El consejo de Gonzalo fue que confiase en su administrador español, un tal Ruz, vinculado a la familia desde que el padre de éste pasó a administrar las propiedades de los Villacruz; era hombre de experiencia, sobrio, concienzudo y buen conocedor de los mercados no sólo españoles sino también europeos. Precisamente se hallaba en aquellos momentos en París resolviendo un complejo asunto de títulos franceses de la familia y, de regreso, debía pasar por Biarritz para rendir cuentas, por lo que le parecía un momento muy oportuno para aconsejar a Hélène sobre la protección de su fortuna. Y así fue como Rufino Ruz conoció a Hélène Giraud.

Rufino no tuvo duda alguna respecto a lo que debía hacerse con los títulos y el dinero de Hélène y le aconsejó que convirtiese todo en oro con la mayor urgencia, asunto del que él podía encargarse para ganar tiempo, y lo escondiera en lugar seguro. Y así, una noche, Gonzalo, Cirilo y el administrador abrieron un hoyo profundo en el jardín de la propia finca de Biarritz y enterraron el oro bien embalado en cajas. Al término de la operación, agotados, se dejaron caer en el suelo. La noche era lo suficientemente clara como para evitar trabajar a la luz de un farol o de linternas, pero la luz sí sería necesaria para dibujar el plano, por lo que Cirilo se ofreció a entrar en la casa y trazar allí, sobre una mesa, las coordenadas del lugar.

—El mapa del capitán Kidd —dijo con sorna cuando reapareció con él en la mano, seguido de Hélène.

Gonzalo se incorporó pesadamente, ayudado por el administrador.

—Yo ya no estoy para estos esfuerzos —protestó. Los cuatro entraron en la casa. Hélène había dispuesto un buffet de circunstancias y en el salón ya había muebles cubiertos con fundas, indicio de partida inmediata.

—Ésta es nuestra última cena particular —dijo Cirilo—. Ahora la pregunta es: ¿quién guarda el mapa?

—Lo guardará Hélène, naturalmente —dijo Gonzalo.

—Tu legendaria desconfianza —comentó despreocupadamente su hermano.

—Puedo mandar hacer copias mañana mismo —ofreció el administrador—. Con total discreción —dijo en seguida, al observar las miradas de los tres concentradas en él. En realidad su peligrosa oferta, peligrosa para él, como explicó excusándose, no tenía otro objeto que facilitar las cosas a Madame Villacruz.

—Creo que has hecho una nueva conquista —le susurró Cirilo al oído.

Europa pensaba que la guerra sería corta, al estilo de las del siglo anterior, y los contendientes se lanzaron alegremente a la lucha mientras las oficinas de reclutamiento se saturaban. Y la guerra comenzó al modo de las del último tercio del siglo XIX, con sus grandes maniobras y los héroes románticos a caballo. En realidad, y como dijo un historiador, fue una guerra que empezó al estilo de las del XIX y terminó al estilo siglo XX, que se consolidaría en la Segunda Guerra Mundial.

Al día siguiente, los cuatro salieron camino de España.

Durante este tiempo Cirilo y Hélène vivieron su aventura particular en Tánger, donde la familia Giraud tenía una casa y donde se consideraban a salvo. Cirilo viajaba de cuando en cuando a la península, incapaz de permanecer fijo en un sitio mucho tiempo. En realidad, corría en busca de aventuras amorosas y Hélène hacía ojos ciegos a las infidelidades de su marido que, por otra parte, tampoco éste se molestaba en esconder. La razón de su aparente calma —que era real excepto cuando Cirilo la ponía demasiado en evidencia— fue el encuentro casual en Tánger con un oficial francés allí destacado, en cuyos brazos se refugió apasionadamente del descuido de su marido. Luego, Hélène dio a luz a una niña al cumplirse un año de la contienda europea. Después, Cirilo fue espaciando cada vez más sus apariciones por Tánger y al cabo de un año dejó de visitar a su esposa. Ella tuvo noticias suyas por Gonzalo, pero ya a mediados de 1918 éste le comunicó que había perdido la pista de su hermano. Fue una desaparición misteriosa. Tan sólo una vez les llegó una vaga noticia de que se había alistado en la Légion Étrangère, lo que consideraron una fantasía de su informador, quien a su vez la había recibido de oídas.