Capítulo 18

La bienvenida a Elatha

Los Filus Aquarti se hallaban apenas a medio camino de la colina en la que se alzaba el árbol-madre, y no les era posible distinguir la copa de éste. En cambio, descubrían los cientos de ventanas de contornos irregulares que perforaban la corteza, dejando entrever salas a todas las alturas. La verdad es que no se podía hablar de pisos, pues algunas aberturas medían tres o cuatro veces más que otras. Puesto que ninguno de ellos había entendido aún lo que era un teseracto (ni encontrado a nadie que se lo explicara), no cesaban de preguntarse por la estructura fractal de su nueva vivienda.

Desde las primeras y gigantescas ramas, distinguieron unos pasillos con celosías como las galerías de los claustros de antiguos monasterios; otras ramas parecían ser simples pasarelas, a veces sin ninguna clase de barandilla. La planta baja era más fácil de entender: unas aberturas altas, de un estilo a medio camino entre el gótico y el islámico, mostraban una galería que recorría todo el contorno del árbol. Melys calculó, basándose en los datos de Uculunculú, que dicha galería debía de medir aproximadamente unos mil quinientos metros.

Era obvio que, en determinados sitios, las aberturas más altas servían de entrada, aunque no se viera ninguna puerta que cerrara la estancia. Desde el umbral de dichas entradas, amplias escalinatas esculpidas en las raíces nacientes permitían descender por los peldaños iniciales de la colina. En realidad, como averiguarían muy pronto, ya se tratara de escaleras, arcos, ventanas o pilares, el árbol no había necesitado a nadie que lo modelara, sino que se había dado forma a sí mismo.

El maestro Menebuch y el maestro Mori-Ghenos fueron a recibirlos al pie de una de esas escaleras. Iban vestidos igual: bombachos blancos cubiertos en parte por una túnica verde esmeralda, ceñida a la cintura con un grueso cordón negro. Sin ser obligatorios, el negro y el blanco eran los colores que aconsejaba el Naos.

—Bienvenidos a Elatha —los saludó Menebuch.

Los jóvenes descubrieron la extraña semejanza de éste con Mori-Ghenos. La diferencia era que él no llevaba barba y el cabello —muy largo y de un negro intenso— le llegaba hasta media espalda. Pero tenía la misma mirada chispeante y la misma complexión esbelta que el maestro que ya conocían.

—Seguro que estáis cansados y hambrientos. En vuestros aposentos os espera un pequeño refrigerio, así como vuestros efectos personales. Disponéis de dos horas para comer, instalaros mínimamente y refrescaros, tras lo cual volveremos a encontrarnos en vuestro patio, donde nuestro director Alban Sintonis desea daros la bienvenida. Eso es todo por ahora. Este árbol es vuestro nuevo hogar, sentios en vuestra casa.

Los dos maestros ya estaban dando media vuelta para marcharse cuando Joa se adelantó a sus compañeros.

—Perdone, maestro, pero a menos que haya un mapa en algún sitio, ¿cómo vamos a saber dónde se encuentran nuestros aposentos?

—¿Y cómo os las habéis arreglado para llegar hasta aquí? —replicó Menebuch con una sonrisa—. ¿Realmente hay que indicar dónde están sus habitaciones a unos jóvenes capaces de ir de Maro-Ancestro a Elatha en cuatro días, desapareciendo tres de ellos?

Con todo, Mori-Ghenos añadió:

—¿Un mapa, Joa? Por supuesto que hay mapas del árbol-madre. ¿Cómo nos apañaríamos si no? Sin embargo, no olvidéis nunca que este árbol está vivo, y eso significa que algunas salas no se hallan siempre en el mismo sitio; el cambio puede depender de la hora, de las estaciones o de vuestro estado de ánimo. ¡Descubridlo! Siempre estaréis a tiempo de hacer preguntas si las cosas se complican.

Ambos maestros dieron de verdad media vuelta ante unas miradas poco entusiastas. Kaylé fue el primero en expresar su opinión:

—¿No os parece que, desde el principio, pasan un poco de nosotros?

—¡Qué va, es genial! —respondió Jaufrette—. A mí me encanta que nos concedan tanta autonomía.

—Ya —dijo Kaylé, escéptico—. Pero me gustaría saber si acabarán ocupándose de nosotros o si va a ser así todo el tiempo.

—¿Por qué agobiarse? —intervino Nive—. Disponemos de dos horas, sabemos que existen mapas del lugar y tenemos lengua, ¿no?

Señaló a tres chicos que se les aproximaban, y unas presentaciones rápidas le dieron la razón. Se llamaban Basty Labrador, Zilibero Ziliberto y Mini Floriot. Los tres pertenecían al pronaos Draco Dormiens y, como ellos, eran alumnos de primer curso. Llevaban en Elatha desde la víspera, pero eso le bastó a Basty para hacer de guía improvisado.

Mientras los conducía hasta el mapa más cercano, explicó que Zilibero y él, así como otra chica de su pronaos, procedían de Dragondor, una escuela avanzada de magia al sur de la Nueva Europa. Pasaron allí tres años y habían venido a Elatha a aprender una magia de mayor enjundia. El único Draco Dormiens que nunca había ido a ningún colegio era Mini Floriot. No tenía padres magos, ni de ningún otro tipo, ni tampoco apellido; se llamaba Mini Floriot y ya está, y a nadie se le habría ocurrido llamarlo de otro modo porque, a pesar de sus quince años, no medía mucho más de metro veinte, y no parecía que fuese a crecer más. Por otra parte, acababa de enterarse de que la magia existía de verdad y de que él estaba dotado, pero aún se cuestionaba qué estaba haciendo allí.

Piphan sintió de inmediato simpatía por aquel chico; la semejanza de sus situaciones le llegaba al corazón. Descubrió en él a un hermano de destino y lamentó un poco que no hubieran entrado en el mismo pronaos.

—Ahí está —anunció Basty, y se detuvo ante un gran tablón esculpido.

En un pedazo de madera de tres metros de alto, una escultura en bajorrelieve representaba el árbol-madre. En la parte inferior del tablón, a la altura de las caderas, sobresalían dos platillos que parecían dos ramas serradas a ras y luego pulidas para darles brillo. En realidad el brillo se debía a la pátina de los cientos de miles de manos que se habían posado en los platillos a lo largo del tiempo.

—En esta gran galería, hay un mapa en cada punto cardinal —explicó Basty—. Zilibero cree que debe de haber más mapas en otras galerías de puntos superiores del árbol. Pero de momento ha encontrado esto. Ahora estamos en la consola sur. Colocas las manos en los platillos de madera y preguntas. Fácil, ¿no?

Tras poner en práctica con un gesto lo que acababa de indicar con palabras, apenas dijo «Aposentos de Draco Dormiens» cuando una veta de la madera se tiñó de un rojo encendido, como si se tratara de un tubo llenándose. En el bajorrelieve, la línea roja trepó primero en vertical antes de desviarse a la izquierda, y en el mismo tono rojo apareció el código RM-12; la línea continuó su progresión hasta que volvió a girar e inscribió otro código: RA-18; por último, después de una última bifurcación, iluminó una zona en la que leyeron: «Ram 38 a 58». Basty remató sus explicaciones:

—La R significa rama, la M, maestra y la A, auxiliar. Así que nosotros vivimos en la rama maestra número doce, y desde ahí se coge la rama auxiliar número dieciocho. Y Ram significa ramificaciones. De la treinta y ocho a la cincuenta y ocho es la zona de los Draco Dormiens. Son nuestros aposentos.

—¡Genial! —se entusiasmó Jaufrette—. ¿Puedes enseñarnos los de Filus Aquarti?

—¡Uy, no! Os mostraría las aulas o los espacios colectivos, pero las consolas nunca indican los sitios privados a quien no pertenece a ellos. Es por seguridad, claro. Para saber dónde vivís, tiene que preguntárselo al árbol un miembro de vuestro pronaos.

Perline tuvo el honor de ser la primera Filus que apoyaba las manos en los discos de madera. El gran tablón indicó «RM-13; RA-19. Ram 39 a 59». Faltaba averiguar cómo se iba a la rama maestra trece, que era lo más sencillo del mundo. Detrás del gran tablero del mapa, en el suelo, había otro disco de madera mucho mayor. Bastaba con subirse encima e indicar el destino deseado para que el platillo se elevara y desapareciera en la oscuridad del tronco. Eso le trajo a Piphan un buen recuerdo: el del ascensor tabular en el despacho de Fulbert Voulabé. Salvo que aquél era metálico y obedecía a la voz mediante tecnología moderna al darle una orden. Aquí, ni informática ni electrónica; no se distinguía ningún mecanismo de cables, ni poleas ni electroimanes. El platillo de madera se elevaba por sí mismo en el vacío, y resultaba más tranquilizador así.

—Es un ascensor tabular —dijo Basty—, pero aquí se llama astábulo.

El disco los condujo rápidamente al inicio de la decimotercera rama maestra, aunque ese movimiento era el único que sabía hacer, pues los astábulos subían o bajaban, pero no se desplazaban lateralmente. Las ramas maestras y las auxiliares consistían en unos pasillos anchos y largos excavados en el grueso del árbol. Retahilas de estatuas sobresalían de las paredes, más o menos en relieve y más o menos bien moldeadas, lo que hacía pensar que el propio árbol se las iba inventando sobre la marcha y no las había terminado del todo, o bien que, al contrario, algunas ya estaban muy deterioradas. En ocasiones, en lugar de estatuas, había grabados símbolos de carácter esotérico, o en cualquier caso, misteriosos para ellos, pero sin duda preñados de historias apasionantes, o de historia sin más.

La trigésimo novena ramificación se iniciaba con un pasillo al fondo del cual brillaba una luz. Esta procedía de una perla gigante, opalescente y ligeramente azulada, que tenía todo el aspecto de ser una puerta, aunque no hacía ni decía nada en particular. Si el árbol lo autorizaba, es decir, si formabas parte del pronaos adecuado, avanzabas hacia la perla, la traspasabas y, al hallarte al otro lado, salías a la luz del día y ya estabas en la zona de los Filus Aquarti. Melys calculó que debían de encontrarse a más de trescientos metros del suelo.

Cada una de las primeras ramificaciones —cuatro a la derecha y cuatro a la izquierda— llevaba sus nombres respectivos, excepto una de ellas grabados en otras perlas más pequeñas que hacían de puertas, pero nadie podía entrar por una perla que no fuese la suya. En el interior, cada cual disponía de un espacio privado dividido en tres partes: un dormitorio, un cuarto de baño y un despacho.

Un poco más allá había una sala común contigua a una cocina; ambas daban a un patio que se abría a un atrio; éste, a su vez, conducía a un parque dividido en ocho jardines de recreo. Pasarelas o pequeños puentes en arco unían cada parte a otra o a varias; un auténtico laberinto colgante. Pese a la complejidad del entramado, enseguida comprendieron que no les costaría orientarse, hasta tal punto se sentían como en casa.

—¡Caramba! —exclamó Melys—. Teniendo en cuenta que este espacio está reservado a los Filus Aquarti y que se trata de las Ram treinta y nueve a cincuenta y nueve de la rama maestra número trece, rama auxiliar número diecinueve, esto es de vértigo.

Si alzaban o agachaban la cabeza, veían muchas otras ramas. Parecía imposible saber cuántos aposentos habría en total, pero seguro que no llegarían a conocer el árbol-madre en dos días.

—Bueno, yo iré a refrescarme un poco. Ya nos lo enseñarán todo luego —dijo Perline.

Piphan la imitó y tomó posesión de sus propias estancias. Tal como anunció Mori-Ghenos, ya habían llegado sus efectos personales, y el chico se dijo que, por primera vez en su vida, al fin podía disponer de ellos a su antojo y colocarlos donde no lo hubieran decidido la madre Pélagie ni las necesidades de un dormitorio colectivo. Al dejar su grueso libro en el despacho, descubrió que allí ya había otros, así como cuadernos y grandes rollos de pergamino, plumas y lápices, tizas, pasteles, tintas, colorantes y polvos desconocidos… ¡Elatha no escatimaba en materiales!

Reparó entonces en un gancho a una altura considerable, y pensó que sería el lugar ideal para colgar su bolsa de tela de Mider. Y mientras la vaciaba, o más exactamente mientras sacaba la cinta verde de la chica de los unicornios, salió volando un trozo de papel que se deslizó bajo la cama.

Era el sobre que el señor Voulabé le pidió que entregase a un tal profesor Morien. Casi se había olvidado de ello… Le dio varias vueltas en busca de alguna indicación, pero no había ninguna. Lo más curioso era que no estaba sellado. No se había fijado en ello hasta ahora, y se preguntaba si se debía a una muestra de confianza por parte de Voulabé, o bien, a un simple descuido. Pero al mirar a contraluz, le intrigó la brevedad del contenido: una palabra. La curiosidad pudo con él y decidió sacar el papel del sobre. Al fin y al cabo, si no estaba sellado nadie se lo podría echar en cara.

Sin embargo, la curiosidad consiguió liarlo un poco más, pues la palabra en el centro del papel era V.I.T.R.I.O.L.O. No obstante, le pareció detectar que lo habían hecho a propósito, como si hubieran querido llamar la atención, porque todas las letras estaban escritas en mayúsculas y en una bonita tinta lila, salvo la R. Esta, además de ser más grande, estaba escrita en rojo, de un tono algo mate que recordaba la sangre seca. La idea le dio escalofríos.

¿Qué significaba? ¿Por qué el señor Voulabé enviaba a un amigo una carta con una única palabra escrita? Por supuesto, a él no le incumbía; había aceptado hacer de mensajero y su cometido terminaba ahí. Y aun así… Tenía que intentar saber algo más, de manera que se abalanzó sobre un diccionario.

vitriolo: 1 m.Quím. Nombre que los alquimistas dan a los sulfatos 2. Ácido sulfúrico concentrado, muy corrosivo.

A lo mejor se utilizaba todavía en los preparados alquímicos. Eso encajaría con el hecho de que el destinatario fuese un profesor de alquimia… Pero no explicaría que Voulabé le hubiese pedido que llevase aquel mensaje a alguien que ya conocía de sobra aquella palabra, y sin duda, mejor que un banquero. Sí, allí había algo que olía mal. O el señor Voulabé se había quedado con él, o… Todo radicaba en esa R escrita con una tinta que no le gustaba.

Tenía la sensación de que no averiguaría nada más a corto plazo, así que volvió a meter el papel en el sobre, lo guardó en su bolsa invisible y fue a prepararse un baño.

Hacía mucho que no se tomaba un momento de relax como ése. Con el agua hasta la barbilla, dejó vagar la mente y acabó adormeciéndose, hasta que Kaylé lo sacó de su modorra cuando llegó la hora de la reunión.

Mientras Piphan se ponía una camiseta blanca que acabó de conjuntarlo con los colores de Elatha, Kaylé continuó informándole de lo que había descubierto sobre su zona.

—¿No te has fijado en algo curioso acerca de las perlas que cierran nuestros aposentos?

—Aparte de que llevan nuestros nombres grabados y son transparentes desde el interior, ¿en qué tendría que haberme fijado?

—¡Precisamente en eso! Si llevan nuestros nombres, ¿por qué no hay ninguno en la octava? ¿Tú no sabes quién va a venir?

—No, no lo sé. Mori-Ghenos nos dijo que no lo esperásemos en Maro-Ancestro porque se reuniría con nosotros aquí. Supongo que aún no habrá llegado.

—Eso es evidente, pero no explica que la perla no lleve su nombre… Los nuestros bien que estaban incritos ya cuando hemos llegado.

—A lo mejor ha habido un cambio y no va a venir nadie más. Aprovecharemos la reunión para preguntarlo.

Cuando entraron en el patio, la única persona a la que no conocían se encontraba de espaldas, hablando con Nive y Melys. Tenía que tratarse de Alban Sintonis, maestro y director de la escuela. Iba vestido con el mismo atuendo verde esmeralda que Menebuch y Mori-Ghenos, pero todo parecido terminaba ahí, porque cuando se giró al oírlos llegar, se llevaron una sorpresa al verle el rostro. Ni pelo largo, ni barba blanca o canosa; Alban Sintonis parecía asombrosamente joven. Era difícil atribuirle una edad, pero, de tener que hacerlo, habrían dudado entre los treinta y los treinta y cinco años, no más. En cualquier caso, no correspondía en absoluto a la imagen que se habían hecho del mayor mago de la época, director del más prestigioso Naos de magia, cabeza pensante del Consejo de los Mayores y adversario temido por Sarpedón y por todos los magos negros del planeta. De cabello claro y ligeramente ondulado, rostro de hombre maduro pero sin arrugas, cuerpo flexible que hacía adivinar una fina musculatura… Ninguno de todos esos rasgos tenía nada que ver con lo que se habían imaginado.

—Permitid que os dé la bienvenida a Elatha y os exprese mi gran alegría por teneros aquí —dijo con una voz que confirmaba su sorprendente juventud—. El objetivo de este primer encuentro no es pronunciar un gran discurso sobre este lugar, pero, por otra parte, su extrema diversidad no da pie a definirlo en cuatro palabras; ya tendréis tiempo de descubrir sus múltiples facetas al ritmo de vuestras necesidades. Apuesto a que ya habéis echado un vistazo.

Hizo un amplio gesto circular abarcando el patio para incitarlos a dar su opinión sobre la zona que tenían a su disposición.

—Es… es… grandiosa —dijo Jaufrette, escogiendo las palabras.

—¡Es súper! —contribuyó Kaylé—. Es bonita, pero muy grande, así que estamos un poco perdidos. ¿Todos los pronaos tienen una zona como la nuestra?

—¡Evidentemente! —contestó Sintonis—. A excepción de algún detalle, los aposentos son idénticos, aunque los parques o los jardines pueden variar. Es normal que entre los antiguos alumnos las cosas estén más personalizadas.

—¿Y las zonas llegan hasta la cima del árbol? —preguntó Melys, que aún pulía sus cálculos.

—Hasta la cima y hasta lo más hondo de las raíces…

—¿Quiere decir que en las raíces también hay salas?

—Por supuesto. ¡Si no, cuánto espacio perdido!

Melys, igual que todos los compañeros, se quedó estupefacto, pues les costaba imaginarse espacios perdidos; dada la inmensidad del árbol, más bien se preguntaban cómo era posible ocuparlo por completo. El maestro Sintonis les aconsejó que no intentaran conocer todas las ramas y raíces, pues nadie lo había logrado nunca. Joa quiso saber con qué especie de árbol se podía emparentar el árbol-madre, ya que no reconocía los frutos que se veían en algunas ramas.

—¿Ah, no? —se sorprendió Sintonis—. Pues son simples ciruelas damascenas. Os las podéis comer, son deliciosas.

—Entonces, ¿es como un ciruelo?

—No exactamente. Veréis, como su nombre casi indica, este árbol no pertenece a ninguna especie en concreto, porque es a la vez el padre y la madre de todas las especies. Si hubierais llegado el mes pasado, habríais podido disfrutar de suculentos melocotones; el mes anterior nos ofreció unos albarico-ques magníficos, dulces a pedir de boca; otras veces da bellotas o bayas poco comestibles, aunque eso es bastante raro, afortunadamente. Para proporcionarnos un gran placer, el árbol-madre da doce floraciones con sus correspondientes fructificaciones distintas cada año solar.

—¿Está diciendo —puntualizó Perline— que también podría dar peras o aguacates?

—¡Ya lo creo! Pero no se pueden elegir ni adivinar sus frutos; hay que conformarse con lo que salga. Lo único que sabemos es que, por motivos climáticos y geográficos, no hay que esperar que algún día el árbol-madre produzca aceitunas o cerezas. Así que aquí no podréis haceros pendientes de cereza.

Alban Sintonis intercambió una picara mirada con Menebuch y Mori-Ghenos, el tiempo suficiente para que los jóvenes iniciados digiriesen la información. Después continuó explicándoles:

—Volviendo al objetivo de este encuentro, debéis saber que las actividades de Elatha, en lo que se refiere a los nuevos pronaos, darán comienzo dentro de tres días. Mañana mismo os enseñarán los distintos espacios, el reglamento y el funcionamiento del Naos, así como vuestro programa y a vuestros mentores. A continuación se os entregarán las cintas. Como todos sabéis (y, si no, ya es hora de que lo sepáis), esas cintas forman parte de los atributos de Elatha; son tan importantes como las varitas o los bastones mágicos, e incluso más, ya que el hechizo que rige su fabricación las convierte en un objeto muy personal. Fijaos, podríais utilizar el bastón de alguien para lanzar un sortilegio, pero correríais un gran riesgo si os pusierais una cinta que no os pertenece; ya os lo explicarán en su momento. Precisamente, os habréis dado cuenta de que nosotros también llevamos puestas a veces esas cintas…

En aquel momento él no la llevaba, pero señaló a Menebuch y a Mori-Ghenos, que las lucían en la frente. Éstas no eran de tela verde como la de la desconocida, sino de plumas entrelazadas, aunque cada una tenía un trenzado diferente. Además, la de Mori-Ghenos se adornaba en el centro con una piedra verde que se parecía mucho a una esmeralda.

—Llevar la cinta no es una obligación permanente, y nadie os reprochará que no os la hayáis puesto. En cambio, mereceríais la expulsión directa si la perdéis o cae en malas manos. Por eso insisto en su importancia. Más allá del poder que os proporcione si la utilizáis bien, pensad que representa a nuestro Naos, y vosotros sois responsables de esta representación. Elatha os ha elegido por vuestras cualidades, pero debéis aportar tanto como recibáis. Y con esto, muchachos, os deseo que terminéis bien el día.

Intercambió unas palabras con sus colegas antes de eclipsarse con un chisporroteo de minúsculas estrellas. Y cuando Mori-Ghenos se volvió hacia los chicos dispuesto a escuchar sus preguntas, Kaylé aprovechó para formularle la que más lo mosqueaba.

—Por favor, maestro, usted dijo que nuestro pronaos se completaría una vez que estuviéramos en Elatha. Y sin embargo, seguimos siendo siete.

—A decir verdad, aquel con quien contábamos para completar el Filus Aquarti no puede reunirse con nosotros de momento. No obstante, para mantener el equilibrio del pronaos, tendréis que acoger a un «rotatorio». Así llamamos a los iniciados cuyo particular recorrido los obliga a cambiar regularmente de escuela. Tomáoslo como si viniese a hacer unas prácticas en este colegio.

—Y cuando las termine, ¿volveremos a ser un pronaos incompleto?

—Dependerá de vosotros que acojáis a otros rotatorios hasta que vuestro compañero definitivo esté en condiciones de unirse a nosotros. Mientras tanto, vuestro nuevo camarada llegará está noche, a más tardar mañana por la mañana. Así que el pronaos Filus Aquarti estará completo antes del inicio de las actividades.

—Nos preguntábamos por qué no estaba su nombre en la perla de entrada a su habitación.

—Pues porque el nombre no se inscribe hasta que la persona se encuentra en el recinto de Elatha, y se borra cuando esa misma persona lo abandona. Forma parte de las medidas de seguridad y al mismo tiempo sirve como información.

—¿No podemos saber cómo se llama? —interrogó Piphan.

—¡Ya sabéis que yo no soy de los que chafan las sorpresas!

Dicho esto, el maestro Mori-Ghenos les aclaró que no debían temer por la calidad y lealtad de su compañero temporal. A menudo, los rotatorios eran iniciados que se hallaban en peligro a causa de su propio saber, o de su filiación. Debido a los grandes disturbios que sacudían algunos Países Exteriores en la actualidad, podía darse el caso de que algunas personas tuvieran que cambiar de identidad, o bien desaparecer momentáneamente por su propia seguridad. Por ello, el maestro les rogaba la mayor discreción.

—O simplemente —añadió—, dejad que surja la misma amistad con los rotatorios que la que os une ya a vosotros. Si a vuestro amigo en prácticas le apetece contaros los motivos de su itinerancia, lo hará. Si no, tened la amabilidad de no acosarlo con una curiosidad que podría ser peligrosa tanto para él como para nuestro Naos.

Estas explicaciones eran decir mucho sin decir nada. Ningún interrogante quedaba resuelto, pero el equilibrio del pronaos se mantenía y eso era lo esencial. A Nive le gustó la idea de acoger a rotatorios, porque aportaba un aire nuevo a los equipos y noticias frescas si venían de los Países Exteriores.

Las siguientes preguntas fueron de orden puramente práctico: horarios, obligaciones, prohibiciones… Menebuch explicó que ninguna clase era obligatoria, puesto que Elatha priorizaba la responsabilidad de cada cual y partía del principio de que todos estaban allí de buen grado. Por el contrario, si alguien decidía asistir a una clase, de ningún modo podía llegar tarde. Era una cuestión de respeto, y el respeto era la regla principal. En cuanto al tiempo libre, realmente lo era. Uno podía ir y venir a su antojo y organizar sus aposentos como mejor le pareciera. La permisividad era proporcional al respeto por los demás, por los espacios y por las reglas.

—¿De verdad podemos ir a todas partes? —preguntó Melys, que le entusiasmaban las exploraciones.

—Mientras permanezcáis dentro del recinto de Elatha, tenéis permiso para explorarlo todo. Aun así, si hay algún lugar prohibido a los iniciados por alguna razón determinada, el árbol ya se las arreglará para que no logréis entrar.

»Y ahora —zanjó Mori-Ghenos— no nos entretengamos más, pues nos queda un último pronaos al que recibir antes de la noche. En las jornadas preparatorias os informarán de más cosas. Tened en cuenta que nada os impide ir al encuentro de los demás, porque mediante el intercambio es con lo que más aprenderéis…