Entreacto

Con estas palabras de Mori-Ghenos cerré temporalmente el gran libro de mi memoria. Las lunas se disipaban ya en la luz de un alba clara. Era la hora en que la marea estaba más baja, cuando ni una ola turba el silencio. Las brasas adormecidas doraban aún las manos que se acercaban a calentarse en ellas, pero no las de los más jóvenes, cuyos rostros se acurrucaban entre las alas de los mayores. Pero ninguno de éstos se había perdido ni una palabra de la historia, que escuchaban por enésima vez.

Por supuesto, y según su costumbre, Yéul había notado algunos cambios, y me hizo la observación. Pero era irremediable: siempre había cambios. En cada relato, yo introducía detalles nuevos, no porque los hubiera olvidado la vez anterior, sino porque uno los averigua día tras día. Siempre he pensado que las lunas no son ajenas a las variantes de la historia, puesto que cada vez que regresan al comenzar un ciclo, aportan elementos, sin duda recogidos en otras memorias, mucho más antiguas y tal vez… muy lejanas. En todo caso, en lo que a mí se refiere, ¿no es lo más importante que la mía se mantenga fiel al espíritu de Elatha, y sea respetuosa hacia aquellos que se le entregaron por completo?

—Espero —soltó Yéul— que la próxima vez lleguemos hasta el momento en que las alas de Piphan…

Se contuvo. Norn se había echado a reír, con una risa cargada de amabilidad que desató otras, y Yéul no se resistió a unirse a ellas, pues conocía la causa. No, no se resistió porque era algo superior a sus fuerzas: sea cual fuere el punto en que yo suspendiera la historia, él adelantaba la continuación como si temiera dejar de escuchar algún día lo que ya se sabía de memoria. ¡Oh, yo conocía muy bien con qué se tejía su impaciencia! Los relatos de una época en que Pandor no existía todavía, o en que seres tan puros como Piphan no disponían aún de alas con que elevarse, evocaban en él un mundo de aflicciones y barbaries insoportables; actos calificados de valientes, pero que destruían a tantos inocentes; dioses y diosas a los que se creía por encima de los humanos, pero que resultaban estar igual de enfrascados en sórdidas rivalidades… Es cierto que era el momento para que el Elegido se diera a conocer, y yo estaba convencido de que Yéul no era el único que lo esperaba. Al valorar la suerte de observar las dos lunas, cualquier pandorano comprendía cuánta magia y cuánto amor habían sido necesarios para que el viejo mundo cambiase.

—Sí —dije, para aplacar la impaciencia de mi oyente más fiel—, la próxima vez veremos cómo se hilvanan los hilos de la guirnalda eterna. Pero… ésa es la misma historia.