La discreta aparición del «rotatorio»
Nive fue directamente a su cuarto para continuar arreglándolo, y prometió invitarlos a tomar algo en cuanto estuviera presentable. Al fin y a la postre, no tener ganas de una fiesta en grupo no impedía hacerla en privado, sobre todo porque les parecía importante celebrar su primera noche en el árbol-madre. A la espera de la invitación, Piphan le pidió a Kaylé que lo siguiera; estaba impaciente por escuchar una opinión más lúcida sobre la carta que debía entregar al profesor de alquimia.
Kaylé cogió el sobre, sacó el trozo de papel, lo giró para comprobar que no hubiera nada en la otra cara y acabó por decir en tono extrañado:
—Vitriolo. ¿Ya está? ¿Tenía que ver algo más?
—Mira bien; ¿no ves otra cosa? —insistió Pifan.
—Que la R es más grande, de otro color… R de rojo. Y la tinta más mate.
—¿Estás seguro de que es tinta?
—¡Espera, es verdad! Parece sangre seca. Por eso es distinta de la tinta brillante. ¿Y dices que es para el profe de alquimia?
—Sí, pero no se lo digas a nadie, ¿de acuerdo?
—Tranquilo, no diré nada. Pero es muy raro que te hayan hecho traer esto. ¿Quién te lo pidió?
—¿Recuerdas cuando fuimos al Citibank?
Kaylé se acordaba muy bien, y su expresión cambió.
—No me digas que…
—¡Sí! El señor Voulabé en persona. El profesor de alquimia es amigo suyo.
—¡Decididamente, estás como una cabra! ¡Fulbert Voulabé! ¡Pero si es el peor crápula de Albaran!
—¡Bah! Puede que todos le tengan miedo, pero te aseguro que conmigo fue superenrollado.
—¿Estás de coña? Si Voulabé es enrollado con alguien, es porque le interesa. Ese tío no hace nada porque sí.
—Ya, igual es verdad. Pero si lo único que le interesaba era que le trajera su carta a un amigo, no veo qué tiene de malo.
—¡Una carta escrita con sangre! ¿No te das cuenta? Es posible que «vitriolo» sea un código secreto, o bien que la carta contenga un maleficio, ¡vete a saber! Y te diré una cosa: yo siempre he vivido en Lakinta y conozco la opinión de la gente. Voulabé es un rata y un acaparador que lo controla todo. ¡Jo! Cuando nos conocimos, tú venías de los barrios bajos y viste la miseria en que obliga a vivir a la gente. Le da igual hasta el dinero; tiene tanto, que ya no le importa. Lo que quiere es poder, y cada vez más.
Kaylé se interrumpió al darse cuenta de que se estaba embalando, y como sabía que aquel tema requería discreción, no quiso desvelar lo que sabía por la confianza que su padre Silvius había depositado en él. No obstante, consideraba apremiante que Piphan revisara su opinión sobre Voulabé, ya que la historia de aquella carta no le gustaba. Así pues, continuó con voz pausada:
—Le juré a mi padre que no hablaría de esto, pero debes saberlo. Ese Fulbert Voulabé que tan estupendo te parece, ¿te dijo que es mago? ¿O te dijo que en la época en que se llamaba Samildanak formaba parte del Consejo de Elatha? Seguro que no. Porque entonces habría tenido que contarte por qué lo echaron.
Piphan se quedó estupefacto. Las palabras de Kaylé corroboraban las de Florence Cantor: un profesor y miembro del Consejo fue expulsado treinta años atrás. Lo cierto es que, pensándolo mejor, Voulabé tampoco hizo por él nada del otro mundo. No lo ayudó a encontrar a su padrino y lo recibió porque era un cliente adinerado. ¡Un cliente bastante especial que ni siquiera estaba al corriente de su fortuna! Y lo de proponerle que se sacara una sidés internacional de oro, sabiendo que se iba a una isla donde el dinero no tenía ningún valor… Todos estos detalles lo dejaban sin argumentos para seguir encontrándolo simpático. Si esa carta tenía una importancia oculta, era muy probable que Voulabé hubiera buscado su propio interés.
—Mi padre nunca ha querido entrar en detalles, pero yo sé que a Samildanak lo cogieron en flagrante delito cuando transmitía información a Nagwadés sobre el funcionamiento de Elatha.
—Nagwadés… ¡Había un Nagwadés en el islote de Nat! ¿Crees que será la misma persona?
—Lo que sí sé es que Nagwadés era un vawak como nosotros, que se instaló en la Nueva Europa aunque regresaba a menudo a las islas Protegidas. Por eso era peligroso, porque conocía todos los engranajes. Cuando se puso a servir a Sarpe-dón, rápidamente se convirtió en uno de los dahals más próximos al Maestro de las Tinieblas. En su defensa, Samildanak dijo que lo ignoraba, que conocía a Nagwadés desde hacía tiempo, pero nunca había sospechado nada. Aun así, la información divulgada era de una importancia capital, y tenía que ver con los códigos de entrada y salida de Abracadagascar. Nunca se supo si Samildanak era sincero o culpable de traición. Pero hay quien siempre ha creído que los poderes mágicos se le subieron a la cabeza.
—¿Era un buen mago?
—Ya lo creo; ten en cuenta que formaba parte del Consejo, aunque no estaba tan dotado como Sintonis o Mori-Ghenos, o incluso Elia Grandidier.
—Pese a ello, hay algo que se me escapa. Si es un gran mago, ¿qué le impide unirse a Sarpedón ahora que ya no tiene nada que ver con Elatha?
—¿Te crees que Elatha lo soltó tal cual? No, no. Ya no posee poderes mágicos, está acabado; se convirtió otra vez en un simple iniciado. Si lanzara un sortilegio, éste se volvería contra él. Además, está controlado, de manera que no se le permite abandonar Albaran, y ni siquiera puede hacer negocios con el Gremio. Por eso se venga como puede, pero ya ves que es un cobarde: se mete contra los moazis.
Disponiendo de la nueva información, a Piphan no le quedó más remedio que estar de acuerdo con Kaylé, aunque eso no quitaba que tuviera que tomar una decisión.
—Entonces, ¿qué hago con la carta? ¿Se la doy al profesor Morien o no? En todo caso, yo podría haberla perdido durante la travesía.
—¡No lo sé, colega! Puede que ésa sea la mejor solución. Al parecer, Samildanak te ha utilizado. Quizá la carta sea un pretexto. Y si alguna vez… —Kaylé se interrumpió al oír la voz de Nive, que se encontraba frente a la perla de entrada, muy excitada.
—¡Entra! —la invitó Piphan.
—No, salid vosotros mejor. ¡Venid a ver! —susurró al tiempo que se alejaba por el pasillo de las habitaciones.
Al dar unos pocos pasos, lo comprendieron.
—¿Has hablado con él? —preguntó Piphan.
—No, no me atrevo —resopló ella, intimidada.
La cuarta y última habitación de los chicos antes de la sala común tenía la perla de entrada iluminada. El pronaos Filus Aquarti por fin estaba completo. Corrieron hacia la perla para leer el nombre inscrito: Salomon Flamel. Había que reconocer que, hasta para un Marbode o una descendiente de los De Lancroy, el ocupante de aquel cuarto resultaba impresionante; su apellido era tan universalmente conocido como los de Nostradamus o Harry Potter.
—¿Hay alguien ahí? —gritó Piphan a través de la perla.
Al cabo de unos segundos salió un chico, de cabello negro y desgreñado y ojos verdes que recordaban a los de Melys, aunque más claros y risueños; sobre unos vaqueros negros llevaba un túnica de satén rojo, tan deslumbrante como las de los maestros y ceñida a la cintura con un grueso cordón, negro como los pantalones. No eran para nada los colores de Elatha, pero ya de entrada daba la impresión de estar muy habituado a las escuelas de magia.
—¡Eh, hola! —dijo el recién llegado, cuyo nombre sabían al fin.
—Salomon, ¿verdad?
—Sí, Salomon Flamel —respondió él, atento a la reacción de sus compañeros.
Piphan hizo las presentaciones, cosa que Nive enlazó con su propuesta de ir a tomar algo a su habitación.
—¿Por qué no? —aceptó Salomon—. Yo aún no os puedo decir que entréis: está hecho un desastre. No he tenido tiempo de guardar mis cosas, aunque tampoco hay prisa.
—Prisa no habrá, pero sí un fuego encendido —señaló Piphan con mirada interrogadora.
En un rincón de la estancia, acababa de distinguir toda una parafernalia de alambiques y probetas con espirales de vidrio encima, y el conjunto parecía estar en marcha.
—¡Oh, no hay peligro! Se trata de una cosa que debo mantener a su debida temperatura, pero no calienta de verdad; es un simulacro de fuego.
—¡Apuesto a que vas a apuntarte a las clases de alquimia! —se aventuró Kaylé amistosamente.
—Pues mejor que no apuestes, porque perderías. ¡Estoy hasta las narices de la alquimia!
—¿Qué, tomamos algo o no? —insistió Nive—. Podemos seguir hablando en mi cuarto. Y así me diréis qué os parece la decoración.
Al entrar en el cuarto de Nive, al principio creyeron que ésta había utilizado un conjuro para decorar las paredes, pues se habían convertido en una galería de retratos y episodios en relieve que reconstruían la historia de los De Lancroy. Les explicó que se había limitado a clavar con chinchetas algunos grabados y fotografías, pero el árbol enseguida había escupido las chinchetas e integrado las imágenes a su manera. El resultado era una retahila de estatuas que emergían de las paredes de madera, como las que habían visto en algunos pasillos, aunque aquí sabían qué representaban: el linaje de los De Lancroy.
Se pusieron a hablar de los próximos días, de las clases a las que se apuntarían y de sus respectivos mentores.
Para Salomon, el asunto estaba zanjado: su breve paso no le permitía tener un mentor elathiano como tal. Por consiguiente, los Naos designaban un consiliario temporal para los alumnos rotatorios. En su caso, la responsabilidad recaería en Arthur M, pues era el consiliario moral de todos los pronaos Filus Aquarti, aunque de momento Salomon era el único que había tenido el privilegio de conocerlo.
Pero la razón principal de la llegada de Salomon Flamel a Elatha, como ocurría con los Filus Aquarti, era que debía estar en lugar seguro. Desde la desaparición de sus padres, todo eran intrigas en torno a él o bien denuncias por parte de aquellos que estaban al corriente de lo que el muchacho sabía; un saber que interesaba sobremanera a Sarpedón y a sus dahals. Obligado, pues, a cambiar de sitio con regularidad, aprovechó la oportunidad de ir a Elatha como si fuera su última esperanza: necesitaba aprender magia ancestral, porque la simple brujería que enseñaban en los colegios de Europa ya no bastaba para resistir contra Sarpedón y sus secuaces.
Al cabo de un cuarto de hora de charlae de banalidades, guardaron silencio. Nive, Kaylé y Piphan se miraron entre sí para comprobar que estaban pensando lo mismo. Aunque Mori-Ghenos les pidió que no agobiaran al recién llegado con preguntas, también les dio a entender que, si éste quería hablar… era libre de hacerlo.
—¿Sabes, Salomon —se lanzó Nive—, que nos han rogado que seamos muy discretos con lo tuyo? No sé si quieres hablar del tema, pero como estaremos juntos al menos todo este curso, pues…
—¿Pues qué? —replicó Salomon con sequedad.
—Entiendo que no te apetezca hablar de ciertas cosas —intervino Kaylé—. Lo que Nive quería decir es que, si alguna vez necesitas algo, puedes contar con nosotros. La verdad es que no sé en qué podremos ayudarte, porque es evidente que sabes más cosas que nosotros, pero aquí estamos.
Kaylé terminó su discursito sonriendo abiertamente, para dar a entender a Salomon que no pasaba nada si cambiaban de tema, pero que si no tenía inconveniente en hacer un esfuerzo…
Pero Salomon estaba atado por multitud de cuestiones que debían permanecer en secreto el mayor tiempo posible. Su llegada a Elatha era la primera de ellas, porque fuera del recinto del árbol-madre, nadie debía saber que estaba allí. ¡Y dentro del recinto, cuantos menos lo supieran, mejor! Sin embargo, Alban Sintonis no le ocultó los inconvenientes: no se podía estar tan vinculado a la historia mágica sin que se hablara de ello por todas partes. Era inevitable. En cuanto a intentar disimular la notoriedad de sus padres, Nicolás y Perenelle, tampoco era posible, sobre todo en un Naos de magia ancestral en el que la alquimia conservaba su categoría de Ars Magna, de arte supremo. Pero de todo lo que sabía, ¿qué podía contarles sin cometer traición ni comprometerse? El chico comprendía de sobra que fuera a donde fuese se toparía con trampas, peligros… Así que, como le interesaba encontrar los apoyos que le proporcionaran mayor seguridad, optó por tantear el terreno a la vez que salía del paso:
—Bueno, no os digo que vaya a responder a todas vuestras preguntas, pero es verdad que pasaremos un año juntos y… ciertamente percibo que puedo contar con vosotros.
—Si eso te tranquiliza —propuso Kaylé—, hagamos un pacto. Juremos por los tres monos que no hemos visto, dicho ni oído nada. ¿Estáis de acuerdo?
Nive aprovechó a pies juntillas la ocasión, y Piphan admitió con espontaneidad que no le disgustaba ser uno de esos monos.
—Tú también deberías prestar juramento —le dijo ella a Salomon—. Así, todos estaríamos ligados por las verdades que nos afectan. ¡Eso las aligerará y nos fortalecerá a nosotros!
—¡Vale! ¡Por el Pacto de los Monos! ¡No he visto, dicho ni oído nada!
—Entonces, dinos: ¿también a ti te han escondido precipitadamente?
—Uy, yo ya hace unos años que vivo de forma precipitada. Estoy empezando a cansarme de ser un rotatorio. Espero que aquí pueda quedarme al menos el curso entero.
—¿Tienes problemas por el hecho de llamarte Flamel? —preguntó Piphan para entrar de lleno en el tema.
—Por eso y por otras cosas —contestó Salomon con un suspiro muy significativo.
—¿Por qué no te cambias de apellido? ¡El de Flamel no lo llevas escrito en la frente!
—¡No, pero es peor!
Salomon pareció cerrarse de repente como una ostra. Se dejó caer hacia atrás, alzó la vista al techo para esquivar las miradas y se llevó una mano al corazón antes de retirarla con presteza, como si se hubiera traicionado con ese gesto. Pero se dio cuenta de que no era así y de que, en el fondo, allí se sentía seguro, por lo que decidió romper el silencio que acababa de instaurar.
—Confío en vosotros y respetaré el Pacto de los Monos, pero necesito algo de tiempo. ¡No es nada fácil!
—Te entiendo —lo tranquilizó Nive—. No debe de ser sencillo ser descendiente de Nicolás Flamel.
—Y más teniendo en cuenta que no soy un simple descendiente…
«O tal vez no lo soy en absoluto», pensó.
—¿Te refieres a que eres…?
—Sí, soy el hijo de Nicolás y Perenelle. El resultado y el fruto de toda su vida, por decirlo así.
Un nuevo silencio se impregnó de dudas. Si la dama Perenelle y Nicolás tenían un hijo de la misma edad que ellos, significaba que la inmortalidad procurada por la piedra filosofal era una realidad. Y como la presencia de un Flamel en Elatha no podía ser una superchería, no era de extrañar que los interrogantes se atropellaran en sus cabezas de mono.
—En ese caso, tus padres son increíblemente viejos… —soltó Piphan con torpeza al recordar que había leído que contaban más de seiscientos sesenta años.
—Sí y no. Mi madre nació en 1310, y mi padre, en 1330. Pero en cierto modo se podría considerar que tienen catorce años, la edad que cumplí yo el pasado 17 de enero. De hecho, murieron al nacer yo.
—¡Vaya, lo siento! No quería recordarte algo tan triste. Será mejor que hablemos de otra cosa…
—Piphan tiene razón —confirmó Kaylé—. ¡Perdónanos! ¿Podrías contarnos algo de lo que ocurre en la Nueva Europa? Por aquí andamos cortos de información.
Salomon estaba enterado de que se produciría una inminente alineación planetaria, anunciada por una profecía que, por lo visto, no se estaba desarrollando según se preveía. Existía un desfase temporal inexplicable, relacionado tal vez con el planeta Plutón, que tenía a todos los astromagos movilizados. Pero ni siquiera el bando de Sarpedón estaba seguro de entenderlo.
—Mi padrino mencionó una nueva fuerza —dijo Piphan—. ¿Crees que tendrá que ver con Hécate o Lilith?
—Claro que sí. Dicen que Lilith y Sarpedón deben unirse. No deja de ser curioso que dos maestros de las tinieblas se unan para reinar. Este hecho esconde alguna trampa.
—A propósito, ¿cómo podrían encontrarte los que te andan buscando?
—Por las resonancias. Yo sólo noto la de los cristales, pero todo posee su propia resonancia: la gente, los pensamientos… Todo deja una huella y, si la interceptas, es fácil remontarte a su fuente. Me parece que los dahals utilizan este recurso.
—Sí —afirmó Nive—. He oído decir que intentan recuperar el egrégoro de los humanos.
Como Piphan y Kaylé nunca habían oído mencionar esa palabreja, Nive tuvo que explicar que el egrégoro, aunque no era una máquina, se parecía a su manera al sistema de Avalon.
Se trataba de un espaciotiempo singular donde se concentraban los pensamientos. Tiempo atrás, el egrégoro humano servía para recoger todas las plegarias del mundo; algunos lo consideraban como los archivos del pensamiento humano. Pero a medida que los hombres rezaban cada vez menos, el egrégoro se iba quedando relegado.
—¡Ya puedes hablar en pasado! —rectificó Salomon—. Los dahals han encontrado la forma de conectarlo a ordenadores. Parece ser que en la actualidad el egrégoro recoge todas las formas de pensamiento y analiza su resonancia.
—¿Qué? —exclamó Kaylé—. ¿Los dahals utilizan ordenadores? ¡Qué tontería, si están completamente pasados de moda! Todo el mundo sabe que esas máquinas no son fiables.
—Yo ya lo sé, pero no olvides que la mayoría de los dahals son antiguos moazis y emplean tecnologías semejantes a las de éstos. Y aunque un ordenador no sea fiable, basta con que te dé la respuesta correcta antes de estropearse.
—En cualquier caso, aquí no hay nada que temer, porque nada puede salir del recinto de Elatha —señaló Nive.
—¡A menos que, aunque aproveche los datos de los dahals y los utilice, Sarpedón no necesite ningún egrégoro para penetrar en ciertas mentes! Y yo estoy en posición de saberlo…
De nuevo, Salomon terminó su frase con una voz muy abatida, tras lo cual se perdió en sus pensamientos.
Poco antes, mientras se permitía un paseo por el bosque para oxigenarse un poco, había notado que entraba en resonancia con un elemento del entorno. Al fin comprendió que se trataba de los liqúenes que cubrían una gran roca en la que se había sentado un instante. En general hacía falta algo cristalino por los alrededores para que la resonancia se manifestara, pero no tardó en averiguar que, precisamente, esos liqúenes eran un híbrido de vegetal y mineral, una reciente creación dahaliana. Del mismo modo que liberaban escorpimontes, los dahals repartían por todas partes esos liqúenes emisores-receptores.
Ignorar esa acción estuvo a punto de costarle caro, pues había sido identificada su propia frecuencia vibratoria, y el Señor Negro ya no necesitaba sondear el egrégoro para remontarse a la fuente; la conocía de memoria y la podía utilizar para localizarlo. Dentro de poco, lograría penetrar en la mente de Salomon a distancia. En vista de la situación, enseguida le enseñaron al muchacho nuevas técnicas de protección mental, pero le costaba mucho ponerlas en práctica. Y cada vez llevaba peor lo de estar siempre encerrado, vigilado u obligado a vigilarse él mismo. ¡Cómo le habría gustado correr por playas doradas o por verdes colinas, respirar aire fresco a grandes bocanadas o sentir el viento enredándole el cabello y la lluvia rociándole el rostro! ¡Cómo le habría gustado ser como los demás!
Pero aún ignoraba que Elatha no era un Naos como cualquier otro en su trayectoria como rotatorio, y que sus nuevos amigos tampoco eran chicos normales. Sin embargo, se daba cuenta de que podía contar con ellos y poco a poco se fue soltando. Y lo cierto es que no iba a lamentarlo, pues Piphan quizá tuviera la solución a su problema de penetración mental. Puesto que Uculunculú se ofreció a enseñarle cómo realizar una compartimentación parcial, seguro que no iba a negárselo a alguien que lo necesitaba más que él. Así pues, Piphan relató su experiencia telepática y planteó la idea de visitar a los zindris para ayudar a Salomon.
Nive enseguida propuso que hablaran de cosas más ligeras y fueran a tomar el aire al atrio, cosa que hicieron hasta la llegada tardía de las chicas. La fiesta de los Draco Dormiens había terminado, y el pronaos Filus Aquarti habría estado al completo de no faltar Melys, que seguía de exploración nocturna con Tristan Hellidge. ¡A saber dónde se encontraría en ese momento y qué estaría descubriendo del árbol gigantesco!