Joaquín Fombona, que brujuleaba entre los invitados, se encontró de pronto con su hermano Marcos en el magnífico hall del hotel.
—¿Se puede saber qué haces tú aquí? —preguntó sorprendido.
—Buscarte a ti, precisamente. Vengo de parte de Amelia para darte instrucciones.
—¿A mí? —respondió Joaquín con tono de suficiencia—. ¿Acaso soy yo el pastor de este rebaño?
—Ése es el encargo, que te ocupes tú de dar la salida hacia la finca a las seis en punto. Ni un minuto después.
—Caray con Amelia, empieza a parecerse a mamá. Pero no te preocupes que a las seis en punto los pongo a todos en marcha.
—Y un favor que te pido: diles que dentro de la finca vayan despacio, con mucho cuidado, sin acelerones. Es muy importante.
—También puedes decírselo tú.
—Prefiero que lo hagas tú, que eres tan seductor y tan mundano, porque a ti te harán más caso que a mí. Además, yo, ni los conozco a la mayoría, ni tengo ganas de conocerlos.
—Por eso tienes tantos complejos y tan pocas amistades, por huraño.
—A ti eso no te importa y yo vivo mi vida como me da la gana.
—Está bien, está bien. Hoy no voy a discutir contigo.
—Ni hoy ni nunca, si me haces el favor.
—¿Se puede saber por qué estáis ya a la greña? —intervino Alfredo, que se había acercado a ellos. Marcos se calló y miró para otro lado.
—Tu hermano —dijo Joaquín con gesto displicente—, siempre tan sociable.
—Pues alejaos —dijo Alfredo— para evitar roces, porque la gente parece que no se entera de nada y se entera, vaya si se entera. Y no quiero habladurías sobre nosotros.
—Oye, no exageres —protestó Joaquín—. Estáis todos con el honor de la familia en la boca desde que hemos llegado aquí. Esto es una boda, no un tribunal de limpieza de sangre, por favor.
—Joaquín, no seas frívolo.
—No soy frívolo, soy una persona de lo más normal. Marcos está atacado porque le parece que una manada de bisontes le va a pasar por encima de los viñedos y tú te pones a ejercer de patriarca a la antigua. Un poco de esprit ouvert, caballeros.
Alfredo emitió un suspiro de desprecio y Marcos metió las manos en los bolsillos del pantalón y se volvió de espaldas.
—¿Se puede saber qué escondes en los bolsillos? —preguntó Joaquín en tono burlón.
—Las ganas de darte un buen puñetazo en la nariz —contestó Marcos estremeciéndose. Deslizó las manos afuera y las mostró—. Yo ya te he dado el recado, así que me vuelvo a la finca, y haz el favor de no molestarme más —volvió a palparse los bolsillos, como si no supiera qué hacer con sus manos, y se alejó hacia la puerta, aún tembloroso.
—¿Qué le pasa a Marcos? —preguntó Joaquín a Alfredo.
—Que no dejas de meterte con él, Joaquín. Yo ya sé que sois muy distintos, pero no es razón para llevaros como el perro y el gato…
—Otro que dice lo mismo —interrumpió Joaquín.
—Vaya día más insoportable que tienes. ¿Por qué no te dedicas a flirtear con la Juez, que es lo tuyo, y nos dejas tranquilos a los demás?
—¿Por qué será que no piensas en otra cosa? Pero no es mala idea. La pondré en práctica inmediatamente.
—Y no te olvides del recado de tu hermano, porque yo me voy ya para la finca, en cuanto María Teresa me diga que está preparada.