9
Teclis comprendió que el otro mundo era diferente esa vez. No veía en absoluto las mismas cosas que antes. Tal vez era debido a que había incrementado el diámetro del tejido de sus hechizos protectores, pero sospechaba que se trataba de la presencia del hacha. Cuanto más tiempo pasaba cerca de ella, más se daba cuenta de lo poderosa que era. Además, Gotrek Gurnisson se encontraba dentro del ámbito de sus hechizos, y Teclis podía percibir los fuertes lazos mágicos que unían al enano con el arma.
Ya había oído hablar antes de ese tipo de fenómenos, pero era la primera vez que veía actuar uno con tal poder. Con el paso del tiempo, podían formarse lazos psíquicos entre cualquier artefacto mágico y la persona que lo manejaba. Se trataba de un subproducto inevitable de las fuerzas mágicas; pero eso era algo más. El poder fluía a través de los lazos al interior del enano, y era lo bastante potente como para mantener alejadas las corrientes del Caos que reinaban en aquel lugar. «Daría muchas cosas por conocer la historia y la procedencia de esa arma —pensó—, pero dudo de que el enano esté dispuesto a contármelo».
Si Gotrek se sentía acobardado por la naturaleza extraña del entorno, no lo demostraba lo más mínimo, y Teclis se preguntó si ambos estarían viendo las mismas cosas. De momento, flotaban dentro de una burbuja de aire transparente definida por los límites de su hechizo. Por fuera, fluían las corrientes mágicas de las sendas de los Ancestrales. Teclis percibía a los habitantes del exterior de la burbuja. Algunos eran espíritus neutrales, elementales y otras criaturas que podían alimentarse en el flujo directo de magia. La mayoría se mostraban activamente hostiles, criaturas del Caos que habían entrado en los senderos y habían quedado atrapadas en ellos, o tal vez habían decidido simplemente vivir allí. Había ecos de cosas más viejas, espíritus que habían sido contrarios al Caos y que quizá los propios Ancestrales habían enviado a ese lugar como guardianes. Sin embargo, habían sido abrumados, sumergidos y probablemente corrompidos mucho tiempo antes.
Una vez más, sintió la fascinación del erudito. ¡Había tanto que aprender y tan poco tiempo para aprenderlo, pese a la esperanza de vida de un príncipe elfo! Aquel lugar contenía material para un centenar de estudios, con que sólo sobreviviera para escribirlos. Se esforzó por devolver sus pensamientos a la tarea que tenía entre manos. Primero necesitaba encontrar al humano, y luego, debía volver a su empresa. De no haber tenido una intuición tan poderosa con respecto al enano y su hacha, dudaba de que hubiese siquiera ofrecido su ayuda. No obstante, algún instinto le dijo que era lo que debía hacer. Uno no se encontraba por casualidad con el portador de un arma semejante. Sus destinos se habían encontrado y se habían entretejido en ese punto; de eso, estaba seguro. Sin embargo, una cosa no había cambiado: el gran remolino tormentoso de energía aún se movía de un lado a otro a través de los senderos mutados y empujaba de aquí para allá las burbujas de realidad.
Volvió a buscar con el hechizo de adivinación y percibió el dolor y el miedo del humano. Si no lo encontraban pronto, sería demasiado tarde para hacer nada. Aceleró la velocidad de la esfera a través del éter, con la esperanza de que mediante la pura fuerza de voluntad pudiese hacerla llegar a tiempo.
* * *
Félix observó cómo se le acercaba otro demonio. Se lanzó hacia adelante contra las cadenas, aunque ya sabía que constituía un acto inútil. Eran lo bastante fuertes como para resistir incluso la descomunal fuerza de Gotrek. La espada yacía justo fuera de su alcance, colocada allí para aumentar su tormento y desesperación.
El demonio se inclinó hacia él, y entonces pudo ver que sus ojos no eran como los de un ser humano. Al principio parecían pozos de llama pura, pero si se los miraba con más atención podía verse que en ellos moraba una inteligencia maligna. En lugar de pupilas, unas llamas pequeñas danzaban en los pozos de brasas que llenaban las cuencas… Eran llamas inteligentes, llamas de pura maldad.
El demonio se echó a reír, y el sonido resultó escalofriante incluso en el calor de aquel lugar. Era la risa de una criatura para quien la más indecible de las crueldades era la cosa más natural; una criatura que hallaba placer en el dolor y el miedo de los demás, que se alimentaba de ellos como un epicúreo podría saborear lenguas de alondra en escabeche. Su boca se abrió más, y Félix vio unos dientes amarillos y una larga lengua bífida de serpiente. Cuando se inclinó aún más hacia él, percibió el calor que radiaba de la criatura como si fuese un horno. La lengua salió ondulando y le lamió la cara.
«Esto no es real —pensó Félix—; no es más que un sueño horrible». Pero sabía que no era así, y el demonio también lo sabía.
—Eres mío —dijo—. ¡Por Tzeentch, no deberías haber venido aquí!
—No fue idea mía —replicó Félix.
La criatura le propinó un revés con una mano abierta provista de largas garras.
—No me gusta el humor humano —declaró—. Me gusta vuestro miedo y vuestro dolor.
—Ya veo que por aquí no hay muchas oportunidades para un bufón —dijo Félix porque no se le ocurrió nada más.
El chiste era malo, pero irritó al demonio, y eso era lo último que podía permitirse en ese momento. La criatura volvió a moverse con una rapidez cegadora, y la cabeza de Félix golpeó contra las rocas tibias. Pequeñas estrellas danzaron ante sus ojos y el dolor enturbió su visión. Le lanzó una patada al demonio, pero las pesadas cadenas ralentizaban sus movimientos, y la criatura se apartó a un lado con facilidad.
—Me gusta que mi comida luche —dijo con el tipo de voz que un gato podría haber empleado para hablarle a un ratón, en el caso de que pudiera hablar.
—Veré lo que puedo hacer para complacerte —replicó Félix.
El joven se lanzó otra vez hacia adelante, contra las cadenas, con la esperanza de golpearlo con uno de los eslabones. El demonio se apartó y respondió atacándolo con las garras.
* * *
Teclis vio el relumbrante óvalo que había más adelante y las formas que se agitaban alrededor, y supo que no iba a ser fácil. El hombre había sido absorbido al interior de una de las burbujas de realidad que flotaban por los senderos. Tal vez, incluso, se trataba de una construida por sus propios pensamientos y miedos. Se hallaba atrapado, y había demonios por todas partes; unos pocos ya se encontraban dentro para alimentarse. Teclis no tenía ni idea de qué les aguardaba allí, pero sabía que para rescatar al humano tendrían que entrar.
—Hay demonios ahí delante —le dijo al enano.
—Que los traigan —replicó Gotrek Gurnisson—. Mi hacha tiene sed.
* * *
Félix reprimió un alarido cuando las garras afiladas como agujas del demonio le hirieron un bíceps. La sangre le manchó la camisa… y le llenó la boca. Y era toda suya, a despecho de los tremendos esfuerzos que hacía por golpear al demonio.
—Tan pronto te rindes —dijo la criatura demoníaca con voz cargada de malicioso humor—. Yo apenas si he empezado contigo, y mis parientes aún esperan su turno. Hace una eternidad que no nos divertimos así, o al menos, eso nos parece a nosotros. No sucede a menudo que los humanos seáis lo bastante estúpidos como para entrar sin protección en las sendas de los Ancestrales.
—Vete al infierno —dijo Félix.
—Ya estamos ahí, ¿o no te habías dado cuenta?
* * *
En cuanto entraron en contacto con la burbuja de realidad, Teclis supo que las cosas iban a ponerse feas. Los humanos siempre habían tenido una imaginación vivida y supersticiones pintorescas acerca del infierno, y dedujo que entonces se encontraba dentro de una de ellas. «No obstante —pensó—, podría ser peor; podríamos estar atrapados en los sueños de un elfo oscuro».
—Puedo oler a demonio —dijo el enano—. ¿Dónde estamos?
—Y tú sabes cómo huele un demonio, ¿verdad? —se burló Teclis antes de ser capaz de contener su lengua.
«Muy listo —pensó—, muy diplomático».
—De hecho, elfo, sí que lo sé. Y puedo olerlos ahora, junto con el azufre.
—Creo tu palabra —replicó Teclis—. Nos encontramos en una burbuja de realidad creada por el material del Caos. Deduzco que se trata de uno de los infiernos humanos.
—¿Una burbuja de qué? —preguntó el enano mientras avanzaba con pesados pasos por la piedra rojiza que mediaba entre los pozos de fuego—. No importa. Me parece que hemos encontrado lo que vinimos a buscar.
Una sonriente figura demoníaca alzó la mirada.
—¡Ah, qué bien! —dijo—. ¡Más comida!
Teclis le devolvió la sonrisa. El semblante del demonio quedó petrificado mientras miraba con más atención lo que veía, y luego su sonrisa desapareció completamente. Con rapidez, Teclis tejió un hechizo de interferencia de bajo nivel para impedir que cualquiera de los congéneres de la criatura acudiese en su ayuda, al menos de momento. También lanzó hechizos de inhibición por toda la zona para restringir los poderes de la criatura. No quería intentar nada más ambicioso porque prefería conservar su poder para necesidades más apremiantes. No deseaba tener que recurrir a las contaminadas energías mágicas de las sendas de los Ancestrales a menos que se viese en la más desesperada necesidad.
El demonio se dio cuenta de qué estaba haciendo, y le dio la espalda al humano. Se lanzó hacia Teclis, y su forma cambió en medio del aire para convertirse en una criatura mucho más grande, muchísimo más fea, con escamosa piel de reptil y descomunales mandíbulas cubiertas de dientes afilados como agujas. Al instante, Teclis desenvainó la espada, pero antes de que pudiese hacer nada, la enorme hacha descendió con la rapidez del rayo. Las alas del demonio se abrieron con un chasquido y lo impulsaron hacia atrás para apartarlo de la trayectoria del arma en el último momento. No obstante, a despecho de su cegadora celeridad, el enano había logrado herirlo y, donde acababa de cortar la hoja del hacha, la carne estaba chamuscada, como si la hubiesen expuesto a las llamas. Los ojos de la criatura se abrieron con expresión de maldad y odio. La cólera y el miedo pasaron por su faz; abrió la boca y profirió un largo aullido de dolor, como un lobo que llamara a su manada para la lucha. Desde muy lejos llegó un sonido de respuesta, y Teclis sintió que los demonios empujaban contra las protecciones que él había levantado. Los hechizos no estaban destinados a detenerlos, sólo a ralentizarlos y provocarles dolor, y se sintió recompensado al ver que cumplían bien con su cometido incluso allí, en aquel lugar extraño.
El demonio se mostró menos complacido.
—Pronto, devoraremos vuestras almas —dijo, pero su tono distaba mucho de transmitir seguridad.
—Me cansan las interminables rimbombancias —dijo el enano—. Ahora, vas a morir.
Teclis reparó en que el entorno había cambiado. Las deterioradas paredes cavernosas ahora parecían hechas de piedra bien enlucida, y en ellas había incluso un atisbo de delicada escultura élfica. Dedujo que su presencia y la del enano estaban alterando sutilmente la burbuja de realidad, lo que cabía esperar en un lugar tan maleable.
El demonio miró al enano y luego el hacha. Se estaba comparando con su oponente y, obviamente, juzgaba que se encontraba en desventaja. Se volvió a gran velocidad y se lanzó hacia el humano con la intención de matarlo antes que dejar que lo rescataran. Teclis no podía permitir eso, así que envió un rayo de energía contra el demonio. No era suficiente para destruirlo, aunque sí para causarle un dolor considerable. Usando el rayo como si fuera un látigo, apartó del humano a la criatura, que desapareció, entre aullidos, por los corredores de piedra.
—Regresará —dijo Teclis—. Y traerá amigos.
—No me importa —replicó el enano a la vez que avanzaba hacia el humano.
El hacha se convirtió en un destello en el aire, la cadena se rompió y el hombre se desplomó hacia adelante, pero se recobró a tiempo de no caer. Un momento después, se inclinó y recogió la espada. En cuanto se encontró de pie, se irguió en toda su alta estatura y pareció dispuesto para la acción.
—Os agradezco que me hayáis rescatado —dijo—. ¿Has encontrado un aliado, o se trata de otro demonio de este inmundo lugar?
—Es peor que eso, humano —replicó Gotrek Gurnisson—. Es un elfo.
Teclis hizo caso omiso de la pulla, pues tenía otras cosas que llevar a cabo. Los demonios se aproximaban cada vez más, empujando hacia el interior de aquella burbuja de realidad en busca de su presa. Llegaban en tal número que dudaba de que él y el enano fuesen capaces de resistirlos, al menos no en aquel lugar, y los demonios estaban probando otra estrategia. En vez de esforzarse en atravesar las protecciones, lo que les causaba dolor, estaban colapsando la burbuja de realidad. Pretendían romper la membrana para que las energías mágicas entrasen y arrastraran el delicado hechizo del elfo como una ola gigante se lleva el castillo de arena que un niño ha construido en la playa.
—Elfo o demonio, contáis con mi gratitud, señor —dijo el humano.
Después, intercambiaron nombres y se presentaron.
—No tenéis por qué darme las gracias, pero ahora debemos marcharnos —dijo Teclis, lo cual provocó una mirada feroz del enano.
El elfo pensó que, dados los juramentos hechos por Gotrek, informarle de que una abrumadora horda de oponentes estaba a punto de caerles encima, no sería la mejor de las ideas. Así pues, se decidió por la menor de las verdades, aunque también bastante preocupante.
—Esta burbuja de realidad está a punto de colapsarse, y entrará una tremenda ola de energía mágica descontrolada. Dudo de que sea éste el tipo de muerte que tú buscas, Matador. Sería una muerte bastante inútil.
Gotrek asintió con la cabeza, y Teclis volvió a reunir las energías mágicas a su alrededor, para envolverse él y proteger al enano y al humano. Apenas unos segundos más tarde, la burbuja, en efecto, cedió, y pudo sentir cómo una ola de energía mágica descontrolada rompía contra la delicada trama tejida por él. Un momento después, las paredes relumbraron y se desvanecieron, y se encontraron de nuevo en el hirviente mar de energía mágica. No era un buen lugar para luchar contra los demonios, dado que era el hogar natural de éstos y sus sentidos estaban mucho más sintonizados con el entorno que los de cualquier mortal, incluido él. Pensó que tal vez podría imponerle su voluntad a una burbuja de realidad y crear un lugar más adecuado para él y sus compañeros, pero al final ésa sería una estrategia fútil. Tendría que mantenerla contra los esfuerzos combinados que harían para rasgarla las hordas demoníacas y que, en conjunto, resultarían más fuertes que él, al menos en ese espacio y tiempo. Lo que en ese momento necesitaban más que nada era salir de aquel lugar, y sólo había una manera de conseguirlo.
Dejó que la esfera protectora de encantamientos corriera libremente por las corrientes, y ésta avanzó a gran velocidad, como un pellejo de vino inflado en las aguas de un río. Tejió los encantamientos más protectores y dolorosos en la periferia y los sujetó con tanta firmeza como pudo. Aplicó la fuerza de su voluntad para lograr una velocidad mayor por la corriente de energía en la dirección deseada. Durante un momento, continuaron rodando cada vez más rápidamente, y pensó que podrían sacarle mucha ventaja a la horda que los perseguía. Luego, sin embargo, como los tiburones que huelen sangre, los demonios volaron tras ellos.
Teclis sintió que se aproximaban, y las runas del hacha del enano brillaron con más fuerza. El rostro del humano manifestaba agotamiento, lo que, dadas las circunstancias de las que acababan de rescatarlo, no era de extrañar. En poco tiempo, podrían encontrarse todos en un estado similar si él no hallaba la salida. También era posible que su carne fuera desgarrada y sus almas se convirtieran en alimento de demonios.
* * *
Félix miró al otro lado de los confines de la extraña y rielante esfera mágica en cuyo interior flotaban y se preguntó si lo que veía era real. Su experiencia con los demonios lo había hecho dudar de sus sentidos. ¿Gotrek y ese elfo realmente habían aparecido y lo habían rescatado, o todo eso era alguna clase de tormento sutil soñado por el engendro del infierno? ¿Era probable que en cualquier momento volviera a encontrarse de vuelta en aquella mazmorra que olía a maldad, entre las garras de la criatura de pesadilla? Ante el mero pensamiento, el corazón le comenzó a latir más de prisa, y las manos, a sudarle abundantemente. Por un instante, le pareció que podría perder la cordura ante esa monstruosa perspectiva. Se sintió como si se tambaleara al borde de un abismo descomunal. ¿Y si estaba muerto de verdad y esa realidad era algún tipo de infierno?
Lentamente, un paso por vez, se apartó del borde del abismo. Si eso era el infierno, se trataba de un infierno realmente peculiar, y dudaba de que ni siquiera la imaginación de un demonio llegara tan lejos como para hacer aparecer a Gotrek en compañía de un elfo. Eso era forzar las probabilidades más allá de lo imaginable. Para distraerse de sus inciertos pensamientos, se concentró en sus compañeros.
El Matatrolls parecía profunda, muy profundamente infeliz. Le lanzaba miradas como dagas al elfo y luego a Félix, y mascullaba para sí en idioma enano. Félix se preguntó qué había hecho él para merecer miradas semejantes, pero lentamente se dio cuenta de que el elfo era un hechicero y que Gotrek tenía que haber hecho algún tipo de pacto con él para lograr su libertad. Le resultaba fácil imaginar que una deuda de honor semejante no era el tipo de obligación que al enano le gustaba tener.
Pero ¿quién era aquel desconocido y de dónde había llegado? Parecía improbable que simplemente se hubiese encontrado vagando por aquellos extraños pasajes extradimensionales. Félix estudió al elfo. Hasta entonces, nunca había tenido realmente la oportunidad de examinar a uno desde tan cerca, aunque durante su juventud había visto algunos en las calles de Altdorf.
Teclis era más alto que un hombre y mucho más delgado. En realidad, tenía un aspecto bastante debilucho, mucho más que cualquier elfo que Félix pudiese recordar haber visto antes. Era extremadamente delgado, y su cuerpo parecía casi translúcido. Sus manos tenían dedos largos, extremadamente finos y delicados. Su rostro era estrecho, y cualquiera que fuese la debilidad física que pudiese sufrir, no se reflejaba en él. Se trataba de un semblante que debería haber pertenecido a un dios caído, esculpido por siglos de dolor. Los almendrados ojos eran límpidos, fríos y crueles. Los finos labios estaban curvados en una sonrisa maliciosa. Félix podía entender por qué los enanos abrigaban tantos prejuicios contra los elfos si todos tenían ese aspecto. Parecía estar contemplando el mundo con una burla constante, juzgándolo según las elevadas pautas de su raza y pensando que todo era indigno.
«Ten cuidado —se dijo Félix—, pues eso no lo sabes. Puede ser que simplemente estés juzgándolo a la luz de la actitud de Gotrek. No te ha hecho ningún mal; en realidad, ha ayudado a rescatarte, y en este momento parece estar haciendo todo lo posible para sacarnos de este terrible lugar». Al pensar de ese modo, Félix descubrió otro origen de sus prejuicios.
Teclis era un mago y, obviamente, uno muy poderoso. Con un hombre como Max Schreiber, eso podía aceptarlo. Sabía que ambos poseían una humanidad común, un conjunto de valores compartidos; pero al mirar a ese elfo, no se sentía nada seguro de que pudiera decir lo mismo. En aquellas facciones fríamente hermosas, había algo casi tan ajeno a él como en un orco o un vampiro. Tal vez Teclis, superficialmente, pareciese un humano —en algunos sentidos, aún más que Gotrek—, pero para Félix era inevitable pensar que el punto de vista del elfo estaba aún más alejado del de la humanidad que el del Matatrolls.
Intentó rememorar todo lo que le habían dicho sus profesores acerca de los elfos. Sabía que eran una raza antigua, civilizada ya en la época en que los hombres seguían siendo bárbaros. Eran excelentes marinos y exploradores, y hechiceros sin igual. Se decía de ellos que eran crueles y degenerados, y totalmente entregados al placer. Los esclavistas elfos a menudo asolaban las costas del Viejo Mundo, y los humanos nunca volvían a ver a aquellos a los que se llevaban. Algunos eruditos afirmaban que había dos clases de elfos; unos devotos de la luz y otros devotos de la oscuridad, y que eran estos últimos los que esclavizaban a los hombres. Había quienes declaraban, sin embargo, que eso no era más que una ficción que convenía a los comerciantes elfos, pues de ese modo se quitaban de encima la responsabilidad por las fechorías de sus crueles congéneres corsarios. ¿Cómo iba a saber Félix qué ni a quién creer? Su propia experiencia en la materia era extremadamente limitada.
Algunos decían que eran inmortales, y otros, que simplemente tenían una vida muy, muy larga. Ese hechicero elfo bien podría ser el mismo Teclis que había luchado contra la Gran Incursión del Caos en tiempos de Magnus el Piadoso, hacía más de dos siglos. ¿Era posible eso? Más probable parecía que simplemente le hubiesen dado el mismo nombre que a aquel poderoso hechicero.
Félix sacudió la cabeza. Mirando el semblante antiguo, liso e intemporal de Teclis, podía creer que se trataba del mismo mago. Si salían de ésa, tal vez se lo preguntaría. Y entonces se le hicieron evidentes las implicaciones de tal pensamiento. ¿Era posible que él hubiese sido rescatado de las garras de los demonios por un héroe de los tiempos antiguos, un ser cuyo nombre había leído en libros? ¿Acaso las leyendas aún caminaban por la tierra a la luz del día?
—¡Cuidado! —oyó que de repente, decía el brujo—. ¡El peligro está cerca!