MISHA Y OLGA
Además de su alcoholismo, Misha había heredado el apremiante afán por la seducción de Alexandr Chejov, si bien, por fortuna, lo manifestaba de un modo algo más romántico que su padre. «Desde mi más temprana juventud —escribiría más tarde— me he encontrado en un estado constante de enamoramiento».[1]
Debió de conocer a Olga Knipper cuando aún estudiaba en el teatro Mali de San Petersburgo. Poco antes de que estallara la primera guerra mundial, dos o tres de los primos de la familia Chejov visitaron la casa de los Knipper en Tsárskoie Seló para jugar al tenis, nadar y bailar. Lo más seguro es que, en aquella ocasión, Misha no se fijase demasiado en ella, toda vez que no era más que una niña casi seis años menor que él. Sin embargo, cuando Olga llegó a Moscú, en 1914, para estudiar arte, ya había cumplido los diecisiete y poseía una belleza encantadora. Aún no había despertado de su inocente ingenuidad y de cierta tendencia a la ensoñación, bien que ya había demostrado en varias ocasiones ser una joven resuelta.
El relato que ella misma hace de aquellos años está deformado por no pocos elementos novelescos. En él asegura haber jugado, de niña, con la gran duquesa en Tsárskoie Seló, así como haberse encontrado con Rasputin en circunstancias alarmantes. Asevera incluso que la admitieron en la Academia de Arte de Moscú con doce años y que, más tarde, fue alumna de Bakst y Rodin. Con todo, su inmoderada tendencia a fabular bien pudo estar provocada por la actitud excesivamente paternalista de una familia que se negaba a tomarla en serio dada su belleza.
Misha y Volodia se encontraban con ella en el apartamento de la tía Olia Knipper-Chejova y en las veladas dominicales de la tía Masha. En cierta ocasión, tras la cena, Misha se puso a imitar, vestido con un sobretodo blanco, al inexperto enfermero de una clínica. Corría de un lado a otro llevando a su paciente, encarnada por la joven Olga, instrumental médico y agua, que no hacía más que derramarse a causa de la torpeza del personaje, ante los constantes gritos del médico. Misha y Volodia comenzaron entonces a competir, de un modo cada vez más acusado, con su interpretación y sus bromas: ambos se habían enamorado de su prima política.
Tal como suele pasar, quizá de manera inevitable, en este tipo de historias de amor, ninguna de las versiones coincide. Según Serguei Chejov, Volodia siguió a Misha a San Petersburgo cuando éste visitó la ciudad en 1914 durante la temporada primaveral del Teatro del Arte. El actor se lo encontró vestido con pantalones a cuadros, zapatos blancos, canotier y una raqueta en la mano. Al parecer, tenía la intención de declararse a Olga durante un paseo a la luz de la luna; pero Misha —que, amén de su mejor amigo, era la persona a la que más admiraba— insistió en que tenía prioridad por el hecho de ser tres años mayor. Su primo le respondió que, en asuntos de amor, no hay prioridad que valga, y el actor repuso que, en tanto que Volodia era aún un estudiante de futuro incierto, él gozaba ya de cierto prestigio en la buena sociedad. Su primo replicó que haría a Olga prometerle que lo esperaría hasta que se licenciara.
—¡Tu padre no va a dejar que te cases con ella! —observó Misha, elevando la voz, y al ver que Volodia esbozaba una sonrisa por toda respuesta, preguntó en tono más calmado—: ¿Y qué vamos a hacer?
—¿Por qué no echamos una moneda al aire? —fue la propuesta del universitario—. El que saque cruz se olvidará de Olga para siempre y no guardará rencor alguno al otro.
Dicho esto, lanzó la moneda y salió cruz. Los dos primos se abrazaron sin más palabras.
Volodia refirió esta historia a la tía Masha en 1917, cuando estuvo con ella en Crimea. En realidad, Misha nunca ofreció su versión sino del modo más descortés posible.[2] El único otro relato existente de los acontecimientos es el que escribió la propia Olga. Estaba perdidamente enamorada de su primo segundo Misha, cuya brillantez como actor parecía comparable a la que poseía su tío en calidad de dramaturgo. A la sazón era alumna de la Academia de Arte de Moscú, y acudía a tantas representaciones suyas en el Teatro del Arte como le era posible. De hecho, ayudó a pintar los decorados de El grillo del hogar, en la que él hacía el papel del protagonista. Sin embargo, en sus memorias se deja llevar por la imaginación y asegura que el momento decisivo de su historia de amor tuvo lugar cuando ella encarnó, en el montaje benéfico preparado por el Teatro del Arte, a la Ofelia de Hamlet —personaje representado por él—. Cuando cayó el telón, todos, incluidos Stanislavski y la tía Olia, corrieron a felicitarla, según ella, por su actuación. Entonces, Misha, en un arrebato emocional, la llevó tras los bastidores y la besó apasionadamente. Pese a que las circunstancias resultan bastante improbables, lo cierto es que Olga afrontaba los hechos de la vida con una inocencia tal que no sería de extrañar que hubiese pensado, tal como afirman sus memorias, que quedaría fecundada con sólo ser besada de ese modo por «un hombre como él».
—Ahora vas a tener que casarte conmigo —le dijo.
—Es lo mejor que me puede pasar —respondió él entre risas.[3]
Con independencia de cuáles fueron los detalles que rodearon a su decisión de contraer matrimonio, lo cierto es que Misha y Olga actuaron, sin lugar a dudas, dejándose llevar por sus impulsos y no dijeron nada a nadie. Eran muy conscientes de que, si pedían permiso, se lo negarían por la edad de ella y las circunstancias de él, y la familia de Olga no dudaría un instante en hacerla regresar a Tsárskoie Seló.
En consecuencia, una mañana de septiembre de 1914, poco después de declararse la guerra, Olga metió en una maleta no muy grande su pasaporte, su bolsa de aseo y un vestido nuevo y salió sin ser vista del apartamento de la tía Olia.[4] La escapada debió de requerir un valor considerable de su parte, aun a pesar de estar motivada por un arrebato romántico. Tomó un carruaje descubierto, un drozhki, para reunirse con Misha, y juntos se dirigieron a una pequeña iglesia ortodoxa situada en el otro extremo de Moscú. Alegando que no disponían de mucho tiempo, Misha entregó los pasaportes al sacerdote, un hombre antañón con el rostro surcado de arrugas que no parecía muy dispuesto a dejarse apremiar y que no dejó de menear la cabeza con gesto desaprobatorio. Los contrayentes tomaron sendas velas encendidas en tanto que dos espectadores sostenían, a petición de la novia, las coronas sobre sus cabezas. Todo apunta a que el hecho de que ella fuese luterana no supuso problema alguno. Si la comparamos con lo que suelen ser las ceremonias propias del rito ortodoxo, aquélla fue sencilla y breve, y con todo, Olga aseguraría más tarde que Misha no paró de mirar su reloj de bolsillo, pues temía no llegar a tiempo a la representación de aquella tarde.
La novia sólo fue consciente de la enormidad de lo que acababan de hacer una vez que ambos regresaron al apartamento de él. Se sentaron en el dormitorio a tomar té de un samovar. La cama era tan pequeña que hizo que ella se preguntara dónde iba a dormir. Por más que la vivienda hubiese parecido amplia a Serguei Chejov, debió de hacérsele diminuta a Olga, que había crecido entre la casa de Tsárskoie Seló y la de Tiflis. Para colmo, debían compartirla con la anciana nodriza de Misha y con la suegra de la novia. La agobiante atmósfera debía de ser difícil de soportar. En la puerta de al lado yacía Natalia, postrada en su habitación en penumbra, tras sufrir un colapso al descubrir que su amado retoño había contraído matrimonio sin decírselo. Aquella tarde, ni siquiera el egocéntrico Misha debió de pasar por alto que no podía ir a trabajar al teatro el día de su boda y dejar juntas a las dos mujeres de su vida, cuyos espíritus eran irreconciliables.
La tía Olia se enteró de la noticia pocas horas después, cuando se acercó a ella para felicitarla uno de los actores del Teatro del Arte de Moscú.
—Por la boda de tu sobrino —le dijo cuando ella quiso saber el porqué.
—¿De qué sobrino?
—Mijail Alexandrovich.
—¿Y con quién se ha casado?
—Con tu sobrina, Olga Konstantinovna.
Turbada por la información, se dirigió de inmediato al bulevar Prechistenski, y al no encontrar allí a Olga, echó a correr hacia el apartamento de Misha. Cuando vio que era su sobrina quien le abría la puerta, se desmayó en el rellano, por lo que Misha hubo de introducirla en el piso. Volodia, el rival derrotado, que apareció poco después, describió así la situación en una carta a su madre: «No puedes siquiera imaginar la escena. [La tía Olia] quería azotar a Misha, aunque luego cambió de opinión. Sufrió un vahído y se puso a sollozar. [Olga], entre tanto, sufría un ataque de nervios en otra habitación, mientras que Natalia Alexandrovna yacía inconsciente en su dormitorio. El escándalo fue descomunal, y aún no ha cesado. No quiero ni imaginar cómo puede acabar. La tía Olia ha enviado un telegrama a San Petersburgo, y lo más seguro es que los padres de la novia lleguen mañana. ¡Menuda calamidad! Boris [su amigo] y yo hemos jurado no casarnos nunca».[5]
La tía Olia regresó a su domicilio sumida en la desesperación, y por la noche envió a un emisario para que tratara de persuadir a la recién desposada a volver con ella. Ya de madrugada llegó el tío Vladimir, el cantante de ópera, con semejantes intenciones. Olga apenas pudo contar con el respaldo de Misha, horrorizado por el escándalo a que habían dado pie. Siempre pendiente de sí mismo, el joven actor lo sentía más por él que por su esposa de diecisiete años.
«Le dije [a Olga] que era ella quien debía tomar la decisión —escribió a Masha—, y resolvió ir a ver a su tía con el único propósito de apaciguarla. Yo, por mi parte, decidí permitirle regresar a San Petersburgo con su madre a fin de que entre ambas diesen la noticia a su padre del mejor modo posible. Debo decir algunas palabras sobre mí: me encuentro en un estado tal, que me cuesta escribir con coherencia. No diré nada de los insultos y preocupaciones que he debido soportar, ni del cúmulo de unos y otras que aún me queda por arrostrar.»[6]
La tía Olia, como se ha dicho, había hecho llegar, mientras tanto, un telegrama a su cuñada, Lulu Knipper, que rezaba: «Ven enseguida. Se trata de Olly [Olga]». Al recibirlo, la madre de la aludida había tomado el primer tren a Moscú, de manera que llegó allí la noche siguiente. Lo primero que preguntó fue, como era de esperar, si estaba embarazada, y cuando su hija le garantizó que no era el caso, exclamó: «¡Gracias a Dios! De los males posibles, ha ocurrido el menor».[7]
El viaje en coche cama a Petrogrado duró trece horas. Antes de llegar a Tsárskoie Seló, Lulu pidió a Olga que, una vez allí, se fuese directa al lecho y permaneciese en él. Cuando su padre llegara del ministerio, ella se encargaría de decirle que se encontraba enferma. La recién casada no necesitó que insistiera: se pasó dos días acostada, «llorando como una Magdalena».[8]
Su madre la hizo objeto de un buen rapapolvo y se encargó de dejarle bien claro que, si bien el daño ya estaba hecho con respecto a la boda y no había modo alguno de retroceder, lo menos que debía hacer era no cometer un segundo error teniendo un hijo con Misha antes de conocerlo mejor. Olga estaba confinada en su dormitorio, pero se había dado cuenta de cómo podía sacar el máximo partido de su posición. En consecuencia, amenazó con suicidarse si sus padres le prohibían volver al lado de su esposo.[9] Aun su padre hubo de reconocer, rojo de ira, que el matrimonio era legítimo y no podía ser anulado sino por un consistorio eclesiástico. En sus memorias, sin duda para acentuar el patetismo de la situación, ella recuerda que, al fin, la dejaron volver a Moscú, aunque, por insistencia paterna, con lo puesto y sin joya alguna.
Misha y su madre fueron a recibirla a la estación moscovita, y parece ser que ninguno de los tres articuló palabra en el drozhki que los llevó de nuevo al apartamento. El regreso, por ende, tuvo muy poco de romántico. Sin embargo, las cosas debieron de mejorar durante el invierno, tanto en su relación como en lo tocante a la carrera profesional de Misha, ya que todo indica que, al año siguiente, cuando el actor regresó a Petrogrado con el Teatro del Arte de Moscú para la temporada otoñal, los padres de ella acabaron por aceptar por completo a la joven pareja. «Ya estamos en Petrogrado, y nos vamos a quedar una semana —escribió Olga a la tía Masha, que se encontraba en Yalta—. Misha ha actuado en tres ocasiones y está teniendo un éxito increíble, aunque lo más probable es que ya lo sepas por los periódicos. Estamos en casa de papá y mamá, y papá está tratando muy, muy bien a Misha. Reina una paz absoluta».[10]
«Hermosa Mashechka —le decía, a su vez, Misha en otra carta—. Recibe un saludo de tu sobrino el genio y deja que te ponga al corriente de la calurosa acogida que le han dispensado los familiares de Olia… Hoy, la familia [de Olga] va a asistir a la representación de El grillo. Estoy deseando volver a casa, con mamá. Si la familia [de Olga] no me estuviese tratando de forma tan maravillosa, hace mucho que habría muerto de añoranza. En espera de tu cumplida respuesta, se despide el conde Mijail Chejov».[11] Otro de sus parientes señaló: «Me encontraba almorzando con los padres [de Olga], y aún recuerdo la sorpresa que me produjo ver a Misha con chaqueta y cuello, aunque éste no fuera rígido. [Olga] y él se habían sentado juntos y no dejaban de besarse. Cada uno colocaba en el plato del otro los mejores bocados de la mesa».[12]
Con todo, el idilio no duró mucho, y la decadencia comenzó cuando regresaron a Moscú a principios de verano. Misha aseguró a su esposa que se acostumbraría al apartamento, pero el hecho de tener que compartirlo con una suegra insomne que además la odiaba, apenas le permitía ocultar su infelicidad. Las comidas se habían trocado en una verdadera penitencia, por lo que Olga hacía siempre cuanto podía por buscar una excusa y escapar cuanto antes al dormitorio conyugal. Sólo Mariya, la anciana nodriza, mujer rústica y tan desgarbada que daba la impresión de tener «dos manos izquierdas», se mostraba amable con ella.[13] Según Olga, al ama la trataban «como una esclava»: Natalia solía gritarle en la cocina o llamarla en plena noche cuando no podía dormir.
Al igual que casi todos los integrantes de la intelectualidad rusa, Misha quería eludir que lo llamaran a filas. Más tarde describió el tormento que supuso «aguardar el dictamen de la revisión médica», y reconoció haberse visto atenazado por un verdadero terror pánico mientras se dirigía al centro de reclutamiento de Moscú.[14] Había confiado sus temores a un miembro veterano del personal del Teatro del Arte de Moscú, y éste, en consecuencia, quiso acompañarlo para brindarle respaldo moral. Aun así, el joven no pudo menos de quedar helado ante los empujones y los gritos de los cabos que ordenaban a los jóvenes civiles que tenían ante sí que se desnudaran a pesar de la suciedad y el frío de aquel edificio. Las horas pasaban en vano, y los familiares de los reclutas se asomaban a las ventanas para tratar de ver lo que estaba ocurriendo, mientras éstos hacían cola, en formación, durante dos o más horas en espera de que los atendiesen los médicos. Las piernas de Misha apenas lograban mantenerlo erguido. El facultativo que, por fin, lo examinó estaba agotado. Tras explorarle con el estetoscopio el corazón y los pulmones, gritó: «¡Tres meses!». Al actor le faltó poco para desmayarse del alivio: había ciertas dudas sobre su estado de salud, por lo que lo volverían a llamar para examinarlo de nuevo más tarde. Su condena había quedado suspendida. Aún hubo de esperar otra hora para recuperar la ropa, y a la salida se emocionó al comprobar que el compañero del teatro al que había confesado sus pesares seguía allí, esperando conocer el veredicto de los médicos.
Por su parte, Liev, el hermano de Olga, huyó a los diecisiete años del centro de secundaria en el que estudiaba para alistarse en el ejército, llevado de lo que más tarde llamó un «arrebato de falso patriotismo».[15] Tuvo suerte de que las autoridades lo enviasen de nuevo a la escuela a fin de que acabara sus estudios, por más que tal iniciativa frustrara los planes que tenía entonces. Finalmente ingresó en el Colegio Superior Técnico de Moscú, donde lo destinaron a una unidad de reserva. Y apenas llegó, por fin, al frente, lo enviaron de nuevo, en calidad de aspirante a oficial, a la Escuela de Artillería a Caballo de Orel. En el momento de su graduación, la Revolución rusa estaba a punto de destruir el mundo en el que todos ellos se habían criado.