Joaquín Fombona propuso acercarse a la finca. Él se alojaba en el hotel, como Mariana. El hotel era el cuartel general de un grupo de íntimos de la familia Fombona, los más cercanos a Amelia, Joaquín y Alfredo. Joaquín era, en opinión de Mariana, un vivalavirgen y Alfredo, en cambio, un penoso dechado de cualidades familiares y fantasías financieras intercambiables entre sí. No podía haber dos hermanos más diferentes, incluso en el físico; Joaquín era un hombre guapo y atlético y Alfredo, grueso y colorado. Mariana había salido con Joaquín cuando era la íntima de Amelia. Joaquín era el tipo deseado por todas y todas estaban locas de amor por él. Pero esos arrebatos —pensó Mariana mientras trataba de reconocer a aquel cañón de hombre en este donjuán maduro que volvía a coquetear con ella— duran lo que deben durar, afortunadamente. La costumbre de flirtear estaba en su naturaleza de galán, no podía evitarlo, y por eso mismo a ella no la molestaba en él lo que en otros sí; era un juego y una manera de ser. «Y además —se dijo a sí misma— a mí no me van los guapos subidos sino los guapos turbios; no sé qué me dan, pero es así. Ésa es mi perdición».
Mariana se rió de sus pensamientos y Joaquín con ella, quizá pensando que la risa se la dedicaba a él; en ese momento una pareja se acercó a la mesa donde ambos estaban sentados y, apenas los vio, él saltó ágilmente de la silla para recibirlos.
—Mariana, te voy a presentar…
—A los señores de López Mansur —dijo Mariana estrechando cordialmente la mano del hombre desde su silla. Luego se levantó para besar a la mujer.
—¡Os conocíais! —dijo Joaquín admirado.
—El misterioso asesinato del Magistrado Medina[1] —respondió López Mansur.
—Cari, me alegro tanto de volver a verte —Joaquín la estrechó por la cintura mientras se besaban.
—Este hombre —dijo Cari de la Riva desprendiéndose de él— ha sido el mayor castigador de toda nuestra época de juventud.
Mariana hizo un gesto de comprensión. López Mansur los rodeó a los tres para acercarse a ella.
—Y sigues soltero y sin compromiso, ¿no? —preguntó Cari.
—Por supuesto —respondió él—, si hasta ahora no he encontrado a nadie que quiera cargar conmigo…
—El mundo está lleno de mujeres dispuestas a casarse, contigo o con quien sea; eres tú el que se hace el remolón —sentenció Cari.
—No sé si ofenderme o salir corriendo —replicó Joaquín.
López Mansur charlaba aparte con Mariana.
—Estás mucho más guapa que aquel verano —le dijo—. Más interesante.
—Tanto como mucho… Déjalo en guapa y ya me quedo contenta.
—Vale, de acuerdo: guapa y guasona. Dime, ¿qué más te trae por aquí aparte de la boda? ¿Algún misterioso asesinato? —Joaquín volvió la cabeza al escucharlo.
—Pues… —Mariana titubeó—. Ahora que lo dices, la verdad es que aquí hay un misterio de lo más interesante. Un misterio histórico diría yo. Pero no es mi trabajo.
—¿Qué me dices? Cuenta…
—Bien —dijo Joaquín interrumpiendo la conversación—. ¿Qué os parece si nos vamos a dar una vuelta por La Bienhallada y os la enseño?
—Por mí, estupendo.