Capítulo 5

5

Mientras corría hacia su objetivo, Félix percibió un extraño hedor, como de carne podrida y sangre coagulada. Procedía del guerrero del Caos, de eso estaba seguro, y era tan nauseabundo como apropiado. La aproximación le dio la medida exacta de lo descomunal que era el tamaño de Grume: una verdadera montaña de carne acorazada. El chillido de la maza le causaba dolor de cabeza y le rechinaron los dientes. Tenía la sensación de que comenzaban a sangrarle los oídos. No podía imaginarse cómo el Matatrolls soportaba aquello.

A través de la fétida niebla podía ver que Gotrek aún permanecía inmóvil mientras la maza descendía. Ateniéndose a su palabra, Grume no la dirigía hacia la cabeza del enano, sino hacia el brazo con que sujetaba el hacha. Era obvio que tenía la intención de capturar y torturar al Matatrolls, y eso no era una buena señal para el resto de ellos. Félix apenas podía oír a su espalda el sonido de la carnicería que estaba haciendo Snorri mientras luchaba con los hombres bestia.

La demente y atronadora risa de Grume apenas resultaba audible por encima del alarido demoníaco de su arma. El semblante de Gotrek estaba pálido y pétreo, y la maza descendía como el martillo de algún dios guerrero loco. En el último segundo, el hacha de Gotrek salió disparada, y la hoja cubierta de runas hendió la calavera demoníaca. A lo largo del metal estelar destellaron líneas de fuego, y la cabeza demoníaca se hizo mil pedazos. El alarido cesó al instante, y la nube hedionda comenzó a disiparse.

—Vas a romperme los huesos, ¿verdad? —dijo Gotrek con un tono casi de conversación.

El hacha volvió a salir disparada e impactó justo en una corva del gigante. La ornada armadura se abolló como si estuviese hecha de latón, y manó sangre. Grume comenzó a caer de espaldas como un enorme árbol, y Félix tuvo que saltar a un lado para evitar que lo aplastara.

—Vas a arrojar mi mutilado cuerpo a tus seguidores para que se diviertan, ¿no es cierto?

El hacha volvió a descender sobre la otra pierna del gigante, atravesó la armadura y los tendones, y lo paralizó. Grume comenzó a incorporarse apoyándose en ambas manos, y el hacha de Gotrek voló y le cercenó la izquierda a la altura de la muñeca. Otro tajo le cortó el brazo derecho por el codo. Gotrek escupió sobre la forma yacente y se volvió para encararse con los hombres bestia. En los actos del Matatrolls había una espantosa crueldad, una indiferencia que a Félix le producía escalofríos. El cuerpo del guerrero del Caos, privado de sus extremidades, se debatía sobre la nieve mientras se desangraba.

Gotrek avanzó decididamente hacia los hombres bestia con el hacha en alto. Aquello fue demasiado para ellos; dieron media vuelta y escaparon en una carrera enloquecida. En tanto corrían, Félix advirtió que el extraño objeto de forma ocular continuaba flotando allí, casi invisible en medio de la oscuridad. Se movía atrás y adelante, como un ojo que los observara.

«¿Qué nuevo objeto maligno es ése?», se preguntó.

* * *

Kelmain se volvió para consultar con la flotante imagen de su hermano.

—Vaya con el poderoso Grume —dijo.

La imagen del agonizante guerrero del Caos aún estaba impresa en su mente.

—Era algo predecible. Los que son como Gotrek Gurnisson no pueden ser vencidos por los Grume de este mundo. Esa hacha lleva consigo una enorme carga de destino.

—En ese caso, será mejor que la quitemos del tablero de juego del mundo —dijo Kelmain, sonriendo.

—Ejecuta tu plan —repuso Loigor—. Que se cierre la trampa.

* * *

—¡No! —gritó Félix en el momento en que Gotrek y Snorri desaparecían en la oscuridad—. ¡Esperad! ¡Debemos trazar un plan!

Sabía que ya era demasiado tarde. Al volverse vio que Max Schreiber se le acercaba rodeado por un resplandor. La nieve se fundía a sus pies y formaba regueros. Resultaba una visión casi sobrenatural y hacía que el mago pareciese, de algún modo, menos que humano.

—Demasiado tarde, Félix —dijo—. Será mejor que vayamos tras ellos.

—¿Has visto ese extraño ojo flotante? —preguntó Félix.

Max asintió con un gesto de cabeza.

—Un artefacto mágico de considerable poder; yo diría que se trata del foco de algún tipo de hechizo de observación.

—¿Quieres decir que nos está observando un hechicero?

—Sí…, y uno muy poderoso. Es probable que sea el que planificó este ataque y condujo a los adoradores del Caos hasta nosotros.

—Un hechicero del Caos además de ese monstruo. Fantástico —comentó Félix con acritud—. ¿Hay algo que puedas hacer al respecto?

—Ya veremos cuando encontremos a los otros —replicó Max Schreiber—. Será mejor que nos pongamos en marcha, o no lograremos alcanzarlos.

—No te preocupes —dijo Félix—. Los enanos son paticortos. No pueden correr más que nosotros.

* * *

Cada pocos centenares de pasos hallaban indicios de los sitios en los que los hombres bestia se habían visto acorralados y habían intentado matar a los enanos. El fracaso de esos intentos se evidenciaba en el número de cadáveres mutantes que yacían sobre la nieve. Comenzaban a caer copos más grandes y espesos que rellenaban las huellas y cubrían los cadáveres. Félix sabía que, en poco tiempo, sólo habría montículos de extraño aspecto donde antes había habido seres vivos. Era algo bastante deprimente.

Junto a él, caminaba Max, aparentemente insensible al frío. Félix se alegraba de tener al mago cerca. El aura que lo rodeaba radiaba el suficiente calor como para defenderlo de lo peor de la helada. Tal vez, Max estaba dirigiéndola hacia él para ayudarlo, pero Félix prefirió no preguntárselo. En cualquier caso, también irradiaba la luz necesaria para ver.

—Fueron por ahí —dijo Félix al mismo tiempo que señalaba la dirección que seguían las huellas de Gotrek.

El Matatrolls dejaba un rastro muy reconocible, ya que sus pies eran más grandes y anchos que los de un hombre, y sus pasos, más cortos.

—Eso no me sorprende —comentó Max.

—Tengo la sensación de que estás a punto de decirme algo que no va a gustarme —comentó Félix.

Mientras, contempló la oscuridad más allá del círculo de luz, en busca de un destello que se reflejara en los ojos de algún hombre bestia. Sin los Matadores, él y Max podían ser vencidos. Lo único que hacía falta era una lanza afortunada que incapacitara al hechicero; en ese momento, él quedaría solo ante los monstruos.

El entrecejo de Max se frunció por un instante a causa de la concentración.

—En esa dirección hay una enorme fuente de energía mágica. Relumbra como un faro. Puedo percibirla desde aquí. Su poder escapa a todo lo verosímil y está contaminada por el poder del Caos.

—¿Por qué no me contaste eso antes? Supongo que no querías preocuparme.

—No, Félix; no te lo conté antes porque antes no estaba allí.

«¿Qué nuevo horror nos aguarda ahora?», se preguntó Félix.

* * *

Desde algún lugar situado más adelante, les llegaron los sonidos de la lucha. Félix creyó reconocer los bramidos de Gotrek y el grito de guerra de Snorri. Corrió ladera arriba a través de la nieve y salió a un claro que había entre los árboles. Ante ellos se alzaba lo que parecía un enorme túmulo o una pequeña colina increíblemente erosionada y de aspecto antiguo. En un flanco, había un arco formado por dos enormes piedras verticales y una horizontal. La totalidad del túmulo estaba cubierta de nieve recién caída, excepto el arco, que relumbraba de modo extraño y derretía la nieve al instante. Dedujo que el hedor de vegetación quemada procedía del musgo incinerado.

—¿Qué demonios está sucediendo aquí? —preguntó.

—Magia —replicó Max—, y es de una clase muy potente.

Félix vio que la batalla tenía lugar en la entrada del túmulo. Snorri y Gotrek se abrían paso a golpes mortales a través de una masa de hombres bestia. Los monstruos que se batían en retirada libraban una desesperada acción de retaguardia a medida que huían hacia el interior. Félix y Max continuaron hasta la entrada. El camino que descendía era peculiar, diferente de cualquier cosa que Félix hubiese visto antes. Las paredes estaban formadas por enormes bloques de piedra desnuda, cubiertos por extrañas runas angulares. Había otros arcos que servían de apoyo al techo del corredor, que bajaba en ángulo hacia las tinieblas. En algún punto lejano de la oscuridad, había otro arco que relumbraba intensamente.

La masa de hombres bestia traspasaba a la carrera el arco relumbrante y simplemente desaparecía. Era algo extraordinario. En un momento estaban allí y al siguiente se habían desvanecido dejando sólo una silueta de ondas en el aire luminoso. Al acercarse más, Félix vio el relumbrante ojo, que flotaba sobre la escena; con una velocidad que lo volvía borroso, cambiaba de posición para situarse en puntos más favorables, a fin de tener una mejor visión del combate.

Félix decidió que era mejor que cumpliera con su parte, así que echó a correr. Sintió un extraño estremecimiento que le recorrió la columna vertebral al pasar por debajo de uno de los arcos de piedra. No necesitaba ser un mago tan poderoso como Max para saber que allí estaba sucediendo algo sobrenatural.

Snorri asestaba tajos y giraba sobre sí mismo; se abría camino a través de los cadáveres de los hombres bestia, cercenando miembros y aplastando cabezas con alegre abandono. Cuando quedó dentro del radio de acción del arco relumbrante, ocurrió algo extraño. Un tentáculo tan grueso como la amarra de un barco salió del resplandor y lo envolvió. Antes de que Félix pudiese gritarle una advertencia, el tentáculo se retrajo, y Snorri fue arrastrado hacia el resplandor. Al cabo de un segundo, había desaparecido.

Gotrek rugió una maldición, redobló sus esfuerzos y derribó con el hacha a los últimos hombres bestia. Félix avanzó hasta situarse a su lado.

—¿Qué era esa cosa que se ha llevado a Snorri? —preguntó.

—Un demonio, muy probablemente, y uno que pronto estará muerto, o yo hallaré mi propio fin —replicó el Matatrolls.

Sin echar una sola mirada atrás, el enano saltó hacia el resplandor. En un segundo, también él había desaparecido.

—¡Espera! —le gritó Max—. No tienes ni idea de adónde conduce ese portal.

Félix se quedó de pie ante el relumbrante arco y se preguntó qué debía hacer. No había ni rastro de los Matadores, de los hombres bestia ni del monstruo con tentáculos. No podía oír sonido alguno. Mientras lo contemplaba, la rielante luz comenzó a desvanecerse. De repente, algo pasó como un borrón por lo alto, y se oyó un crujido espantoso. Al mirar hacia atrás, vio que Snorri había sido arrojado al exterior del portal con la velocidad de una piedra lanzada por una honda. Ya fuera por accidente o de modo intencionado, lo habían arrojado directamente contra Max, y ambos yacían, inconscientes, en el suelo.

Algo le dijo a Félix que sólo le quedaba un instante para tomar una decisión. Sabía que si esperaba hasta que la luz se desvaneciera del todo, cualquiera que fuese el portal que había traspasado Gotrek, se cerraría, y con ello, toda posibilidad de seguirlo. Mientras permanecía allí, indeciso, algo pequeño y redondo se estrelló contra su espalda y lo empujó hacia la luz. «Por supuesto —pensó—, me había olvidado completamente del ojo vigilante».

Lo recorrió una ola de frío y, por un momento, una desorientadora sensación de vértigo amenazó con abrumar sus sentidos. Se sentía como si estuviese cayendo a través de la enorme chimenea de una mina a una velocidad tremenda. Se preparó para el impacto, pero se sorprendió al dar un traspié sobre el sólido suelo. Un momento más tarde, deseó que no hubiera sido así, ya que una visión aterrorizadora apareció ante sus ojos.

Delante de él había una enorme cosa provista de tentáculos, un cruce entre un calamar y una serpiente, un monstruoso demonio mutante del Caos. Los tentáculos salían disparados en un intento de apresar a Gotrek, pero el Matatrolls se mantenía firme y lanzaba golpes con el hacha que cercenaban las puntas de algunos apéndices y hacían manar grandes borbotones de sangre de otros. Por los alrededores, yacían los cuerpos destrozados de una docena de hombres bestia, y unos pocos aún forcejeaban con los gigantescos tentáculos. Resultaba obvio que, con independencia de lo que fuese aquel enorme bruto, no discriminaba entre sus compañeros adoradores del Caos y cualquier otro cuando se trataba de cazar.

Algo zumbó por encima de la cabeza de Félix, que vio el destellante ojo pasar a toda velocidad. Por un momento, le pareció oír una escalofriante carcajada infernal, pero luego la esfera desapareció de la vista con celeridad. A lo lejos, detrás del ser demoníaco, Félix creyó ver una figura ataviada con un ropón negro que alzaba una mano para atrapar la gema y que después echaba a correr hacia la oscuridad.

Percibió un estallido de calor a su espalda, y el rielante resplandor de luz se amorteció. Se volvió para mirar hacia el lugar del que habían llegado y le sorprendió no ver más que una enorme arcada que parecía conducir al espacio infinito. En medio de la oscuridad, pasaban velozmente luces de un lado a otro. «No son estrellas —pensó—, sino fuegos fatuos de luz bruja».

Por un breve instante, sintió que su cordura se tambaleaba. De alguna manera, había sido transportado a un emplazamiento por completo diferente y que escapaba a su comprensión normal. No había señal alguna del bosque cubierto de nieve ni del gran túmulo, ni tampoco de Max y Snorri. Sólo tenía delante un arco cuya figura se parecía a la del que había atravesado, pero con un aspecto algo más nuevo y con tallas en forma de gárgolas de unos extraños seres parecidos a sapos. «Se trata, en efecto, de una magia poderosa», pensó al mismo tiempo que deseaba haber hecho más caso de lo que había dicho Max.

Un estruendoso grito de guerra que sonó detrás de él le recordó que la batalla aún no había acabado. Mientras él observaba, el último de los hombres bestia fue elevado hacia lo alto por los tentáculos, que luego lo dejaron caer en las abiertas fauces con forma de pico. Se escuchó un estrepitoso crujido cuando los huesos se partieron, y la sangre salpicó la boca del demonio. Al mismo tiempo, nuevos y monstruosos tentáculos serpentearon más allá de Gotrek en dirección a Félix, que se apartó a un lado para evitar que lo apresara una de aquellas cosas provistas de ventosas. Lanzó un golpe con la espada, y la hoja se hundió profundamente en la carne correosa. Sangre negra manó lentamente de la herida. Félix avanzó, en zigzag, tajando los tentáculos que se le acercaban; quería situarse junto a Gotrek. En momentos como ése, parecía ser el lugar más seguro que se podía ocupar.

Una corriente de aire lo puso sobre aviso, y se lanzó hacia adelante mientras un tentáculo inmenso barría el punto donde había estado su cabeza. Cayó rodando al suelo y advirtió que el piso tenía un aspecto raro. La fría piedra de que estaba hecho parecía haber sido corroída por algo similar a un ácido. Grabadas en cada uno de los bloques había extrañas runas, garrapatos formados por líneas rectas y curvas, que no se asemejaban a nada que hubiese visto antes.

Dejó que su propio impulso lo pusiera de pie y a punto estuvo de ser decapitado. El hacha de Gotrek se detuvo a pocos dedos de su cara, y Félix experimentó un tremendo alivio al comprobar que el Matatrolls tenía un control enorme sobre el arma; de lo contrario, habría muerto.

—He visto criaturas de mejor aspecto —comentó Félix al mismo tiempo que alzaba los ojos hacia el demonio.

Era descomunal, y la boca, provista de tentáculos y de la que goteaba una sustancia viscosa, se curvaba a una altura casi cuatro veces mayor que él. El ojo que lo contemplaba desde allá arriba, sin embargo, estaba lleno de una inteligencia funesta y espantosamente humana.

—Es probable que eso esté pensando lo mismo acerca de ti, humano —señaló Gotrek, que tuvo que agacharse para esquivar el barrido de un inmenso tentáculo. El Matatrolls empezó a retroceder paso a paso ante el avance de la descomunal bestia.

Félix se dio cuenta de que aquélla era una batalla sin esperanza. Incluso la poderosa hacha del Matatrolls era prácticamente inútil contra un monstruo de aquel tamaño y fuerza. Los tremendos hachazos de Gotrek eran como los golpes que un niño podría asestarle a un toro con un cuchillo de mesa. Le causaban incomodidad a la bestia, pero resultaba dudoso que pudieran matarla.

Félix sintió que lo invadía una ola de desesperación. ¿Cómo habían llegado a ese extremo? Poco antes se encontraban sentados ante un alegre fuego, dentro de una cómoda cueva, y ahora estaban…, bueno, sólo los dioses sabían dónde, luchando contra un monstruo demoníaco.

A menos que hiciese algo desesperado, no veía posibilidad alguna de sobrevivir. Gruñendo, echó atrás su espada y la arrojó como una lanza, directamente hacia el único ojo inmenso de la bestia. El arma voló en línea recta y se hundió en la repugnante gelatina del gran globo ocular sin párpado. La espada se clavó profundamente, y Félix deseó que hubiese llegado hasta el cerebro de la criatura.

Un segundo más tarde, lamentó haberlo hecho. El monstruo profirió un maligno y agudo alarido, y comenzó a azotar ciegamente el aire con los tentáculos. Félix vio que una convulsión de los apéndices lanzaba a Gotrek rodando de cabeza al suelo, y él mismo se arrojó cuan largo era sobre el piso para evitar que lo aplastaran como a un bicho.

El enorme monstruo comenzó a retroceder ante ellos sin dejar de azotar el aire. Pocos segundos después, una pestilente nube de gas negro como la tinta salió de unos orificios situados cerca del pico. Félix tuvo el tiempo justo para contener la respiración antes de que la nube llegara hasta ellos y les impidiera ver.

El joven advirtió que le escocía la piel y le lloraban abundantemente los ojos. Sus fosas nasales se colmaron de un hedor aún peor que el del gigantesco guerrero del Caos. No dudaba de que el gas era tan venenoso como el de una vil arma skaven. Desesperado, se lanzó de espaldas con la esperanza de salir de la nube antes de que sus pulmones no pudiesen más y las emanaciones acabaran con él.

Mientras hacía eso, vio el borroso contorno de algo enorme y parecido a una serpiente que emergía entre la neblina. Dispuso sólo de un segundo para reconocerlo como uno de los tentáculos del demonio antes de que le golpeara la cabeza. La fuerza del impacto de aquella descomunal cuerda de músculos lo lanzó al suelo. Involuntariamente, abrió la boca e inspiró una bocanada del repugnante aire contaminado.

«Maldición», pensó al sentir el pecho como si le hubiese estallado en llamas, y una ola de negrura lo envió y lo sumió en las tinieblas.