Capítulo 22

La trampa de Samildanak

No cesaba de dar vueltas a los datos de que disponía, y su presentimiento lo inducía a temer que le hubiera ocurrido algo a Kimyan, aunque el nombre de su amigo era el único que no habían mencionado. Por el contrario, se habían referido a Mercurio, y eso significaba por fuerza que algo de lo que se estaba cociendo lo incumbía. Así las cosas, pensó que lo mejor sería que él diera el primer paso. Si encontraba a Mori-Ghenos, quizás éste le daría alguna explicación sin tener que preguntarle nada.

La galería de la planta baja ya bullía de agitación. Esos primeros días se destinaban a que los alumnos nuevos y los profesores se conocieran. El programa consistía en visitar las salas principales del árbol-madre, entregar las cintas personales y designar a los mentores. Pero, por lo visto, todas las actividades habían empezado sin él. Los astábulos no cesaban de subir y bajar, parando en todos los niveles, pero no reconoció a ningún pasajero. Al fin se cruzó con los Draco, acompañados de un profesor, que le aconsejó que si quería encontrar a los Filus, fuera a la sala de profesores y comprobara el programa previsto para ellos.

Así que se encaminó hacia dicha sala, en la rama maestra 21, pero fue en vano, porque nadie supo decirle en qué fase de la presentación del lugar se hallarían los Filus en ese momento. Por si acaso, volvió a bajar a su zona e inspeccionó deprisa la sala común, el patio, el atrio y el parque. Luego subió a la biblioteca, al Itinerarium, al Planetarium, bajó otra vez a la biblioteca y a la gran galería, subió de nuevo al ágora pequeña y al lago de la corona… pero todo en vano. En su recorrido al menos se cruzó con quinientas personas, pero ninguna cara le resultaba familiar, y así pasó la mañana entera. Aquel árbol era un laberinto espantosamente grande, y las consolas de los mapas no siempre servían de ayuda. Para buscar un sitio, había que saber cómo se llamaba, pero el árbol no divulgaba los nombres propios.

La inspiración salvadora le llegó justo después del mediodía cuando le sonaron las tripas, de modo que la idea de ir al refectorio le pareció la mejor. Allí, al primer vistazo, vio a Nive, Kaylé y Salomon; Perline y Joa se encontraban en unas mesas más allá, con Angelette Gubernatis y Zilibero Filiberto, y Jaufrette, sentada aún más lejos, estaba en compañía de unos semidesconocidos, cuyas caras le sonaban por haberse cruzado con ellos por la mañana, aunque no conocía sus nombres. Si no, habría sabido que se trataba de Julia Farr, de los Draco, Viggo Moss y Moi’ra Siléas, de los Dor-Aíke, y Nils Nilson, de la Golden Dawn.

La pertenencia a un pronaos no tenía más peso en el refectorio del que suponía para las clases, ya que cada cual se sentaba junto al compañero por quien sintiera mayor afinidad o algún tipo de interés. Y esa política no sólo se daba entre los alumnos, sino que podías invitar a tu mesa al profesor que quisieras, y ellos, por su parte, ya eran lo bastante mayores para invitarse a sí mismos. Las comidas, por consiguiente, se consideraban momentos muy importantes para conocerse, porque todas las posibles divergencias desaparecían con el buen humor. Así pues, Jaufrette había logrado capturar a Caspar Schott, el profesor de polimatía holística, para que se sentara a su mesa, mientras que Silvius Marbode se hallaba enzarzado en una discusión sobre los fantasmas errantes con Melys, Tristan Hellidge, Mini Floriot y dos chicas a las que Piphan no había visto hasta entonces.

Ante tantas caras nuevas, prefirió ir directo hacia la cofradía de los tres monos. Reconoció con placer la silueta de Basty Labrador sentado enfrente de Nive, pero de repente se quedó inmóvil: a la derecha de Basty, una de las dos chicas que estaban de espaldas era Florence Cantor; por deducción, la otra había de ser Aelys Crowley. Por un instante pensó en dar media vuelta y ocupar otra mesa. Pero ya era demasiado tarde, pues Kaylé lo había visto y lo estaba llamando.

—Pero bueno, ¿dónde te has metido? No te hemos visto en toda la mañana.

—Ya, yo tampoco… —contestó él mientras se sentaba con la cabeza gacha al lado de su amigo—. Y mira que os he buscado. ¡Pero este árbol es un poco grande!

Cuando volvió a alzar la cabeza, notó que todos lo observaban, pero evitó dirigir la vista hacia Aelys para no cruzarse demasiado pronto con su mirada.

—Lástima que te hayas perdido la visita —dijo Nive—. ¡Si vieras la biblio! Es gigantesca.

—Ya he ido.

—También hemos visitado el ágora grande y el lago interior, el Itinerarium. Hasta hemos subido a la corona, donde hay otro lago, más pequeño. La vista desde ahí arriba es impresionante.

—Pues yo también he visto todo eso —respondió, fijando los ojos automáticamente en Florence.

—Pero ¿cómo te las has arreglado? —se sorprendió Kaylé.

—Mientras os buscaba he ido pasando casi por los mismos sitios que vosotros, aunque llegaba demasiado pronto o demasiado tarde. ¿Ha dicho algo la profe?

—Nada especial. Pero se ha dado cuenta de que no estabas y nos ha pedido que te avisáramos para esta tarde; no puedes perderte la entrega de cintas.

—No te preocupes, asistiré. ¿Dónde es?

—En la sala de los espejos —continuó Nive—. Esta mañana hemos pasado por delante y por lo visto no se puede entrar en grupo. Es individual, porque las cintas son muy personales. ¿Verdad, Florence?

Piphan tragó saliva: Nive estaba metiendo un poco la pata. No le apetecía hablar de cintas, ni de ese modo ni en público, en presencia de Aelys. Aunque, por otra parte, ¿por qué seguir huyendo? Esa cinta hallada en el suelo era cosa de la casualidad o del destino. Y si, como había dicho Albucesto, la casualidad no existía, lo único que contaba era el destino, contra el que juró enfrentarse siempre. Entonces se concentró, irguió del todo la cabeza y, de pronto, se sintió atrevido. A partir de ahí, ya no tuvo ganas de esconderse, y Florence, que llevaba un rato deseándolo, pudo hacer al fin las presentaciones.

—Esto… ¡Encantado! —dijo él con torpeza, dándole la mano a Aelys.

Había preparado tantas palabras mentalmente cada vez que pensaba en ese encuentro, que ni una de ellas encajaba con la situación. Se había imaginado que estarían solos para compartir ese maravilloso momento, y no en un refectorio abarrotado. Pero, aunque nada sucedía como habría deseado, ya no le daba miedo mirar a Aelys a los ojos.

Antes de nada, le habría gustado transmitirle calor a su princesa, pues la mano que ella le había tendido estaba extrañamente fría para estar en el trópico. En cambio no podía decirse lo mismo de los ojos, pues a pesar de su negrura, eran ardientes y en ellos brillaban mil soles. Ya le estaba cogiendo gusto a que ella lo mirase como lo hacía, aunque no era por los motivos que él imaginaba.

Detrás de él, lo envolvía un halo de luz, una de esas luces sutiles que algunos seres pueden percibir de forma innata. En su entorno más inmediato, Aelys y Salomon fueron los únicos que se dieron cuenta.

—¿Cómo lo haces? —preguntó el chico, asombrado.

—¿El qué? —se sorprendió Piphan.

—Esa luz que tienes alrededor…

Ignoraba que aquella luz era invisible para el que la emite o la recibe. Aelys hizo un intento de explicación:

—Podría decirse que se está recargando las baterías. De hecho, es su cuerpo etérico el que recibe una carga. Lo estudiaréis en primero si elegís las clases de fluidos con el maestro Asha-nashanti.

—¿Has dicho su cuerpo etérico?

—Sí, es una de nuestras envolturas, que a veces irradia aún más. Y mira —le dijo a Salomon tomándolo como testigo—: La intensidad está bajando. Seguro que es una carga débil.

Pero aunque, en efecto, el aura luminosa empezaba a difuminarse, hubo otra persona que la vio aparte de Aelys y Salomon: procedente del fondo de una fila, Mori-Ghenos se dirigía hacia la mesa de Piphan y sus compañeros.

—Menos mal que estás entre amigos, Epiphane. La profesora Carambola me ha comentado que no has asistido a la visita matutina. Espero que no estuvieras enfermo.

—No, no; estoy bien, gracias. Es que… me he perdido de la manera más tonta.

—Ah, eso son cosas que pasan cuando eres nuevo en Ela-tha. Creo que a tus amigos les gustará enseñarte lo que te hayas perdido. De hecho, venía a avisarte de que las actividades de esta tarde son más importantes que las de la mañana.

—Sí, lo sé: la entrega de cintas.

—Exacto; es un momento fundamental, así que no puedes faltar. Pero, además, venía a anunciarte otra cosa: tu padrino estará muy pronto entre nosotros. Según a qué hora llegue, no sé si podréis veros hoy, pero en principio se quedará el tiempo suficiente, ya que se ha propuesto ser tu mentor.

—¡Sííííí! —exclamó Piphan, desatando así las risas de los que estaban a la mesa.

¡Mercurio como mentor! Su alegría era tan grande, que habría hecho callar a un coro de plañideras.

—¡Vaya, qué gozada! —exclamó Mori-Ghenos—. Tu corazón habla más alto que tu boca. Pero si te parece, permíteme que termine antes de que sigáis con lo vuestro. Como decía, don Mercurio se quedará entre nosotros y, en el caso muy probable de que llegue tarde por la noche, hemos previsto una pequeña reunión privada para mañana por la mañana, a las seis. ¿Te va bien o es demasiado temprano para ti?

—No qué va; a esa hora está bien.

—En ese caso, me lo apunto. Mañana a las seis en el despacho del director. En fin, que continuéis a gusto.

En cuanto Mori-Ghenos giró sobre sus talones, Basty le chivó a Piphan:

—Despacho del director: TE mil seiscientos.

—Muy amable, pero ¿qué quiere decir eso?

—La TE se refiere al tronco, y mil seiscientos es la altitud. Cuando un mapa del árbol-madre te indica esa letra, significa que no hay que buscar en las ramas maestras ni en las auxiliares. Te quedas en el tronco y subes a la altura indicada.

—¡Ah, sí, es verdad! Ya lo he visto esta mañana para ir al ágora pequeña. Por cierto, ya que pareces conocer todos los códigos… En un momento dado, un alumno que tenía delante ha buscado una sala, y he leído que iba a los Rai treinta y uno a cincuenta y tres. ¿Me puedes explicar qué son los Rai?

—Las raicillas. Equivalen a las Ram de las ramas, pero en las raíces. En cuanto pasas al subsuelo, RP corresponde a la prolongación del tronco, y significa raíz pivote o raíz principal, y el resto son las raicillas, las Rai. Ahí se encuentran todas las aulas de alquimia, los archivos, las despensas y muchas otras cosas. Por ejemplo, en RP cuatrocientos está el Sid; en RP seiscientos cincuenta, la sala de arquetipos, etc.

—¿Cómo? ¿Hay una sala de arquetipos?

—Sí, en efecto —confirmó Kaylé—. He pensado en ti cuando la hemos visitado; la verdad es que me ha parecido muy interesante. Es como tu libro holográfico, pero a gran escala. Y más completo, sin duda.

—Acordaos de pedir una autorización —intervino Floren-ce—. Si no, la sala no se abrirá. A no ser que estudiéis específicamente los arquetipos, y en ese caso, vuestro mentor puede conseguiros un pase permanente.

Al fin y al cabo, Piphan no se había perdido gran cosa vagando por el árbol, pues había descubierto tantos sitios como sus amigos, o incluso más en la parte superior. En cambio, no se le pasó por la cabeza pensar en las raíces, pero sospechaba que pronto iría allí, donde lo aguardaban los arquetipos.

Nive logró superar sus meteduras de pata, de modo que las conversaciones fluyeron a buen ritmo, igual que la comida. Todo estaba delicioso y abundante, ya que la dirección de Elatha se tomaba al pie de la letra el proverbio según el cual quien tiene hambre no tiene oídos, por lo que no iba a permitir que sus jóvenes alumnos no prestaran atención. Por encima de todo, Elatha no quería que ninguna frustración surgiera o se perpetuara a causa de una deficiente alimentación, como les sucedía a menudo a los jóvenes de familias modestas. Así que los platos más variados salían por sí mismos del centro de las mesas, y permanecían un instante antes de desaparecer, vacíos o no, y eran reemplazados por otros. Imposible no encontrar algo que te gustara. Podías comer y beber a voluntad, siempre que te tomaras tu tiempo, porque a Elatha le horrorizaban los tragaldabas y la precipitación.

De modo que estuvieron sentados a la mesa más de una hora, lo que dio pie a las conversaciones privadas. A Piphan no le desagradó verse envuelto en una que le tocaba especialmente de cerca:

—Debo hablar contigo —le dijo a Aelys, con la esperanza de contrarrestar su primera torpeza.

—Yo también creo que hemos de hablar, porque tenemos muchas cosas que decirnos. Te aseguro que nunca podré agradecerte bastante lo de la cinta. Es…

—No, no hablemos más de la cinta —la interrumpió, creyendo que era el momento de pasar a otro tema—. Bueno, mejor dicho, sí tendré que contarte algo a propósito de tu cinta. ¿Cuándo podemos vernos tranquilamente?

—Cuando quieras.

Le habría gustado contestar «ahora mismo», pero estaba claro que ese día ya no tendría tiempo, así que quedaron en verse lo antes posible. El primero de los dos que estuviera libre, avisaría al otro.

Mientras se vaciaban las mesas, brotaron unas carcajadas de un grupo que se disponía a abandonar el refectorio. Lo formaba una veintena larga de alumnos, que observaban con admiración a un profesor que parecía fascinarlos. Éste, algo corpulento y con gafas semicirculares en la punta de la nariz, tenía un rostro muy jovial, y era obvio que acababa de soltar una buena.

—¿Quién es? —le preguntó Salomon a Florence.

—¿Ese? Es Auguste Morien, el profe de alquimia. Es bastante guay. Al menos, hace tres cursos que sus clases arrasan. He oído decir que, si todas las inscripciones se mantienen, tendrán que duplicar el número de aulas para impartir su asignatura.

Conque Auguste Morien… Ese nombre no podía dejar indiferente a Piphan, que proyectó su mirada para escudriñar al profesor desde lejos. No podía precisar con exactitud qué estaba ocurriendo, pero algo curioso pasaba: Fernien Marley, el alumno que se hallaba al lado de Morien, apuntaba un dedo en dirección a Piphan; incluso parecía que lo señalara. Sus dudas se disiparon cuando el maestro se aproximó a la mesa y le espetó directamente:

—¿Eres tú el señor Audaz? ¿Epiphane Audaz?

—Sí, señor, soy yo…

—Tengo entendido que has de entregarme algo. No es que sea urgente, pero no quiero que nos olvidemos.

—No, yo… Yo no me olvido. Esperaba encontrarlo a usted.

—Pues eso está hecho, como ves. Puedes depositarlo en mi casilla de la sala de profesores. A menos que tenga el honor de que asistas a mis clases, aunque aún no he visto tu nombre en las listas.

—Es que todavía no me he inscrito.

—Está bien, está bien. Todavía tienes tiempo de pensártelo. Pero acerca del sobre, cuento contigo, ¿de acuerdo? ¿Sería posible hoy mismo?

—Sí, claro… Ahora iba a subir a mi zona.

—¡Ah, perfecto! Gracias de antemano —dijo Morien, poniendo punto final a la conversación.

Así como hacía un momento Piphan se había sentido atrevido, ahora se encontraba de lo más desconcertado. Algo no marchaba bien. Lanzó una torva mirada a Kaylé, que se explicó igual de tajante:

—Yo no he dicho nada. ¡Palabra de mono!

Si era palabra de mono, no iba a dudar de la sinceridad de Kaylé. Pero entonces, ¿quién se había ido de la lengua? ¿Cómo lo sabía Morien? O bien Voulabé había encontrado otro medio para avisar al profesor, cosa que no se sostenía demasiado… o bien Kaylé tenía razón: había una trampa oculta en algún sitio.