Hace cuarenta y seis siglos, el gran oasis en el desierto occidental que nosotros llamamos Fayum era un lugar silvestre, ocupado por aquel entonces en su mayor parte por un lago inmenso, del que el actual Birket Karun es sólo una pobre reliquia, alimentado por un largo brazo del Nilo, el Bahr Yusuf de los árabes, que le aportaba sus aguas en abundancia, formando un terreno de marismas que dio origen a una rica vegetación en la que predominaban los papiros y las cañas. Se convirtió así en refugio de una fauna muy diversa y en paraíso de los cazadores que acosaban, en los límites del desierto, a toda clase de animales salvajes. Junto a las orillas del lago, la densa vegetación albergaba panteras, guepardos, jabalíes, pitones y elefantes, mientras que en las aguas de lo que los egipcios consideraban un verdadero mar (a veces lo llamaban Mar Grande, Pa-yom, que los coptos convirtieron en Fiom y los árabes en Fayum) y en las marismas que la rodeaban vivían hipopótamos y cocodrilos, además de toda clase de peces y aves. Sólo bajo los faraones del Imperio Medio, a comienzos del II milenio, el Fayum se convirtió en terreno de cultivo. Y ahí comienza la historia de Keops.