MIJAIL CHEJOV
Las dotes interpretativas del futuro esposo de Olga, Misha Chejov, se hicieron evidentes desde muy temprano. En 1907, cuando no pasaba de los dieciséis, su madre, Natalia, que bebía los vientos por él, lo llevó a la escuela del teatro Mali de San Petersburgo, donde estudió tres años antes de graduarse con matrícula de honor.[1] En octubre de 1911, a la edad de diecinueve, le asignaron el papel principal en la puesta en escena que preparaba el Mali de El zar Fiodor, de Alexei Tolstoi.[2] Esta era, precisamente, la obra que había representado el Teatro del Arte de Moscú inmediatamente antes de La gaviota, y el papel de la zarina Irina, interpretado por la tía Olia, dio fama a la actriz e hizo que Chejov se fijase en ella.
Misha tuvo un éxito inmediato. Poseía un don extraordinario para la mímica y la dicción burlescas, en tanto que sus ojos hipnóticos y su rostro atormentado le permitían encarnar papeles de ancianos antes de haber cumplido la veintena. Su primo hermano Serguei Chejov describió la impresión que le produjo durante la primavera de 1912: «Era bajo y delgado, y no paraba de moverse. Vestía con aire descuidado, con una gastada chaqueta de terciopelo, y (¿habrase visto mayor horror?) no sólo no llevaba el cuello almidonado, sino que no usaba ninguno. Sin embargo, su ternura resultaba cautivadora. Era un hombre afectuoso, y su dulce sonrisa hacía olvidar el hecho de que no fuese agraciado. Solía subirse los pantalones con un gesto característico de elegancia exagerada, y ponía los ojos en blanco de un modo muy divertido».[3] Los dos primos acostumbraban salir juntos a pasear, hacer gansadas y bailar el tango, que a la sazón estaba a la última en San Petersburgo. Misha regaló a Serguei una fotografía en la que aparecía con el ceño fruncido y la firmó con el siguiente texto: «Así acabo después de un tango».
Aquella primavera, el Teatro del Arte de Moscú llegó, como cada año, a San Petersburgo, y Masha, hermana de Antón Chejov y devota guardiana de la gloria del dramaturgo, hizo porque se reuniese con su cuñada Olga Knipper-Chejova, que seguía siendo la estrella principal de la compañía, y ésta, a su vez, prometió hacer lo posible porque Stanislavski accediese a hacerle una prueba. El joven pasó la noche en blanco ante la idea de unirse al Teatro del Arte de Moscú. A la mañana siguiente, sin embargo, se encontró con que el cuello de la única camisa decente de que disponía estaba tan tieso que repicaba en sus oídos, y que debía subirse los pantalones tanto «como si tuviese que caminar pisando charcos».[4]
«Gracias, tía Masha —escribió más tarde—. No es difícil imaginar la impresión tan ridícula que les debí de causar. Soy tremendamente tímido. No sé hablar, y cuando me presentan a alguien, me cuesta articular siquiera dos palabras».[5] Sin embargo, Stanislavski supo reconocer su talento de inmediato, y el hecho de que fuese sobrino de la «santa patrona» de la entidad no supuso precisamente un obstáculo. En consecuencia, el director lo invitó a unirse al Teatro del Arte, y en agosto de aquel mismo año, Misha cambió San Petersburgo por Moscú.
Al principio vivió bajo la protección de su tía Masha, en el apartamento que ésta poseía en la calle Dolgorukovskaya. En aquella época había adoptado costumbres vegetarianas, lo que la convirtió en blanco de las burlas de la familia. Misha la llamaba «la condesa», y gustaba de besar su mano con gran ceremonia. Cuando, al año siguiente, regresó a San Petersburgo durante la gira primaveral, se encontró con que a su padre no le quedaba mucho tiempo de vida. Natalia lo había echado de casa en 1908, a raíz de su reincidencia en el alcoholismo, y desde entonces, Alexandr había vivido en una pequeña dacha acompañado de un sirviente, sus perros y sus gallinas. Cuando Misha fue a visitarlo, agonizaba a causa de un cáncer de laringe. El actor pasó todo su tiempo libre junto al lecho de muerte de su padre, quien, a pesar del dolor, no dejó de hacer chistes hasta expirar en mayo de 1913. La experiencia impresionó al hijo en lo más hondo e influyó, según admitiría más tarde, en su forma de representar, en adelante, la muerte sobre el escenario.[6]
Misha volvió a Moscú tras el fallecimiento de su padre, y Natalia no tardó en unirse a él acompañada de sus dos perros salchicha. Madre e hijo comenzaron entonces a disfrutar de un estilo de vida que superaba el modesto salario que él percibía en el teatro y que tal vez fue posible gracias a la venta de la casa de San Petersburgo. Sea como fuere, lo cierto es que el éxito que le habían reportado las tablas hizo que el actor adquiriera cierto gusto por las extravagancias teatrales. «He visitado a Misha en varias ocasiones —escribió su primo Volodia Chejov a su madre, que pasaba aquel último verano en tiempos de paz en la casa que tenía el dramaturgo en Yalta—. Vive en un piso de cuatro habitaciones dotado de luz eléctrica y cercano al estanque del Patriarca. Se ha comprado un piano nuevo, y en lugar de ir pidiendo, como solía, veinte copecs a los porteros, ha dado en repartir propinas a diestro y siniestro. Está pagando ochenta y cinco rublos por el piso. Natalia Alexandrovna pasa el tiempo sentada, vestida de negro, fumando y con los ojos entornados, en tanto que Misha, tumbado en el sofá, con zapatos rojos, pantalones grises desabrochados y sin chaqueta, se distrae hablando al techo»,[7] una vieja frase rusa que se aplica a quien no hace nada.
Volodia era casi tres años menor que su primo y tenía a éste por un héroe digno de adoración. A su lado se sentía eclipsado, como el pariente pobre. Él mismo había deseado en secreto ser actor, si bien carecía de la suficiente confianza en sus propios dones. Por otro lado, se enfrentaba a la oposición paterna. Su progenitor, el cuarto de los cinco hermanos Chejov, no había llegado siquiera a terminar la educación secundaria. Iván Chejov, que aparece en las fotos familiares como un hombre de elegante barba que guarda un cierto parecido con el joven Stalin, había sido maestro en una escuela de primaria. Allí conoció a la madre de Volodia, una joven compañera de cabello rubio y rostro agraciado. Sin embargo, no tuvo una trayectoria profesional demasiado feliz.
Esta rama de la familia no mantenía un contacto muy estrecho con la línea más artística, lo que tal vez se debiera, en parte, a que Iván Chejov estaba convencido de que los actores eran «gente de segunda».[8] Volodia no había tenido nunca trato alguno con Misha porque sus padres no querían tener nada que ver con su madre, Natalia, la antigua amante de Antón. El joven, que cursaba estudios de derecho en la Universidad de Moscú, conoció a su primo en una de las cenas familiares de la tía Masha. Una de las cosas que más admiraba de él era el hecho de que nunca pudiese dejar de actuar, actitud que a menudo se traducía en brillantes improvisaciones e imitaciones. Los dos disfrutaban inventando escenas completas y representándolas juntos, y para Volodia, esta relación con el mundo del teatro debía de tener el embriagador sabor de lo prohibido.
Concluida la cena, los primos gustaban de hacer acertijos e imitaciones, para lo cual se servían de chales, mantas de viaje, sombreros viejos, sábanas e incluso la colosal alfombra que cubría el suelo de la sala de estar. Serguei recordaba la vez que Volodia se envolvió en ella «y comenzó a menearse en el suelo fingiendo ser una ballena».[9] Misha, entre tanto, liado en una sábana y con un bastón en la mano, se zambullía, haciendo de Jonás, en la boca de la alfombra. Otra noche, no obstante, tal vez llevado del afán de interpretar con la mayor perfección posible el personaje de Noé, se quedó dormido por el exceso de alcohol.
Había días en los que Misha llegaba ya ebrio a las veladas, lo que afligía por demás a la tía Masha, quien, temiendo que su sobrino heredase la dipsomanía de su padre, le ofreció una paga de veinticinco rublos al mes si dejaba la bebida. Él prometió hacerlo, y aceptó el dinero, lo que supuso un gran alivio para ella. Sin embargo, cierta noche volvió a presentarse tambaleándose y trabucando las palabras. Volodia se hallaba con él, y comunicó, afligido, que se lo había encontrado en tal estado en la entrada del domicilio. La tía Masha se echó a llorar desconsolada y reprobó su actitud, y Misha, que en realidad no estaba sino actuando para divertir a los presentes, cayó de hinojos, horrorizado por la intensidad de su reacción. «Cálmate, querida Mashechka —le dijo con voz sobria—: estaba fingiendo. Por favor, perdóname».[10] La anfitriona quedó muchísimo más tranquila. De hecho, no dudó en añadir la historia a su anecdotario con el fin de alardear del gran talento interpretativo de su sobrino. Lo cierto, de cualquier modo, es que esta tregua abstemia tuvo un carácter pasajero.
La regalada vida de que disfrutaban los dos primos no se vio alterada cuando, en agosto de 1914, se declaró la guerra. Habían hecho caso omiso a las multitudes de ciudadanos de clase media que mostraban su regocijo en la calle, y ni siquiera la terrible noticia de la destrucción, en Prusia Oriental, del primer y el segundo ejércitos rusos pareció alterar sus vidas de forma significativa. Volodia asistía al segundo curso de sus estudios en la Universidad y, durante la temporada de otoño de aquel año, Misha actuaba en Una mujer de provincias, de Turgueniev. Además, estaba teniendo un gran éxito por su aparición en la versión experimental que había preparado el Teatro del Arte de El grillo del hogar, de Charles Dickens.
Tal como pudo comprobar Misha, el «sistema» de Stanislavski exigía un gran esfuerzo por parte del actor, aunque también tenía la sensación de estar aprendiendo mucho más de lo que jamás había aprendido en el teatro Mali de San Petersburgo. Lejos de limitarse a seguir las instrucciones del director, el actor debía crear —en un sentido literal— el papel, imaginándose al personaje que pretendía representar y viviendo su vida. Stanislavski no quería actores que imitasen, sin más, rasgos externos; por el contrario, les instaba a emplear sus propios recuerdos afectivos a la hora de recrear su personaje y hacerlo, de este modo, real y personal para ellos y, por ende, para el público. Detestaba el repertorio de gestos tipificados de la profesión teatral, que había hecho del arte de la interpretación algo tan amanerado.
«El nerviosismo se expresa recorriendo de un lado a otro el escenario con paso rápido —escribió—, mostrando unas manos que tiemblan al abrir una carta o haciendo que la jarra golpee el vaso y el vaso golpee los dientes cuando se sirve y se bebe agua».[11] Consideraba que este modo de actuar no era más que una abreviatura perezosa, la copia de la copia de una copia que había evolucionado hasta convertirse en un patrón común de clichés teatrales. Para él, la clave estaba en expresar los sentimientos a través de cualquier otro medio.
Misha desayunaba a menudo con Stanislavski, y éste, de súbito, solía pedirle que comiese de tal modo que expresara un estado concreto de ánimo, como, por ejemplo, el que presentaría alguien que acabara de sufrir la muerte de un hijo.[12]
En invierno, los dos primos salían a esquiar a la colina del Gorrión, situada a las afueras de Moscú. Las trincheras mal construidas del frente oriental, en las que trataban de protegerse, metidos hasta las rodillas en barro gélido, varios millones de hombres del ejército del zar, debían de parecerles tan lejanas como si fueran de otro mundo. Y aunque Misha y su madre no podían abstraerse del temor a que reclutasen al actor, el Teatro del Arte seguía funcionando como antes.
Al igual que la de los Chejov, la generación más joven de los Knipper comenzó a trasladarse de San Petersburgo —cuyo nombre había cambiado el zar por el de Petrogrado en un gesto de nacionalismo ruso propio de tiempos de guerra— a Moscú. Los padres de Olga la enviaron allí en 1914 para que estudiara arte, y ella se instaló en el apartamento de la tía Olia, sito en la primera planta del número 23 del bulevar Prechistenski, un edificio típico de la ciudad a finales del siglo XIX, de fachada enlucida con estuco y ventanas italianas en los dos últimos pisos.[13] Aún puede verse en el ancho bulevar Ring, que dispone de un paseo flanqueado por altos arces y plantado de césped entre las dos calzadas. Desde las ventanas de la tía Olia podían verse los árboles y las espléndidas casas de los magnates situadas al final de la avenida.
Al año siguiente, Liev acudió también a Moscú para cursar sus estudios en un nuevo centro, y la tía Olia se aseguró de poder ver con frecuencia a su sobrino favorito y lo alentó cuanto le fue posible. La escuela, progresista para la época, puso en escena La rosa y la cruz, de Alexandr Blok, y permitió al joven seleccionar y adaptar la música.[14] Liev albergaba sentimientos encontrados en lo referente a su traslado a Moscú: un año antes de abandonar San Petersburgo se había dejado cautivar por la belleza de la ciudad, aunque la guerra estaba comenzando a transformarla. El estado de ánimo de sus habitantes había cambiado a peor: sentados a la mesa, sus padres habían hablado sin tapujos del malestar político, y habían expresado su preocupación ante las huelgas y la desmayada respuesta del zar y su gobierno ante una situación cada vez más peligrosa.