Capítulo 27

27

Zarkhul se abría camino hacia el corazón de la pirámide. Lideraba a su guardia personal hacia allí, el corazón del zigurat más grande de todos. Se encontraba cerca de su meta. En breve, él y sus guerreros matarían a los intrusos que profanaban el templo. Purificarían aquel lugar con sangre. Invocó el poder espiritual de su pueblo y sus dioses, y bendijo a sus guerreros. «Ahora —pensó—, van a saldarse cuentas».

* * *

Kelmain percibió una alteración en las protecciones. Creyó haber detectado una antes, pero no estaba seguro. Las mareas de energía eran allí tan turbulentas que había sido difícil saberlo con certeza. Eso era diferente. Eso llevaba la marca de la magia de los pieles verdes y estaba cerca; estaba muy cerca y era inmensamente poderoso. De algún modo, parecía que los orcos habían hallado el camino que conducía al corazón de la ciudad. Eran demasiados para hacerles frente, al menos hasta que pudieran llamarse refuerzos. Necesitaba tiempo para aquietar las hirvientes energías de los senderos y volver a controlarlas, y luego podrían pedir ayuda una vez más. Necesitaba que todas las fuerzas restantes permanecieran allí para guardar la Cámara de los Secretos hasta que pudiera hacerlo. Lanzó el hechizo de invocación que atraería a Magrig hacia él.

* * *

Félix estaba jadeando. El elfo los había conducido a un trote veloz por el laberinto. El joven Jaeger no sabía cómo había hallado aquella ruta y se había mantenido en ella, pero parecía funcionar bien. A medida que descendían hacia las profundidades, se las arreglaron para esquivar a cualquier otra partida de hombres bestia u orcos que merodeara por allí. El camino estaba despejado. Por la presión que sentía dentro de la cabeza, se daba cuenta de que estaban aproximándose cada vez más a su meta. Allí estaba obrando una poderosa magia maligna.

Entonces, podía ver, más adelante, un extraño resplandor palpitante. Brillaba intensamente y luego disminuía hasta ser casi invisible. Se sintió más que nunca como un insecto que avanzara por los salones de la casa de una criatura enorme. La descomunal escala de los corredores resultaba opresiva; eran lo bastante grandes como para que incluso el gigante muerto se desplazara por ellos. ¿Qué habían llevado hasta allí? ¿Por qué aquellos pasillos tenían que ser tan grandes? ¿Acaso los Ancestrales habían llevado barcos hasta allí abajo? ¿O acaso ellos mismos eran gigantes? ¡Tantas preguntas y tan pocas respuestas!

De repente, procedente de un punto cercano, oyó un demente bramido, tan potente que era casi ensordecedor, y tan aterrador que estuvo a punto de quedarse petrificado en el sitio. Sólo una criatura mucho más grande que un hombre podría haber hecho tanto ruido; sólo un gigante. Más aún, mientras escuchaba, los bramidos se acercaban y traían consigo los sonidos de la batalla.

Félix intercambió miradas con Gotrek y Teclis. También ellos sabían qué se avecinaba. El elfo parecía sereno, y Gotrek, enojado. Tenía la barba erizada y pasó el dedo pulgar por el filo del hacha hasta que manó una gota de sangre. Los hombres de Albión habían adoptado posturas de batalla. Daba la impresión de que ese horror sería el definitivo para sus destrozados nervios. Parecían dispuestos a romper filas y huir en un momento.

Lo que pasó a continuación sucedió casi con demasiada rapidez para que la mente lo entendiera. Una sombra descomunal apareció por el fondo del pasillo y eclipsó la luz del techo con su cuerpo. Se vieron rodeados por un torbellino de alaridos y gritos de guerra, pero éstos parecieron los aflautados cantos de los pájaros del pantano comparados con los bramidos del gigantesco monstruo.

Llevado por sus enormes pasos, el gigante estuvo sobre ellos casi antes de que pudieran reaccionar. Félix pudo echarle una rápida mirada a aquella cosa. En otros tiempos, había tenido el aspecto de un hombre, pero esa época había pasado hacía mucho. Entonces, había mutado monstruosamente; sus proporciones eran casi las de un enano, con hombros inmensamente anchos y piernas como troncos de árboles enormes. La comparación era fácil de hacer, ya que en una mano sujetaba un garrote que era poco más que los restos de un árbol despojado de sus ramas. No obstante, sería su rostro lo que Félix recordaría en sus pesadillas.

En otros tiempos, tal vez había lucido las facciones de un hombre noblemente proporcionado, aunque con una mandíbula monumentalmente grande. Esas facciones, entonces, se habían derretido como cera caliente, así que los fláccidos carrillos colgaban casi hasta el pecho de la criatura. Furia idiota y dolor colmaban su único ojo sano, y la saliva goteaba entre sus dientes, del tamaño de lápidas. El olor era espantoso. Hedía como una legión de mendigos que hubiesen pasado todo el día pescando en las alcantarillas para sacar los desechos más repulsivos. Félix sufrió náuseas.

La criatura estaba totalmente rodeada por orcos y guerreros del Caos, que luchaban con ella y entre sí. Al gigante no le importaba. Asestaba golpes con su garrote y los reducía a manchas gelatinosas. La fuerza de sus golpes era irresistible. Con uno habría bastado para reducir a astillas a un barco de guerra. Cuando se movía, pisaba a las pequeñas criaturas que lo rodeaban como un hombre podría pisotear bichos.

Los abarcó con una sola mirada, aplastó con indiferencia a una docena de los hombres de Albión que quedaron reducidos a pasta y continuó hacia las profundidades de la pirámide, dejándolos atrapados en la furiosa refriega.

—De prisa —dijo Teclis—. Debemos seguirlo.

—Estarás de broma —replicó Félix mientras paraba el tajo de un orco enorme, un segundo antes de que el hacha de Gotrek lo cortara en dos.

El elfo negó con la cabeza.

—Se encamina hacia las profundidades del eje de poder. Lo están atrayendo hacia allí, o llamándolo.

—¿Llamándolo? —preguntó Félix—. ¿Quién podría llamarlo?

Mientras hablaba, el enano pasó como una exhalación por su lado, asestando frenéticos hachazos, al parecer desesperado por seguir la pista de un monstruo digno de garantizar su muerte. Félix lo siguió. No había nada más que hacer.

* * *

Y así llegaron al corazón del templo, a las cámaras secretas donde las antiguas máquinas de los Ancestrales habían sido reactivadas por la brujería oscura del Caos. Salieron a una enorme cámara donde se habían abierto una docena de portales. Por dos de ellos, emergían los guerreros del Caos, hombres bestia, minotauros, arpías, mastines demoníacos con collares de hierro, todas las criaturas de pesadilla que Félix esperaba no volver a encontrarse. En torno a ellos, por todas partes, había pilas de cadáveres, tanto de pieles verdes como de hombres bestia.

De pie sobre un inmenso altar, se encontraban Kelmain y Loigor. Uno de ellos manipulaba las energías pasando las manos sobre los controles de las máquinas antiguas. El otro parecía petrificado. El gigante se encumbraba ante él, escuchando la seductora voz del mal. De inmediato, Félix comprendió por qué habían llamado a la criatura. Hordas de pieles verdes afluyeron a través de otras entradas al interior de la enorme cámara en número suficiente para vencer incluso a los que la defendían momentáneamente. Félix no tenía ni idea de cómo habían llegado hasta allí, pero según los hombres de Albión aquel lugar había sido la morada de los pieles verdes durante siglos antes de que los expulsaran, así que tal vez conocían algunos pasadizos secretos. Aunque eso no importaba. Daba la impresión de que él y sus compañeros iban a encontrarse atrapados entre el martillo del Caos y el yunque de los orcos. En la cámara había millares de enemigos, además de dos de los hechiceros más mortíferos que había visto jamás, junto con su embrujado servidor gigante. Elevó una última plegaria a Sigmar. Sabía que no iba a sobrevivir a eso.

En el momento en que ese pensamiento aún pasaba por su mente, los muros temblaron y las runas resplandecieron. El semblante de Loigor se contorsionó al intentar controlar la violenta reacción mística. Incluso para los ojos profanos de Félix, resultaba evidente que no lo lograba.

De repente, entendió qué estaba sucediendo y por qué había tan pocos guerreros del Caos. Los magos habían puesto en libertad fuerzas que no podían controlar. Al mirar hacia los portales, Félix vio un hirviente mar de energía que avanzaba con lentitud a través de los mismos, tan inexorable e irresistible como lava. El joven Jaeger comprendió que no llegarían más refuerzos procedentes de los Desiertos del Caos. Muy probablemente habían sido tragados por la materia pura del Caos que fluía por los senderos. No pudo encontrar en su interior compasión alguna por semejantes criaturas.

Otro pensamiento pasó por su mente. Los orcos podrían ganar la contienda, y su victoria sería tan negativa como la del Caos, porque a menos que se desactivaran las máquinas antiguas, las fuerzas liberadas destrozarían Ulthuan y Albión, y finalmente, tal vez el mundo.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Félix.

—Protegedme —replicó Teclis—. Debo llegar al altar.

—Típico de un elfo —comentó Gotrek con tono casi humorístico—. El mundo está acabándose, y lo único que le preocupa es su propia seguridad.

Sin embargo, cuando el elfo avanzó el Matatrolls lo siguió, y Félix fue con ellos.

* * *

Se abrieron paso a golpes a través de la cámara, mientras los guerreros humanos formaban un apretado grupo alrededor del elfo. No tenían ni idea de qué iba a hacer, pero parecían decididos a defenderlo en cualquier caso. En torno a ellos, los orcos luchaban por todas partes con hombres bestia y guerreros del Caos.

Félix se daba cuenta de que eso obraba en beneficio de ellos. Sólo muy raramente sus enemigos hacían algo parecido a una carga concertada contra su grupo. En momentos como ésos, la lucha se volvía violenta y letal, y morían hombres y mujeres. Félix se agachó para esquivar un golpe de la espada de un guerrero del Caos, y asestó una estocada contra la fría armadura de metal negro. La espada casi cayó de sus dedos entumecidos por la fuerza del impacto, pero la antigua hoja mágica atravesó el avambrazo encantado e hirió la carne del guerrero del Caos. Un segundo golpe penetró en el gorjal, y la espada se le clavó profundamente en la garganta.

Más adelante, Gotrek y Teclis luchaban como demonios, tajando cualquier cosa que se interpusiera en su camino. Hombre o monstruo, bestia u orco, nada se les resistía. La destrucción que causaban era inmensa, y ya se encontraban casi a medio camino de su meta cuando las cosas se torcieron terriblemente.

* * *

Teclis sabía que era sólo cuestión de tiempo que los hechiceros del Caos repararan en él. Los hechizos del elfo habían impedido que detectaran la presencia del grupo mediante las protecciones, mientras éste avanzaba por la pirámide; pero entonces serían perceptibles para la visión de un mago. Uno de los gemelos estaba ocupado intentando controlar el descomunal flujo de energía mediante el altar principal. El otro parecía estar aportándole fuerza y, al mismo tiempo, guiando a las fuerzas del Caos. Teclis podía oír las llamadas que lanzaba hacia todos los puntos de la pirámide. No tenía necesidad de entender el idioma para saber que los instaba a regresar a la cámara por la ruta más rápida posible.

Una vez que hubo concluido el hechizo, el albino ataviado de negro alzó los párpados y miró a su alrededor; en ese momento, sus ojos se encontraron. Teclis sintió que una chispa de reconocimiento pasaba entre ellos. Cada uno supo de inmediato qué era el otro: un maestro hechicero. El mago del Caos sonrió malévolamente y bramó algo en un idioma antiguo, sólo reconocible a medias. Teclis se agachó para esquivar el barrido del arma de un orco, intentando frenéticamente dilucidar qué había gritado su enemigo por encima del estruendo de la batalla. Estaba seguro de que no era un hechizo, pero lo siguiente que entonó sí que lo era: un momento más tarde, un enorme arco de poder salió volando hacia él y el Matatrolls. Desesperado, Teclis preparó un contrahechizo. Mientras lo hacía, una sombra monstruosa se proyectó sobre el elfo.

* * *

Félix alzó la mirada. Sus ojos ascendieron por unas piernas enormes como columnas, a lo largo de un cuerpo muy deformado y se detuvieron, una vez más, en aquel monstruoso rostro gigantesco. Todos los que lo rodeaban parecían paralizados. No se lo reprochaba. La absoluta ferocidad del alarido del gigante bastaba para acobardar a la mayoría de las personas. Durante un momento, todos guardaron silencio. En torno a ellos, nada parecía moverse.

Félix no estaba realmente seguro de que fuese así, ya que tal vez se trataba de una ilusión. Con frecuencia, en pasados momentos de crisis, las cosas habían parecido quedar congeladas o moverse con extremada lentitud. Quizá era lo que estaba sucediendo entonces.

Un poco más tarde, tuvo la seguridad de que así era. El enorme monstruo alzó su garrote y lo hizo descender en un arco destinado a reducir al elfo a una pasta sanguinolenta. Los pensamientos de Félix corrían a toda velocidad mientras él intentaba decidir qué hacer. No se le ocurrió nada. No podía parar el golpe. Comenzó a avanzar, pensando que tal vez podría empujar al elfo para apartarlo a un lado, y luego se dio cuenta de que el Matatrolls parecía estar haciendo lo mismo que él con penosa lentitud.

Una de las manos como jamones de Gotrek empujó al elfo, lo apartó del lugar de peligro y luego él mismo saltó a un lado. Tal fue la fuerza del empujón del Matatrolls que el elfo perdió pie y salió rodando. Félix sospechaba que el enano había disfrutado haciendo eso. Un segundo más tarde se oyó un crujido atronador cuando el garrote se estrelló contra la piedra, y el impacto hizo volar esquirlas de grava por todas partes. Una de ellas golpeó a Félix en la cara y le dejó un verdugón sangrante en una mejilla.

Sin dejarse acobardar por el enorme tamaño del gigante, Gotrek saltó hacia él, y su hacha se clavó en un tobillo del gigante, del que la sangre salió a raudales a través de un corte enorme. La demente risa del enano sonó en la cámara al mismo tiempo que asestaba otro tajo. Las runas del hacha relumbraron con luz aún más brillante al hender la carne del gigante contaminada por el Caos. «¿Es posible que logre derribar incluso a esta bestia titánica?», se preguntó Félix.

El joven Jaeger reparó en que el mago del Caos, situado detrás del gigante, lanzaba otro hechizo, y supo que no presagiaba nada bueno. Miró a Teclis para ver si el hechicero elfo estaba haciendo algo, pero éste aún se encontraba en proceso de ponerse de pie. Un segundo más tarde, una esfera de relumbrante color rojo abandonó la mano del mago, rotando por el aire; iba en dirección al Matatrolls y dejaba un relumbrante rastro rojo sangre detrás.

Gotrek no vaciló. Su hacha salió disparada hacia arriba para interceptarla, y eso resultó ser el fin de la esfera porque, en el momento en que tocó la hoja, se desintegró en un potente destello de luz. Un segundo más tarde, el Matatrolls retrocedía con paso tambaleante y torpe, obviamente cegado. El mago del Caos volvió a bramar algo en un idioma incomprensible.

El gigante profirió una risilla idiota, se inclinó y cogió a Gotrek con su enorme mano. Por un momento, Félix pensó que vería cerrarse el puño y reducir al enano a una papilla sanguinolenta. Y él se encontraba demasiado lejos para hacer algo por el Matatrolls.

* * *

Teclis se puso trabajosamente de pie. Le dolían las costillas por el golpe que le había propinado el enano para apartarlo del camino del gigante. No sabía si estar agradecido o enfurecido. Le parecía tener rotas algunas costillas. Y no sólo eso, sino que su orgullo estaba herido. No habría creído posible que alguien le asestara un golpe por sorpresa, y sin embargo el Matatrolls lo había hecho, lo que hablaba claramente a favor de la destreza del enano. Esos pensamientos pasaron a gran velocidad por su cabeza mientras se apartaba de la lucha entre enano y gigante. Estaba bastante seguro de que, esa vez, incluso Gotrek Gurnisson había mordido un bocado más grande del que podía masticar. Desgraciadamente, Teclis no se encontraba en posición de ayudarlo. Tenía otro problema, todavía más grande: cómo vencer a los brujos del Caos y cerrar las sendas de los Ancestrales antes de que la marea del Caos arrasara el templo y minara la totalidad del modelo geomístico de la obra de los Ancestrales, hundiendo Ulthuan y asolando las tierras de los hombres.

En ese momento, el rugiente gigante le impedía verlos. Saltó hacia la derecha al mismo tiempo que derribaba de un tajo a un hombre bestia que se le había acercado demasiado y, a continuación, paraba el ataque de una lanza goblin que se alzó para empalarlo. Murdo avanzaba tras él, asestando lanzadas. El elfo no tenía tiempo para darle las gracias.

—¡Debes detenerlos! —bramó el anciano.

Teclis no respondió a esa redundante declaración porque estaba demasiado ocupado concentrándose en cómo hacerlo. Al ver que no le hacía caso, el anciano murmuró una plegaria. Las runas se encendieron a lo largo de su lanza, y la arrojó directamente hacia el mago de ropón negro. El arma voló a una velocidad increíble, como un rayo, tan rápidamente que incluso la vista de Teclis apenas podía seguirla. Se sorprendió al ver que era sólo parcialmente desviada por los hechizos protectores del mago y le abría un tajo en un costado como si fuese una espada.

Más impresionante aún fue que la lanza giró en pleno vuelo y comenzó a volver hacia la mano del anciano. Daba la impresión de que la magia de los hombres todavía era capaz de sorprenderlo.

El brujo del Caos no quedó muy complacido. Hizo un gesto, y alrededor de su mano comenzó a brillar una policromática esfera de luz. Hizo otro gesto, y apareció un géiser de materia pura del Caos que se lanzó hacia Murdo. El anciano saltó a un lado, y la materia impactó en dos de los hombres que estaban detrás de él, los cuales se deshicieron como si los hubiesen regado con un chorro de ácido.

Un alarido de dolor que sonó en algún lugar situado detrás y a la izquierda de ellos le dijo a Teclis que, contra toda probabilidad, Gotrek Gurnisson estaba vivo y mantenía ocupado al gigante. Sabiendo que el enano no podría durar mucho más tiempo, Teclis decidió que lo mejor sería que él hiciera su movimiento mientras el gigante seguía distraído.

Tras reunir todas sus fuerzas, se preparó para actuar.

* * *

De algún modo, con los tendones hinchados, Gotrek resistía aquella fuerza enorme. El brazo con que sujetaba el hacha se encontraba fuera del puño del gigante y continuaba tajándolo y haciéndole manar sangre con cada golpe. El gigante lo alzó hasta la altura de su boca, y Félix observó, horrorizado, sabiendo lo que sucedería a continuación. La boca de la criatura era tan enorme que podría engullir al Matatrolls de un solo bocado.

En el último segundo, antes de que el forcejeante cuerpo fuese metido en la boca del monstruo, Gotrek sacudió la cabeza y pareció recobrar la vista. Su situación era espantosa. Aunque lograra que lo soltara, no podría hacer nada más que caer hacia la muerte sobre la dura piedra del piso. Como si se diera cuenta de eso, el enano bramó un desafío y asestó un golpe descendente que cercenó los dedos del gigante. La mano se aflojó y Gotrek saltó hacia él, impulsándose con los pies sobre la palma y hundiéndole la hoja del hacha justo en medio de la enorme frente. Magrig profirió un alarido dé dolor que casi le destrozó los tímpanos a Félix.

Colgado del hacha como un escalador usa el pico para sujetarse a la ladera de una montaña, Gotrek extendió un brazo y metió la mano en el ojo, grande como una fuente. Félix hizo una mueca de dolor cuando el enano metió la mano debajo del párpado y arrancó de su cuenca el único globo ocular que le quedaba al monstruo. El gigante sufrió un espasmo e intentó aplastar al enano. Gotrek arrancó el hacha y se dejó caer, aún aferrado a la bola de gelatina que había sido un ojo. Félix pensó que se mataría, pero se sorprendió al ver un cable de sustancia venosa desenroscándose detrás del ojo. Entonces se le ocurrió que el Matatrolls colgaba de un extremo de lo que quedaba del nervio óptico del gigante. El golpe de Magrig impactó en su propio rostro con una fuerza descomunal. Ya había soltado el garrote mientras bramaba y rabiaba a causa del dolor. Se detuvo y sacudió la cabeza como si, de alguna forma, eso pudiese librarlo del sufrimiento, aunque, por supuesto, sólo lo incrementaba.

Gotrek se mecía adelante y atrás como el péndulo de un reloj, descendiendo cada vez más al doblarse el gigante por la mitad. La sangre y el fluido cerebral comenzaban a chorrear a través de la enorme herida que el gigante tenía en la frente. En el punto más bajo de su arco, Gotrek cortó el nervio con el hacha, cayó los últimos tres metros que lo separaban del suelo, y rebotó quedando de pie. Constituía una visión espantosa, cubierto de fluidos del gigante y con sangre goteándole por las comisuras de su propia boca, pero a pesar de eso se negaba a aminorar la actividad. Volvió a descargar un hachazo que hirió al gigante en la parte trasera del tobillo, cortando un tendón grueso como un cable. El gigante se tambaleó, ciego e incapaz de controlar una de sus piernas. Lentamente, como un inmenso árbol que cae en un bosque, comenzó a desplomarse. Félix ya estaba en movimiento y se lanzaba lejos del monstruo en el momento en que éste se venía abajo. Muchos de los orcos y goblins no tuvieron tanta suerte. Cayeron aplastados bajo aquel peso tremendo para no volver a levantarse.

A pesar de todo, el gigante no estaba acabado. Con una vitalidad espantosa, rodaba y golpeaba todo lo que lo rodeaba. Tal vez aún podía oír los movimientos o quizá simplemente golpeaba al azar. Félix no se quedó a concluir sus investigaciones desde poca distancia; retrocedió con rapidez, aunque Gotrek no lo hizo. A una velocidad sorprendente, habida cuenta de las heridas que había sufrido, corrió para situarse más cerca, bajo un brazo del manoteante monstruo.

Félix detuvo su fuga para observar lo que sucedería a continuación.

El Matatrolls golpeó dos veces, seccionándole la tráquea al gigante con el primero, y la vena yugular con el segundo. Saltó un torrente rojo que se alzó en el aire como un géiser al mismo tiempo que se oía un monstruoso jadeo gorgoteante al intentar el gigante llenarse los pulmones mientras el aire escapaba sibilando por la incisión que le había abierto el enano. «¿Ha sido algo deliberado —se preguntó Félix—, un acto de malévola crueldad, o el Matatrolls simplemente ha errado el primer tajo?». Dudaba de que jamás llegase a descubrirlo.

En el momento en que el Matatrolls corría para alejarse, el gigante lanzaba golpes frenéticos, desesperado por vengarse de su torturador. Uno de los enormes brazos le asestó al enano un golpe de refilón y lo lanzó volando al otro lado de la estancia como si lo hubiese lanzado una catapulta gigantesca. Lo último que Félix vio de su compañero semiinconsciente fue cómo descendía hacia una horda de vociferantes goblins, que profirieron un chillido de triunfo y se volvieron para hacer pedazos a su presa.