Mariana entró en su casa, soltó en la mesa de la cocina todo cuanto llevaba encima, buscó su listín telefónico y tecleó el número de Roberto Ruz. Escuchó la señal de comunicar y colgó. Su cabeza era una máquina de vapor en plena ebullición. Tendría que haberse enfurecido con Roberto o, mejor dicho, con la parsimonia con que Roberto había estado ocultando cuanto sabía. Hasta el momento sólo consiguió adivinar a través de silencios o sobreentendidos y era mucho lo que había adivinado, pero todo respecto a la historia del cadáver arrepentido y nada respecto a la historia de Hélène. Y, de pronto, la luz se hacía demasiado tarde en su mente. ¡Claro que la madre de Roberto pudo opinar acerca de lo merecido de la muerte de Hélène! Pero no era por el rencor que ella suponía sino porque tenía que conocer la historia de labios de su propio padre. Y, como ya había dicho ella en otra ocasión, no hay familia en la que no se comenten las historias turbias. A lo largo de las conversaciones con Roberto éste había dejado caer por omisión informaciones que ella sólo supo recoger en parte, pero se calló la más importante y, si su intuición valía de algo, Roberto calló simplemente a la espera de que ella preguntase poniendo el dedo en la llaga. Aun así dudaba de que él contestase, por las implicaciones que su respuesta arrastraría consigo. Ahora lo entendía, sí, ella era la tonta, la que debería haber caído en la cuenta. Con un gesto nervioso volvió a marcar. Esta vez la línea estaba libre.
—¿Roberto Ruz?
—…
—Mariana de Marco.
—…
—Perdona que llame a estas horas y tan bruscamente, pero tengo una pregunta que hacerte y esta vez quiero que me respondas la verdad.
—…
—Ya. Suponía que esperabas mi llamada. Hay cosas en la vida que tienen que suceder, ¿verdad? Lo siento. Estaba demasiado cerca.
—…
—Se trata de tu madre.
—…
—Entonces es cierto.
—…
—Bien. Dímelo. Dime el contenido de la carta. Ya no tiene sentido callarse. Yo te aseguro que no haré uso de ello si nadie lo pide. Y, si quieres que te diga la verdad, nadie lo pedirá.
—…
—¿Verdad? Eso mismo opino yo.
—…
—No. No necesito el texto exacto. Ya supongo que no lo tienes. Me basta con el contenido.
—…
—Gracias. Así tenía que ser. Parece mentira, las vueltas que da la vida.
—…
—No. Me voy de puente, como todo el mundo. Tengo mis planes. Gracias otra vez. Gracias. Prometo llamarte cuando vaya por San Sebastián.