Marcos Fombona, de vuelta del hotel, se sirvió una copa de vino, salió al porche que se extendía delante de la piscina de su casa y se sentó en uno de los sillones de mimbre. Apenas arrellanado en él, sonó su teléfono móvil. Durante unos minutos escuchó sin manifestar especial interés lo que su hermana Amelia le decía mientras observaba los reflejos de la luz en la superficie del agua. Contestó brevemente, y se disponía a colgar cuando ella siguió hablando.
—¿Cómo es que no te has quedado a la cena? —preguntó Amelia.
Marcos se revolvió en la butaca antes de contestar.
—No me apetecía.
—Era la cena de la familia para los amigos y tus hermanos están allí. No me parece correcto que te hayas vuelto a casa.
—Alguien tenía que quedarse… y, además, yo no estoy para fiestas. Tengo a la gente a vendimiar pasado mañana… o en cuanto pueda. Nadie se da cuenta del trastorno que me hace.
Amelia se quedó en silencio unos instantes, esa clase de silencio que evidenciaba que aún no pensaba colgar el teléfono.
—Si no querías celebrar la boda en tu finca —recalcó el tu deliberadamente— podrías habérmelo advertido con claridad.
—Tú siempre impones las cosas —contestó malhumorado Marcos—, tú, que siempre estás diciendo lo que hay que hacer.
—Tendrías que haber ocultado el cadáver —ella siguió como si no lo hubiese oído— y haberte callado después.
—¡Amelia! —respondió irritado—. Estaban delante todos los de la obra, ¿cómo iba a ocultarlo? Y peor aún: ¿cómo iba a saber yo de quién era ese esqueleto?
Amelia suspiró lentamente, haciendo sonar su dignidad herida.
—Teníamos que haberlo ocultado —dijo por fin—. Esta boda me ha acabado desquiciando. Entre el cadáver y mamá estoy destrozada. ¿Tú te crees que en estas condiciones puedo casarme como si todo fuera normal? Y tú no sé por qué estás tan huraño. Hay algo que te tiene reconcomido, pero prefiero no saberlo. En cualquier caso, procura ser más sociable. Ésta no es manera de comportarse.
—Está bien —dijo él poniéndose en pie—. ¿Alguna cosa más? Estoy deseando que pase la boda, te calmes y me dejéis trabajar tranquilo.
—Tengo la sensación de que todo va a salir mal —dijo Amelia al cabo de otro silencio.
—Oye, ¿tú quieres casarte o no quieres casarte? Haz lo que sea, pero no me pongas de los nervios a mí también.
—No sé, Marcos, todo es tan tremendo, se viene todo encima de repente, que yo ya no sé qué pensar.
—Pues no pienses. Tú duerme, que mañana tienes que estar aquí con tu hija y perfectamente despejada. Si hoy estás así, no te digo cómo estarás mañana.
—De verdad, qué desastre —dijo ella antes de colgar.