Al año de concluida la Guerra Civil española, en Europa la capitulación de Holanda el 14 de Mayo de 1940 convenció al astuto administrador de que otro frente de guerra se avecinaba. La claudicación a finales de Mayo del rey Leopoldo de Bélgica despejó todas sus dudas, y creyó llegado el momento de ponerse otra vez a salvo con Hélène ante el incierto panorama internacional. Apoyado en la familia Villacruz, que le debía los muchos favores habidos durante la Guerra Civil, cerró la villa de Biarritz, regresó a España, adquirió una finca en Toledo que puso a nombre de Hélène y, tras una breve y, al parecer, infructuosa visita a Suiza para hablar con Gonzalo Villacruz, pues éste no quiso recibirlo, se instaló en la sociedad de los vencedores de una España en ruinas. Allí se las ingenió para conseguir una declaración de viudedad de Hélène y contrajo matrimonio con ella ese mismo año.
La boda del administrador con su madre la recibió Elena como un acto de perfecta villanía, pero lo guardó en su corazón; al fin y al cabo dependían de él en lo tocante a la vida cotidiana, sobre todo su madre, por lo que la aceptación se impuso a todo otro sentimiento; no ocurrió lo mismo con el rencor, que siguió creciendo. Elena era ya una joven lo suficientemente inteligente como para elegir el silencio a pesar de que su carácter le hubiera exigido otra respuesta.