La idea que dio origen a este libro nació, en 2000, de la doctora Galia Vinogradova, con la que me alojé en Moscú mientras investigaba para escribir Berlín. La caída: 1945. Su hija, la doctora Liuba Vinogradova, con quien estoy en deuda por la inestimable ayuda prestada durante los últimos diez años, se ofreció entonces a visitar el museo de Chejov en Melijovo, situado a poca distancia de su casa de campo; y fue allí donde comenzó en serio la historia de Olga Chejova.
Son muchas las personas que, a partir de ese momento, me han brindado su ayuda de muy diversas formas y con mayor o menor dedicación.
Debo expresar mi más sincero agradecimiento a Judith Baum, al profesor Anatoli Alexandrovich Chernobayev, a la profesora Tatiana Alexeievna Gaidamovich, a Wolf Gebhardt, a Angélica von Hase, a la especialista en historia del cine Renata Helker —quien mostró una gran generosidad al permitirme acceder a su archivo privado Knipper/Chejova—, al académico Andrei Lvovich Knipper, a Lesley Levene, a Douglas Matthews, a Igor Alexandrovich Shchors, a Mariya Vadimovna Shverubovich, al profesor Anatoli Pavlovich Sudoplátov, a Boris Voladarski y a Zoya Vasileievna Zarubina.
He de decir, una vez más, que, amén de un gran placer, trabajar con la BBC me ha sido de gran ayuda. Estoy por demás agradecido a Laurence Rees, Jonathan Stampy, Thecla Schreuders, la directora, cuyas preguntas, tan certeras como constantes, dieron lugar a un debate que, a la par que entretenido, resultó ser de gran utilidad.
Andrew Nurnberg sigue siendo, por fortuna, mi agente, y Eleo Gordon, mi editor en Penguin. Con los dos he contraído, como siempre, una deuda impagable, aunque, como cabe esperar, a quien más he de agradecer es a mi esposa, Artemis Cooper, quien, entre otras muchas cosas, logró, con sus correcciones, que el texto mejorase de un modo considerable.