42
Londres. Septiembre de 1889
AARON KOSMINSKI
A veces, en sus sueños, no podía respirar. Tenía la cara aplastada contra el suelo y las astillas se le clavaban en la piel. Estaba oscuro. Sentía pavor. Sabía que aquello no acabaría bien.
Las visiones venían demasiado rápido como para controlarlas. A veces estaba en el fondo de un lago, con las fosas nasales obstruidas por el barro, y la ira y el hambre escocían en cada uno de sus poros como si quisieran explotar y salir por la piel. Otras veces, caminaba por las calles de Londres de noche, cansado, y sentía un peso sobre su espalda. Quería arrancarse la piel de la cara, rasgarla y soltar su locura a gritos desde lo más alto de los tejados. Quería ser libre. Quería llorar. Quería cazar.
Aquí y allá, en la sofocante oscuridad, veía destellos de rojo: rojo carmesí, con ribetes de encaje, desaparecido en un instante, engullido por la enorme eternidad de maldad que le reclamaba, o arrastrado por el río…
El río. El rojo. La maldad.
Las visiones intentaban decirle algo… Pero cuando despertaba gritando, sudando y enredado en las sábanas, solo recordaba el miedo.