LOS KNIPPER Y LOS CHEJOV
Por las venas de Olga Knipper-Chejova, artista del pueblo de la Unión Soviética y gran dama de los escenarios moscovitas, no corría una sola gota de sangre eslava. Su esposo, Antón Chejov, no dejó jamás de maravillarse del carácter tan poco ruso de la familia de la que había entrado a formar parte al contraer matrimonio en 1901. El dramaturgo tísico no podía menos de considerar a los germánicos Knipper gente sana, amén de pulcra, organizada y burguesa, en comparación con su caótica familia.
Los Knipper eran originarios de Saarbrücken, lugar en que el apellido era muy frecuente. Se decía que sus antepasados se habían dedicado a la construcción, lo que explicaría la elección del lema de la familia: Per ardua ad astra.[1] Durante los años de mayor auge económico del siglo XIX, el padre de Olga, Leonard Knipper, había reunido en la inestable Rusia el dinero suficiente para que los suyos pudiesen adoptar el estilo de vida propio de la clase media-alta de la época. En el salón familiar había un piano de cola y muebles bien tapizados. Cinco sirvientes cuidaban de su hogar, y sus hijos estudiaban en colegios privados. Konstantin tenía intención de ser ingeniero, en tanto que Olga, a la que normalmente llamaban Olia, recibía clases de idiomas, música y canto. Anhelaba convertirse en actriz, pero sus padres consideraban que la vida entre bastidores era impensable para una joven de buena familia.
La muerte de Leonard Knipper, acaecida en 1894, supuso una gran conmoción para los suyos, por cuanto desveló la desesperada situación económica en que se hallaba y que con tanto celo había ocultado. Su viuda, Anna, hubo de mudarse, junto con Olia, que a la sazón contaba veinticinco años, y Vladimir, que acababa de empezar sus estudios de derecho (Konstantin había comenzado ya su carrera profesional como ingeniero de ferrocarril), a un apartamento de reducidas dimensiones que se vieron obligados a compartir, dada la menguada condición en que se habían encontrado de súbito, con dos tíos varones algo excéntricos.
Con tal de llegar a fin de mes, Anna Salza-Knipper tuvo que ponerse a impartir clases de canto. De hecho, su considerable talento musical la llevó a ser profesora en el Conservatorio de Moscú. Olia, entre tanto, daba asimismo clases de música a fin de costearse sus estudios de arte dramático, ya que tras la muerte de su padre toda oposición a su carrera de actriz se había desvanecido. Vladimir, el más joven de una estirpe a la que no faltaban belleza y talento, poseía, según habría de demostrarse más tarde, una voz aún más dotada que su madre y su hermana. En consecuencia, tras una breve carrera profesional en la abogacía, llegó a alcanzar una gran celebridad como cantante de ópera.
Pese a tener siempre presente en el recuerdo la ruina de su padre, Olia Knipper mostraba muy poco interés por acumular dinero o posesiones personales: lo único que le importaba era el teatro. En la Escuela Filarmónica de Moscú supo causar una honda impresión en el director Vladimir Nemirovich-Danchenko, quien la eligió para formar parte del elenco de jóvenes actores con los que emprendería la cruzada con la que él y Konstantin Stanislavski pretendían revolucionar las artes escénicas. Tenían la intención de arrojar por la borda todo lo que había en ellas de pomposo y melodramático, y centrarse, por el contrario, en la vida cotidiana, para lo cual emplearían técnicas de actuación capaces de recrear la realidad de ésta. La teoría de Stanislavski, que acabaría por adoptar el nombre de «el sistema» y se cifraba en la idea de que los actores debían sumergirse por entero en su personaje, se hizo más tarde famosa en Hollywood, donde la bautizaron como «el método».
Nemirovich-Danchenko y Stanislavski, ayudados en gran medida por el dinero aportado por la familia de este último y las subvenciones de seguidores adinerados, fundaron el Teatro del Arte de Moscú en 1898. Olia era amante de Nemirovich-Danchenko, además de gran amiga de Antón Chejov y sostén principal de su obra La gaviota. La relación que mantenía con aquél debió de ser muy apasionada, toda vez que él gustaba de llamarla «mi caballito»; aunque ello no impidió que Chejov y Olia se enamorasen cuando se conocieron aquel mes de septiembre, durante los ensayos de La gaviota.[2] Y aunque es cierto que no fueron pocas las veces que el dramaturgo se había despachado a su gusto contra las actrices, a quienes llegó a motejar de «vacas que se creen diosas» y «Maquiavelos con faldas», también lo es que este hecho se debía, en parte, a su incapacidad de mantenerse alejado de ellas —sentimiento que, por otra parte, no dejaba de ser mutuo—.[3]
La relación amorosa que mantuvieron Antón Chejov y Olia Knipper fue, en gran medida, una curiosa relación a distancia. A excepción de las visitas estivales, ella permanecía en Moscú, con el teatro, en tanto que el autor tuberculoso se veía obligado a pasar la mayor parte del año en Yalta, en la península de Crimea, donde el clima era mucho más benigno y donde vivía «exiliado» en lo que él llamaba «mi Siberia cálida». Salvaban la distancia con cartas en las que no se escatimaban puyazos, a menudo despiadados. Ella bromeaba en torno a las aduladoras ex amantes de Antón, a las que llamaba las Antonovkas, nombre de una deliciosa variedad de manzana, mientras que él se burlaba de ella por su relación con el elegante director del teatro. «¿Te dejaste llevar por unas solapas de abrigo de muaré?», le escribió en cierta ocasión.[4] De cuando en cuando, sin embargo, se desplomaba su fachada burlona para dejar al descubierto un claro carácter celoso. De cualquier modo, tenía muy poco que temer, dado que Nemirovich-Danchenko, hombre más pragmático que cínico, era consciente de la gran importancia que tenía para el Teatro del Arte de Moscú la relación de Olia con el escritor, algo que, en privado, consideraban él y Stanislavski el equivalente dramático de un enlace dinástico de gran relevancia.
Durante el verano de 1900, mientras se disponía a escribir Las tres hermanas, Chejov decidió casarse con Olia Knipper, su «luteranita». Con todo, ni siquiera después de que, acabada la obra, hubiesen acordado celebrar los esponsales al año siguiente, en Moscú, logró reunir el valor necesario para comunicárselo a su madre y a su amantísima hermana, Mariya, conocida siempre como Masha. A la madre de Olga, Anna Salza, tampoco le hizo ninguna gracia. Tras una breve ceremonia religiosa, la ya Olia Knipper-Chejova y su esposo lograron escabullirse para ir a ver a Máximo Gorki, amigo y colega del dramaturgo, quien, sorprendido, felicitó a la novia con unas palmaditas en la espalda.[5] Tras la inesperada visita, los recién casados se dirigieron a la estación ferroviaria, con lo que sus invitados, perplejos, quedaron esperando en vano (al parecer, actuaciones como esta no eran tan anormales en el círculo de Chejov). El novio, por otra parte, esperó a que hubiese concluido el casamiento para telegrafiar a su madre y ponerla al corriente de la noticia.
Resulta punto menos que imposible imaginar dos familias más diferentes que la de los Chejov y la de los Knipper, tal como gustaba de repetir, divertido, el escritor. Con todo, no faltaban, entre una y otra, curiosas similitudes. El padre de Antón, Pavel Chejov, hijo de siervos, llegó a convertirse en un emprendedor tendero en la ciudad de Taganrog, a orillas del mar de Azov, aunque acabó, como Leonard Knipper, hundido en la ruina.
La perdición económica del progenitor supone, a menudo, una poderosa influencia para los hijos afectados por dicha situación. Algunos resuelven acumular riquezas para evitar tal peligro, pero también los hay que anhelan liberarse de la pobreza de experiencia y conocimientos más que de las privaciones financieras. Y este fue, precisamente, el camino elegido por los vástagos de Pavel Chejov. El mayor, Alexandr, quiso ser escritor; Nikolai se hizo artista y creador de caricaturas; Antón estudió medicina al tiempo que escribía sus primeras comedias y cuentos; Iván fue maestro de escuela; Mariya, pintora, y Mijail, el más joven, traductor y burro de carga de una revista literaria.
Antón fue el único de los hermanos al que su actividad profesional reportó cierto dinero, por lo que no era extraño que los otros recurriesen a él para abrumarlo con sus respectivas catástrofes privadas interrumpiendo, así, su trabajo. Y otro tanto hacían no pocos amigos y antiguas amantes cuando los afligía la escasez. En el mundo pródigo y desordenado de la intelectualidad rusa de finales del siglo XIX, podían contarse con los dedos de la mano quienes se preocupaban por ahorrar dinero con el que afrontar un desastre imprevisto, precaución que se consideraba burguesa y radicalmente opuesta al carácter eslavo.
El motivo elegido por Chejov para Las tres hermanas no era del todo sorprendente, ya que siempre había sentido cierta fascinación por este tipo de tríos. De hecho, había unas en particular, apellidadas Golden, que habían mantenido una estrecha relación con él y dos de sus hermanos en la bohemia de San Petersburgo a principios de la década de 1880, un mundo de vida airada, deudas, alcohol y fornicio. No resulta, en consecuencia, sorprendente que el doctor Chejov tuviese que pasar, como la mayoría de los médicos de aquella época, buena parte de su vida profesional tratando de superar infecciones venéreas.
Los Chejov y las Golden vivían y trabajaban en el mismo círculo de revistas literarias; ellos, como colaboradores, y ellas, en calidad de secretarias. La mayor de estas tres hermanas judías, Anna Golden, divorciada, estaba amancebada con Nikolai, o Kolia. La más joven, morena y enjuta de las tres, Natalia Golden, se enamoró de Antón y mantuvo con él una aventura que duró dos años. A pesar de su complexión, que le valió el calificativo de «esqueletito», su apetito por la comida era, al parecer, tan intenso como su deseo sexual.[6]
Acabaron por distanciarse. Sin embargo, en octubre de 1888, Antón recibió una inesperada carta de su hermano, Alexandr, en la que le comunicaba: «Natalia se ha instalado en mi apartamento. Está llevando la casa; adora a los niños, y a mí me mantiene en buenas condiciones. Y el que en ocasiones incurra en el concubinato no es asunto tuyo».[7] Con todo, nada de esto era tan sorprendente como el final de la carta: «Si papá y mamá, a los que, dada su avanzada edad, estoy tratando de consolar con un comportamiento ejemplar, no consideran este “trato íntimo” incesto, fornicación u onanismo, no tengo nada en contra de contraer matrimonio ante el altar». Natalia le escribió asimismo para expresar su propia estupefacción ante el desarrollo de los acontecimientos. También a ella le atraía la idea de hacerse merecedora de la respetabilidad propia de la clase media, y de hecho, el «onanismo» mencionado por Alexandr se debía, casi con toda seguridad, al temor que albergaba Natalia de quedar embarazada antes de la boda. Al parecer, los preservativos que compraba él a treinta y cinco copecs la unidad no habían dado muy buenos resultados: según se jactaba ante su hermano Antón, reventaban al no ser lo bastante grandes.
Nadie podía acusar a Natalia de ambición conyugal, toda vez que, como escritor, Alexandr no conocía el éxito, ni de ventas ni de crítica, situación que se veía cruelmente subrayada por el creciente renombre que estaba alcanzando su hermano menor. En consecuencia, se había visto obligado a ejercer el periodismo para los rotativos de derecha que poseía el magnate Suvorin en San Petersburgo. El mayor de los Chejov era un hombre corpulento y de gran fortaleza física, dotado de una «voz atronadora» y poco amigo de los inventos de la modernidad, como el teléfono o la máquina de escribir. Para comunicarse, prefería emplear una pluma de ganso.[8] Además, tenía un marcado carácter excéntrico. Ponía, por ejemplo, gran empeño en enseñar a sus gallinas a usar una de las puertas del gallinero para entrar y la otra para salir, si bien los animales no lograban aprender tan lógica disposición, y ni las amenazas ni los incentivos hacían nada por alterar su aleatorio comportamiento. En realidad, eran tan impredecibles como su propio dueño, personaje de entorno sórdido y habla obscena —algo que no moderaba ni en sus escritos ni tampoco en público— que había buscado a menudo consuelo en la bebida y en la cama de mujeres indulgentes.
Antón, que visitó a la pareja en San Petersburgo dos meses más tarde, se disgustó profundamente ante los vulgares modales que empleaba su hermano ante sus hijos y sirvientes y el modo cruel como trataba a Natalia. El 2 de enero de 1889 lo hizo objeto de una crítica implacable en una carta que, según parece, produjo los efectos esperados. En adelante, fue Natalia quien se encargó de llevar la batuta en su vida conyugal, si bien la marginación de que era objeto por parte de su familia política sólo disminuyó cuando dio a luz, el 16 de agosto de 1891, a su hijo Mijail, primer nieto legítimo de Pavel Chejov y su esposa, Yevgenia, que se mostraron encantados con su nacimiento. Alexandr no dudó en tratar de convencer a Antón de las bondades del matrimonio —o el «coito temeroso de Dios», como él prefería llamarlo—. De cualquier modo, no habría de pasar mucho tiempo para que se viese aquejado de impotencia, a resultas, con toda probabilidad, de un alcoholismo casi crónico.
El matrimonio siguió padeciendo graves períodos de estrechez, lo que dependía, sobre todo, de la mayor o menor afición a la botella que mostrase Alexandr en cada momento. En ocasiones, el cabeza de familia desaparecía sin más, y los suyos no recibían de él más noticia que un escueto telegrama en el que decía: «Estoy en Crimea», o: «Estoy en el Cáucaso».[9] Otras veces, Natalia lo echaba de casa cuando recaía en el alcohol y en la impotencia. Tal vez no resulte extraño en este círculo de anarquía moral el que su exigente esposa, que había sido amante de Antón, escribiese al dramaturgo para quejarse de la incapacidad de su hermano a la hora de satisfacerla y pedirle consejo médico. Las respuestas de éste, sea como fuere, eran, cuando menos, desalentadoras.
Natalia, en cualquier caso, siguió profesando una gran veneración a su cuñado, en especial cuando éste iba a verlos en sus viajes a San Petersburgo y elogiaba las dotes que apuntaban en su joven sobrino Mijail. «Misha es un muchacho de inteligencia deslumbrante —escribió en febrero de 1895—. En sus ojos brilla una energía inquieta. Creo que cuando crezca será un hombre de talento».[10] Alexandr tampoco escatimaba elogios a la hora de alardear de las precoces aptitudes de su hijo. Más tarde aseguraría que, amén de hablar francés y alemán, Misha ya perseguía a las mujeres a la edad de doce años. Natalia, empero, estaba tan decidida a proteger a su amado retoño de toda mala influencia que había obligado a su marido a enviar al díscolo Kolia, hijo de su anterior relación, que contaba por entonces catorce años, a la marina mercante. Su obsesión la hizo tornarse cada día más extravagante. Se volvió ciega para cualquier defecto de su pequeño, y dio muestras de un carácter posesivo tan subyugador que acabó por desequilibrar al joven. Este, más tarde, confió a sus amigos que su madre había tratado de seducirlo, lo que era, sin duda, falso, aunque ponía en evidencia el ligero trastorno que sufría la brillante promesa que, con el tiempo, habría de contraer matrimonio con la sobrina de su tío Antón. Todo apunta a que había heredado la vena autodestructiva de su padre.
En el transcurso de este período finisecular, Konstantin Knipper, cuñado de Antón Chejov, había alcanzado un notable éxito como ingeniero en pleno auge de la expansión ferroviaria de Rusia. Su barba inmaculada y la levita que constituía el uniforme oficial de los ferrocarriles imperiales lo hacían semejante a una versión más agraciada del mismísimo zar. Vivía, como director de la construcción de la línea transcaucasiana, cerca de Tiflis con su joven familia. Su esposa, Yelena, a la que todos llamaban Lulu, era también alemana y poseía asimismo cierto talento para la música.[11] La hija de ambos, Olga, futura cónyuge de Mijail Chejov, afirmaría más tarde que Chaikovski había sido el primer amor de su madre, lo que no pasaba de ser una invención descabellada. En sus más que poco sinceras memorias asegura también que su progenitura mantuvo una estrecha amistad con Tolstoi, Rajmaninov y la zarina.
Existe, por otra parte, una leve confusión en lo tocante al nacimiento de Olga, ocurrido el 26 de abril de 1897: según los documentos oficiales soviéticos, incluidos los informes posteriores de la NKVD y el SMERSH (la organización de contra-espionaje adscrita al Ejército Rojo), su ciudad natal fue Pushkin (la antigua Tsárskoie Seló, población cercana a San Petersburgo), si bien no cabe la menor duda de que vio la luz en Alexandropol, en el Cáucaso meridional, por cuanto aún habrían de pasar varios años antes de que su familia se trasladara a San Petersburgo.[12]
El primer recuerdo de la infancia de Olga Chejova en Georgia gira en torno a una tarde de verano. Su hermana mayor, Ada, y ella recorrían de puntillas la casa, situada en las afueras de Tiflis, porque sus padres estaban nerviosos e irritables. El hermano pequeño de ambas, Liev, yacía en una habitación poco iluminada, con los pies sujetos a la parte baja de la cama por medio de una serie de pesas que, junto con un barboquejo de cuero colocado bajo el mentón, cumplían la función de atirantarle la columna. Antón Chejov, a la sazón amante —aunque aún no esposo— de la tía Olia, como la llamaban, había ido a ver al niño inválido y le había diagnosticado tuberculosis ósea. Tras haber consultado con varios facultativos que habían coincidido en el mismo pronóstico, Lulu había recurrido, desesperada, a Chejov, el único doctor del entorno familiar. Con el paso de los años, Olga, la hermana del enfermo, no pudo resistir la tentación de adornar en sus memorias aquel momento y añadir el detalle inverosímil de que el dramaturgo había llevado al pequeño, de tan sólo dos años, un gramófono como regalo, persuadido en una fecha tan temprana de las dotes musicales del futuro compositor. De hecho, el amor de Liev por la música no se hizo patente sino mucho después.
La casa —que Olga describiría como un «refugio de caza»— estaba construida con madera procedente del bosque que crecía en la montaña.[13] Tenía una biblioteca, una sala de billar y un salón con piano en el que sus padres tocaban a cuatro manos. A pesar de encontrarse bajo la supervisión de una niñera desde el desayuno hasta la hora en que rezaban para irse a la cama, a los pequeños no les faltaron aventuras. Olga aseguraba que, siendo un bebé, se la llevó del jardín un chacal surgido de la espesura que lo rodeaba, y que a la edad de cinco años abusó de ella el jardinero; aunque todo apunta a que ninguna de las dos experiencias consiguió arredrarla.
Tras ser enviado a Moscú para seguir un tratamiento, Liev fue recobrándose de forma paulatina, y poco a poco logró volver a caminar. No obstante, su dolencia infantil lo convirtió en una persona solitaria y más bien introvertida. Así, no acostumbraba unirse a sus hermanas cuando, metidas en sendos cestos para la colada, jugaban a los barcos y fingían surcar los mares de un país a otro, representados éstos por cada una de las habitaciones de la casa. Se habían aficionado a la lectura de Robinsón Crusoe y del Quijote, y les encantaba disfrazarse. Aun cuando no eran excesivamente alborotadoras ni indisciplinadas, estaban acostumbradas a los frecuentes accesos de ira que acometían a Konstantin Leonardovich Knipper, en especial si se ponía en duda su autoridad. Olga afirmaba haberse tirado por una ventana del piso bajo a modo de protesta contra uno de los arranques de su padre. Con independencia de si estos arrebatos paternos tuvieron o no relación con su desarrollo, lo cierto es que Liev se convirtió en un niño dado a dominar y ocultar sus emociones. Nadie sabía nunca lo que estaba pensando.
Aunque su presencia podía resultar angustiosa cuando estaba en casa, no era extraño que Konstantin Knipper hubiera de ausentarse por razones laborales. En 1904, por ejemplo, el estallido de la guerra ruso-japonesa lo obligó a trasladarse para participar en la reconstrucción de un extenso tramo del ferrocarril Transiberiano con el fin de permitir el transporte de tropas al este. Siempre que era posible, Lulu acompañaba a su esposo en sus viajes, y en una de estas ocasiones dejó a Liev, que a la sazón contaba cuatro años, al cuidado de su tía Olia Knipper-Chejova. Ésta, que lo adoraba, escribiría más tarde a Antón, su esposo: «Deseaba con ansia que tú y yo tuviésemos un hijo como él».[14] Desde aquel momento, no pudo evitar sentirse como la madre nutricia de Liev.
Aquel fue precisamente el período en que la familia se mudó de Georgia a Moscú, ciudad que sirvió a sus integrantes de lugar temporal de descanso antes de su traslado a San Petersburgo, una vez convertido el cabeza de familia en funcionario del Ministerio de Transporte. Su condición de alemán y luterano no supuso obstáculo alguno para la carrera profesional de Konstantin Knipper, quien, en casa, dejó bien clara su pretensión de que Liev, su único hijo varón, siguiese sus pasos en el ámbito de la ingeniería. Como de costumbre, éste apenas mostró reacción alguna.
El muchacho comenzó a recuperarse de su enfermedad infantil. La tía Olia le regaló unos guantes de boxeo y un balón de fútbol, lo que dio pie a enérgicas protestas por parte de la madre del niño, que estaba convencida de que su hijo no debía correr riesgos. Sin embargo, no habría de pasar mucho tiempo antes de que Liev se sintiese atraído por toda actividad física que entrañara algún peligro, llevado, casi con toda seguridad, por la intención de compensar las humillaciones que le había supuesto el exceso de protección de que había sido objeto durante su niñez. Asimismo, acabaría por desarrollar un marcadísimo sentido de la rivalidad. Su única incursión infantil en el terreno de la ingeniería consistió en construir un avión rudimentario «que tenía más el aspecto de un balancín» y que le dañó la columna al caerse con él.[15] Sus dos hermanas, Ada y Olga, le brindaron sus cuidados durante todas unas vacaciones estivales, y la tía Olia acudió también para asistirlo.
Detrás de la máscara que impedía adivinar lo que sentía en cada momento, Liev era, a todas luces, un muchacho inteligente. Por ende, su manifiesta falta de interés por todo tipo de actividad no hacía sino exasperar a su progenitor. En realidad, el hijo de los Knipper había descubierto ya su verdadera vocación, pero no quiso revelársela a nadie, ni siquiera a él mismo, hasta después de muchos años. Debía de tener unos seis cuando sus padres lo llevaron a un concierto en San Petersburgo, es de suponer que, como la mayoría de los adultos, con la esperanza de que no los avergonzase o irritase cuando, aburrido, comenzara a moverse de un lado a otro. Sin embargo, el exquisito poder de la música —la de la Sexta sinfonía de Chaikovski— lo embargó de tal modo que Liev no pudo menos de rendirse a su embrujo. Más tarde describió aquella experiencia como su «primera conmoción musical».[16] La sensación fue tan intensa que, según comprobó su madre con gran sobresalto, el niño no pudo evitar echarse a llorar. Konstantin Knipper, perceptiblemente contrariado, se vio obligado a sacar a su pequeño de la sala de conciertos para llevarlo de nuevo a casa.
Las dos hijas de los Knipper recibían clases de piano como norma, aunque no Liev, por extraño que pueda parecer en el seno de una familia tan dotada para la música como la suya. Su madre organizaba, de cuando en cuando, veladas musicales en el hogar, y en tales ocasiones, él se escondía en la sala de estar para poder oírlas. Le encantaban las canciones populares gitanas que interpretaba un amigo de Lulu y que parecen haber tenido una duradera influencia en algunas de sus obras posteriores. Por otra parte, siempre que se hallaba en San Petersburgo durante la temporada de primavera del Teatro del Arte de Moscú, la tía Olia gustaba de tocar adaptaciones de las sinfonías de Beethoven con su hermano Konstantin o bergerettes en solitario. Liev se había encerrado en su propia niñez de forma tan acusada que jamás quiso expresar sus anhelos musicales, y por otra parte, nadie de la familia supo adivinar sus inquietudes hasta que llegó a la adolescencia.
El joven recibió su educación secundaria en el Primer Instituto Escuela Clásico, y tuvo la suerte de contar con un excelente profesor de música, por lo que, finalmente, acabaron por florecer sus inclinaciones. En la orquesta del centro quiso tocar todos los instrumentos, de cuerda, viento y percusión. Comenzó incluso a convertirse en un muchacho normal de su edad, atraído por las lecturas de Julio Verne, Fenimore Cooper y Los tres mosqueteros. Lo más sorprendente, sin embargo, fue la determinación con que se empeñó en superar la inferioridad física a que se había visto relegado de niño. Así, solía dedicar buena parte de su tiempo a correr y practicar la versión rusa de la lucha grecorromana. La tía Olia, encantada con sus progresos físicos y orgullosa de los regalos que le había hecho a pesar de la indignación de la familia, le llevó un equipo completo de futbolista al volver de uno de sus viajes al extranjero.
Tanto en casa como en la escuela, Liev cambiaba constantemente de afición y se entregaba de un modo apasionado a cada una de ellas. Así, por ejemplo, cuando recibió un equipo de químico experimentó sin cesar hasta que se lo confiscaron después de que provocase una explosión. Sus padres, al fin, le encontraron un profesor de piano, si bien éste era, a todas luces, de la antigua escuela y lo obligaba a hacer una escala tras otra sin cesar. Acostumbrado a la libertad e innovación que le ofrecía la orquesta, Liev se sentía tremendamente irritado, y su «carácter díscolo» acabó por rebelarse contra esta «tortura escalar».[17] Cesaron, en consecuencia, las clases de música.
Su hermana mayor, Olga, no parecía compartir, en absoluto, sus aptitudes en el ámbito académico. Las calificaciones finales que obtuvo en 1913, en la escuela artística Stroganov de San Petersburgo, en las materias de religión, lengua rusa, matemáticas, álgebra, geometría, historia y física apenas podían haber sido más bajas. Su francés y su alemán eran pasables, si bien sólo se distinguía en la asignatura de arte.[18] Muchos de sus familiares reaccionaron aseverando que, «de todos modos, una beldad como ella no necesitaba ir a la escuela».[19]
La joven Olga ansiaba pisar las tablas, pero su padre, Konstantin, le prohibió terminantemente pensar siquiera en el teatro como profesión. La lealtad que debía a su hermana, el gran símbolo del Teatro del Arte de Moscú, le impedía reconocerlo, pero en la Rusia imperial, las actrices, así como las bailarinas, eran tenidas por poco más que prostitutas de alto rango. Con todo, parece ser que Lulu, su madre, simpatizaba en secreto con sus aspiraciones. Según refiere Olga, durante una de las temporadas en que actuó en San Petersburgo, su tía llevó a casa de los Knipper a la distinguida actriz italiana Eleonora Duse, quien le dijo, dándole unas palmaditas en la cabeza: «Sin duda llegarás a ser actriz algún día, pequeñina».[20] Nadie, empero, podía haber imaginado que, igual que la tía Olia, Olga acabaría contrayendo matrimonio con un miembro de la familia Chejov… si bien, en su caso, la relación resultó ser desastrosa.