Noche de pesadilla, día de la verdad
Se despertó varias veces sobresaltado a lo largo de la noche, empapado en sudor y con un dolor agudo en el brazo. Y cada vez se levantó para andar un poco por el parque o el arrio, con la esperanza de que el aire fresco ahuyentara sus sueños desagradables, pero en cuanto se volvía a tumbar, la misma pesadilla lo apresaba entre sus garras.
Se veía corriendo por los pasillos del árbol, cuyas paredes se habían transformado en piedra, y aquellos con los que se cruzaba eran translúcidos igual que fantasmas.
Mas nadie le hacía el más mínimo caso, como si él también fuera un fantasma. Bien, al menos no encontraba obstáculos… Era consciente de que corría contra el tiempo y que tal vez llegaría demasiado tarde. Pero cuanta más voluntad ponía en acelerar, más intensa era la sensación de no avanzar o de correr al ralentí, y percibía cómo su fuero interno se debatía entre un miedo enorme y un coraje infalible.
—Nada ni nadie, ¿me oís? ¡Nada ni nadie me impedirá llegar a la sala de matrices! —gritaba.
Y cuando al fin lo lograba, lo invadía una gran alegría por haber realizado una hazaña especialmente difícil. En el centro de aquella estancia se encontraba Kimyan, con las muñecas y los tobillos atados a un extraño asiento, mientras unos anillos de luz —grandes aureolas rojas, como rayos láser circulares— giraban en todos los sentidos alrededor del chico. Pero por fin él había llegado, y su hermano ya no tenía nada que temer porque iba a liberarlo.
Sin embargo, en el momento preciso en que se le acercaba, Kimyan alzaba la cabeza para mirarlo de frente, y ya no era Kimyan. Quienquiera que fuera emitía una risa sarcástica que resonaba haciendo eco, y los ojos… ¡Oh, qué ojos! Atraían a Piphan, y cuando éste se disponía a observarlos, se despertaba sobresaltado y empapado en sudor.
Así que, por fuerza, decidió no echarse a dormir otra vez. De cualquier modo, la aurora ya no tardaría. Se le ocurrió darse una ducha fría, pero tuvo que dejarlo correr debido al dolor del brazo, pues el agua lamía la herida como una lengua de fuego. Notaba el cerebro embotado, incapaz de generar nuevas ideas, y lo invadía por completo aquel dolor que le proyectaba imágenes veloces como destellos. De ese modo revivía la escena de la columna de humo en la sala de los arquetipos, y los destellos que se sucedían evidenciaban un punto común en todas las imágenes: los ojos, los ojos de Equidna, los de la serpiente en el espejo, los de Medusa, los del Sarpedón arquetípico y ahora los de Kimyan.
—¿Por qué? ¿Qué significa eso? —se repitió en voz cada vez más alta.
Ya no tenía ningún medio de saber si aún soñaba o si, al contrario, estaba consciente. La herida le hacía revivir las imágenes del sueño como una verdad de la que no lograría escapar hiciera lo que hiciera, durmiera o no. Se resistió, se concentró, trató de convencerse de que aquella angustia se acabaría. Y cuando se acordó de que en Elatha había una enfermería y debía ir allí con urgencia, el dolor alcanzó el súmmum. En menos de un segundo, llegó a tal grado de sufrimiento que no pudo reprimir un grito, y se desmayó por segunda vez en su vida; un mecanismo que acababa de protegerlo sin él saberlo.
Un minuto más tarde lo despertaron unas voces. Pero si le hubieran dicho que habían pasado varios días, se lo habría creído, pues le parecía llevar mucho tiempo dormido. El dolor todavía era sordo, pero mucho más tolerable.
—Piphan, ¿estás ahí? ¡Abre! ¿Me oyes?
Kaylé, Nive y Salomon, los integrantes del Pacto de los Monos, se alborotaban ante su perla de entrada.
—Oye, ¿estás bien? —preguntó Nive, dudosa, pues se le veía muy descansado.
—Sí, claro. ¿Por qué no iba a estarlo?
—¡A ti que te parece! —exclamó Kaylé—, estabas gritando, ¿no?
—¿Yo? Ah, es posible… No recuerdo haber gritado, pero puede ser; he tenido una pesadilla. Pero ya está, ya me he despertado.
—¿Seguro que no te has hecho daño? —insistió Kaylé—. Porque te juro que parecía un grito de dolor…
—¡Sí, y de terror! —añadió Nive—. He creído que la criatura de los arquetipos te atacaba de nuevo. Sé que es una tontería, pero era un grito tan raro…
No era ninguna tontería, pues le venían a la mente fragmentos del arquetipo de Sarpedón o de Medusa, ya no lo sabía… Mientras se esforzaba en recordar imágenes, se llevó automáticamente la mano derecha al brazo herido, lo que llamó la atención de Kaylé.
—¿No te has curado el brazo?
—No, me he dormido enseguida. Ahora me escuece un poco, pero se puede soportar.
—Tendrías que ir —dijo Salomon, muy serio—. Esto nos pone en peligro a todos, ¿sabes? Las heridas mágicas no son cosa de broma.
Tenía razón, y Piphan le prometió que iría a la enfermería para tranquilizarlo. Pero antes debía verse con su padrino y esperaba que, esta vez, no hubiera ningún impedimento.
—Al final creeré que es su especialidad —dijo él con buen humor.
—¡Pero qué dices! —replicó Kaylé—. Sabes que si ha faltado a sus últimas citas ha sido por una buena causa. Si vas hoy, puedes darle las gracias.
Sí, Piphan podía dar las gracias, aunque se preguntaba por qué. ¿Por los marlúes y los hombredusas? ¿Por el berenjenal de Avalon? ¿Por las imágenes arquetípicas más reales que las reales? ¿Por las pesadillas?
—Francamente, vivía más sosegadamente en el islote de Nat.
—¡Ya! —dijo Kayle—. Pero sería muy injusto cargárselo todo a él.
—Vale, vale, lo tendré en cuenta. ¡Pero aun así, me va a oír! Además, no esperaré a la reunión con Sintonis. Si Mercurio está aquí, lo sabré enseguida…
—Deberías calmarte un poco antes de lanzarte al árbol en su busca. ¡Son las cinco de la mañana! Te veo bastante excitado, aunque digas que todo va tan bien, y sabes que no te conviene. Yo que tú, me tomaría primero una buena ducha fría.
—¡Eso, ni hablar! ¡Ya he pringado antes! —se negó, protegiéndose instintivamente el brazo.
Fue directo a un astábulo central. Basty le había contado que, en general, los maestros vivían en la misma área que los directores de la escuela, aunque su compañero se olvidó de decirle que no se podía entrar sin la contraseña adecuada. De modo que, tras varios intentos infructuosos, Piphan se resignó a subir a la corona, para que le diera un poco el aire mientras esperaba la hora. Pero tampoco fue una gran idea, pues ese espacio ya lo condicionaba demasiado. Al ver las gradas y aproximarse al pasadizo secreto de la Golden Dawn, el recuerdo del consejo disciplinario de Aelys reavivó las imágenes nocturnas.
Y entonces todo se mezcló de nuevo: el rostro de Kimyan, la posibilidad de que los dahals hubieran alcanzado el islote de Nat, el hecho de que Mercurio tuviera que presentarse en Elatha cuanto antes…
Cuanto más reflexionaba, más se consolidaba la idea de que si tres de los mejores maestros de Elatha se habían ido precipitadamente al islote de Nat, era porque allí pasaba algo pero que muy grave. Así que tanto peor si tenía que explicar cómo se había enterado de todo; haría lo posible por no traicionar el secreto de la Golden, pero quería saber qué sucedía.
Precisamente, ni sospechaba que lo que hacía falta era compartir su deseo, puesto que la dirección de Elatha no podía seguir eludiendo sus responsabilidades por más tiempo. Al salir del astábulo que lo devolvía a la zona de la dirección de la escuela, se topó con el maestro Mori-Ghenos.
—¡No llegas puntual, pero no se puede negar que eres madrugador! —lo saludó éste—. Faltan tres cuartos de hora para la reunión.
—Sí, lo sé. Pero quisiera ver antes a mi padrino; es urgente que hable con él. ¡Aunque desconozco dónde se aloja!
Mori-Ghenos guardó un breve silencio mientras lo escudriñaba, porque percibió la turbación del muchacho que no lograba disimular al hablar. Entonces se fijó en la herida del brazo.
—¡Mecachis! ¿No te has ido a curar la quemadura? ¿Quieres que te acompañe a la enfermería? No te retendrán mucho rato.
—No, no corre prisa; ya no me duele. Prefiero ver primero a mi padrino.
—Como quieras —cedió el maestro después de dudar—. ¡Sígueme!
Un instante después, Mori-Ghenos puso la mano en la perla de entrada del despacho de Alban Sintonis.
Faltando a toda regla de educación, Piphan se olvidó de saludar a los presentes, y aunque su mirada se cruzó con las de Sintonis, Élia Grandidier y Silvius Marbode, en realidad se fijó en Mercurio y se abalanzó sobre él como quien se agarra a una balsa salvavidas. Ni se le ocurrió echarle algo en cara, pues sintió como si llevara largos día sin ver a ningún ser querido.
Pese a entregarse a su reencuentro, oyó a Mori-Ghenos explicar que lamentaba adelantar la hora de la reunión, pero que lo creía conveniente dado «el estado del chico».
—Si es así… —suspiró Sintonis, a quien la situación pilló desprevenido, y carraspeó.
Un denso silencio se instaló en el gran despacho, y Piphan comprendió que ya no podría hablar en privado con su padrino, puesto que Alban Sintonis acababa de hacerle a éste una señal con la cabeza para indicarle que le tocaba a él tomar la palabra, y era evidente que Mercurio no sabía por dónde empezar.
—Tendrás que ser fuerte, Piphan. Aquí nadie duda de tu valentía, pero lo que vamos a decirte no se escucha cada día.
—Sospecho que esta introducción no es para anunciarme que serás mi mentor. El maestro Mori-Ghenos ya me lo dijo; ha pasado algo en el orfanato, ¿verdad?
—Exacto, han sucedido cosas en el islote de Nat. No todas afectan al orfanato pero, sobre este punto en concreto, verás…
—¡Sé que algo le ha ocurrido a Kimyan! No hace falta que te andes por las ramas; ya no soy un bebé.
Impaciente por saber si sus sueños e intuiciones tenían fundamento, apremió a su padrino, pues consideraba que éste divagaba demasiado. Enseguida notó el peso abrumador de las miradas de los asistentes a la pequeña asamblea, a la que había cogido desprevenida.
—Muy bien —dijo Sintonis con su clara voz—. Si eres capaz de oír la verdad sin rodeos, aquí está: tu hermano Kimyan ya no se halla en el orfanato. Sosiégate, porque no ha muerto ni enfermado, pero ha desaparecido. Sabemos con certeza dónde se encuentra y haremos todo lo posible por recuperarlo sano y salvo, aunque necesitamos un poco de tiempo.
—¿Tiempo? ¡Pero si el tiempo transcurre, será demasiado tarde! —se exaltó Piphan—. Ya lo está pasando mal, lo he visto… ¡Está atado, prisionero! ¡Si no queréis ir ahora mismo, decidme dónde está ese sitio!
—¡Cálmate! —le ordenó Mercurio, presionándole los hombros.
—No te bastará con saber dónde se encuentra —continuó Alban—. Para serte franco, Kimyan corre un grave peligro, es cierto, pero no creemos que sufra en absoluto. Está en una situación que ha aceptado él, puede que a su pesar y seguro que sin pleno conocimiento de causa, pero… está rodeado de gente que le prodiga tantas atenciones como nosotros a ti. E igual que tú, ha hecho su elección.
—¡No lo creo! El no habría elegido irse; dijo que me esperaría. Además, no puede andar lejos, seguro que está en Alba-ran, buscándome: ¡no es posible que él solo llegue más lejos!
—Estoy de acuerdo en que él solo quizá no habría ido mucho más allá. Pero el islote de Nat ha recibido visitas poco aconsejables y…
—¡Los dahals! Es lo que no queréis decirme: ¡Los dahals han hecho prisionero a Kimyan!
—Tu intuición es espléndida, pero te repito que tu hermano no está prisionero y que ningún dahal tiene intención de hacerle daño. Si no se trata de una elección, digamos que su propio destino se ha impuesto. Pero centrémonos en ti… Has dicho que ya no eres un bebé, y te agradezco que nos eches este cable. Pues de eso tenemos que hablar: de cuando eras un bebé.
Alban Sintonis se detuvo un instante para observar la reacción del muchacho. El silencio redobló su intensidad, y no era Piphan quien iba a romperlo. La última frase lo inmovilizó, y se quedó a la expectativa. ¿Qué más iban a contarle sobre su llegada al mundo? ¿Que su padre no quiso reconocerlo, o que su madre falleció durante el parto? ¿Que ella fue una gran maga? Estaba harto de que lo machacaran con las mismas frases y no le explicaran nunca nada en concreto. A todo esto, Mercurio tomó el relevo.
—Espero que puedas perdonar nuestras mentiras, Piphan, pues hemos tenido que mentir a la espera de este día. Ya te he dicho que, cuando naciste, la dirección de Elatha tuvo que actuar con rapidez para asegurarte algún tipo de familia de acogida. Y sabes mejor que nosotros cómo os ha cuidado Bertille a ti y a tu… hermano.
Hizo otra pausa para observar de nuevo la reacción de su ahijado. Piphan notó vagamente el tono peculiar con que su padrino pronunció la palabra «hermano» pero, como no hay peor sordo que el no quiere escuchar, lo pasó por alto.
—Para nosotros era muy práctico que en el orfanato os consideraseis todos como hermanos y hermanas, pero no es casualidad que encontraras en Kimyan a tu alma gemela. Si os parecéis tanto, excepto en algunos detalles, es porque… sois gemelos.
—¿Kim… mi gemelo? —balbució Piphan, atónito.
—Sí, Kimyan y tú sois hermanos de verdad. Nacidos el mismo día del mismo vientre: el de vuestra madre Gaya.
—Kimyan, mi hermano de verdad… La misma… madre…
Repitió esas palabras con voz extenuada. No estaba seguro de querer comprender. ¿Y si era ésta la pesadilla que no lo dejaba en paz? Ya nada parecía real. Su mirada se cruzó con la de los atentos ojos de Mori-Ghenos y Alban Sintonis, los observó a ambos y desvió la vista hacia su padrino en busca de confirmación. Alban le hizo una seña a Mercurio para que continuara. El maestro sabía que, en unos instantes, Piphan ya no podría escapar a su cólera innata y, dado lo que había que confesarle aún, lo peor estaba por llegar.
—Es la hora de la verdad, Piphan. Te prometí que la sabrías en su momento, y debes comprender que vaya acompañada de explicaciones. Si ocultamos que erais gemelos fue por vuestra seguridad, porque nadie debía saber dónde se encontraban los hijos de Gaya. Si vosotros lo hubierais sabido, habríais llamado la atención sobre esa isla protegida en la que crecisteis libremente y con total inmunidad.
—¡Siempre habláis de seguridad, de inmunidad! ¿Qué más podíamos temer, si ya de nacimiento no teníamos padres?
—Ahí vamos. La segunda parte de la verdad es también la de la mentira que hemos mantenido durante quince años. El hecho de que vuestra madre, por desgracia, muriera víctima de un sufrimiento atroz, no significa que no os queden otros parientes.
—¿Qué? ¿Estás diciendo que mi padre está vivo? ¿Es eso? ¿Está vivo? Todos vosotros lo conocéis, ¿verdad? Entonces, ¿por qué estoy aquí en vez de estar con él? ¡Me marché del islote de Nat por él, no por venir a esta escuela en que nada es normal!
Se sentía tan traicionado, que no tenía ganas de esforzarse en aplacar su cólera. Pero el dolor era más fuerte que ésta y, entre sollozos, se dejó caer de rodillas ante su padrino, anonadado por el descubrimiento de la mentira en la que había crecido y que modificó su percepción del mundo.
—Padrino, ¿por qué no me dijiste nada? ¿Por qué?
—Tienes todo el derecho a echárnoslo en cara, muchacho —intervino con tacto Mori-Ghenos—. Aun así, permítenos que sigamos con las explicaciones, pues la verdad completa es algo más compleja. Kimyan y tú sois gemelos por haber salido uno tras otro del mismo vientre materno, pero eso no significa que tengáis el mismo padre. Tal vez las lágrimas que estás derramando corren el riesgo de no enternecer a ningún corazón tan puro como el tuyo; en todo caso, seguro que al de tu padre no le afectarán. Al optar por que creyeras que él no quiso reconocerte, mentimos a medias. Él no tenía ningunas ganas de hacerlo por la sencilla razón de que no te tenía previsto. Cuando obligó a tu madre a llevar el fruto de su semilla, concibió a Kimyan. ¡Y a nadie más! ¡Un hijo que estaría dotado de poderes muy superiores a los suyos, un magomutans! Un ser en el que las fuerzas infernales se mezclarían con la esencia pura de vuestra madre, una maga tan excelsa que casi alcanzaba la divinidad.
Mori-Ghenos hizo una breve pausa y posó las manos en los hombros de Piphan antes de continuar:
—Tu madre llevó a cabo una proeza que supera a cualquier magia. Al comprender que no podría traer al mundo al hijo de las tinieblas sin perder su propia vida, te creó a ti, Epiphane, hijo de la luz. Te concibió de carne y espíritu, sin intervención masculina, gracias a la fuerza del amor que había en ella, un amor tan poderoso que, mediante tu mera presencia, modificaba al otro ser, a aquel extraño que ella llevaba en su seno en contra de sus deseos. Y tu nacimiento, vuestro nacimiento, le dio la razón: crecisteis en la misma luz de amor fraternal, sin ninguna diferencia esencial entre ambos. Sois la prueba viviente de que es posible esquivar la profecía de Lilith. ¡Nada está decidido, así que no debes tener miedo! Cuando hayáis aprendido a controlar vuestro poder, poseeréis la clave del amor y de la paz en el mundo. Por eso Elatha os ha esperado tanto; por eso algunas mentiras valían la pena…
—A cambio, esta verdad entraña una responsabilidad muy grande —intervino Alban—. Y ni unos ni otros podemos evitar que tu destino esté tan fuertemente ligado al de Elatha. Aparte tal vez de los fénix, nadie elige realmente la propia muerte ni el propio nacimiento. Pero entre estos dos momentos clave, están las elecciones que realizamos. Y nosotros, magos de Elatha, creemos que eso es lo único que mide el valor de los hombres: sus elecciones.
—¿Y yo qué opciones tengo? —dijo Piphan entre dos sollozos.
—Lo que Alban quiere decir —aclaró Mori-Ghenos— es que comprenderíamos que no quisieras ir más lejos, y Elatha no podría retener a nadie contra su voluntad. Pero, en tal caso, es nuestro deber avisarte de que, fuera de Abracadagascar, corres un extremo peligro. No sólo porque haya terroríficas fuerzas en acción, sino porque la guerra cambiará de rostro en parte debido a ti. No se trata de que te sientas responsable, pero debes entender que no podrás escapar a tu destino: estás condenado a morir muy pronto o… a ser el más fuerte.
Piphan oía a los maestros, pero las explicaciones se perdían en su mente como una visión a través de una niebla muy densa. Demasiado, aquello era demasiado. Ahora resultaba que su mejor amigo se convertía en su hermano gemelo, su madre quiso a uno y al otro no, igual que ese padre que era el de Kimyan, pero no el suyo… Eran muchas cosas, y sin embargo, faltaban aún tantos elementos… ¡Y los directores de Elatha le hablaban de elegir! ¡Como si se pudiera filosofar en semejante momento! ¿Qué elección puedes hacer cuando toda tu vida ha sido amañada? ¿Qué opción queda cuando eres el fruto de…?
De pronto Piphan se dio plenamente cuenta de cuál era la realidad, esa verdad tan dura que ninguno de los que la sabían jamás se atrevieron a decirla. Posó una mirada sombría en su padrino, una mirada suplicante para que hablara y callara a la vez.
—Entonces, mi padre es…
Mercurio tragó saliva. Habría preferido que este momento no llegara nunca, pero no se veía con ánimo de dejar que su ahijado sufriera por más tiempo.
—Sarpedón —dejó ir sin rodeos.
De nuevo reinó un silencio opresivo. Mercurio ya no era el único que tragaba saliva, pues Silvius se imaginó cuánto le habría dolido desvelarle verdades tan crueles como ésas a su hijo Kaylé; Elia se estremeció con todo su corazón de mujer y de madre, y Mori-Ghenos se mordisqueaba los labios. Mercurio tuvo que hacer un esfuerzo por superar la tensión del instante, y dijo:
—Pero, como te ha explicado el maestro Mori-Ghenos, no tienes por qué considerarlo como a un padre. Tu madre no lo consideró nunca ni esposo ni amante. La decisión es tuya.
—¡Pero es el padre de Kimyan! Es el padre… ¡de mi verdadero hermano! —se enervó.
Mercurio apretó los dientes, Alban Sintonis hizo una mueca y todos comprendieron que el resto de la revelación quedaba aplazada. Esta vez, la cólera innata de Piphan acababa de restallar cómo un relámpago. Se puso en pie de un salto y se dirigió hacia la perla de salida, tirándolo adrede todo a su paso.
—¡No sé si mi hermano es un magomutans, pero para mí, los monstruos sois vosotros! ¡Unos monstruos repugnantes!
Salió sin que nadie intentara impedirlo y atropelló a todo aquel con quien se topó por los pasillos, corriendo con la cabeza gacha y los ojos anegados en lágrimas.
En ese mismo instante, en algún lugar de los Cárpatos, otro chico daba rienda suelta a su propia cólera al enterarse de que le habían mentido, de que esa basura de magos blancos le inventaron una vida falsa, hermanos y hermanas falsos, y todo para ocultarle que tenía un padre y, encima, el más grande entre los grandes.
—¡Lo pagarán! ¡Palabra de vawak!
Luego se sosegó visualizando imágenes más serenas, y volviéndose hacia el individuo que tenía al lado, le espetó:
—Entonces, ¿es verdad? ¿Conoceré a mi verdadero padre?
—Sí, tu padre está llegando —respondió Nicandre.