16

Mientras Abedu preparaba su venganza y su porvenir, Snefru había convocado a Keops en su palacio. El príncipe acudió sin demora a la llamada de su padre, que no lo recibió en la sala del trono, ante la corte, sino en una apartada ala de palacio. Tras preguntar por sus hijos y sus dos esposas, prosiguió de este modo:

—Hijo mío, te confirmo de nuevo, aunque sin declararlo oficialmente, que eres el heredero del trono de las Dos Tierras y algún día me sucederás en el gobierno de este país, lo que no supone una posición cómoda ni una sinecura. No, Keops, no creas que te hago un buen regalo al legarte mis coronas, pues nada es más difícil que asumir el gobierno de los hombres. Todos se consideran aptos para semejante tarea, porque con frecuencia se confunde el simple poder real y el placer que puede proporcionar el dominio de los demás con los deberes de un rey, cuya noble tarea es que reinen sobre su pueblo la justicia y la prosperidad. Todo lo demás es muy fácil, pero reinar no está al alcance del primer recién llegado.

»Sin embargo, no es por esta razón que te he hecho llamar para hablarte sin testigos (no pretendo abrumarte antes de tiempo habiéndote de las responsabilidades del poder real). Ignoro si los hombres que te atacaron lo hicieron con pleno conocimiento de causa, como ocurrió conmigo, pero el hecho no deja de inquietarme. Como sabes, un soldado con un excesivo ardor en mi defensa mató de un hábil lanzazo a uno de los dos hombres que me atacaron, y puesto que yo mismo terminé con mi agresor no queda un traidor vivo para denunciar a los instigadores de la conspiración. Así que no sé hacia quién dirigir mis sospechas.

—Padre —le interrumpió Keops—, ¿qué quieres insinuar al decir que un soldado, en un exceso de celo, mató a tu agresor?

—Mira, hijo mío, el hombre que me había agredido huía ya, no podía hacerme daño y, pensándolo bien, habría sido fácil alcanzarlo o, en cualquier caso, dar con él. ¿Por qué ese soldado hizo un gesto tan rápido e inútil, un gesto que me privó de tan precioso testigo? Me informé y supe que había sido destacado de las tropas que Udji había traído de Buto y las ciudades del norte. Me pregunté entonces si ese soldado, un oficial, utilizó su jabalina para lograr que mi agresor fugitivo enmudeciese definitivamente. Sin embargo, eso son sólo suposiciones y no tengo razón alguna que justifique la orden de encarcelamiento de ese hombre para intentar arrancarle el verdadero motivo de su gesto, cuando puedo estar equivocado y él pudo actuar de buena fe.

»Tampoco quiero que se crea que sospecho lo más mínimo de Udji. Puedes ver cuan limitado es el poder del rey, cómo este dios vivo, este hijo de Horus, debe tener en cuenta todos los poderes, todas las susceptibilidades. Y al pensarlo me veo confrontado a un número tan grande de enemigos, desde los sacerdotes de Ptah hasta los jefes de los distintos clanes de las altas tierras, mal sometido todavía, que no puedo pronunciarme ni hacer que se juzgue a tan poderosos grandes. Puesto que son tantos los que nos amenazan, debemos ser precavidos; tu hermano Rahotep y tú debéis uniros. Deseo confiarle el mando de nuestras tropas. Es tu aliado, defenderá el trono. Le he dado instrucciones para que constituya un verdadero ejército, permanente y fuerte, a las órdenes de un solo jefe, él, y naturalmente el rey. Así podremos contrarrestar el poder de los jefes de clanes, el de los capitanes de las tropas que nos proporcionan las grandes ciudades del reino.

»Como contrapartida, hemos llevado a cabo una investigación sobre los soldados que intentaron que vieras el lado oscuro, como se lo exigiste al capitán de los medjay. No han conseguido descubrir a qué ejército pertenecían, porque ningún jefe de cuerpo ha denunciado deserción alguna. Sin embargo, unos cazadores han encontrado un cadáver en el desierto que había sido enterrado en una fosa poco profunda y quedado al descubierto por el fuerte viento que ha soplado estos días. Las hienas y buitres se disponían a darse un festín cuando esos cazadores encontraron el cuerpo, que se conserva bien aunque no fue momificado. Un hombre del arte lo ha examinado y asegura que debió de ser enterrado hace apenas unos meses, después de que le destrozaran el cráneo de un mazazo. Como se han descubierto rastros de profundas mordeduras en las piernas, quiero que lo examines; podría tratarse de uno de tus agresores, pues no parece que las dentelladas pertenezcan a las hienas que se disponían a despedazarlo.

El cadáver había sido depositado en una sala de palacio, para ser cuidadosamente examinado. Snefru acompañó a su hijo. El cuerpo se hallaba en buen estado de conservación y Keops reconoció enseguida que era uno de los hombres con los que había luchado.

—Es el que mordió el perro —afirmó—. Su asesino podría ser muy bien su compañero, que le debió de golpear la cabeza y enterrarlo inmediatamente.

—Eso he creído yo también —aprobó el médico que había examinado el cuerpo—. Cuando las heridas de las piernas comenzaron a infectársele, tendría problemas para caminar, y puesto que se trata, en efecto, de uno de tus agresores, podemos suponer que se convirtió en una carga peligrosa para su compañero, que sabía que no podían acudir a un médico porque los hubieran interrogado y relacionado con el atentado perpetrado contra el príncipe heredero. De modo que creyó preferible librarse de tan peligroso testigo matándolo y enterrándolo en el desierto.

—Sea quien sea su asesino —prosiguió Snefru—, no hemos avanzado mucho. ¿De dónde procede este hombre? ¿Quién es o, mejor dicho, quién era? Le he pedido al comandante de los medjay que prosiga las investigaciones e interrogue a la gente de las aldeas vecinas para averiguar si, por ventura, han desaparecido un par de hombres sin dar explicaciones. En caso de que obtuvieran semejante información, sería posible poner al testigo ante el cadáver, que vamos a momificar y preservar, pues la investigación puede durar mucho tiempo.

—Las indagaciones podrían ser inútiles si el hombre era de algún lejano poblado —advirtió Keops—, o incluso de una ciudad como Menfis. No se pueden investigar todas las aldeas de la Tierra Negra. Debemos confiar en el azar o en la voluntad del dios, pues es realmente más difícil aún que buscar por todo Egipto los restos esparcidos del cuerpo de Osiris.

—En ese caso, hijo mío —repuso el rey—, la esperanza nos está permitida porque Isis la grande consiguió encontrar todas las partes del cuerpo de su esposo y entregárselas a Anubis para que las reuniera y momificara el cuerpo del dios bueno.

—Sin duda, señor —dijo Keops—, pero Isis no es sólo una diosa sino también una gran hechicera, mientras que nuestros medjay son sólo humanos. Y no olvides que no pudo encontrar una de las partes más importantes del cuerpo del dios.

—Pero fue a causa de una fechoría de Seth —recordó Snefru.

Durante los meses de inundación que siguieron a la doble boda, Keops permaneció en Menfis. Henutsen había recibido en su nueva morada una habitación y una sala de reposo próximas a los aposentos de Keops, que daban también al mismo gran patio, así como a los aposentos de Meritites. Los niños se alojaban aparte, con sus nodrizas, para no molestar a sus padres con sus gritos y juegos. A Meritites no le enojó que su hermano consagrara a su nueva esposa las noches siguientes a la boda. Y ésta, por delicadeza, incitó a su fogoso marido a reservar parte de su amor para la hermana a la que amaba. Se estableció así una armonía, como solía suceder en los harenes reales cuando se limitaban a dos o tres mujeres no separadas por una gran diferencia de edad.

La novedad de su amor, sin embargo, no impedía a Keops acudir casi cada mañana a las obras de las pirámides, situadas a poca distancia del nuevo palacio donde residía su padre, denominado Ka-Snefru, «Aparición de Snefru», magnífica residencia con puertas de cedro y adornada exteriormente por dos colosales estatuas del rey que simbolizaban su dominio sobre el Alto y el Bajo Egipto. Ankhaf aprovechó que el desbordamiento del Nilo hacía subir el agua hasta el pie de los altozanos en los que se levantaban las pirámides para acelerar la entrega de bloques de piedra tallados en las canteras del sur y llevados por el río en pesadas barcazas. Así, el transporte por tierra de bloques colocados en narrias sólo se realizaba en distancias muy cortas, entre el templo de acogida y la pirámide.

—La prudencia requeriría que sólo transportáramos piedras durante los cuatro meses de la inundación —había dicho a Keops—. Durante ese tiempo el rey alimenta a todos los campesinos que permanecen ociosos, y aunque bueno es descansar, cuando el ocio dura tantos meses se instala el aburrimiento que se remedia peleándose, discutiendo y cometiendo actos a menudo destructores. La inundación libera centenares de miles de manos que podrían emplearse de un modo más útil para la construcción de estos monumentos levantados a la gloria de nuestros reyes, mientras que durante los meses consagrados por los campesinos a sembrar y cosechar, nos limitaríamos a colocar las piedras acumuladas al pie de las rampas y organizar las galerías interiores, lo que exige mucha menos mano de obra y resulta una tarea que puede realizarse con un restringido número de artesanos competentes.

—Puesto que no soy el rey, Ankhaf —contestó Keops—, no puedo cambiar las cosas y exigir que los campesinos ociosos acudan a trabajar en la construcción de las pirámides. Pero no dudes que si subo al trono de las Dos Tierras así se hará.

—En ese caso, me creo capaz de levantarte una pirámide como nunca se habrá visto otra, incomparablemente mayor que las que se han erigido hasta hoy.

Como sólo podía alejarse de Menfis, transformada en isla, tomando una embarcación, Keops efectuaba la travesía cada mañana en una barca movida por varios remeros, pues la corriente era tan fuerte que, a pesar de su vigor y audacia, no se aventuraba a atravesar nadando el río.

Durante aquellas visitas, se interesó cada vez más por la construcción de las pirámides. Acompañó varias veces a Ankhaf a los parajes de la pirámide del sur, la que se había derrumbado. Snefru había preguntado aún si se podría enterrar allí la momia de su padre, del dios Huni. Antes de que Abedu se empeñara en convertir la pirámide escalonada en un monumento geométrico, petrificación de los rayos del sol, había realzado los pisos de la planta primitiva, hasta obtener un total de siete. El desplome del revestimiento calcáreo dejó al descubierto esos pisos, pero, en su caída, las piedras del último nivel se derrumbaron también, y los bloques de las plantas añadidas se vieron arrastrados, aplastando las frágiles piedras calcáreas. Cuando el polvo levantado se depositó por fin, apareció un gigantesco montón, en forma de pequeña colina, del que brotaba un alto piso de caras inclinadas, que soportaba una planta más pequeña y una parte del sexto peldaño. El templo funerario quedó enterrado bajo la masa de piedras, y la entrada, situada a una cuarta parte de la altura, en la cara norte, obstruida por completo, por lo que no se podía acceder a la galería ascendente que llevaba a la cámara funeraria.

Puesto que el rey había dado a Keops y Ankhaf absoluta libertad para decidir si podían limpiarse los escombros, ambos decidieron abandonar el proyecto ya que requeriría excesiva mano de obra y los resultados eran inciertos. Algunos lo lamentaron abiertamente, comenzando por Nefermaat, el visir y hermano de Snefru, que había ordenado construir su propia tumba junto a la pirámide, y su hermanastra, la princesa Atet, que también deseaba que su cuerpo de eternidad descansara a la sombra del monumento funerario de su padre, el dios Huni. Las tumbas estaban ya terminadas, con las salas interiores cubiertas de pinturas y bajorrelieves; y ellos declararon que seguían deseando que los enterraran en ellas, después del trabajo, esfuerzos y talento que habían costado. Pidieron al rey que se hiciera lo necesario para dejar libre la entrada de la pirámide del sur y poder instalar allí la morada del rey difunto. Alegaron ante su majestad que, a pesar de su estado exterior, no parecía que las partes interiores hubieran resultado dañadas, además, la calzada enlosada seguía en perfecto estado y el templo de acogida, a orillas del río, estaba concluido desde hacía tiempo. Snefru decidió concederles que, una vez terminados sus propios monumentos funerarios, los obreros trabajaran en la pirámide derrumbada para hacer accesibles sus partes interiores y limpiar todos los restos acumulados en la base. Sin embargo, como muchos grandes seguían deseando, con el visir y la princesa Atet, que se los enterrara en las tumbas, a menudo gigantescas, que se habían construido con autorización del rey en el paraje, Snefru delegó a un hombre del arte, designado por Ankhaf, para que concluyera el recinto de la pirámide y la necrópolis, mientras se proseguían los trabajos emprendidos por los grandes y los Amigos del rey. Keops se interesó mucho más por las previsiones de trabajo de Ankhaf por las obras de las dos pirámides del norte.

—Debo reconocer —dijo Ankhaf a Keops— que Abedu realizó una vasta e ingeniosa red interior. Mientras que la pirámide del sur, cuyo interior no concibió, presenta una sencilla cámara dispuesta en la base del monumento, a la que se accede por un corredor descendente, muy inclinado, en ésta organizó tres amplias cámaras hábilmente dispuestas.

Ankhaf invitó a Keops a que lo acompañase en su visita a las cámaras interiores. La entrada, secreta en principio, que sería sellada cuando la momia real fuera enterrada, se hallaba en la cara norte, como exigía la orientación mística del monumento: la galería que desembocaba allí debía estar alineada con Orión, la estrella del dios Sah. Se encontraba a una altura de veintidós codos reales[1], lo que obligaba a utilizar una escalera para alcanzarla. Con el fin de dejar libre la entrada, Abedu había levantado dos rampas que la enmarcaban, para llevar las piedras hasta los asentamientos en construcción. Ankhaf siguió utilizando esas rampas, limitándose a realzarlas, para proseguir la construcción tras haber modificado los ángulos.

Keops siguió al arquitecto por la galería descendente. Les acompañaban dos hombres con antorchas.

—La pendiente es muy pronunciada —observó Ankhaf—, porque la cámara a la que da acceso esta galería se excavó a mucha profundidad, bajo la base del monumento.

Avanzaban con lentitud porque Keops iba examinando concienzudamente las paredes de piedras lisas y ajustadas.

—El corredor mide ciento cuarenta codos —le hizo saber su guía—. Es un buen trabajo, hay que felicitar a Abedu. Me cuesta comprender que se obstinara en utilizar ángulos tan obtusos para la inclinación de las caras de los dos monumentos, porque indiscutiblemente es un buen arquitecto.

Llegaron a una primera sala de nueve codos de largo, cuyo techo se perdía en la penumbra. Levantaron las antorchas para que Keops pudiera contemplar la bóveda en voladizo de la sala, a veintitrés codos por encima del suelo.

—¿Por qué se ha dado a esta sala semejante altura? —preguntó Keops.

—Para que contenga un volumen de aire suficiente —respondió Ankhaf—. Recuerda que en el corredor descendente, al ser estrecho, nos costaba respirar y que fueron numerosos los obreros que debieron de trabajar ahí una vez cerrada la bóveda. A esos hombres les habría costado respirar y proseguir su trabajo si el techo de esta sala hubiera sido más bajo.

De aquel vestíbulo pasaron a un rellano superior, una hermosa sala de nueve codos y medio de ancho y una longitud, norte-sur, de doce codos. Su bóveda, formada por un voladizo de los quince asentamientos superiores algo retirados hacia el interior, era más alta todavía que la anterior: treinta y tres codos y medio, le comunicó Ankhaf, quien iba informando a Keops de todas las medidas de las salas.

Al fondo de la pieza se había practicado una abertura que, a través de un corto corredor, daba a un foso poco profundo pero que, en su parte superior, por encima del pasillo de acceso, se levantaba a buena altura.

—Es el pozo que en principio se había concebido para acceder a la sala donde nos encontramos —explicó Ankhaf a Keops—. Hablé de ello con Abedu. Me dijo que su primer proyecto fue construir el acceso a la cámara funeraria por medio de este foso, como en la pirámide de Zóser, pero que luego le pareció demasiado sencillo y cerró la boca del pozo para abrir la galería por la que hemos llegado. Al mismo tiempo, edificó una nueva cámara en la propia mampostería de la pirámide, en la base, sobre la sala donde ahora nos encontramos, aunque algo desplazada. Sólo es posible llegar a ella por un estrecho pasillo, dispuesto en lo más alto de esta cámara: su entrada está sumida en las tinieblas y no puedes distinguirla; se ha previsto una losa para sellarla. Si lo deseas, es posible acceder a ella colocando aquí una escalera, pero tal vez sea inútil pues esta cámara alta está vacía y es similar a la que ahora vemos.

La descripción sorprendió a Keops, y tras declarar que otro día la visitaría, dijo:

—Todo eso es muy astuto, porque supongo que Abedu pensó que, en caso de que los ladrones descubrieran el corredor de acceso a la cámara donde nos hallamos, la encontrarían vacía al llegar aquí, ya que él tenía la intención, sin duda, de acumular en la cámara alta los tesoros del rey.

—Eso me dijo.

—Pero olvidó que, probablemente, será imposible izar el pesado sarcófago de piedra donde se conserva la momia del dios Huni hasta esa cámara alta por la abertura y el pasillo de los que me has hablado.

—No, no es tan tonto para no pensarlo. Informó al rey de que su sarcófago se instalaría en esta cámara y sólo su tesoro, los preciosos bienes que deben acompañarlo en su viaje por el Amenti, se depositaría en la cámara alta. Pero calculó mal el tamaño del ataúd del dios Huni, que no podrá pasar por la galería por la que hemos llegado. De modo que tu padre, Horus Snefru, declaró que en ese caso dejaríamos que Huni descansara en paz en su sarcófago y en la tumba donde actualmente reposa y procuraría que le tallaran otro que pudieran hacer descender hasta esta cámara.

Ankhaf permaneció silencioso unos instantes mientras Keops tomaba una antorcha de manos de uno de sus acompañantes y examinaba con atención la mampostería. Advirtió entonces unas grietas en los muros.

—Mira —le dijo entonces al arquitecto—, ¿qué son estas grietas? Creo que, decididamente, Abedu es un asno y que ha calculado mal incluso las presiones de las superestructuras, de modo que la bóveda y las paredes de esta sala pueden derrumbarse.

—No, no temas —aseguró Ankhaf—. Las he examinado con atención. No son roturas provocadas por el desplazamiento de las piedras bajo la presión de la masa arquitectónica. Las junturas fueron mal hechas y las losas utilizadas para el revestimiento de las paredes mal ajustadas. Bastará colmar las grietas con yeso. En la cámara alta, la cosa es más inquietante. Puesto que no se abre ya en el suelo natural sino en el propio corazón del monumento, temo que la presión de los bloques acabe descalzando las piedras del revestimiento interior. Tras pensarlo bien, creo que la única solución es levantar el suelo por medio de bloques y apuntalar las paredes con vigas de madera de cedro. Hablé de ello con su majestad. El rey está de acuerdo en que envíe a Byblos algunos barcos cargueros para traer árboles de la montaña de los cedros, pero ya sabes cómo son las cosas y no creo que las embarcaciones estén listas antes de un año. Aunque no importa, pues los paramentos son sólidos todavía. He hecho que los enyesaran, pueden esperar.

En el transcurso del mes, el nivel de las aguas bajó lentamente mientras los grandes calores de la estación iban disipándose lentamente.

Durante aquel tiempo, Abedu consiguió enterrar los fragmentos de la jarra del hechizo en los jardines de las personas deseadas. Pero aquella magia no le parecía eficaz, pues las futuras víctimas de su venganza seguían encontrándose muy bien, mostrándose insensibles a las nocivas influencias de aquellos textos de execración que les estaban destinados. Fue a quejarse a Sabih, que le respondió que debía armarse de paciencia, que la eficacia de los hechizos nunca era inmediata. Le garantizó que, antes de que el año hubiera transcurrido por completo, las personas en cuestión no pertenecerían ya al mundo de los vivos. El nuevo subjefe de los asnos reales siguió, sin embargo, sintiéndose escéptico y temiendo que el mago le hubiera engañado, aunque sus hechizos habían tenido un resonante éxito para embrujar a una joven recién casada de la que se había enamorado y que, tras la intervención de Sabih, correspondió a su amor. No obstante, era la esposa de un hombre pobre y la colmó de regalos y bienes, lo que le hizo suponer que el oro había desempeñado también cierto papel en su conquista, pues para muchos humanos era el hechizo más poderoso.

Igualmente inútiles fueron los esfuerzos de los medjay que recorrieron las aldeas de los alrededores de Menfis para averiguar más cosas sobre el hombre asesinado. Al final tuvieron que abandonar las investigaciones y el cuerpo fue enterrado en un extremo de la necrópolis de Rosetau, en la que Zóser descansaba bajo su formidable pirámide escalonada.