Aquella mañana Keops subió a la terraza del templo de Thot, en compañía de Ibebi, cuando el cielo, por el oriente, abandonaba los pálidos tintes del alba para dejar paso a la fulgurante púrpura de la aurora y el sol levantaba su frente en el horizonte. Keops, arrodillado junto a su maestro, depositó incienso en una cazoleta colocada ante él y luego entonó el himno que cantaban los grandes babuinos cuando danzaban exaltados, saludando la salida del sol.
—¡Loor a ti cuando te levantas semejante al oro, iluminando las Dos Tierras como el día de su nacimiento, engendrado por tu madre con sus propias manos! Has iluminado la órbita del disco, oh Gran Iluminador que brota de Nun, que extrae las generaciones divinas de las aguas primordiales, tú, que pones la fiesta en todas las partes del mundo, todas las ciudades, todas las moradas, que proteges con tu perfección, que haces ascender tu ka con los alimentos, grande de terror, poderoso de poderío, cuyo sitio está muy por encima de los malvados, eres grande apareciendo en la barca celeste.
»Se levanta Ra en el horizonte. Su Eneada lo sigue cuando el dios sale del lugar secreto y luego va fortaleciéndose en el horizonte oriental del cielo por la voz de Nut. Ella protege los caminos de Ra, derecha ante el Grande en su curso circular.
»Salud a ti, que apareciste como Khepri, Khepri como el Creador de los dioses. Te levantas, brillas, haces brillar a tu madre Nut, estás coronado como rey de los dioses. Salud Ta-tenen, el Uno, Creador de la humanidad y de la sustancia de las divinidades del sur, el norte, el oeste, el este. Adoración de Ra, el señor de los cielos, Soberano, Vida, Salud, Fuerza, Genitor de los dioses.
»Soy el loto puro que brota del Luminoso, el encargado de las narices de Ra, el encargado de la nariz de Hator. Hago mi travesía, lo busco para Horus. Soy el puro, salido de las campiñas pantanosas.
Con estas últimas palabras, Keops recordó que avanzaba por la vía de la pureza iniciática, se alejaba del mundo de las apariencias para penetrar en el de las realidades últimas y seguía las huellas de Horus, manifestación viva del dios celeste.
Ibebi invitó entonces a su discípulo a seguirlo, a bajar de nuevo hasta el corazón del santuario para dejarse envolver por las misteriosas sombras de la morada del dios.
—Keops —dijo Ibebi cuando ambos estuvieron sentados en sendas esteras—, pronto llegarás al final de la parte de camino que podías recorrer en mi compañía, en el templo de Thot. Hablaremos otra vez de algunas cuestiones que habían quedado en suspenso, para profundizar en ellas y aclararlas. Vamos a hablar, pues, de la divina Ogdoade, que, como ya sabes, es la sustancia de Thot, las múltiples manifestaciones de su ser.
»Debes saber que en el origen, como ya se ha dicho, estaba el Ta-tenen. Era un caos informe pero en él se hallaba, en potencia, todo el universo. Y de pronto, estalló; de su seno brotó el huevo primordial y de ese huevo nació Ra, de una flor de loto. No es posible describir el tamaño de ese huevo: era inmenso, y sin embargo, minúsculo; ¿cuál puede ser la medida de las cosas cuando no hay punto de comparación alguno? Y eso ocurría en la noche de los tiempos. Pero ¿cómo expresar ese tiempo en crecidas, si no existía aún el Nilo y, por lo tanto, no había inundaciones? Tampoco en años, porque la Tierra no se había creado, porque el sol no se levantaba por la mañana al este para acostarse por el oeste, puesto que tampoco existía. Ahora bien, ¿acaso la medida del tiempo no está marcada por los movimientos del sol y de las móviles estrellas? No había pues tiempo, ni tampoco espacio, ya que éste sólo es en función de los cuerpos que lo ocupan.
—Y en ese caso, ¿por qué el Ta-tenen estalló de pronto, por qué salió a la luz súbitamente el huevo primordial? ¿Por qué ocurrió eso en cierto momento, hace millones y millones de años, de acuerdo con nuestras medidas, y por qué no antes o después de que la cosa ocurriera? ¿Y de dónde procede la materia informe que constituye el Ta-tenen?
—Hay muchos misterios en el universo, muchas cosas relativas al dios que nuestro espíritu no puede comprender, pues somos sólo seres finitos, partes de un todo; ahora bien, lo finito no puede contener lo infinito al igual que las partes de un conjunto no pueden aprehender toda la complejidad de dicho conjunto. Recuérdalo: el otro día te dije que la creación por el verbo a partir de la nada era absurdo, salvo admitiendo que el dios, partiendo de su propia sustancia, creó el mundo visible e invisible, los espíritus a los que llamamos Akhu y la materia que adopta para nosotros las formas que nos son ya familiares. Me hiciste también la pregunta referente a la naturaleza real de Huh y Hohet, las Aguas primordiales. Ahora estarás en condiciones de comprender su sentido, pero no creas que con mi discurso disiparé todas las sombras que oscurecen tu espíritu: sólo tras largos esfuerzos de reflexión podrás comprender su sentido, y no en su totalidad pues hay misterios en los que no nos está permitido penetrar.
»El huevo primordial es ese punto minúsculo, y sin embargo inmenso, que contiene todo el universo en potencia. Como no existen tiempo ni espacio, pues esos conceptos sólo toman cuerpo en nuestro espíritu por la observación de la naturaleza desde nuestra infancia, no existe antes ni después, ni aquí o allá, sólo el Ta-tenen, un punto no localizado. Así pues, la pregunta que me hiciste para saber por qué el huevo brotó del Ta-tenen en ese o aquel momento no tiene sentido, porque lo que denominamos momento, parcela de tiempo, no tenía existencia todavía, y no la tenía porque no existía el movimiento. ¿Qué son entonces Huh y Hohet? La materia organizada, la materia tras el estallido del huevo primordial, el agua en potencia, los elementos primordiales que al combinarse crearán la materia y especialmente el agua en la Tierra, tras la creación de ésta. El huevo da idea de la forma real del universo, simboliza su organización armoniosa frente a la materia densa pero informe, indescriptible del Ta-tenen antes de su expansión. Pero el Ta-tenen del que brotó el dios es en realidad materia divina, es el propio dios, de modo que el mundo sólo es una manifestación de la divinidad, todo lo que existe es una parcela del Ser absoluto al que llamamos dios, nuter, que encierra en sí todas las emanaciones a las que hemos dado nombres particulares, que son los de las diversas divinidades a las que rendimos culto, tanto Ra, Ptah o Thot como Hator, Sekhmet o Neith.
—Pero ¿no Osiris? ¿Ni Isis, ni su hijo Horus?
—Ni Osiris ni ninguno de los hijos de la Tierra o el Cielo. Lo sabrás cuando hayas cruzado las puertas de los misterios de Osiris, en Abydos.
—Si he comprendido bien, quieres darme a entender que no sólo los dioses son emanaciones de la divinidad primordial, del creador de los mundos, sus manifestaciones bajo diversas formas, sino que todo el universo, todo lo que nos rodea, la propia materia inerte, son divinas parcelas del dios.
—Eso es. Pero has de saber que nada es inerte, ni siquiera la materia, pues eso es sólo apariencia. Los elementos que nos rodean y son las partes constituyentes del mundo visible (la tierra, el agua, el aire, las estrellas fijas y los astros móviles, la luna y el sol, cuya naturaleza nos parece idéntica a la del fuego) están animados por una vida interior, por un movimiento que no podemos percibir, pero que no por eso deja de ser real. Por lo que se refiere a los dioses que se nos manifiestan con formas humanas o animales o, mejor, que nosotros representamos con esas formas singulares, son sólo signos que muestran la realidad última de las cosas, la cual permanece invisible a nuestros ojos, se oculta tanto a nuestras percepciones físicas como a nuestro espíritu. Y ahí residen las realidades últimas que simboliza el nombre de Amón, el Oculto, el Invisible que el espíritu común no puede aprehender. Y por eso, también, el naos colocado al fondo de esta sala, representación mística del mundo, está vacío.
—¿Quieres decir que está vacío porque el dios, el Oculto, no puede manifestarse a nuestros ojos?
—Es la esencia invisible de las cosas, mientras que Thot, en los dos aspectos que puedes descubrir a tu derecha y a tu izquierda, simboliza la manifestación sensible del dios infinito y eterno.
—¿Cómo puede ser el dios infinito y eterno si me has hecho comprender que el tiempo y el espacio son sólo ilusiones a las que nuestra experiencia de seres vivos y mortales presta una falsa realidad? Al menos eso he creído entender en tus explicaciones.
—Has escuchado bien y tus conclusiones están justificadas. Ésta es la razón por la que cuando utilizo los términos de infinito y eterno como atributos del dios no puedes tomar su real medida, debes recibirlos como términos esotéricos cuyo sentido real escapa a nuestro entendimiento. No son cosas que se enseñen, son realidades misteriosas que sólo pueden ser aprehendidas por el espíritu, por esa iluminación interior que nos convierte en Akhu, en seres incorpóreos, intemporales y luminosos, tras haber cruzado las puertas de la muerte, los últimos mojones de cualquier iniciación. Pero debo callar ahora, pues no has recibido el saber indispensable para permitirte cruzar ese umbral misterioso. Basten de momento los datos que has adquirido en mi compañía y que podrás concretar leyendo el segundo libro de Thot que te entregaré ahora. Permanecerás en su compañía un mes más, en este templo, o dos meses si lo deseas y te parece necesario, incluso más, para meditar y profundizar en las enseñanzas que has recibido en Heliópolis y aquí mismo.
Transcurrió un mes, que Keops pasó leyendo y meditando. Durante el día permanecía en la habitación que le habían asignado, en compañía del segundo libro de Thot. No salía, se alimentaba de dátiles, legumbres y pan, y sólo bebía agua. No veía a nadie, salvo al sacerdote encargado de llevarle el alimento, con el que no hablaba en absoluto. La única tarea que se le había impuesto era mantener limpia su celda, barrerla, fregar con agua el suelo. Por la noche, subía a la terraza para observar el cielo, sentado o tendido en su estera, meditando, y se concedía algunas horas de sueño.
Cuando llegó el tiempo de la luna nueva, Ibebi fue al encuentro de Keops. Se sentó frente a él y le dijo:
—Durante este mes has permanecido solo contigo mismo y tu espíritu ha debido de madurar, has tenido tiempo para meditar lo que has aprendido. Ha llegado el momento de cruzar una nueva puerta en tu camino iniciático hacia la luz. Dentro de un rato llegará un sacerdote puro que, como el primer día, te afeitará y te purificará; luego serás llevado al recinto del templo para ver lo que puede ser visto y oír lo que debe ser oído. Más tarde, deberás tomar la decisión, o quedarte aquí, en esta habitación, el tiempo que juzgues necesario, para volver a sumirte en ti mismo, o regresar a Menfis. Allí aguardarás a que vaya a buscarte el mensajero del Gran Vidente de Ra y te diga que te aguardan en Abydos para perfeccionar tu iniciación, para que desciendas a las moradas de Osiris. ¿Te sientes ahora dispuesto a cruzar la quinta puerta y escuchar las palabras secretas que te preparen para afrontar el último misterio encerrado como un joyel en un loto, revelado a quienes son dignos de ello en el oculto templo de Osiris?
—Estoy dispuesto. Que se acerque a mí el sacerdote puro, que me prepare para cruzar la quinta puerta. Pero permite que te haga una pregunta más.
Ibebi asintió.
—Verás —prosiguió Keops—. He leído el primer libro de Thot, he leído el segundo, los he aprendido ambos de memoria. ¿Existe un tercer libro de Thot en que se revele el gran misterio, por el que se adquiera el poder mágico del espíritu que confiere el dominio sobre los seres y las cosas?
Ibebi inclinó la cabeza y permaneció silencioso unos instantes antes de responder:
—No lo sé. Ni siquiera sé cómo has podido conocer su existencia pues parece que aludas al libro del Gran Thot, del dios tres veces Muy-Grande. Pero debes convencerte de que ese poder mágico al que según parece aspiras y debe dar un dominio sobre el mundo no puede ser adquirido por un mortal aunque sea rey. El único dominio que tiene valor para nosotros los seres humanos es el de uno mismo, el dominio de nuestro propio espíritu, el conocimiento de sí y de la naturaleza que nos confiere la mayor autoridad sobre nosotros mismos. No busques más; ese dominio de uno mismo, del que acabo de hablarte, es ya una gran ascesis y una búsqueda interior que exige mucho tiempo y paciencia.
Dejó que se instalara el silencio para que su discípulo se impregnara de sus palabras. Keops comprendió entonces que no debía hacer más preguntas sobre aquel libro de Thot que Ibebi había mencionado. Agachó la cabeza y aguardó a que el sacerdote prosiguiera.
—Ahora —dijo por fin Ibebi— escucha mis instrucciones. Recuerda lo que deberás decir, lo que deberás comprender y responder a las palabras que el dios Thot pronuncie ante ti.
Tras purificarlo y ceñirle un paño nuevo de lino blanco, el sacerdote condujo a Keops hasta el templo. Le hizo cruzar un patio, varias salas, galerías y lugares oscuros iluminados por la llama de la antorcha que el sacerdote llevaba. Se detuvo ante una puerta forrada con placas de cobre cuyo batiente golpeó con una maza colgada de la pared contigua. La doble puerta giró lentamente y ante ellos apareció una vasta sala de techo alto, perdido en la penumbra, iluminada por lámparas dispuestas en hornacinas practicadas en las paredes y forradas de cobre pulido que reflejaban la luz. A lo largo del muro y a ambos lados estaban sentados unos hombres con el cuerpo ceñido por lienzos de lino blanco, colocados unos frente a otros. Sus rostros se hallaban ocultos por máscaras de oro que reproducían caras humanas. Al fondo de la sala se levantaba un estrado en el que se hallaban de pie tres hombres vestidos con un largo paño blanco provisto de una franja que pasaba, en bandolera, por su hombro derecho. El del centro llevaba una máscara negra que reproducía la larga faz canina de Anubis, pero Keops sabía que representaba a Upuat, el que abre los caminos del conocimiento; el hombre de su derecha tenía la cabeza de un babuino y el de su izquierda el de un ibis de largo pico afilado, de modo que cada uno de esos hombres representaba uno de los dos aspectos de Thot, el dios de los escribas, de la escritura y del saber; el dios de los misterios.
El sacerdote puro hizo que Keops se detuviera en medio de la sala, frente al estrado, y anunció:
—Traigo ante vosotros a Keops, primogénito de Snefru. Ha cruzado las primeras puertas en el santuario de Atón, en la morada del Fénix. Está aquí, ante vosotros, para que lo ayudéis a franquear la quinta puerta, la del conocimiento que guarda Thot el de la triple naturaleza.
El hombre con rostro de Anubis habló, y su máscara amplió su voz, que llenó el silencio de la sala.
—¿Qué has venido a hacer aquí?
Keops se recogió antes de responder:
—He venido siguiendo el deseo de mi corazón de la Laguna de la Doble Llama. La he apagado.
—¿Qué es la Laguna de la Doble Llama? —preguntó el hombre con máscara de babuino.
—Es la Isla del Arrebol, Hermópolis, donde por primera vez apareció el sol antes de que el tiempo existiese.
—Dime entonces, ¿cómo pudo existir la Isla del Arrebol antes que el tiempo y el sol existieran? —preguntó Anubis.
Keops guardó silencio de nuevo antes de responder:
—Éste es el gran misterio, el secreto del dios, pues la Isla del Arrebol es el ka de Hermópolis, su forma celestial.
El Thot con cabeza de ibis tomó entonces la palabra.
—¿Qué me pides?
—Tiéndeme tus dos manos —respondió Keops—. Paso el día en la Isla del Arrebol. Fui allí a cumplir una misión, y vuelvo para dar cuenta de ella. Permíteme pasar para que cuente mi mensaje. Soy allí estimado, he salido de aquel lugar engrandecido por la puerta del Señor del Universo. Me purifiqué en aquella gran plaza, rechacé mis errores, puse fin a mis desórdenes, expulsé los pecados que estaban en mí: soy puro, soy un ser divino. Guardianes de las puertas, he abierto el camino, soy vuestro semejante. Salgo a la luz, camino con mis dos piernas, tengo todo el poder sobre la andadura de los Akhu. Conozco los caminos secretos de las puertas de los Campos de las Cañas. Heme aquí, he llegado tras haber derribado a mis enemigos en la Tierra.
—¿Es decir…? —preguntó Upuat.
—Broté del huevo en la tierra oculta. Séame dada mi boca, hable yo por ella ante el dios grande, Señor de la Duat. Que mi mano no sea rechazada por alguien de la asamblea de los dioses.
—Ninguna mano va a rechazarte —respondieron a coro los hombres sentados a uno y otro lado de la sala.
—Pronuncia la fórmula para transformarte en dios que da la luz en las tinieblas —ordenó Upuat, en quien Keops había reconocido a Ibebi.
El sacerdote puro, que permanecía de espaldas a Keops, anudó en su cabeza una cinta mientras el príncipe heredero proclamaba:
—Soy el que ciñe la cinta de Nun, el brillante, el luminoso, atada en su frente, iluminando las tinieblas, que une los dos uraeus, las dos serpientes que pertenecen a mi cuerpo por el poder de los hechizos de mi boca. He tomado a Hu en mi ciudad, donde lo encontré. He rechazado las tinieblas con mi poder. He visto a Thot en la morada de Aah, el dios Luna. He tomado la doble corona. Maat está en mi cuerpo, así como la turquesa de sus meses. Mi dominio está en el lapislázuli de sus riberas. Soy la mujer que ilumina las tinieblas; he venido a iluminar la oscuridad que ahora brilla doblemente. He iluminado las tinieblas, he derribado los malos espíritus. Quienes están en las tinieblas me han adorado. He hecho erguirse a los que lloran, a los que ocultan sus rostros, a los débiles. Ved, soy la Mujer, el Hombre, el Uno, el Todo.
—¡Di cuál es tu naturaleza! —exigió Upuat.
—Soy el más poderoso de los toros con los rizos de sus cabellos entre sus turquesas, el más antiguo de los seres luminosos. He hecho que mis zancadas por la ciudad fueran como atravesar un patio. He avanzado por etapas; me detuve en Hermópolis. Me he cruzado con los dioses en su camino, he hecho gloriosos los templos de quienes están en sus capillas. Conozco las aguas de Nun, conozco Ta-tenen, conozco el Rojo Fénix, conozco a Heka, escucho sus palabras, soy el ternero rojo que está en la escritura. Los dioses, cuando me oyen, dicen: «Purifica nuestros rostros, que se acerque». No hay luz sin vosotros. Mis remedios están en mi cuerpo. No hablo en la sala de la Verdad, llega hoy la justicia encerrada hasta entonces en las tinieblas. No penetré en el lugar de las divinidades astrales. Di gloria a Osiris, conseguí los favores de las divinidades que lo siguen. Ved, me he elevado por encima del estandarte, por encima de mi trono. Soy Nun, no puedo ser derribado por el creador de desórdenes. Soy Shu el primordial, mi alma es el dios, es la eternidad. Soy el creador de las tinieblas, el que pone su sede en los confines del cielo, el príncipe de la eternidad. Soy el que es exaltado en Nebu, un niño en mi campiña. Mi nombre es «El que no puede perecer», mi nombre es «Alma creadora de Nun». Mi nido no se ve, no he roto mi huevo. Soy el señor de la eternidad. He hecho mi nido en los confines del cielo. Bajo a la tierra de Geb, destruyo a mis enemigos. Veo a mi padre, el señor de Shautet.
—¿Cuál es tu plegaria?
—Me vuelvo hacia el dueño del universo en su forma solar y le dirijo esta invocación: ¡Oh, Ra!, en su huevo, brillante en su disco que se levanta en el horizonte, que brilla en el cielo, sin igual entre los dioses, que navega por encima de los soportes de Shu, creando vientos con el aliento de su boca, que ilumina las Dos Tierras con su fulgor, protege a tu adorador del dios de formas misteriosas, aquel cuyas dos cejas son parecidas a los dos brazos de la balanza, en aquella noche en que se hacen las cuentas de la cosecha. Loor a ti, dueño del fulgor, que presides el Gran Castillo y disipas la noche y las tinieblas. Me he acercado a ti, el Glorioso, soy puro, mis dos manos están detrás de ti. Que pueda seguir mi corazón cuando llegue el momento del fuego y de la noche.
—¿Y cuál es tu petición?
—¿Qué ocurre con la duración de mi vida?
Habló Upuat; tomó la palabra en nombre del Señor del Universo, del dios creador surgido del Ta-tenen.
—Se ha dicho que tendrás millones de millones de años, tu vida será eterna. He hecho que enviara a los grandes. Pero yo destruiré todo lo que creé. Esta tierra volverá al estado de Nun, al estado de las aguas del comienzo, parecido a su estado primordial. Soy lo que permanecerá con Osiris cuando me haya transformado en otras serpientes que los hombres no pueden conocer, cuyas bellezas los dioses no pueden ver. He hecho, para Osiris, que sea mayor que todos los dioses. Le he concedido la necrópolis, y su hijo Horus es su heredero en el trono de la Isla del Arrebol. Además, he colocado su sitial en la barca de los Millones de años: Horus se ha establecido en su trono para consolidar sus obras.
Cuando hubo dejado de hablar, tras haber escuchado esas misteriosas palabras, Keops tomó la palabra.
—¡Oh, padre mío, Osiris, haz por mí lo que por ti hizo tu padre Ra! ¡Que pueda vivir mucho tiempo en la Tierra, que pueda fundar mi trono! Que mi heredero pueda ser sano, que sean florecientes mi casa y la de quienes amo en la Tierra. Que se inflija a mis enemigos la destrucción de Selkis, en sus ataduras. Soy tu hijo, oh, padre Ra; por mí hiciste eso, vida, salud, fuerza: es Horus establecido en su trono. Concede que el curso de mi vida me lleve a una edad venerable.
—Keops ha pronunciado las palabras que debíamos escuchar. Que se abra la quinta puerta para que él, el justificado, la cruce, que penetre en el misterioso laberinto que lo llevará al conocimiento postrero.
Los dos Thot, el babuino y el ibis, se acercaron a Keops, le tomaron cada uno de un brazo y lo llevaron detrás del estrado. Había allí una puerta de doble batiente. Empujaron y la puerta se abrió, de par en par, a las tinieblas.