—¡Qué me dices! —exclamó Sonsoles horrorizada—. ¡No te puedo creer!
—Pues créetelo. Me robaron la ropa interior y apareció en una habitación de La Bienhallada.
Mariana había decidido hacer caso a Carmen, contra su propia opinión, y tantear la reacción de Sonsoles ante una información directa sobre la familia Fombona.
—Pero eso… ¿te das cuenta de lo que estás diciendo? No —negó—, es imposible. Eso ha de ser cosa de algún empleado, un camarero, un chofer…, yo qué sé.
—A ver si ahora voy a tener que poner distancias contigo después de haber tarifado con Amelia, porque es lo que me faltaba. Si te digo que se coló en mi habitación y se llevó la ropa y la guardó en la finca es porque es verdad.
—Que no, Mariana, que no es posible. A mí me parece que te has picado con la familia y estás de uñas con ellos. Se habrían incomodado contigo por las razones que sean, pero una cosa es eso y otra robarte la ropa interior, compréndelo. Estaría en su cuarto por…, yo qué sé, por cualquier razón.
—Vamos a dejarlo para no tener más disgustos —Mariana frunció los labios con fastidio—. Pero explícame tú a mí —volvió a la carga tras unos segundos de silencio— qué gano yo si estoy acusando falsamente.
—Nada. Por eso te digo que estás obcecada.
—Lo que me gustaría saber es por qué les das a ellos un crédito que no me das a mí, Sonsoles.
Sonsoles respiró hondo y se quedó callada.
—Creo que no debería haberte contado nada —dijo al fin Mariana—. Y no sé por qué se me ocurrió ir a esa maldita boda. Esto me pasa por confiar en la gente. Toda la vida igual —resumió—, parezco una adolescente que se dedica a contar sus fantasías a las amigas. A estas alturas tendría que haber aprendido la lección.
—Mariana, que no, que yo no desconfío de ti.
—Que sí que desconfías, déjate de bobadas; pero la culpa es mía y lo es por contar cosas que una persona experimentada debería guardarse. Mira que lo tengo aprendido y, nada, otra vez metiendo la pata.
—Que no, Mariana, que no has hecho mal. Que yo…, no sé, hija, a lo mejor tienes razón. Es que me cuesta tanto creerlo, una familia así…
—Yo no he dicho que la familia se conjurase para robarme unas bragas y un sujetador, Sonsoles, que pareces tonta. Lo que te digo es que Marcos se coló en mi habitación y, como debe de ser un fetichista rencoroso, afición mucho más frecuente de lo que te imaginas, se llevó mi ropa interior. Punto. Y espero que no se la haya puesto el tío asqueroso.
—¡Por Dios, Mariana, qué cosas dices!
—Sonsoles, de verdad, no me pongas nerviosa. Tú te vas a tener que venir conmigo una noche por ahí a unos cuantos sitios duros para que te enteres.
—No, si ya sé que pasan esas cosas…
—Pasan cosas mucho peores que un simple acto de fetichismo. Y pasan entre gente que conoces, dilo francamente. Pero, bueno, ¿por qué te haces ahora la estrecha conmigo?
—No sé…, porque me disgusta tanto todo esto…
—La vida no siempre es agradable.
—Pero tú has metido la pata restregándoselo.
—¡Tiene gracia! Así que soy yo la que ofende. Me roban la ropa y no puedo ni echárselo en cara. Si te parece le mando las bragas por mensajero con una nota de disculpa.
—Mira, ya, vamos a dejarlo.
—Esto se derrumba, Sonsoles, esto se derrumba —Mariana dejó caer los hombros con gesto afligido. Luego levantó la cabeza y añadió—: Vale. Dejamos de hablar de ello y ya está. Lamento haber sacado esta conversación.
—Casi lo prefiero, la verdad —respondió su amiga.
Mariana se retrepó en el sofá. Ambas bebieron en silencio de sus respectivas tazas de té. Luego Mariana preguntó:
—A ver, ¿cuándo tenemos concierto?