Con el baile se disiparon sus dudas acerca de la fiesta. Si hasta entonces Mariana se había ido sintiendo extraña y paulatinamente postergada, ahora sucedía todo lo contrario; cambiando de pareja a menudo y siempre solicitada, empezó a pasarlo realmente bien. La fijeza de la permanencia en la mesa había dado paso al movimiento y la variedad, por lo que su idea inicial de buscar pronto algún coche dispuesto a devolverla al hotel se disipó también.
La orquestina, instalada en un extremo de la terraza, abordaba sin complejos todos los ritmos y la gente lo estaba pasando en grande. En el pabellón, en algunas de las mesas, de las que ya habían retirado el servicio, pequeños grupos de personas charlaban y se intercambiaban efusiones, y en el prado recién plantado otros paseaban lentamente con una copa en la mano. Marita Villacruz, sentada a una de las mesas, observaba el discurrir de la fiesta y cambiaba impresiones con las amigas de su edad que la rodeaban. De tanto en tanto, diversos invitados se acercaban a hablar brevemente con ella. Se mantenía perfectamente erguida en su silla y movía la cabeza de un lado a otro como un ave de presa en reposo, sin perder detalle.
Mariana estuvo tentada de acercarse ella también a charlar un poco, por cortesía, pero algo en su interior le dijo que era preferible no hacerlo. Se había desprendido de la pamela y estaba apoyada en la barandilla abierta al valle, tomándose unos minutos de descanso antes de reemprender el baile. La rosa blanca que le prendieron al escote estaba empezando a ajarse y decidió acercarse al baño para desprenderse de ella y reajustar el imperdible. El baño estaba en el interior de la casa, de manera que tenía que atravesar la carpa, recorrer el camino que bordeaba el jardín, sobrepasar la iglesia y entrar en la casa o, mejor, en el anexo de invitados.
Al cruzar la carpa tuvo que pasar ante la mesa de Marita.
—Felicidades, Marita, una boda maravillosa.
—¿Te vas ya, tan pronto? —preguntó Marita mientras sus amigas observaban a Mariana con curiosidad.
—No, sólo voy un momento a retocarme un poco.
—No te hace ninguna falta, pero si te empeñas… —la tomó de la mano y añadió—: Será mejor que utilices el anexo, lo hemos dispuesto por comodidad.
—Gracias. En seguida estoy de vuelta.
Marita vio alejarse a Mariana.
—Es Juez —comentó lacónicamente a sus amigas.
—¿Qué me dices? ¿Tan guapa? —exclamó una de ellas.
—Es un poco caballuna —dijo Marita—, pero resulta atractiva.
—Sí, no es una chica fina —comentó otra.
—Le falta un punto —corroboró una tercera.
Marita se volvió hacia ellas.
—Es de la edad de Amelia y Marcos; que, por cierto, no le ha quitado ojo de encima.
—¿De qué la conocéis?
—Era amiga de mis sobrinos menores en el colegio, especialmente de Amelia. Y creo recordar, vagamente, que salió con Joaquín una temporada; pero eso no quiere decir nada —resumió—, porque Joaquín ha salido con todas las amigas de Amelia.
—Menudo donjuán era ese tunante.
—Y lo sigue siendo, no creáis —corroboró Marita con tono resuelto mientras se volvía de nuevo para seguir la figura de Mariana perdiéndose por el camino del jardín—. Se ve que todavía se cree el héroe de las damas.
Las amigas rieron con complicidad.