Keops supo finalmente, por boca de un enviado de Benu, el Gran Vidente, que había llegado el momento de abandonar Menfis y dirigirse a Hermópolis, donde lo aguardaba el sumo sacerdote de Thot, el dios polimorfo que se manifestaba bajo el aspecto del ibis o el del babuino.
Meritites, acostumbrada a las ausencias repetidas y a menudo prolongadas de su hermano, no manifestó pesadumbre alguna, pero Henutsen no pudo evitar llorar con desconsuelo.
—No derrames lágrimas, hermana —le dijo Meritites—. Tendrás que acostumbrarte a que nuestro esposo se marche durante muchos días, incluso meses. A nosotras nos quedan los juegos, mis hijos y también nuestros padres. Será para ti una buena ocasión de visitar a los tuyos. Y cuando Keops regrese, disfrutarás con mayor fuerza el placer de recuperarlo, pues una separación, si no es demasiado larga, sólo puede aguzar el deseo del ausente. Verás como, a su regreso, te amará más aún y entonces sentirás que tu corazón arde con más fuerza.
A Keops no le sorprendió que le esperaran cuando se presentó ante las puertas del templo de Thot, en su ciudad de Hermópolis, la «Ciudad de los Ocho», a varios días de navegación al sur de Menfis. Había abandonado su residencia por la mañana, antes del amanecer, sin avisar a nadie salvo a Henutsen, con quien pasó la noche. Ella se obligó a mostrarse alegre, pues Meritites le había dicho que su esposo detestaba los llantos y las súplicas. Pero sentía una gran tristeza en su corazón. Desde su boda, no se habían separado más de una jornada, sólo para que él visitara a su madre, o a su real padre y, con más frecuencia, los trabajos de ambas pirámides. Durante aquellos meses, el afecto por su esposo se fortaleció, y eso hizo más penosa aún su separación. Mas la despedida no se prolongó demasiado. Keops se anudó el cinturón, empuñó el largo bastón, que le servía no sólo de apoyo, sino de defensa contra los perros vagabundos y, en caso de necesidad, de maza, y se puso en camino. Se negó a utilizar el barco de vela con remeros que habían puesto a su disposición para atravesar la capa de agua que se extendía tras la inundación entre Menfis, transformada en isla, y la necrópolis; consideraba que para remontar el Nilo era más rápido moverse a pie porque al final de la época de las crecidas y cuando las aguas se retiraban la corriente del río aún era muy fuerte. Además, le gustaba caminar, recorrer los caminos de la Tierra Negra invadida de nuevo por los campesinos, que se apresuraban a sembrar en el limo recién depositado. Pero, sobre todo, quería mantener en secreto su destino: sólo lo conocían Benu, el Gran Vidente de Heliópolis, Ankhaf, su madre y sus dos esposas.
Durante aquellos días, se alimentó de pan y dátiles que le ofrecieron los campesinos, y bebió el agua de los pozos y del río. Caminaba todo el día y, al llegar la noche, solía dormir a orillas del Nilo, entre la espesura de papiros y, a veces, en casa de hospitalarios campesinos que le invitaban a compartir su comida y a descansar en la terraza de su pequeña casa de adobe.
Cuando llegó a las proximidades de Hermópolis, se bañó en el río antes de dirigirse al templo. Al llegar ante sus puertas, tras haber pronunciado su nombre, los servidores se inclinaron y lo condujeron presurosos ante el Grande de los Cinco, el ur diu, pues ése era el título del primer profeta de Thot, señor de la Luna, maestro de escribas, guardián de los misteriosos escritos.
—Mi nombre es Ibebi —dijo a Keops inclinándose en gesto de reverencia—. Me han avisado de tu llegada. Ten la bondad de seguirme. Te mostraré la habitación que te ha sido destinada. Hoy descansarás, pues veo que has venido a pie, sin escolta.
—Siempre viajo así —aseguró Keops.
—Es una buena cosa. Puedes hacerlo mientras no hayas subido al trono de las Dos Tierras, mientras nadie reconozca al príncipe heredero en ese viajero solitario que parece un boyero de las marismas del norte.
Ibebi llevó a su huésped hasta una pequeña cabaña de adobe, provista de una terraza, tras las habitaciones de los servidores del dios. Tenía una sola pieza, con las paredes pintadas de azul, el suelo de un pardo oscuro y un sombrío techo salpicado de puntos blancos. En el suelo había una estera con un reposacabezas.
Salvo por aquella elemental yacija, no se veía objeto alguno, ni arcón, ni material de escriba, ni silla. Se penetraba en ella por una estrecha puerta, tan baja que era preciso inclinarse para cruzar el umbral. No había ventana; en cambio, en la pared opuesta a la puerta se apoyaba una escalera que, por una simple abertura, daba acceso a la terraza.
—Ésta es la habitación que ocuparás durante tu estancia en el templo. Si tienes calor, podrás dormir en la terraza. Mas durante el día es preferible que permanezcas en esta sala, que quiere ser la representación simbólica del mundo y cuya penumbra favorece la meditación.
—Así, si el techo representa el cielo nocturno, ¿esos puntos blancos figuran las estrellas? —preguntó Keops.
—Es fácil deducirlo —replicó el Grande de los Cinco—, y las paredes azules son el espacio que separa el cielo de la Tierra.
—Sin embargo —prosiguió Keops—, en los templos que he podido ver, en las salas donde se representa el cielo se ven pintados seres humanos, dioses y animales que simbolizan las distintas constelaciones.
—Esos símbolos aquí no tienen ya razón de ser. Más tarde sabrás por qué. Ahora debes permanecer en este lugar para empezar a purificarte, para vaciar tu espíritu de todos los pensamientos que no se dirijan hacia el dios. Dentro de un rato vendrá el sacerdote encargado de tus purificaciones. Te afeitará la cabeza y todo el vello del cuerpo y te purificará con el agua del lago sagrado. Durante el resto del día no tomarás alimento alguno, sólo beberás agua pura. Mañana te será entregado el primer libro de Thot, donde se relata el nacimiento del mundo y de los dioses según los teólogos de Heliópolis, Menfis y Hermópolis. Sin duda te han hablado ya de ello cuando estudiabas en la Casa de Vida de la morada del Fénix, pero es conveniente que te impregnes de lo que se dice. Durante tres días tendrás que permanecer en esta sala, leyendo y meditando. Luego podrás acceder a los nuevos grados de tu iniciación.
Keops escuchó las palabras del Grande de los Cinco, y se inclinó ante sus recomendaciones. Se sentó en la estera aguardando al sacerdote. Dejó luego que éste lo purificara de cualquier vello, de cualquier mancilla. Adoptó entonces la posición de meditación en la penumbra de la pequeña sala, con las piernas dobladas bajo su cuerpo, como hacen los escribas inspirados.
De acuerdo con las prescripciones del Grande de los Cinco, permaneció así, en la cabaña, durante tres días, dividiendo su tiempo entre la lectura del primer libro de Thot que le habían entregado y las meditaciones. Sólo bebió agua, sólo comió un puñado de dátiles y sólo abandonó su asilo para lavarse en el estanque sagrado del templo. Al cuarto día, el sacerdote regresó para afeitarlo de nuevo y purificarlo, y le entregó un paño de lino blanco para que se lo pusiera. Luego lo condujo al templo cuyo pórtico, de pilares de piedra esculpida, daba acceso a las oscuras salas donde se celebraban los ritos divinos.
Ibebi acogió al príncipe en el umbral del santuario, lo saludó y acto seguido lo guió a través de salas y galerías tenuemente iluminadas: unas por los pálidos rayos de la luz del día que se filtraba por estrechos orificios practicados en lo más alto de los tabiques; las otras por lámparas cuyas llamas lanzaban fulgores temblorosos. Llegaron así a una profunda estancia, en el corazón del santuario, con una puerta de gruesos paneles de madera, reforzados con placas de cobre. La pequeña sala estaba iluminada por algunos candiles que dejaban las esquinas en penumbra: dos se habían dispuesto a los pies de la estatua de un babuino adosada al muro este y dos más ante la representación escultórica de un ibis, en la pared opuesta, frente al babuino. Al fondo se veía un naos tallado en pórfiro procedente de lejanas canteras. El frontón del relicario estaba adornado por un círculo enmarcado por dos alas desplegadas y coronado por una serpiente, pero la hornacina, practicada en el pequeño monumento, estaba vacía. Ante cada una de las dos estatuas ardía incienso en una cazoleta de terracota.
A Keops le sorprendió que el Grande de los Cinco le permitiera penetrar en esa parte del templo que, según todas las apariencias, era el sanctasanctórum, la residencia del dios a la que sólo accedían los sacerdotes puros y el propio rey, como primer sacerdote de cada dios de Egipto. No había entrado nunca en el corazón del santuario de Atón-Ra, el dios de Heliópolis, que sólo se abría para el culto cotidiano y se cerraba luego inmediatamente. Sin embargo, no comunicó su asombro a Ibebi, que lo invitó a tomar asiento en una estera, frente a él, sentado con la espalda vuelta al naos del dios.
—Comienza diciéndome qué recuerdas del nacimiento del mundo y de los dioses según lo que cuentan los sacerdotes de Heliópolis —dijo tras haberle preguntado si sentía el alma ligera y el cuerpo puro.
—Se dice que al principio existía el Nun, las Aguas primordiales, y nada más. Ni luz, ni sonido, el silencio completo, las tinieblas infinitas. Surgió luego Atón, el dios creador, que era al mismo tiempo la nada y la totalidad. El primer día creó la pareja divina, Shu y Tefnut, de su propia saliva o de su propio esperma, escupiendo o masturbándose. Los dos dioses primordiales se unieron para engendrar a Nut y Geb, el Cielo y la Tierra. Nut se representa como una mujer tendida sobre Geb, plasmado bajo el aspecto de un hombre. Como estaban estrechamente unidos, impidiendo que toda vida saliera de ellos, el propio Shu, el padre primordial, se introdujo entre ellos para separarlos. Así nació el espacio que separa el Cielo de la Tierra. De la unión del Cielo y de la Tierra, de Nut y Geb, nacieron las cuatro divinidades, hermanos y hermanas, esposos y esposas, Osiris e Isis, Seth y Neftis. Así nació la Gran Eneada, los nueve grandes dioses.
Ibebi le preguntó entonces:
—¿Cómo interpretas esa historia divina? Dime qué reflexiones te ha inspirado.
—Si en el primer tiempo sólo existía el Nun, me pregunto de dónde pudo salir Atón. Y sólo encuentro una respuesta: del propio Nun. Por eso es la Nada, es decir nada, la no existencia. Pues no podía existir antes del Nun ni fuera del Nun. Pero es también el Todo, puesto que contuvo en sí mismo el Nun y el conjunto del mundo para crear, a partir de su propia sustancia, a Shu, el aire o, más bien, el espacio, a Tefnut, la humedad o, mejor, todas las aguas. Y de lo que compone el agua y el aire nacieron el cielo, hecho de aire, y la Tierra, surgida del agua.
—Bien. Pero ¿no te asombra que en este simbolismo no se hable de la luz? Pues si Atón manifiesta su doble naturaleza, Nada y Todo, no por ello creó la luz.
—¿No se manifestó la luz en Ra, en forma de sol que ilumina el mundo?
—Entonces ¿Atón es también Ra?
—Es lo que enseñan en el templo de Heliópolis.
—Sin duda; pero esa enseñanza peca de gran negligencia, que el pueblo no ve y que los sacerdotes de Ra, que no han encontrado solución, quieren ignorar identificando a Atón con Ra.
—En ese caso, si Atón y Ra son idénticos, la luz vivía en el corazón de las tinieblas, puesto que Atón se hallaba en el corazón del Nun.
—¿No hay ahí una contradicción? Pues si la luz se hallaba en el corazón de las tinieblas, no podían ya existir tinieblas puesto que lo propio de la luz es iluminar las tinieblas, disiparlas. Someto esta cuestión a tus meditaciones, Keops. Permanece aquí, en el corazón del santuario, para pensar en ello. Mañana daremos un nuevo paso en la vía del conocimiento.
Ibebi se retiró sin hacer ruido, abandonando al príncipe a sus perplejidades. Keops permaneció largo tiempo inmóvil, manteniendo durante mucho rato la mirada clavada en el vacío naos, en aquel pequeño relicario destinado a albergar la estatua del dios, ya apareciera como Atón, con el aspecto de un rey sentado en un trono, tocado con la corona blanca del sur y la corona roja del norte, ya como Ptah, semejante a un hombre erguido, ceñido por el estrecho vestido, ya como Thot, que se manifiesta con sus aspectos animales o el de un hombre con cabeza de ibis, o también como Apis, parecido a un toro. Y se preguntaba por qué el naos estaba vacío, sin encontrar una respuesta satisfactoria.
Cuando cayó la noche, fue a buscarlo un sacerdote puro para acompañarlo de nuevo a su celda, donde sólo tomó unos dátiles y unos bulbos de papiro. Al día siguiente, Ibebi lo condujo de nuevo al sanctasanctórum y luego, sin preguntarle por los resultados de sus meditaciones y las conclusiones a las que había llegado, le dijo:
—Dime lo que recuerdas del modo como los sacerdotes de Ptah explican el nacimiento del mundo y de los dioses.
—Nunca estudié en la Casa de Vida de Menfis, de modo que sólo puedo contarte lo que he leído en el primer libro de Thot que tú me has entregado. Ignoro si los sacerdotes de Menfis se inspiraron en lo que se enseña en Heliópolis, pero no me costaría creerlo pues Heliópolis era ya una ciudad antigua y su templo hacía siglos que existía cuando el dios Narmer fundó el Muro Blanco, cuando abrió el templo de Ptah en Menfis. Pues bien, en el libro de Thot está escrito que los dioses llegaron a la existencia en Ptah, que Ptah es el Nun, el padre que moldeó a Atón, que Ptah, bajo el aspecto femenino de Nonet, fue la madre que gestó a Atón, que el gran Ptah es el corazón y la lengua de la Eneada divina, que él creó a los dioses. Ptah el Grande originó en su corazón y con su lengua la forma de Atón, en su corazón y con su lengua creó los kau, los dobles de los dioses. El corazón y la lengua de Ptah gobiernan el universo, el corazón de Ptah está en todos los pechos: en el de los dioses, en el de los hombres; su lengua está en todas las bocas: en la de los dioses, en la de los hombres. Y la Eneada de Atón representa también los dientes y los labios de Ptah, por ella pronunció las palabras que engendraron cada cosa, comenzando por Shu y Tefnut.
»Pero está escrito que Ptah es el Ta-tenen, la Tierra primordial de la que nacieron los dioses y brotó todo lo que existe, todo lo que vemos, todo aquello de lo que vivimos. Ptah creó a los dioses, estableció las ciudades, determinó las provincias, colocó a las divinidades en sus santuarios, fijó sus ofrendas, modeló sus formas según sus deseos, para que se manifestaran en esas formas modeladas en la madera, el metal y la arcilla.
Cuando Keops calló, Ibebi dijo con una sonrisa:
—Has resumido bien el asunto. Y también has podido comprobar que los sacerdotes de Menfis imaginaron una creación del mundo que da la ventaja a su dios, para mayor gloria de Menfis. Si se les cree, y ello no supone prejuzgar que lo inventan para poner de relieve el dios al que sirven, Ptah es la forma primordial que se creó a sí misma, salvo si ha existido desde la eternidad, pues, en efecto, no dan a este respecto precisión alguna, y que concibió a los dioses en su corazón antes de crearlos por la palabra. Por lo tanto, meditarás sobre este punto en particular antes de que prosigamos nuestro itinerario hacia la luz. Hoy no te he preguntado sobre las conclusiones que pudiste extraer de tus meditaciones acerca del nacimiento del mundo según los sacerdotes de Heliópolis, pero mañana, cuando volvamos a vernos, me comunicarás el resultado de tus pensamientos.
Al día siguiente, cuando Keops estuvo solo ante el Grande de los Cinco, le expuso sus reflexiones.
—La concepción de los sacerdotes de Ptah, según la cual el dios, del que se ignora cómo llegó a la existencia, parece haber creado a los dioses con su verbo tras haberlos concebido en su inteligencia es inverosímil, absurda, nunca será más que un ejercicio de ingenio, una acrobacia.
—Te escucho —dijo Ibebi—. Explícame por qué.
—Verás. Es cierto que un ser vivo que no ha recibido nombre no es, con respecto a otro, nada. No existe. Si no existiera el término hombre para designar nuestra especie, si no te hubieran dado un nombre que se ha convertido en cierto modo en tu propia sustancia, pasarías entre nosotros como una sombra. Nadie podría llamarte y si, por ventura, por la calle, alguien te llamara gritando, de un modo cualquiera, no tendrías motivo para volverte y acercarte a él, puesto que el grito podría dirigirse a todos y a nadie. Por tu nombre, Ibebi, por mi nombre, Keops, existimos realmente, tenemos un ser para los demás. Si oigo mi nombre, acudo hacia quien me llama. Si hablo contigo y quiero hacerlo de alguien a quien conozco, ¿cómo sabrás de quién se trata si no puedo poner en su persona un nombre que lo identifique entre los demás seres vivos?
»Del mismo modo, cuando me vuelvo hacia esas dos estatuas, declaro que una representa un ibis, y la otra un babuino, pues me lo han dicho, los he visto vivos en el valle, porque me los han nombrado y sé también que el uno y el otro son símbolos de Thot, que el dios se manifiesta en ambos animales, y también tú lo sabes, y por ello nos comprendemos. Pero si hubieran colocado ante mí la materia bruta con la que el escultor modeló estas dos formas, ¿qué podría decir salvo que es piedra, o tal vez madera, o arcilla? Nada me autorizaría a llamar ibis a lo uno, babuino a lo otro, salvo que ambos decidiéramos, de común acuerdo, que cada uno representa a uno de esos animales, aunque no reprodujeran sus formas. Pero si llegara un tercero que no ha oído hablar de nuestro acuerdo, sólo vería piedras en bruto. Por eso el cincel del escultor les dio esa forma que existe en la naturaleza y que yo sé que se trata de uno u otro de esos animales, y puesto que me han enseñado que en ellos se manifiesta el dios, puedo decir que son Thot.
»Así, el dios creador, por la magia de su verbo, puede dar una forma a la materia preexistente, como el escultor lo hace con su cincel, y denominar una forma creada como lo hacemos nosotros con nuestros propios hijos, nacidos de nuestra simiente y cuyas formas se han modelado a partir de esta materia prima. Pero denominándolos al nacer, no por ello los creamos. Cualquier creación debe hacerse a partir de una materia prima, se llame el Nun o el Ta-tenen. Concluyo, pues, que la creación, tal como la han concebido los sacerdotes de Heliópolis, aunque peca en ciertos aspectos, es más lógica que la propuesta por los sacerdotes de Menfis, pues ésta es puramente artificial. Me recuerda esos trucos que hacen ciertos prestidigitadores hábiles que recorren nuestras campiñas y viven engañando a los pobres campesinos.
—Keops, te felicito por tu clarividencia —dijo Ibebi—. Es cierto que esta creación por el verbo a partir de la nada es absurda, salvo si admitimos que el verbo en sí posee un poder mágico de creación de formas.
—¿Por qué voy a admitirlo? —se rebeló Keops—. Nunca he visto que un hombre pueda crear algo sólo abriendo la boca y emitiendo sonidos.
—Tal vez un hombre no, pero ¿por qué no un dios?
—¿Puede un dios ir contra las leyes de Maat que prescriben que nada nazca de nada?
—Bien pensado. También podría decirte: a menos que el dios creara, no a partir del simple poder de su verbo, sino más bien a partir de su propia sustancia, el mundo visible e invisible, los espíritus luminosos a los que llamamos Akhu y la materia que toma ante nuestros ojos las formas que se nos han hecho familiares y que son tanto las de las montañas que dominan la Tierra Negra como las de las plantas que crecen en el valle, las de los animales que lo pueblan y las de los humanos que lo habitan. Pero trataremos más adelante esta cuestión, pues los teólogos de Menfis parecen ignorar que el mundo es mucho más complejo de lo que creen y que un simple sonido no puede crear el mundo a partir de la Nada, ni siquiera si lo emite el dios.
—Por lo que se refiere a la creación según el clero de Heliópolis —prosiguió Keops—, me he interesado por la cuestión de la luz y las tinieblas. Me parece que los sacerdotes de Ra recibieron de lejanos ancestros la tradición de la creación del mundo por Atón, a partir de la materia primordial, el Nun. Pero son también los herederos del culto de Ra manifestado en el sol, fuente de toda luz. La dificultad que no han podido resolver es la de saber cómo, si Atón no es más que Ra, es decir, el sol, la luz no precedió a las tinieblas del caos primordial. Pues en ese caso, no podían existir tinieblas y siguen sin existir por sí mismas, puesto que la luz es anterior y, por ello, las habría disipado siempre antes de que pudieran llegar a la existencia.
—Una vez más has razonado bien, hijo mío, pues al revés de lo que suele enseñarse, de la doctrina popular, las tinieblas no poseen realidad propia, no tienen sustancia, y es fácil comprobarlo puesto que, cuando nos rodean, son únicamente ausencia de luz. Sólo las imaginamos por referencia a la noche, pero incluso en la noche estrellada hay en el cielo una luz difusa. Las tinieblas, la oscuridad absoluta, son sólo una creación artificial: si soplo estos candiles quedaremos en tinieblas, pero esta oscuridad no tiene existencia real alguna porque basta con que encienda las lámparas para que se disipe enseguida. Es cierto que identificar el Nun con las tinieblas primordiales es un error de apreciación y esta aporía nos hace creer que la cosmogonía de los heliopolitanos es tan absurda como la de los menfitas, quienes afirman que el mundo fue creado por el verbo del dios a partir de nada, de la Nada.
Ibebi calló. Entre ellos se hizo un silencio apenas turbado por la respiración. Luego prosiguió.
—Dime ahora lo que sabes sobre la creación del mundo de acuerdo con lo que se enseña en este mismo templo de Thot.
—De nuevo sólo puedo decirte lo que he leído en el primer libro de Thot —comenzó Keops—. En el origen, todo estaba en Thot, que se identificaba con las ocho divinidades misteriosas primordiales.
—¿Cuáles eran esos dioses misteriosos? —preguntó Ibebi.
—Esos dioses eran cuatro, pero tenían en sí los dos aspectos: macho y hembra, y sólo su unión es creadora. Y esos seres ininteligibles se llamaban Nun, siendo su forma femenina Nonet. La segunda pareja era Huh y Hohet, la tercera Kuk y Koket, la cuarta Amón y Amonet. De ese modo, el dios creador pudo decir de sí mismo: «Soy el Uno que se convierte en Dos; soy el Dos que se convierte en Cuatro; soy el Cuatro que se convierte en Ocho»; soy también el Uno que protege el Ocho, pues esas divinidades son sólo emanaciones de su naturaleza.
—¿No constituyen esos Ocho la esencia de Thot? ¿No están tan estrechamente unidos a él que los crea con su propia sustancia, es decir, que los hace salir de sí mismo por el poder de su palabra o, más exactamente, de su voluntad?
—Así parece. Pues Nun y Nonet son los dos aspectos del mundo primordial no organizado, del caos que, por la unión, engendrará un mundo organizado. Pero está escrito también que Huh y Hohet son las aguas, y yo no sé lo que eso significa. ¿Son acaso las aguas del río divino que crece y fecunda la Tierra?
—Ciertamente no; las aguas de la Tierra y las del Cielo llegaron a la existencia mucho más tarde. Pronto se te revelará su naturaleza. Pero prosigue.
—Kuk y Koket son el espacio infinito sumido en las tinieblas, antes de la creación de la luz.
—¿Y no es en este espacio infinito donde se realiza la creación del mundo sensible?
—Sin duda.
—Pues sin este espacio nada puede tener extensión y todo se reduce a un punto minúsculo. ¿No crees?
Keops asintió. Luego preguntó:
—A los que no sé calificar, porque me parece que nada puede decirse de ellos, son a Amón y Amonet. ¿Por qué está oculta esta pareja divina? Si está oculta, no puede aparecer ante nuestra vista. ¿Y por qué, si lo está, no se manifiesta?
—Es, precisamente, la parte de misterio, lo que se oculta a la curiosidad de los mortales. Debes saber que todos estos aspectos del universo que se hallan en los fundamentos de su totalidad se encuentran en Thot, constituyen su naturaleza secreta. Pero prosigue y dime, también, lo que sabes de la creación según los sacerdotes de Hermópolis.
—Creo haber comprendido que en el Todo informe que era el Thot primordial, lo que llamamos Ta-tenen, se incubaba un huevo gigantesco que brotó del caos para crecer como una flor de loto. Y de esta flor, abierta en la primera mañana del mundo, brotó el sol. Ra apareció como un niño recién nacido saliendo de las entrañas de su madre.
—Éste es un símbolo y de este modo se lo representa. Pero en realidad, ¿no será más bien la luz que desgarra las tinieblas? O mejor aún, ¿no será la luz difundida a través del vacío del universo para llenarlo con su presencia, para darle su sustancia?
—¿No será, lo que tú denominas el vacío del universo, el espacio en que puede manifestarse la creación divina? —preguntó entonces Keops.
—Con estas reflexiones has demostrado la fuerza de tu pensamiento, pues comienzas ya a acercarte al misterio —dijo entonces Ibebi—. Voy a dejarte solo de nuevo para permitirte penetrar aún más, por tus propios medios, en el dominio del dios oculto en la doble naturaleza.