11
Aunque hacía todo lo posible para ocultarlo, Teclis estaba desesperado. El camino de regreso a las sendas de los Ancestrales había quedado definitivamente sellado en aquel lugar. Aunque pudiese romper los hechizos protectores de los Ancestrales, sin duda los demonios continuarían al otro lado. Eran inmortales y malévolos, y podían aguardar tanto tiempo como quisieran. Él no podía arriesgarse a esperar hasta que se marcharan.
Internamente, maldecía su decisión de rescatar al humano y al enano. Le habían costado una energía y un tiempo valiosos que debería haber dedicado a su empresa. ¿Y qué había obtenido a cambio de la molestia? Un desgraciado Matador, hosco y desagradecido, y un humano que parecía al borde de la locura o a punto de ceder ante el Caos. Sabía que más tarde debería comprobar la posibilidad de posesión demoníaca. Ciertamente, debería hacer un exorcismo en cuanto se encontrasen fuera de los senderos.
Acompasó la respiración con el paso y realizó los ejercicios mentales que le habían enseñado cuando era un aprendiz para serenarse. Lo que estaba hecho, hecho estaba. No tenía ningún sentido lamentarse, y no podía creer que la simple casualidad hubiese cruzado al enano y aquella hacha en su camino. Tenía la sensación de que los dioses estaban interviniendo. La pregunta era: ¿qué dioses? No eran los Poderes del Caos, al menos hasta donde podía determinar; no, con esa arma. Tal vez los Dioses Ancestrales de los enanos, quizá los de su propio pueblo. Un encuentro entre el portador de aquella hacha y el más poderoso mago elfo de esa época, portador del báculo de Lileath y de la corona de guerra de Saphery, tenía que guardar un significado más profundo.
La calma volvió a él. Observó el entorno y vio que allí las piedras parecían menos desgastadas y corrompidas por el Caos que las que había visto en Ulthuan. Entonces, formuló una pregunta que hacía ya rato que estaba agitándose en el fondo de su mente.
—¿Cómo habéis llegado vosotros a las sendas de los Ancestrales?
—Fue por accidente —replicó Félix Jaeger—. Estábamos persiguiendo a un brujo del Caos y sus secuaces cuando apareció un demonio muy grande y…
Teclis rio en voz baja. El tono y los modales del hombre eran bastante flemáticos, aunque hablaba de cosas que habrían aterrorizado a muchos de los elfos antiguos.
—¿Algo divertido, elfo? —preguntó el enano, y Teclis sacudió la cabeza.
—Vuestra compostura ante cosas semejantes me resulta… refrescante.
—Yo no estaba muy compuesto en el momento —reconoció el hombre—, pero las cosas sucedieron con tal rapidez, una vez que entramos en la cámara…
Sin duda, se trataba de una cámara igual a la de Ulthuan. El brujo del Caos debía ser el que la había abierto, lo cual significaba que los hombres bestia que él había visto no habían entrado en los senderos por mero accidente. Al parecer, los seguidores de la Oscuridad habían, en efecto, logrado acceder a las sendas de los Ancestrales, y debían de estar utilizándolas para desplazarse con rapidez de un lugar a otro. La pregunta era si serían o no conscientes de las otras consecuencias de lo que estaban haciendo. ¿Importaba eso? Los seguidores de los Cuatro Poderes de Destrucción eran lo bastante dementes como para continuar usando los senderos de todas formas, sin importarles que eso significara la aniquilación de Ulthuan y, particularmente, si significaba el hundimiento del continente insular.
—Lo extraño es que creo haber visto antes a ese brujo —comentó Félix Jaeger.
—¿Sí?
—En Praag, durante el asedio. Era uno de los que invocaban demonios, pero también hacía otras cosas peores.
—¿Cosas peores?
—Max Schreiber dijo que los hechiceros del Caos estaban atrayendo los poderes de la magia oscura desde el norte.
—¿Max Schreiber? ¿Quién es?
—Un hechicero que conocemos.
—Sabe de qué está hablando. Si los demonios fueron convocados en Praag, algo tuvo que incrementar el nivel de energía mágica ambiental para que pudiesen manifestarse.
—Max dijo algo parecido. Sabe mucho más que yo sobre esas cosas.
—Tú ya sabes tanto como muchos hechiceros, Félix Jaeger.
—Y vaya un bien que me ha hecho.
Teclis pensó en todo eso. Aquellos dos habían estado en Praag, al igual que el brujo al que perseguían. Meditó acerca de Praag y sus antiguos secretos ocultos, y la forma en que las fuerzas del Caos la atacaban constantemente mientras los gobernantes de Kislev volvían de continuo a reconstruirla. Sin advertir los oscuros pensamientos en que estaba sumido, el hombre seguía hablando, relatando las aventuras vividas dentro del grandioso laberinto extradimensional. Teclis asentía con la cabeza y lo alentaba a proseguir mientras se aproximaban a lo que percibía que era la salida.
Se detuvo ante la arcada de piedra y estudió las runas, tras lo cual pronunció un hechizo de apertura. Salieron a lo que parecía ser otro corredor de piedra que ascendía, y avanzaron por él, en silencio, hacia la luz. Ante ellos había otra puerta sellada, que Teclis abrió con un hechizo. Un instante más tarde, una ráfaga de frío aire húmedo le azotó el rostro, junto con el agua de una lluvia torrencial. En el momento de atravesar el arco metió los pies en un charco, y miró alrededor al mismo tiempo que fruncía los labios con disgusto.
El viento le metió un mechón de cabello en los ojos, y él se lo apartó para devolverlo a su sitio. Podía percibir el olor a pantano que llegaba desde lejos. En lo alto, los cielos eran de color plomizo, cargados de nubes. Lóbregos árboles oscuros los rodeaban por todas partes. En algún punto distante resonó el trueno, y el breve destello intenso del rayo serpenteó por el cielo. Había algo raro en la forma en que soplaban allí los vientos de la magia. Sus energías fluían de forma turbulenta por el cielo. Tendría que ser cuidadoso con la manera de hacer hechizos. Sin embargo, eso lo ayudó a determinar dónde se encontraban.
—Según sospechaba —dijo—, estamos en Albión.
* * *
Al oír las palabras del elfo, Félix profirió un gemido.
—Eso no es posible —protestó.
—Acabas de atravesar las sendas de los Ancestrales, de luchar con demonios y de presenciar la creación de una burbuja de realidad, ¿y me dices que esto es imposible? —preguntó Teclis con tono sardónico.
—Pero Albión está a mil leguas al norte del Viejo Mundo; es un lugar de niebla, gigantes y brumas…
Félix miró a su alrededor. Desde luego, el lugar era lo bastante frío y húmedo como para tratarse de Albión.
—Albión está quizá a unas cien leguas como mucho al norte de tu tierra, Félix Jaeger —informó Teclis—. Los barcos elfos pasan continuamente por sus costas.
—¡Los barcos elfos!
Estas palabras salieron de modo explosivo de la boca de Gotrek, con todo el sonido de una obscenidad. Dados los sentimientos del Matatrolls respecto a los elfos y los barcos, Félix pensó que eso era comprensible. Aún estaba sorprendido por el hecho de que el enano no hubiese enterrado su hacha en el cráneo del hechicero.
—Pero Albión… —dijo, y de repente se dio cuenta de lo lejos que estaba de su tierra natal.
Aunque fuese correcto lo que decía el elfo, ellos habían partido de Sylvania, situada a veintenas, si no centenares, de leguas de la costa. En lo que parecía cuestión de un día como máximo, habían atravesado una enorme porción del continente y habían cruzado el mar. Era una magia capaz de pasmar la mente. Volvió a mirar a su alrededor, hacia los bosques, en busca de monstruos. No parecía que fuese a surgir nada de allí, pero eso podía cambiar en cualquier momento.
Félix sacudió la cabeza y se la cubrió con la capucha de la capa para protegerse de la lluvia. Con sentimiento de culpabilidad, se dio cuenta de que no tenía ni idea de lo que les había sucedido a Snorri y Max, ni siquiera sabía si estaban aún vivos. Ya no tendría manera de averiguarlo durante meses, en caso de que lograran hallar el camino de vuelta. Félix no sentía el más mínimo deseo de entrar de nuevo en las sendas de los Ancestrales. Una vez ya era más que suficiente para toda una vida.
—¿Cómo vamos a regresar a nuestra tierra? —preguntó.
El portal ya estaba cerrado. Brevemente, muy brevemente, consideró la posibilidad de pedirle al elfo que volviera a abrirlo para atravesarlo una vez más, pero luego descartó esa idea de inmediato. Preferiría regresar nadando que volver por donde habían llegado.
—Primero, tenemos otras cosas que hacer —respondió el elfo.
—¿Tenemos? —inquirió Félix.
Se sentía en deuda con el elfo, pero no estaba seguro de que le gustase la suposición de que, automáticamente, haría lo que le pidiese, y le gustaba todavía menos la idea de que el hechicero le insinuara algo parecido a Gotrek. Los enanos eran una raza orgullosa, y tan susceptibles como nobles empobrecidos y cargados de deudas. Para su sorpresa, el Matatrolls no protestó.
—¿Qué quieres que hagamos? —preguntó tras encogerse de hombros—. Tengo prisa por saldar mi deuda.
—Necesitaré algo de tiempo para explicarlo —respondió el elfo—. Y primero, debemos alejarnos de este lugar. ¿Quién sabe lo que podría atravesar esos portales?
—A mí no me importa —declaró Gotrek.
—¡Ay, a mí sí! Resulta difícil explicar cosas como las sendas de los Ancestrales mientras uno está tratando de defenderse de la acometida de los demonios. No creo que sea probable que hallen la manera de llegar hasta aquí, pero detesto correr riesgos.
—Te entiendo —le aseguró Félix, que, si acaso, sentía menos deseos que el elfo de enfrentarse con cualquier monstruo que pudiese materializarse—. Veamos si podemos encontrar algún sitio donde refugiarnos. Puedes explicarnos las cosas mientras caminamos.
Echaron a andar ladera abajo, alejándose del círculo de piedra. La lluvia era entonces más abundante, los rayos destellaban más cerca y los truenos resonaban más fuerte.
* * *
Para su sorpresa, Teclis se encontró con que sus compañeros comprendían con rapidez las explicaciones de los acontecimientos acaecidos en Ulthuan. Con independencia de lo que pudiesen ser, estaba claro que Félix Jaeger y Gotrek Gurnisson no eran estúpidos. Escucharon y asimilaron lo que les contó.
—¿Estás diciéndome que, si no hacemos nada, Ulthuan se hundirá bajo las olas? —preguntó el enano—. No veo cuál es el problema.
—Era de esperar que un enano dijese algo parecido —replicó Teclis, inesperadamente susceptible.
La hosquedad del enano empezaba a atacar los nervios de Teclis, y no estaba habituado a tener que ser cauteloso con nadie.
—¿Toda la raza de los elfos sería destruida? —dijo Félix Jaeger.
—No toda, pero sí la mayor parte —replicó Teclis.
—Sigo sin ver cuál es el problema.
—En ese caso, tal vez pueda explicarlo —intervino Teclis al mismo tiempo que intentaba evitar que a su voz aflorara la sorna, pero sin conseguirlo del todo—. ¿Qué sabéis acerca de los Ancestrales?
—Son una leyenda —afirmó Gotrek Gurnisson—, una raza de dioses más antiguos que los dioses. Algunos dicen que crearon este mundo. Otros afirman que nunca existieron.
—Sí que existieron.
—Si tú lo dices, elfo…
—He consultado el Libro de Isba que hay en la Biblioteca de los Reyes Fénix. Fue escrito en una época anterior a Aenarion. Es un documento de la Edad de Oro, cuando los elfos y los enanos estaban en paz, y los Ancestrales aún vigilaban el mundo. He leído el Libro de Valaya…
—¿Que has hecho qué? —farfulló el enano.
—He leído el Libro de Valaya.
—Un elfo ha leído uno de los libros sagrados…
—Hay una copia del libro en la biblioteca de Hoeth.
—El mundo ha cambiado. Ahora, sólo las sacerdotisas de Valaya consultan esos libros encuadernados en hierro. —Al Matatrolls pareció ocurrírsele otro pensamiento—. ¿Has leído un libro escrito en el alto idioma de los enanos?
—Elfos y enanos no han sido siempre enemigos. En tiempos pasados se escribieron diccionarios y gramáticas. El idioma enano antiguo no es una lengua muy estudiada entre los elfos en la actualidad, pero yo siento interés por esas cosas…
El enano le lanzó una mirada feroz a Teclis, pero no dijo nada más. Parecía a punto de estallar.
—Ambos libros afirman lo mismo. Los Ancestrales poseían poderes incluso superiores a los de nuestros dioses en muchos sentidos. No sólo transformaron el clima del mundo, sino que lo lograron cambiándolo de posición en el espacio. Variaron las estaciones y la forma de los mismísimos continentes. Reflotaron Ulthuan desde el fondo del mar, y la convirtieron en el hogar de los elfos.
—Ahórrame las lecciones de mitología élfica —pidió el enano con tono despectivo.
—Estas cosas no son mitos, son verdades. Emplearon una magia que casi supera todo lo imaginable para fijar los continentes en su sitio y mantener a Ulthuan sobre las olas. Extendieron una red de magia de un polo al otro, un entramado de fuerzas que envuelven el planeta. Las sendas de los Ancestrales forman parte del mismo.
—¿Por qué? —preguntó el hombre, que no parecía tener ningún problema para creer lo que oía, pero manifestaba una curiosidad muy humana.
—No lo sé. ¿Quién podría adivinar los motivos que movían a unos seres semejantes? ¡Yo, no!
Teclis se preguntó si debía evitar transmitirles sus sospechas. Todos los acontecimientos de las últimas horas tendían a confirmar sus teorías. Decidió que necesitaba que aquellos dos estuviesen de su lado, ya que eran los únicos aliados con que contaba allí, y potencialmente eran muy poderosos.
—Podría darse el caso de que la totalidad del proyecto, el desplazamiento del planeta, la elevación de los continentes y el ascenso de nuestros dos pueblos desde el fango de la barbarie, no constituyese más que una parte diminuta de algún gran plan cósmico cuyo propósito desconozco.
»Lo que sí sé es que cuando los Ancestrales abandonaron nuestro mundo, llegó el Caos. Estoy seguro de que ambas cosas están relacionadas. Los Ancestrales construyeron este sistema de modo que conectara con un enorme portal situado en el Polo Norte, una entrada de un tamaño y una escala tales que hace que los portales que hemos atravesado parezcan de juguete. Sospecho que los Ancestrales podrían haberlo usado para pasar a otro mundo inimaginablemente remoto. Tal vez eran como marineros que habían naufragado aquí y lo que construyeron fue un faro o un bote salvavidas.
»Cualquiera que fuese el propósito, al partir realizaron algún poderoso ritual que ha fallado al menos en parte. Algo funcionó mal en el portal y abrió un camino hacia otro sitio. Los Poderes Oscuros del Caos lo usaron para entrar en nuestro mundo y casi asolarlo. Hasta el presente, permanece allí, en el norte; está casi siempre inactivo, pero a veces entra en erupción como los volcanes.
—El dios Grimnir entró en el norte para buscarlo y hallar una forma de cerrarlo. Eso está escrito en el Libro de piedra y dolor, en los tiempos en que de los cielos llovía fuego y el mundo fue cambiado para siempre —intervino Gotrek; parecía que las palabras le eran arrancadas de dentro en contra de su voluntad.
—Entonces, nuestros mitos coinciden en algo, Gotrek Gurnisson, porque lo mismo está escrito en el Libro de Isba.
—Sigo sin ver qué tiene que ver esto con las sendas de los Ancestrales.
—Todas estas cosas están interconectadas. Antes de poder deciros nada más, debéis darme vuestra palabra de que no le contaréis esto a nadie.
Félix asintió con la cabeza. Gotrek meditó, como si se preguntara si las palabras contenían algún tipo de trampa.
—La tienes —dijo luego.
—Eras atrás, unos magos malvados intentaron destruir Ulthuan, cosa que hicieron destejiendo la red de energías usada para mantenerla a flote. El intento fracasó gracias al esfuerzo heroico de muchos magos elfos que dieron la vida para impedirlo. Estabilizaron el sistema y volvieron a tejer la gran red lo mejor posible, pero descubrieron que el trabajo de los Ancestrales estaba más dañado de lo que habían imaginado. El Caos estaba usando las sendas de los Ancestrales como una vía de invasión de nuestro mundo y como fuente de corrupción. Los lugares donde entraban en contacto con la tierra se transformaron en espacios contaminados. Mis ancestros necesitaban el poder de los senderos para estabilizar Ulthuan y sospecho que lo lograron extrayendo energía de los mismos.
—Y ahora, alguien ha vuelto a abrir los senderos —dijo el hombre.
—La energía mágica necesaria para mantener mi tierra natal está siendo drenada, y si no se hace algo pronto, será destruida.
Gotrek Gurnisson profirió una maldición, se volvió hacia un árbol y alzó su hacha. Se oyó un horrible crujido cuando un solo golpe del arma lo cortó en dos. Las astillas volaron hacia todas partes, y el árbol comenzó a inclinarse. Teclis profirió una exclamación ahogada; era la proeza de fuerza más pasmosa que había visto jamás. El sólido roble era casi tan grueso como su cuerpo. Las ramas hicieron un ruido terrible al impactar contra las de otros árboles mientras caían. El sonido era como el que haría un mastodonte que avanzara por el bosque.
—Detesto los árboles casi tanto como detesto a los elfos —dijo Gotrek Gurnisson.
—¿Qué te ha dado, enano? —preguntó Teclis.
—Acabas de proporcionarme los medios para vengar la barba —replicó el Matatrolls.
—¿La qué? —preguntó Félix.
—Es una vieja historia —explicó Teclis—, y es mejor no darle vueltas. Un rey elfo insultó a un embajador enano de una manera vergonzosa. Basta decir que, debido a eso, los elfos y los enanos libraron la más sangrienta guerra de la historia. Es un insulto que los enanos desean vengar incluso eh nuestros días.
—¿Quieres decir que permitirás que un continente lleno de gente se hunda para vengar una barba? —le preguntó Félix Jaeger al enano con tono de incredulidad.
—Una tierra llena de elfos —puntualizó el enano con voz rasposa—. Y no meramente para vengar el corte de una barba, sino para saldar las muchas cuentas que se atribuyen a la cuenta de los elfos en el Gran Libro de los Agravios.
—Bueno, entonces es diferente —respondió Félix Jaeger con sarcasmo.
Teclis se sintió complacido al ver que el hombre estaba de su parte porque se le ocurrió que el modo más sencillo que Gotrek Gurnisson tenía de asegurar la perdición de Ulthuan era usar el hacha para privarlo a él de la cabeza. Después de eso, no habría nadie capaz de impedir a tiempo la inminente catástrofe. Teclis pensó que, tal vez, había llegado el momento de usar sus hechizos más destructivos. Sería mejor acabar con el enano antes de que el enano acabase con él. No obstante, le quedaba una última oportunidad.
—Has jurado ayudarme —le recordó.
—Si no era contrario al honor —puntualizó Gotrek Gurnisson—, y dejaste la decisión en mis manos.
Teclis maldijo para sus adentros.
—Se dice que los enanos son capaces de regatear acerca de un contrato mientras el mundo arde.
—Se dice que las palabras de un elfo son resbaladizas como el aceite de máquina.
—Esto es estúpido —intervino el hombre—. Vosotros dos os quedáis aquí, discutiendo, mientras las vidas de toda una nación están en juego.
—Más que una nación —dijo Teclis—, si eso cambia en algo las cosas.
—¿Qué quieres decir?
—Las antiguas líneas de energía no sólo pasan por debajo de Ulthuan para sostenerla, sino que atraviesan otros lugares…, las Montañas del Fin del Mundo, por ejemplo.
—No te creo —declaró el enano.
—¿Acaso no hubo un tiempo en que las montañas temblaron y muchas ciudades de enanos sufrieron? ¿Acaso los skavens no surgieron para apoderarse de una de vuestras fortalezas?
—Karak-Ocho-Picos —dijo el hombre.
—En otros tiempos, los skavens experimentaron con máquinas que extraían poder de las líneas de energía, aunque no sé si lo hicieron de modo deliberado o sin saberlo. Conociendo a los hombres rata, apostaría por lo segundo. En cualquier caso, esos dispositivos resultaron demasiado mortíferos incluso para ellos…
—A menos que sean ellos los que estén detrás de nuestros actuales problemas —sugirió el hombre.
—¿Cómo puede saberse lo que hacen los skavens? A menos que tengas relación con las ratas, cosa de la que no creo incapaces a los elfos.
—Nosotros intervinimos cuando percibimos sus brujerías, y enviamos un destacamento de magos y guerreros para destruirlos. Unos pocos regresaron para informarnos sobre la batalla.
—Debe de tratarse de una muy famosa para ser tan bien conocida —se burló Gotrek Gurnisson.
—No todos los que luchan buscan la gloria —replicó Teclis, que sentía que se le estaba acabando la paciencia—, ni sus nombres viven para siempre. Algunos dieron voluntariamente sus vidas para que otros pudiesen continuar viviendo, y no pidieron recompensa alguna.
—Y tú eres uno de ésos, ¿verdad, elfo?
Teclis sonrió con malevolencia.
—No tengo la más mínima intención de morir si está en mi mano evitarlo —le aseguró.
—Hombre sensato —oyó que susurraba el humano para sí.
—¿Estáis conmigo? ¿O deseáis regresar a vuestro mundo? Estoy seguro de que ni siquiera un enano puede ver algo deshonroso en evitar un desastre que podría tragarse los mismísimos corredores de la montaña.
—No, si lo que dices es verdad.
—Si te estoy mintiendo, mátame —propuso Teclis.
—Eso no hace falta decirlo —le aseguró el enano.
—¿Qué quieres que hagamos? —preguntó el humano. Félix se mostraba visiblemente reacio; la cautela y el deseo de autoconservación obviamente batallaban con el impulso de ayudar.
—Con independencia de lo que yo haga, dos guerreros tan poderosos pueden ser de ayuda —dijo Teclis—. Temo que necesitaré espadas y hachas antes de que acabe todo esto.
—Eso pensaba —dijo el hombre—. Lo que quería decir es… ¿qué quieres que hagamos ahora mismo?
—Tenemos que encontrar el origen del problema y eliminarlo. Debo localizar a la mujer Oráculo de los Veraces, quienquiera que sea. Si no podemos hacerlo ahora…, bueno, estamos en Albión, y tal vez cerca de nuestro objetivo, ya que los documentos dicen que éste es el lugar donde se encontraban los más grandes templos de los Ancestrales en los tiempos antiguos. El nexo principal de sus líneas de energía está aquí, la gran confluencia de todas las energías mágicas. Debemos encontrarlo, y desde allí, debemos hallar la manera de cerrar los senderos.
—Tú eres el hechicero —dijo Félix Jaeger—. Sabes más que nosotros de esas cosas. Condúcenos hasta el templo y te ayudaremos a entrar. Después, dependerá de ti.
El hombre miró al enano como si esperase que se mostrara en desacuerdo, y obviamente se sorprendió cuando el otro no dijo nada.
—Muy bien —asintió Teclis—. Pero primero tenemos que descansar, y hay que llevar a cabo algunos rituales.
—¿Rituales? —preguntó el hombre.
—Primero debemos asegurarnos de que los demonios no puedan apoderarse otra vez de ti.
—A mí me parece una buena idea. ¿Cómo lo conseguirás?
—Hay hechizos que puedo hacer, que pondrán a salvo tu alma y tu cuerpo, y romperán cualquier lazo que pueda quedar.
—¿Lazos? ¿Estás diciéndome que las cosas de ese otro mundo extraño podrían ser capaces de encontrarme otra vez?
—A menos que yo haga algo, es casi seguro que sí. Acudirán a ti en sueños…, al principio.
El hombre guardó silencio. Parecía meditabundo y asustado. El enano se mostraba simplemente enfadado, aunque daba la impresión de que era su estado natural.
—Entonces, será mejor que hagas tus hechizos —decidió el hombre.
—Esto te dolerá un poco —le advirtió el elfo.
—Ya lo sospechaba —asintió el hombre—. Acabemos lo antes posible.
* * *
Teclis abrió la marcha por los senderos forestales con la esperanza de que los dos lo siguieran. Se sentía impresionado por la valentía del humano. Había soportado los hechizos de exorcismo con muy pocas quejas, y Teclis sabía lo dolorosos que podían resultar. No obstante, el proceso le había dejado huella. Los dedos del hombre buscaban constantemente el amuleto que Teclis le había dado. El elfo consideró la prudencia de esa decisión. Valía la pena separarse de alguna de sus protecciones para asegurarse de que su compañero no estaba poseído. Se sentía bastante seguro de que sus hechizos habían causado el efecto debido, pero habida cuenta del extraño flujo de energía reinante en Albión, era mejor no correr ningún riesgo. Y había otras razones para entregarle el talismán al humano. Si el enano se volvía contra él, sería mejor contar con un aliado, voluntario o no.
Incluso entonces podía sentir que el enano hervía de furia, y también percibía la ansiedad del humano respecto al peligro futuro. «La ansiedad de Félix Jaeger está muy justificada», pensó. Quien o lo que fuera que pudiese abrir las sendas de los Ancestrales sería un enemigo verdaderamente poderoso.
Profirió un largo suspiro. Se enfrentaría con el peligro cuando lo hallara. En ese momento, su mayor preocupación era que un enano demente pudiera clavarle un hacha en la espalda. Pensó que su hermano podría haber manejado aquella situación mucho mejor que él.