REGRESO A BERLÍN
Por orden de Beria, Olga Chejova fue enviada de nuevo a la capital alemana la última semana de junio. A su amante, Albert Sumser, le pareció agotada e intimidada. Las semanas transcurridas en el nido de víboras del servicio de espionaje soviético le habían provocado una gran tensión nerviosa, más aún cuando el SMERSH no llegó nunca a conocer la relación que la unía a Beria y a Merkulov. Por otra parte, es de suponer que, de haber tenido, de boca de estos dos, noticia del plan de usarla en el intento de asesinato en el que iba a participar también su hermano Liev, la actriz habría sufrido una conmoción nada agradable. De hecho, una operación tan desesperada habría comportado la destrucción de su familia y de todo lo que había construido a fuerza de trabajo. Uno no puede menos de preguntarse hasta qué punto pudo haber afectado esto a su relación con Liev. Los dos hermanos no volvieron a tener ocasión de encontrarse, y todo apunta, a despecho de algunos comentarios que hizo ella al final de su vida, a que no llegaron siquiera a comunicarse.[1] Cierta carta remitida por el general Vadis, a la sazón director de todas las unidades del SMERSH destinadas en Alemania, a Abakumov poco antes del regreso a Berlín de la actriz da fe de la importancia que concedían a ésta los servicios soviéticos de espionaje. En ella, el general daba cuenta de todo lo que habían hecho por Olga: «Siguiendo instrucciones de usted, el 30 de junio de 1945, se trasladó a Chejova, Olga Konstantinovna, de Gross Glienecke a la zona oriental de Berlín, al municipio de Friedrichshagen, donde se le ha asignado una casa en el número 2 de la SpreeStrasse. El traslado se llevó a cabo merced a los recursos del departamento de contra-espionaje SMERSH del grupo de tropas de ocupación soviética en Alemania».
La vivienda a la que se llevó a la actriz respondía a una cuidadosa elección, en la que cabe sospechar que tuvo algo que ver la propia Olga, toda vez que el edificio, construido en el período de entreguerras con sólidas tejas y basto enlucido de estuco, parecía, en muchos sentidos, una versión más espaciosa de su casa de campo de Gross Glienecke. Asimismo se erigía en un lugar retirado y tranquilo, y daba a una extensión de agua a la que no faltaba un embarcadero de madera y robustos sauces. El único sonido que podía percibirse era el del suave graznido de los patos. A su antiguo ocupante lo había desalojado un destacamento de la 11.ª brigada de fusileros de la NKVD.
«Después de llevarla a su nuevo domicilio —seguía diciendo Vadis—, satisficimos las diversas peticiones de la Chejova, ya directamente o por mediación del mando militar. En consecuencia, hemos 1) limpiado y efectuado reparaciones parciales de la casa; 2) realizado la puesta a punto de dos vehículos propiedad de la Chejova; 3) proveído reservas de alimentos para ella para dos meses; 4) proporcionado cartillas de racionamiento para toda la familia; 5) organizado el suministro de leche; 6) comprado carbón para la calefacción; 7) facilitado la cantidad de 5000 marcos a la Chejova, y 8) apostado centinelas en la casa: tres soldados del 17.° batallón independiente de fusileros (NKVD)».[2]
La única solicitud que rechazaron fue la de brindar a Olga una escolta de soldados para que la acompañasen en todo momento, ya fuera a visitar a sus amigos, ya a casa de su modista, a fin de garantizar que las tropas soviéticas no le robaran el automóvil. Pese a que ella parecía indiferente a tan notorio indicio de su relación con las autoridades soviéticas, éstas deseaban mantener un mayor grado de discreción. «Nos hemos escudado en una serie de pretextos sólidos para no concederle la escolta que exigía», observaba Vadis.
No se opuso restricción alguna a sus movimientos, hasta el punto de que visitaba con igual asiduidad los sectores occidentales de la capital y la zona soviética, donde, de cuando en cuando, hacía llamadas de cortesía al comandante del Ejército Rojo y a otros oficiales. (En sus memorias trata incluso de fingir que no vivía en la mitad ocupada por la Unión Soviética). El informe acababa con estas palabras: «La Chejova ha expresado su gran satisfacción respecto de nuestros cuidados y atenciones. Firmado: Vadis».
Olga tuvo cuidado de no hacer comentario alguno ante los oficiales del SMERSH sobre sus planes de futuro. Su hija, sin embargo, anhelaba regresar a la Unión Soviética y trabajar allí, y aprovechaba cualquier oportunidad para dejar caer educadas indirectas al respecto. Con todo, lo que más preocupaba a ambas en aquel momento era el paradero del esposo de Ada, el ginecólogo Wilhelm Rust, de quien se pensaba que había caído prisionero a manos de los británicos. El 24 de julio, Willi se presentó de improviso en el domicilio de la SpreeStrasse. El general Vadis no ocultó cierto recelo instintivo, suscitado, según cabe suponer, por la rapidez con que lo habían liberado sus captores. «Lo tenían confinado en un campo de prisioneros de guerra de Dinamarca —informó a Abakumov— en el que seguía ejerciendo de médico. Al parecer, fue trasladado, a petición propia, a otro recinto, situado en la ciudad de Brunswick. Allí le proporcionaron los documentos necesarios, una ambulancia con equipo médico y un asistente sanitario, también prisionero de guerra. Con el pretexto de trasladarse a su nuevo puesto de trabajo, en la zona de Berlín ocupada por las tropas inglesas, Rust llegó en el vehículo citado a la casa de las Chejova. Mientras viajaba por el territorio alemán ocupado, hubo de detenerse varias veces a requerimiento de patrullas británicas y soviéticas, que le permitieron continuar una vez comprobados sus papeles y el vehículo… Las circunstancias del regreso de Rust a Berlín exigen, dado su carácter sospechoso, una investigación minuciosa. Espero instrucciones. Vadis».[3]
Las autoridades militares soviéticas debieron de haber puesto, asimismo, su infraestructura postal al servicio de Olga Chejova. No en vano había logrado Ada enviar el fardo de vestidos a Moscú, y la propia actriz, que había visto, al parecer, un retrato de la tía Masha en cierta publicación comunista, hizo llegar a ésta una nueva postal de sí misma en la que había escrito: «Querida tía Masha: A juzgar por tus fotografías, te conservas igual que siempre, razón por la que también yo he decidido hacerme vegetariana. Besos de tu [Olga]».[4] No podemos precisar si, a esas alturas, las dos tías habían superado o no sus temores; aunque lo cierto es que debieron de seguir intranquilas hasta que se anunció la concesión de la Orden de Lenin.
Olga Chejova no había dejado de sorprender a sus protectores, aun cuando no faltan informes que hagan suponer que el SMERSH o la NKVD debieron de haber instalado micrófonos en su domicilio de la SpreeStrasse antes de que se mudase a él. Por otra parte, cabe preguntarse a cuál de los dos organismos mantenía informado Nadia, su criada rusa. A pesar de tan estrecha vigilancia, el SMERSH reparó, de súbito, en que en la casa vivía otra persona, alguien de quien no tenían noticia alguna. Se trataba, en palabras del informe que recibió, en Moscú, Abakumov, de «un tal Sumser, Albert, alemán nacido en 1913, profesor de la academia berlinesa de educación física y campeón de atletismo de campo y pista, que vive con la Chejova y mantiene relaciones íntimas con ella». Al parecer, no habían caído en la cuenta de que Bert había estado allí alojado desde el principio.
Poco después del regreso de Willi Rust, ocurrido a finales de julio, Olga hizo una breve visita a Viena. Viajar no era fácil en aquel tiempo, pero no hay duda de que el general Vadis lo organizó todo para que ella pudiese hacerlo. A su vuelta, escribió a su tía una carta que fue interceptada por la NKVD y acabó en el archivo del KGB.
«Querida, queridísima tía Olia: Por fin puedo escribirte. Me ha costado regresar de Viena, pero por fin estoy aquí y puedo organizar mi nueva casa. [Ada], su esposo y Verochka están viviendo conmigo. El doctor Rust ha comenzado a trabajar en un hospital de aquí. Hoy he ido a visitar a Ada [su hermana] y a Marina, y por poco me muero de risa al ver a aquélla ordeñar la vaca. Ahora tienen una buena casa». Resulta difícil imaginar que Ada hubiese podido adquirir un artículo tan lujoso como una vaca sin la ayuda de Olga, puesto que todo el ganado había sido confiscado por el Ejército Rojo. La idea de que cada una de ellas tuviese una en casa quizá tuviera algo que ver con los recuerdos que guardaba la actriz de la vaca de Chaliapin, que había permitido a su hermana sobrevivir al primer invierno de la Revolución en Moscú.
«Vas tanto de un lado a otro —seguía diciendo su carta a la tía Olia— que no supondrá para ti ningún problema venir a visitarme. Todos estamos deseando verte. Ya sabes, por Ada [la otra Ada, hija de Olga,] y Marina, todo lo que ha sucedido estos últimos años. Mamá, la pobre, no ha vivido para ver la victoria rusa que tanto había anhelado. No puedo contarte gran cosa de mí misma, porque la mudanza me ha dejado agotada por completo. Simonov ha venido a vernos y nos ha traído noticias tuyas y de Liev».[5]
Konstantin Simonov, novelista y poeta que, más tarde, trabaría una gran amistad con el mariscal Zhúkov, llegó a Berlín como corresponsal de guerra en el mismo momento en que se ponía fin a las hostilidades. Habría sido interesantísimo saber qué les dijo acerca de Liev. De hecho, no es descabellado pensar que esta alusión al compositor fuese el motivo por el que se interceptó la misiva.
A Olga Chejova no le faltaron las visitas, y entre éstas se incluyeron no pocos periodistas occidentales. Los agentes del SMERSH anotaban con gran diligencia todas las idas y venidas. El general Zelenin, que sucedió a Vadis en el cargo de director de la organización en Alemania, hizo saber a Abakumov que había ido a ver a la actriz un estadounidense, un tal doctor Gun. El doctor Nerin E. Gun era un periodista que no hacía mucho que había sido liberado de Dachau por las fuerzas armadas de Estados Unidos. Con el tiempo publicaría la biografía de Eva Braun, y no cabe duda de que visitaba a Olga Chejova a fin de tomar nota de los recuerdos que guardaba la actriz de la cúpula nazi. Otros de los que aparecieron por su casa, y entre los que se incluía un general francés, llevaban la intención de darle sus parabienes por la Orden de Lenin concedida a su tía. El comandante británico, por su parte, fue objeto de una recepción llamativa por lo fría cuando la invitó a cenar.
No era fácil que la actriz mostrara una buena disposición para con los ingleses si tenemos en cuenta que, el 14 de octubre, la publicación dominical londinense People recogió entre sus páginas un artículo sobre ella titulado «La espía que coqueteó con Hitler». Su autor, Willi Frischauer, se hacía eco de un número nada despreciable de rumores en torno a su persona. «Olga Chejova —rezaba el arranque de su escrito—, famosa actriz alemana de cine y teatro, habita ahora un castillo en las afueras orientales de Berlín, agasajada por los rusos». Aseguraba que, durante la guerra, había tenido un dormitorio reservado en el cuartel general de campaña de Hitler, «dondequiera que él fuese». El Führer había «puesto en ella sus codiciosos ojos», y el atractivo de ella había surtido efecto, hasta tal punto, según aseguraba el periodista, que los dirigentes nazis hacían cola para pedirle que convenciera a Hitler de hacer tal o cual cosa. Frischauer la presentaba como un híbrido de Mata Hari «polaca» y marquesa de Pompadour. Según él, su chófer hacía las veces de mensajero, y después de cada reunión echaba a correr con el cuadernillo de Olga para hacer llegar a Moscú los detalles que había apuntado la actriz con su lápiz incrustado de diamantes. A pesar de lo descarado de sus invenciones e inexactitudes, el artículo dio pie a un gran escándalo en los medios de comunicación.
En cuanto supo de su contenido, al día siguiente de su publicación, Olga Chejova se dirigió al despacho del general Zelenin. Éste informó de lo sucedido a Abakumov, e incluyó la carta que le escribió ella el 18 de octubre. Salta a la vista que la actriz, que no hacía mención alguna de la polvareda levantada por el artículo, tenía el propósito de ganarse su respaldo. «Queridísimo Vladimir Semionovich —decía—: Aprovecho la ocasión para enviarte un saludo de todo corazón y hacerte llegar mi agradecimiento por todo. Estoy haciendo un buen número de representaciones que ensalzan la literatura rusa, tanto para nuestro pueblo [sic] como para los alemanes. Me encantaría verte por casa; así que, si vienes otra vez, por favor, no olvides visitarme. He recibido carta de Crimea, de Olga Leonardovna».[6]
«La Chejova está por demás preocupada por la publicación de este artículo», aseveraba Zelenin en su informe. Adjunta enviaba, asimismo, una copia del interrogatorio de un amigo de infancia de ella, un militante blanco llamado Boris Fiodorovich Glazunov, acusado de formar parte del «órgano de espionaje Zepelín».[7] Dando muestras de un genuino proceder estalinista, el SMERSH sospechaba de todo el mundo, y a menudo arrancaba, a golpes, confesiones de conjuras anti-soviéticas a cualquiera de los sospechosos habituales, entre quienes destacaban, por encima de todos, los emigrados rusos.
Aún no había transcurrido un mes cuando, el 14 de noviembre, el Kurier, un periódico publicado, en lengua alemana, en la zona francesa de Berlín, recogió algunas de las historias aparecidas en el artículo del People y aseguró que la estrella del celuloide Olga Chejova, «la reina de la sociedad nazi», había recibido de Stalin una de las más elevadas condecoraciones por los servicios prestados durante la guerra en el ámbito del espionaje.
Olga montó en cólera. Una joven alemana le había escupido a la cara en plena calle y la había motejado de traidora. En consecuencia, no vaciló en dirigirse al cuartel general del Ejército Rojo en Karlshorst y exigir a las autoridades soviéticas su inmediata intervención. Éstas conminaron a Kurier a publicar, el 19 de noviembre, la declaración que sigue:
Los datos recogidos en el artículo de Mainzer Anzeiger reimpreso en Kurier en torno a la actriz alemana Olga Chejova no corresponden a la realidad. En verdad, a quien galardonó el Presidium del Soviet Supremo de la URSS el 22 de septiembre de 1945 no fue a la actriz alemana Olga Chejova, sino a la actriz rusa Olga Leonardovna Knipper-Chejova, con motivo de su septuagésimo quinto cumpleaños. La primera, por su parte, nos ha remitido una carta de la que es nuestro deseo citar lo siguiente:
1. Jamás he recibido condecoración rusa de tal magnitud, y menos aún de manos del generalísimo Stalin en persona. Hasta ahora, de hecho, no he tenido el honor de conocerlo personalmente. Olga Chejova, viuda de Antón Chejov y tía de quien estas líneas escribe, fue quien recibió la medalla en su septuagésimo quinto cumpleaños.
2. El ex ministro de Asuntos Exteriores Ribbentrop sólo se encontró conmigo durante diversas recepciones oficiales. Por otra parte, no llegué a conocer en persona a su homólogo italiano, el conde Ciano. Jamás entré en el cuartel general del Führer, y ni siquiera conocía su localización.
3. No sé nada de la influencia que haya podido ejercer sobre Hitler, porque, al igual que mis compañeros de profesión, sólo pude verlo en recepciones oficiales y apenas tuve oportunidad de hablar con él. De ahí la confusión que existe en lo tocante a mi influencia sobre él en diversos círculos militares y del ámbito de los negocios.
4. También es incorrecto que un general conocido por mí me pidiese que intercediera ante el Führer para lograr la fabricación de cañones especiales.
5. Tampoco es cierto que la Gestapo arrestase a mi chófer días antes de acabar la guerra. Hace seis años que no tengo chófer, ni podría tenerlo, ya que el doctor Goebbels me privó de mi automóvil hace cuatro por motivos propagandísticos, a fin de que el pueblo viese que también las celebridades habían de ir a pie a todos lados. Ya ven, pues, hasta dónde llegaba mi gran influencia sobre Hitler.
El Kurier terminaba esta servil disculpa con un homenaje a «Frau Chejova, a la que profesamos un gran respeto».[8]
En esta ocasión, el general Serov, director de la NKVD en Alemania, informó de todo el asunto a Beria, y envió sendas copias de su exposición a Abakumov y a Merkulov, subordinado inmediato de Beria. «Por lo que respecta a la visita de Olga Chejova a Moscú en mayo de este año, los diarios ingleses están publicando diversos rumores en los que la relacionan con los servicios rusos de espionaje. Pongo tal hecho en conocimiento de ustedes para que tomen una decisión al respecto y nos hagan llegar las órdenes que estimen oportunas. Firmado: Serov».[9] Beria anotó al margen de su ejemplar: «Camarada Abakumov, ¿qué sugieres que hagamos con Olga Chejova?». A pesar de este misterioso comentario, cuando firmó el informe y añadió la fecha (22 de noviembre de 1945), estampó debajo el siguiente sello: «Bajo control. Secretariado de la NKVD de la URSS».[10]
Cuando esta copia llegó a manos de Abakumov, éste sumó a lo escrito su propia orden: «Camarada Utejin: elaborar relación de todo el material existente en torno a Chejova. 22 nov. 45». El general Utejin, del 4.° departamento, era el cazador de topos más temido del SMERSH. Cabe preguntarse, por consiguiente, si no habría empezado a sospechar Abakumov que podía haber sido engañado por una agente doble. Es evidente que la amistad que compartía la actriz con Glazunov, miembro del llamado grupo Zepelín, hizo saltar todas las alarmas. Sin embargo, se diría que Beria trataba de mantenerla, intacta y en su lugar, lista para ser empleada, más adelante, contra sus aliados de Occidente.
La peregrinación de periodistas occidentales a la casa de Olga Chejova, sita en la Spreestrasse, no disminuyó, tal como hizo saber el general Zelenin a Abakumov el 24 de noviembre. Ella aprovechó cualquier oportunidad que le brindaban aquéllos para desmentir las historias que hablaban de su labor de espionaje, aunque tal actitud no pareció surtir demasiado efecto. Se ve que cierto reportero estadounidense por nombre Sam Wagner le dijo que no debería negarlas, pues podrían hacerle ganar una fortuna si se decidía a actuar en Estados Unidos. En señal de su buena voluntad, llevó a su anfitriona cigarrillos y coñac. El SMERSH dio por sentado que todos estos periodistas no eran sino agentes secretos disfrazados por el mero hecho de que llevaban los uniformes propios de los corresponsales de guerra.
Al cabo, la actriz logró que dejasen de atormentarla con los citados rumores años más tarde, cuando un diario de Stuttgart repitió la historia de la medalla recibida de Stalin e ilustró sus afirmaciones con un ridículo montaje obtenido a partir de un fotograma de Befreite Hände, la película que había rodado con Carl Raddatz, en el que aparece ella sosteniendo en alto una estatuilla. Lo único que hicieron fue sustituir ésta por una condecoración soviética. Olga entabló una demanda en la que alegaba que tales infundios no hacían sino dañar su carrera profesional, y salió victoriosa. Sin embargo, su relación con los servicios secretos de la Unión Soviética aún no había llegado a su fin.