentido figurado. ¿De qué sirve una mestiza que no puede ni proteger a su propia madre? ¿Acaso te sorprende que Marcus no te quiera de vuelta?

Hubo un momento en que nadie en la habitación se movió. Ni siquiera yo.

Entonces le sonreí, justo antes de cogerla por su pelo cobrizo y tirarla de la silla.

Que le den a ser mejor persona.