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UNA FAMILIA DIVIDIDA POR LA GUERRA

La batalla de Moscú pudo haber constituido el verdadero punto de inflexión de la guerra, pero lo cierto es que fueron pocos los moscovitas que experimentaron beneficios inmediatos. Entre éstos, eso sí, hubo uno fundamental.

Vova Knipper pudo ver cómo llevaban al matadero los cuerpos de los caballos muertos en la refriega, patas arriba y en camiones descubiertos. El muchacho seguía sobreviviendo gracias al cacito de sopa que le llevaba su padre de lo que recibía en la Casa Central de Trabajadores de las Artes. Vladimir solía echar parte de su propio caldo en el plato de su hijo. «Yo bajaba la mirada avergonzado —escribió el joven Knipper—, porque quería más». El plato principal consistía en una exigua ración de gachas de trigo recalentadas en la estufa burzhuika y un par de piezas de kotleta, albóndigas hechas con carne de animales, por lo común inidentificables, si bien en aquel momento debía de proceder en su mayoría de las monturas cosacas de los dos cuerpos de caballería que habían atacado sin piedad la retaguardia alemana. La carne de los caballos abatidos se había conservado bien para el consumo humano por las bajísimas temperaturas.

Tras la eficaz defensa de la ciudad, Vova y su padre quedaron más tranquilos al saber que, contra lo que habían temido durante los momentos de mayor pánico vividos en octubre, los comedores para los trabajadores de las artes no serían clausurados. No obstante, Vova seguía sintiéndose tan débil a causa de la escasez de alimento que tardaba casi dos veces más en hacer un recorrido a pie que en tiempos de paz, y apenas si podía caminar un rato antes de tener que sentarse a descansar. En cierta ocasión, reparó en un grupo de muchachas con cascos de acero y botas de soldado lanzando al cielo globos de protección contra ataques aéreos.

La tía Olia, entre tanto, vivía intranquila en Tiflis, igual que en 1920, durante la guerra civil. El 27 de diciembre escribió a su hermano Vladimir: «Liova ha desaparecido. Estoy muy preocupada. En este momento, mi vida consiste en esperar». Sin embargo, tuvo oportunidad de ver a su sobrino antes incluso de que su hermano tuviese tiempo de anunciarle que estaba en Moscú. «Liova se presentó de improviso, en Año Nuevo, con su nueva esposa —le hizo saber en otra misiva—. Bueno, ¿y qué? Si se quieren, ¿por qué no van a vivir juntos? La noticia de su boda me afectó mucho. Su carta llegó a finales de diciembre, y en un primer momento, la idea me hizo enfurecer. Sin embargo, me ha bastado conocerla para calmarme: es una mujer dulce, educada y sin pretensiones».[1]

La primera semana de diciembre, cuando se hizo evidente que los alemanes no tenían ya posibilidad alguna de tomar Moscú, Liev y Mariya Garikovna recibieron nuevas órdenes. Viajaron en dirección sureste, y al pasar por Kuíbishev, ciudad a la que se había trasladado el gobierno, Liev tuvo oportunidad de escuchar la Séptima sinfonía de Shostakovich, obra que el autor había comenzado a escribir en Leningrado durante el asedio. El recorrido estuvo marcado por lo que Liev describió como «las estaciones de un vía crucis de evacuados. ¿Cómo olvidar las notas fijadas a las farolas, desde las que lloraba el dolor humano? Las madres trataban con ellas de encontrar a sus hijos; las esposas, a sus maridos; los hermanos, a sus hermanas…».[2]

En Tiflis, Prokofiev le mostró lo que había compuesto, hasta entonces, durante la guerra.[3] Sin embargo, nada fue tan importante allí para Liev como la oportunidad de presentar a Mariya Garikovna a la tía Olia. Después, los dos se dirigieron, el 10 de enero de 1942, a Tashkent, ciudad en la que se encontraban, desamparados, la mujer y el hijo de Liev, sin dinero y a un paso de morir de hambre. Sin embargo, él jamás fue a visitarlos. Debía de conocer su paradero por mediación de su tía, pero evitó encontrarse con ellos, a impulsos, según cabe presumir, de una desalmada cobardía moral. Liev se consolaba con la idea de que había dedicado a su hijo «algunas piezas breves infantiles para cuerda y viento».[4]

Liuba y Andrei habían recibido la ayuda del lituano Paul Armand, amigo de Liev, de espíritu liberal. A pesar de haber obtenido el galardón de Héroe de la Unión Soviética por su participación en la guerra civil española, Armand sufrió un rechazo tras otro al tratar de ofrecerse voluntario para luchar en el frente, lo que acaso se debiera a que, en 1938, había sufrido arresto a manos de la NKVD. En consecuencia, permanecía destinado en una unidad base de Tashkent, donde alimentaba a la familia del compositor con parte de sus raciones. A finales de año, después de la llegada de los alemanes a Stalingrado, las autoridades consintieron, por fin, en enviarlo a la línea de combate. Y allí fue abatido por la bala de un francotirador.[5]

La tía Olia, mientras tanto, se dirigió, con el resto del grupo del Teatro del Arte de Moscú, a la ciudad armenia de Erevan. A sus setenta y tres años, y aquejada de artritis en las manos, la actriz se encontró viajando por las accidentadas carreteras del Cáucaso, en un trayecto agotador y doloroso hasta extremos insoportables. Con todo, lo que más la preocupaba a la sazón era la suerte que podía correr su cuñada, a la que habían capturado los alemanes en Yalta en octubre de 1941. «Me dan escalofríos cuando pienso lo que habrá sido de Mariya Pavlovna», escribió el 14 de enero de 1942, poco antes de partir hacia Erevan.[6]

También la mortificaba el estado de Liuba y Andrei, a quienes envió dinero, té y manteca de cerdo a Tashkent en respuesta a una «carta agitadísima» de aquélla. Según hizo saber a Vladimir, la tía Olia había dejado bien claro a Liuba que lo que sentía por ella no había cambiado en absoluto a consecuencia de la nueva situación de Liev, así como que «debía buscar un nuevo modo de conducir su vida. Todo esto resulta tan duro…». La siempre generosa actriz envió también a su hermano mil rublos, aun a pesar de que a ella misma comenzaba a escasearle el dinero. Lo que más la tranquilizaba era que Liev parecía encontrarse bien, merced, sobre todo, a su nueva compañera. «Parece que, por fin, ha encontrado la felicidad —escribió—. Mariya es muy solícita, divertida y valiente».[7]

Tanto Liev como Mariya Garikovna necesitaban ser valerosos, pues tenían la misión de tratar de pasarse al bando alemán vía Irán, Turquía y tal vez Bulgaria. No eran los únicos «desertores» de esta operación ambiciosa, si no desesperada. Una vez en Alemania, debían ponerse en contacto con un grupo homicida encabezado por Igor Miklashevski, campeón de boxeo e hijo de una actriz del Teatro del Arte, que había llegado al bando enemigo poco después del final de la batalla por Moscú. Un tío suyo, de nombre Blumental, había desertado de verdad a principios de la citada campaña para convertirse, poco después, en locutor de la emisora de radio de propaganda nazi que trataba de convencer al pueblo soviético de que Hitler llegaba a su país en calidad de libertador.

Miklashevski estaba resuelto a asesinar al traidor de su tío, si bien la NKVD le asignó la tarea, más acuciante, de fingir que quería seguir sus pasos. A él debían unirse otros dos agentes soviéticos en tanto esperaban instrucciones. Al parecer, el general Sudoplátov encomendó entonces a Liev y Mariya Garikovna la misión de «desertar» siguiendo una ruta diferente y convencer a Olga Chejova de que emplease sus contactos y su influencia para que pudieran acabar con la vida de Hitler en un ataque suicida.[8] Por más que la actriz hubiera supuesto que en un período crucial como aquel tratarían de recurrir a sus servicios, en ningún momento se le pasó por la cabeza «que sus contactos pudiesen emplearse para poner en acción planes homicidas».[9]

La primera visita que hizo Liev a Irán fue muy breve. Llegó en avión, acompañado del coronel de la Seguridad del Estado Makliarski, cabe esperar que en misión de reconocimiento. En aquel tiempo, el Kremlin tenía un interés considerable en este país, regido por un Sha joven que apenas tenía seguro el trono y sumido en una situación política que hacía pensar en el «Gran Juego» de los agentes secretos que socavaron a finales del siglo XIX la influencia británica en la región. Parece ser que Liev llevaba dólares estadounidenses escondidos en el doble fondo de una enorme lata de caviar a fin de cumplir con su misión.[10]

Georgi Dimitrov, secretario general del Komintern, había escrito poco antes a Stalin acerca de la situación en que se hallaba Irán: «No creo que sea conveniente, dadas las circunstancias, restablecer allí las actividades del Partido Comunista (pues los fascistas podrían servirse de él para atemorizar a la burguesía). Los comunistas deberían trabajar desde el interior del Partido del Pueblo y seguir su propia orientación… Tampoco estimo oportuno enviar a un delegado de los comunistas iraníes, toda vez que el hecho podría ser utilizado por nuestros enemigos en Irán. Tal vez deberíamos, por el contrario, mandar a uno de los hombres que tenemos allí, alguien que disponga de tapadera legal y pueda ayudar a nuestros camaradas iraníes».[11]

Pese a que Liev era idóneo para realizar esta labor, no estaba destinado a trabajar como agente «legal» —lo que implicaba actuar desde dentro de la embajada soviética—, sino que se preparaba para ejercer, junto con Mariya Garikovna, de «ilegal». No contaba con otra tapadera que la de su labor como compositor, que, en teoría, había viajado al país con la intención de estudiar la música popular iraní y establecer contactos culturales, dado que el que se pasase al bando alemán desde la propia embajada habría resultado por demás sospechoso. Con todo, ese mismo año, después de que Liev y Mariya hubiesen regresado a Irán a fin de «huir como desertores a Turquía y, de allí, dirigirse a Bulgaria y a Alemania en busca de Olga», Stalin canceló todo el proyecto «pese a que gozaba del respaldo de Beria y Merkulov».[12]

Stalin había comprendido de pronto las implicaciones de la espectacular vuelta que habían dado las tornas. El 6.º ejército alemán se había visto rodeado en Stalingrado merced a una serie de violentos ataques protagonizados por carros blindados y lanzados contra su retaguardia. La reestructuración del Ejército Rojo llevada a cabo por Zhúkov y Vasilievski había valido la pena, pues aquél había demostrado ser capaz no sólo de afrontar una defensa heroica, sino también de superar, en estrategia y eficacia combativa, a la supuestamente invencible Wehrmacht. El suministro de petróleo proveniente del Cáucaso no tardó en restablecerse, y Estados Unidos brindó un apoyo inconmensurable en forma de acero, vehículos y alimentos proporcionados por la Ley de Préstamo y Arriendo.

Dadas las circunstancias, saltaba a la vista que Hitler había perdido toda posibilidad de derrotar a la Unión Soviética. De hecho, su propia caída ya era punto menos que inevitable. Con todo, Stalin tenía miedo de las consecuencias que podrían derivarse del asesinato del dirigente nazi, que propiciaría una posible paz de los Aliados occidentales con el nuevo régimen y dejaría a los soviéticos luchando solos. Dado que se tomaba a sí mismo como rasero para medir las acciones de los demás, estaba convencido de que Roosevelt y Churchill se sentirían demasiado tentados de dejar a la Unión Soviética y a Alemania que combatiesen entre sí hasta el final. En consecuencia, el hombre que había jurado derrotar y destruir a Stalin se convirtió para éste en la mejor garantía de supervivencia.

El Primer Directorio de la NKVD no tuvo ninguna dificultad en hacer saber a Liev Knipper y a Mariya Garikovna, que se hallaban en Irán, que se había abandonado la operación; aunque sigue sin estar claro cómo informaron a Igor Miklashevski. De cualquier modo, lo cierto es que éste logró asesinar a su tío en Berlín.

La tía Olia, entre tanto, se había recobrado de sus dolencias; pero Nemirovich-Danchenko había caído entonces tan enfermo que resultaba imposible trasladarlo. La actriz y Kachalov, que seguía temiendo que su hijo Vadim hubiese muerto, insistieron en permanecer con aquél mientras que el resto del Teatro del Arte de Moscú partía en dirección a Sarátov. El 11 de agosto, la actriz había recibido una carta de Andrei en la que éste le preguntaba por el paradero de su padre. Liev, por su parte, pasó por Sarátov de regreso a Irán y se detuvo para ver la puesta en escena de La gaviota que hacía la compañía.

Olia seguía muy preocupada por su cuñada, la tía Masha, que se hallaba aislada en Crimea, varios cientos de kilómetros por detrás de las líneas alemanas de Stalingrado. Había recibido suministros alimenticios de parte de algunos amigos muy poco antes de que, a finales del mes de octubre del año anterior, los alemanes se hiciesen con la mayor parte de la península. Sin embargo, el terrible sitio de Sebastopol se había prolongado hasta mayo de 1942.

En cuanto fiel defensora de la memoria de su hermano y de su casa museo, Masha había hecho cuanto estaba en sus manos por impedir que el enemigo ocupase el edificio. «En cierta ocasión —escribió una de sus sobrinas— se presentó un oficial alemán que dijo ser el comandante Von Baake. Tras echar un vistazo, exigió alojarse en el estudio y el dormitorio de Antón Pavlovich. Mariya Pavlovna habría preferido morir antes que ceder. Tras una larga conversación, lo convenció de que aquellas habitaciones eran reliquias, y logró que le permitiesen mantenerlas cerradas con llave. Así que el señor comandante hubo de aposentarse en el comedor, en tanto que sus hombres lo hicieron en la planta baja. No estuvo allí más de una semana, y al marchar, escribió en la puerta que la casa era suya, razón por la que ningún alemán se alojó en el edificio después de aquello».[13]

Masha no habría sobrevivido de no haber vendido sus propias ropas y demás posesiones para comprar comida. Al igual que la mayoría de las personas que habitaban los territorios ocupados de la Unión Soviética, vivió, en todo momento, en los linderos de la inanición. En una ocasión, no obstante, llegó al museo de Chejov cierta ayuda proveniente de un destinatario inesperado: un buen día recibió de Berlín una postal con un retrato de Olga Chejova, escrita en el reverso por su hermana, Ada, y acompañada de dos bolsas de lona llenas de chocolate y galletas.[14]

Tras la guerra no faltaron rumores —sin fundamento— que asegurasen que Olga Chejova había ejercido una gran influencia sobre el entorno nazi a fin de proteger el museo. Incluso se llegó a decir que había acudido a Yalta a visitarlo en un aeroplano cedido por el mismísimo Hitler.

Lo más seguro es que todas estas historias relativas al extraordinario influjo de la actriz no pasasen de ser ilusiones, y el propio Führer puede proporcionarnos una razón de peso en este sentido, pues, de hecho, en un acto de autodisciplina había dejado de lado todo contacto con el cine y sus estrellas. «No puedo ver películas mientras dure la guerra —declaró a Eva Braun cuando ésta trató de hacerlo volver a su pasatiempo favorito—, mientras el pueblo tenga que hacer tantos sacrificios y yo deba tomar decisiones tan importantes. Además tengo que reservar mis sensibles ojos para la lectura de mapas e informes llegados del frente».[15]

Sólo Goebbels mantuvo su interés por los estudios de la UFA en Babelsberg. El ministro de Propaganda supo ver que, una vez vuelta la guerra en contra de Alemania, ésta necesitaba grandes dosis de escapismo y ánimo. Eso no impidió que se siguiese reclutando a actores para que emitieran mensajes públicos de carácter patriótico. Así, no faltaron en los noticiarios secuencias que mostrasen a algunas estrellas del celuloide acudiendo al trabajo en bicicleta, en tanto que Heinz Rühmann lo hacía en un coche tirado por un poni, y Olga Chejova, a pie.[16] El que no le permitieran usar su automóvil la había hecho montar en cólera.

El incidente más revelador en este sentido tuvo lugar durante el tristemente célebre discurso que pronunció Goebbels, el 18 de febrero de 1943, en el Sportpalast tras la derrota sufrida en Stalingrado, cuando preguntó a voz en cuello a los asistentes: «¿Queréis la guerra total?». Mientras éstos respondían a gritos, las cámaras recogieron la reacción de varias celebridades que habían asistido al acto alentadas por el Ministerio de Propaganda. Entre ellas, se alcanza a ver a Olga Chejova, que oculta la cabeza entre sus manos con un gesto que se diría incrédulo. La imagen se eliminó de la versión definitiva aparecida en el noticiario Deutsche Wochenschau.[17]

De hecho, la actriz se hallaba tan al margen que poco hubiera podido hacer para ayudar a Liev e Igor Miklashevski si hubiesen tenido que llevar a término sus planes homicidas. Casi con toda certeza, sabía tan poco del paradero de Hitler como cualquier berlinés. Este apenas abandonaba su sombrío cuartel general de Prusia Oriental conocido como la Wolfsschanze, y todos sus movimientos se mantenían en el más estricto secreto.

Por escasa que fuera la relación mantenida por Olga Chejova con la cúpula nazi en aquel tiempo, lo cierto es que el público seguía convencido de que se hallaba muy cercana a ésta. Mientras hacía de intérprete en el campo de prisioneros en que se encontraba confinado, Vadim Shverubovich encontró, en una revista, un fotograma de la actriz. A pesar de ser algo más joven que Liev, había tenido oportunidad de conocerla bien en Moscú antes de la Revolución, dada la estrecha amistad que mantenía su padre con la tía Olia. «¡Vaya, pero si es Olenka Knipper! —exclamó sin pensarlo al oficial para el que trabajaba—. Es amiga mía». El alemán no hizo nada por ocultar su asombro, pues las fotografías que la presentaban al lado de Hitler también habían extendido en Alemania la idea de que gozaba de gran influencia en las altas esferas. «Deja que se lo diga a mis superiores —respondió el oficial, si bien es imposible determinar hasta qué punto hablaba en serio—, y mañana mismo estás en Berlín». Vadim, alarmado de pronto, le rogó que olvidase lo que acababa de decir: su instinto le indicaba que, de ir a la capital alemana, jamás volvería a ver Moscú.[18] Por curioso que pueda parecer, tras la guerra surgió un nuevo mito en torno a Olga cuando se afirmó que había organizado la fuga de Vadim. Es cierto que éste logró escapar, pero poco tuvo que ver ella en tal hecho.

La contienda había aislado por entero a los Knipper berlineses de cualquier noticia procedente de la parte de la familia residente en Moscú. Olga no tenía la menor idea de que su tío Vladimir Knipper, a quien la tía Olia había enviado para persuadirla a regresar la noche de su fuga con Misha, había muerto el 12 de noviembre de 1942. Asimismo ignoraba que su ex esposo, instalado a la sazón en Estados Unidos, estuviese rodando una película llamada The Song of Russia. Esta producción de Louis B. Mayer podría describirse como un intento por parte de Hollywood de crear un segundo frente de solidaridad con la Unión Soviética. El argumento, inverosímil hasta extremos fabulosos, presenta a un director de orquesta estadounidense, interpretado por Robert Taylor, que visita «una granja colectiva en la que los campesinos pasan el día cantando, riendo y bailando». Entonces se enamora de «una encantadora campesina soviética», hija de Misha en la ficción, con la que contrae matrimonio. Cuando se produce la invasión alemana, los granjeros protagonizan una heroica resistencia a los compases de la música de Chaikovski.[19] El guión no era ninguna maravilla, aunque hay que reconocer que sus dos autores recibieron un trato por demás injusto. Cuando, acabada la guerra, la película hubo de someterse a la investigación del Comité de Actividades Anti-americanas por ser considerada una apología del comunismo, tanto el productor como el actor principal atribuyeron toda la responsabilidad política a los dos guionistas, que pasaron a engrosar la lista negra de la caza de brujas.

Liev, por otra parte, no tenía noticia alguna de la muerte de su madre, acaecida en Berlín, el 9 de mayo de 1943. La indomable Baba había sucumbido por una combinación de su avanzada edad y su condición de fumadora empedernida, por no hablar del efecto que tuvieron sobre su salud las incursiones aéreas, tan numerosas como incansables, de la aviación estadounidense, por el día, y la RAF, por la noche.

A fin de escapar a la peor parte de los bombardeos, Olga decidió abandonar el piso del Kaiserdamm, situado en el sector oeste de la capital, para mudarse de forma permanente a la casa de campo al estilo ruso que poseía en Gross Glienecke, no lejos de los estudios UFA en Babelsberg. No olvidó llevar con ella la colosal vidriera con el escudo de armas de los Knipper, una pretenciosa extravagancia que había hecho confeccionar años antes.

Liev regresó a Moscú en 1943 para alojarse junto con Mariya Garikovna en el número 23 del bulevar Gogolevski, a pesar de que su ex esposa, Liuba, y Andrei habían vuelto de Tashkent para alojarse también allí. Su relación se había tornado menos tensa porque Liuba había conocido a otro hombre, director de orquesta, y olvidado casi por entero las penalidades de 1941.

Al decir del coronel Shchors, oficial de enlace de Liev, los generales Sudoplátov y Kobulov visitaron el apartamento para proporcionarles víveres como «vino, diversos tipos de embutido, manzanas, naranjas y leche condensada», productos que era imposible encontrar en las tiendas.[20] Este hecho hace pensar que, aun cuando los parientes más inmediatos de Liev no tuviesen más que sospechas de cuál era su ocupación antes de la guerra, en 1942, si no antes, debían de saber con certeza que colaboraba con la NKVD.

El compositor visitaba Irán de vez en cuando, siempre escudado con el pretexto de sus actividades musicales. Sin embargo, en 1944 lo adscribieron, en calidad de oficial político —armado de nuevo con su pistola Walther—, al 2.º o 3.º frente ucraniano, que avanzaba hacia Rumanía. Como quiera que no había olvidado su pasión por la escalada, organizó la ascensión a un pico de los Cárpatos.

Los rápidos progresos del Ejército Rojo culminaron, por fin, en la liberación de Crimea, y la tía Olia pudo respirar tranquila al saber que su cuñada seguía con vida. La liberación de Yalta, ocurrida el 16 de abril de 1944 a manos de las tropas rusas, proporcionó un ejemplo más de la prodigalidad con que se creaban los mitos en torno a la persona de Olga Chejova en la Unión Soviética. Cierto intérprete militar confió a Vova Knipper, acabada la guerra, que, el mismo día que entró con las tropas en la ciudad, fue a ver a Mariya Pavlovna Chejova a la casa museo de Chejov. Según él, vio la fotografía de una mujer de gran belleza sobre la mesa de aquélla, y al preguntarle quién era, respondió: «Es Olga Chejova, la actriz de cine —para añadir de inmediato—: No sé si el museo estaría ahora aquí de no haber sido por ella».[21]

La historia, dadas las circunstancias, resulta dudosa. Es cierto que el museo había sobrevivido a la ocupación sin apenas desperfectos, pero no lo es menos que la tía Masha, que había estado aquejada de tifus, se hallaba tan débil a la llegada del Ejército Rojo que no podía siquiera levantarse, y mucho menos caminar. Se limitó a quedarse sentada, deshecha en lágrimas.[22]

El propio Vova, que a la sazón no tenía más de dieciocho años, había sido llamado a filas y se encontraba sirviendo en el frente de Kalinin. Había recibido correspondencia de la tía Olia, que sentía lástima por él —sobre todo tras la muerte de su padre— y había cuidado del muchacho durante el permiso de veinticuatro horas del que había disfrutado en Moscú. Poco después de llegar, el cansancio había hecho que su sobrino se quedase dormido sobre la cama de la anciana actriz. Se despertó unos instantes y pudo verla planchando el uniforme que acababa de lavar.

El rápido avance protagonizado en el sur por el Ejército Rojo obligó a trasladar hacia poniente a muchos de los prisioneros confinados en campos de concentración. A Vadim Shverubovich lo llevaron a uno instalado en la región meridional de Austria, cerca de la frontera con Italia, del que se las ingenió para escapar con un compañero italiano e introducirse en el país de éste a través de las montañas. La caminata fue terrible, siendo así que llevaban los pies cubiertos de jirones de tela por todo calzado. Una vez alcanzado el otro lado, buscaron refugio en la casa de un párroco rural.

Los soldados alemanes, que sabían de su huida, acudieron al lugar en que se escondían, aunque no pensaron que pudiesen haber llegado allí todavía, dada la naturaleza accidentada del terreno. En consecuencia, se limitaron a advertir al sacerdote que mantuviese los ojos abiertos por si los veía. «Llegarán mañana o pasado». El cura no podía arriesgarse a ocultarlos por más tiempo, por lo que se encargó de hacerlos llegar, mediante un conducto clandestino, a la resistencia italiana.

Cuando, al cabo, llegaron los estadounidenses, Vadim tuvo una oportunidad más de poner en práctica su talento para los idiomas trabajando de intérprete para ellos y colaborando así en la repatriación de desplazados. Entre tanto, sus parientes moscovitas habían recibido noticia oficial de su muerte. Kachalov, su padre, se negó a creer que hubiese sucumbido, y escribió a Stalin, eterno admirador de su genio teatral, para solicitar su ayuda.

En octubre de 1944, con el Ejército Rojo en la frontera de Prusia Oriental, los Aliados occidentales cerca del curso bajo del Rin y las ciudades alemanas sometidas a un constante bombardeo, no había actor que no se sintiera aliviado por trabajar lejos de la capital.

Olga Chejova estaba rodando en Kitzbühel, lugar de recreo para esquiadores situado en el Tirol austríaco. Allí se encontró con Julius Schaub, ayudante personal de Hitler, que se acercó para compartir mesa con ella en el comedor del hotel. La actriz pudo observar que había quedado sordo casi por completo porque estaba junto al Führer cuando estalló la bomba de Stauffenberg en la Wolfsschanze. Schaub parecía sentir una lúgubre fascinación con respecto a la experiencia vivida, pues entretuvo a Olga y a sus compañeros con los detalles más espeluznantes de la explosión. Describió las quemaduras sufridas por Hitler en el brazo y la pierna, y cómo le colgaban las ropas hechas jirones.[23] La actriz pudo oír, asimismo, que estaban llegando armas y alimentos enlatados al Berghof, en Berchtesgaden, aunque no está claro que la información procediera de Schaub.[24]

Olga Chejova trató de hacer ver, tras la guerra, que la sincera opinión ofrecida a Goebbels en lo tocante a la invasión de la Unión Soviética había propiciado su inclusión en la lista negra nazi. Sin embargo, entre 1942 y 1944 hizo al menos siete películas, y no dejó de recibir, de cuando en cuando, invitaciones del ministro. En una de aquéllas, Mit den Augen einer Frau, logró incluso que le asignaran un papel a su hermana Ada, con la que había actuado en Der Favorit der Kaiserin en 1935. De cualquier modo, el implacable bombardeo aliado al que estaban sometidos Berlín y sus alrededores era causa de que apenas salieran ya producciones de Babelsberg. Praga, que seguía casi intacta y cuyos comercios estaban aún llenos de productos de lujo imposibles de encontrar en la capital alemana, se convirtió en la nueva «Meca de la gente del cine».[25]

Olga viajó también a distintas ciudades del país para actuar en sus teatros como actriz invitada. En Colonia, sin embargo, el hotel en que se alojaba fue alcanzado durante una incursión británica y quedó envuelto en llamas, por lo que, según ella, hubo de tomar el tren de regreso a Berlín con el vestido que llevaba puesto en el escenario.

Parece que una de las mayores preocupaciones de los actores berlineses eran sus automóviles y la imposibilidad de obtener gasolina. Carl Raddatz, ex amante y amigo íntimo de Olga Chejova, hubo de arreglarse con un artilugio alimentado con leña. La actriz estaba furiosa con Goebbels, que se había negado a suministrarle una ración suplementaria de carburante para su Fiat Topolino. Lo más que se permitía eran quince litros mensuales, y comprar gasolina en el mercado negro resultaba muy peligroso, toda vez que, por lo general, había sido robada a la Wehrmacht, y el delito podía comportar la pena capital. A finales de 1944, se vio obligada a emplear el suburbano y, en ocasiones, hacer a pie trayectos de hasta diez kilómetros.

Olga Chejova no había abandonado su trabajo voluntario de tiempos de guerra: sin presión alguna por parte del Ministerio de Propaganda, acostumbraba cantar para los heridos del hospital militar de Tubinga. Goebbels, por su parte, seguía teniendo sus favoritas, si bien «la encantadora Olga Tschechowa», como la describía de forma repetitiva en sus diarios, ya no era una de ellas, y más aún después del modo como lo había desairado su madre, la formidable Baba, en un teatro. No obstante, la actriz preferida del ministro durante la guerra era también de origen extranjero. Se trataba de la estrella húngara Marika Rökk, que, esta vez, contó también con la aprobación de Magda Goebbels. Destacaba en todas las facetas de la profesión, aunque era famosa, sobre todo, por su forma de cantar y bailar. Las fuentes soviéticas de información, empero, aseguran que espiaba para ellos. «Cuando nuestras tropas llegaron a Alemania —escribió el hijo de Beria—, se trasladó a Austria para establecer allí, no sin cierto respaldo, su propia compañía cinematográfica».[26]

Con todo, las invitaciones de Goebbels no dejaron nunca de llegar de forma esporádica. De hecho, para conmemorar la quingentésima representación de Aimée, el ministro de Propaganda convidó a los actores participantes a acudir a su casa de campo de Lanke, donde ofreció un banquete de carne asada de venado, un verdadero milagro a esas alturas de la guerra, dada la drástica reducción que habían sufrido las raciones. Los invitados se encontraron con que Goebbels tuvo que hacer solo de anfitrión, ya que su esposa y sus hijos estaban en Austria, disfrutando de lo que los berlineses llamaban unas «vacaciones de bombardeo». Olga quiso saber si pensaba hacer ampliaciones en la casa, cuyas reducidas dimensiones y sencillez resultaban sorprendentes en un dirigente nazi. «La tierra no es mía —respondió—, sino del municipio, y en cualquier caso, ¿para quién iba a querer construir algo mayor? Si acaso no sobrevivo, ¿cómo voy a dejar que mis hijos carguen con un odio dirigido a mi persona?».[27] El futuro que esperaba a su prole en caso de que cayera el régimen nazi era algo que le preocupaba cada vez más, aunque en público no dejara nunca de tildar de cobarde y traidor a todo aquel que mencionase siquiera la posibilidad de una derrota.