Capítulo 39

39

Londres. 18 de Julio de 1889

DR. BOND

La lluvia de los días anteriores no había logrado diluir la humedad del ambiente y al cerrar mi maletín, me alegré de abandonar el asfixiante cobertizo de madera que utilizábamos como morgue improvisada. A pesar de los esfuerzos de Bagster Philips, el cuerpo mutilado de Alice McKenzie estirado sobre la mesa de autopsias se había empezado a descomponer, y el aire estaba cargado de un olor acre y empalagoso. No era una mujer hermosa, y la muerte nunca favorecía a nadie, pero volví a mirarla detenidamente. Ya había empezado a perder mi distancia profesional con los muertos antes de que comenzara toda aquella locura, pero ahora cada nueva víctima se sumaba a la carga de mi extenuación, quitándome el sueño. Al menos podía estar seguro de que este asesinato no había sido obra de Harrington, pues no se había separado de la familia hasta la medianoche, y el sacerdote y yo nos habíamos quedado vigilando en la calle una media hora después. A esa hora la mujer estaba siendo asesinada en otra parte de Londres. Harrington y la criatura adherida a él eran una abominación, pero no eran Jack el Destripador.

Cuando me disponía a salir, la puerta se abrió y apareció Moore. Echó una mirada al cadáver, arrugando la nariz ligeramente por el asco, y dejó la puerta abierta.

—¿Dónde está Philips? —dijo bruscamente.

—Ha salido. Tenemos una especie de desacuerdo profesional.

—¿Relacionado con ella? —Moore parecía sorprendido, y no me extrañaba. Era difícil discutir con un tipo tan jovial y respetado como Bagster, y en general yo confiaba en su juicio, pero no esta vez.

—Cree que el asesino era zurdo.

Dejé que Moore lo asimilara. Todos habíamos coincidido en que Jack era diestro, y eso implicaba que Bagster la descartaba como posible víctima del Destripador.

—Cree que los hematomas en el pecho y la parte izquierda del abdomen, encima de las mutilaciones, se produjeron al agarrarla mientras la atacaba. —Di un paso hacia el cadáver y se lo mostré—. Así. —Moore me observaba—. Sin embargo —continué—, no me convence. Los hematomas pueden ser resultado de la caída, o de muchas otras cosas. Además, debemos tener en cuenta lo repentino y enajenado del ataque, el barrio donde murió, y por supuesto la índole de las lesiones. Es Jack otra vez. Se lo garantizo.

—Eso pensaba yo —dijo Moore con un bufido—. El Comisario Monro opina igual. ¿Lo va a poner en su informe?

Asentí.

—Philips dice que el asesino es experto en anatomía… según sus propias palabras. ¿Tal vez alguna especie de médico?

—Ya conoce mi postura al respecto —contesté—. Lo dudo. Este tipo de lesiones podrían haber sido causadas por cualquiera con un mínimo conocimiento de las vísceras humanas. —Entonces pensé en Harrington: su negocio era de importación y exportación, y por lo que sabía no tenía experiencia alguna con cuchillos ni sierras, pero se había hecho bastante diestro desmembrando cadáveres. Me pregunté si el Upir también le habría guiado en ese proceso, y cuántas otras víctimas habría habido sin que llegáramos a encontrarlas. Tal vez simplemente se hubiera hecho con alguno de los libros de anatomía de Charles, y tras sacarlo de la casa escondido en el abrigo, lo hubiera estudiado de noche bajo la manta mientras su esposa dormía, sin pensar en la criatura que llevaba a su espalda. Volví a temblar, a pesar del calor. De repente, sentí algo parecido al consuelo ante la muerte de aquella pobre mujer. Al menos lo suyo era un simple asesinato, y aunque muriera a manos a de un loco, era un loco humano, y no había intervenido ningún monstruo sobrenatural.

—Si usted lo dice. —Moore volvió a resoplar por la nariz, con un consistente bufido, como un resfriado de verano. Casi siempre estábamos de acuerdo, pero creo que en el asunto de la formación médica estaba más del lado de Bagster, y evidentemente tenía derecho a su opinión, igual que mi compañero, aunque estaba seguro de que ambos se equivocaban.

—Imagino que formará usted parte de la próxima investigación —dijo—. Aunque tampoco tenemos nada que añadir por ahora… tenemos unos cuarenta agentes extra destinados en las calles de Whitechapel y todavía no hemos podido coger al bastardo. Tenía la esperanza de que hubiera muerto. —Casi sonrió—. Él y el otro. ¿Qué cree que hace tan fuerte a un asesino, doctor? ¿Nacen con una constitución más robusta que el resto de nosotros?

—Tampoco parece que a usted le vaya tan mal, inspector. —Tal vez yo me hubiera debilitado en el último año, pero el inspector Moore seguía siendo un tipo fuerte. Y aunque trabajara demasiado y acabara extenuado de tanto en cuanto, seguía pateando las calles con paso firme.

—Desde luego no tengo energía para hacer este tipo de actividades después del trabajo. —Volvió a mirar a la muerta. Ella no le devolvió la mirada (ya nunca miraría a nadie), y sin embargo podía intuir su rechazo al vernos hablar tan despreocupadamente de su persona. Tras una vida podrida encontró una muerte podrida, y ahí estaba ahora, pudriéndose; y probablemente no se lo mereciera.

—Últimamente no soy capaz de armarme de esa clase de rabia —añadió Moore. Su gesto era serio—. Ni siquiera contra quien hizo esto. Estoy agotado.

—Le entiendo.

Me miró, distraído de repente por una idea.

—Andrews dice que ayer no acudió a su cita para cenar.

—¡Santo Dios! —dije—. Es verdad… qué grosería por mi parte. Últimamente no me encuentro nada bien, y se me pasó por completo. Me disculparé de inmediato.

—Se lo diré en cuanto llegue a la comisaría. Mientras se encuentre usted bien… Creo que disfruta mucho de esas cenas. Tienen ustedes una mente parecida, y buen ojo para el detalle.

—Sí, tal vez. —Claro que lo había olvidado: el día anterior había pasado como un borrón entre el miedo y el agotamiento. Al regresar a casa después de la cena con los Hebbert, pasé la noche sentado en el sillón de mi despacho, mirando por la ventana, convencido de que Harrington y el Upir vendrían a por mí en cualquier momento. Pero no lo hicieron, y cuando amaneció y me armé de valor para volver a salir, fui a encontrarme con el sacerdote y Kosminski para discutir cómo vigilar a Harrington. El rumor de que el Destripador había matado otra vez inundaba las calles de Whitechapel como la sangre fluye por los desagües, corriendo de esquina en esquina, y además de inyectar más miedo en mi alma afligida— el Destripador era otro recordatorio del caos que había traído consigo el Upir —supe que me esperaba una nueva maratón de autopsias, investigaciones e informes. También afectaría al pequeño Kosminski, pues sin duda le llamarían para interrogarle ahora que había una nueva víctima para la búsqueda. Kosminski seguía terriblemente atormentado por las visiones, y mostraba un ansia similar a la del sacerdote por actuar de inmediato, pero yo no estaba dispuesto a permitirlo. Teníamos que cogerle. Debíamos actuar como policías, no como justicieros. Era la única manera de conservar la cordura.

Para cuando llegué a casa, la cita con Andrew se me había olvidado por completo. Los planes existían en una vida distinta, antes de que hubiera visto la verdad.

—Tendré que buscar un hueco para volver a quedar —dije, y luego añadí—: Pero imagino que estarán muy ocupados con este nuevo suceso.

Suceso. Muerte era lo que quería decir. Aquella mujer había muerto aterrorizada mientras luchaba por su vida. Eso no era un suceso. Me pregunté si había perdido toda mi humanidad. ¿Éramos capaces de sentir nada a esas alturas? Pensé en el Upir. La muerte en sus distintas formas ya no me conmocionaba del mismo modo, y a menudo tenía los sentidos nublados por el láudano, pero todavía sentía mucho miedo. Cada vez que cerraba los ojos veía aquella cosa aferrada al marido de Juliana, y cuando lograba dormirme por un rato, los sueños eran espantosos. Puede que el Upir hubiera maldecido a Harrington, pero ahora también me perseguía a mí.

El hedor no se disipaba aun dejando la puerta abierta. Cerré el maletín y lo levanté. Estaba cansado y quería quedarme a solas con mis pensamientos, aunque sabía que en cuanto lograra la soledad que tanto ansiaba, desearía tener compañía para aliviar mi ansiedad. Tal vez me equivocara al no dejar que el sacerdote y Kosminski se salieran con la suya; aquella espera a que Harrington actuara nos estaba empujando a la desesperación.

—Debería irme a preparar el informe. Creo que me esperan mañana por la mañana. —Caminé hacia la puerta y Moore se apartó para dejarme pasar—. También quiero escribir al comisario. Sería un craso error descartar a esta mujer como un asesinato aislado. Estoy seguro de que Bagster regresará en breve… no es su estilo albergar malos sentimientos durante mucho tiempo. En ese sentido, me recuerda a Charles Hebbert. —Sonreí—. Ambos son buenas personas.

—¿No prefiere quedarse y relajar el ambiente personalmente? —preguntó Moore. Su nariz volvió a encogerse—. Aunque creo que hace falta algo más que palabras para que este sitio huela bien.

Por supuesto, debería haberme quedado, pero aquel espacio era claustrofóbico, y había algo en la gravedad terrenal del inspector Moore que me incomodaba… era como si pudiera ver la culpa invisible con la que cargaba. Y tampoco es que hubiera hecho nada para sentirme culpable —al menos, por el momento— pero no había compartido mis sospechas con él. Me preguntaba cómo reaccionaría si lo hiciera. Probablemente interrogaría a Harrington acerca de su relación con Elizabeth Jackson, y luego le dejaría marchar. No podía contarle la leyenda del Upir, ni que Harrington estaba poseído por aquella criatura. Sin embargo, cuando Moore me miraba directamente sentía como si tuviera el alma al desnudo. Esa habilidad le era muy útil en su trabajo como policía, pero yo no necesitaba aquellas miradas pulsando mis nervios crispados.

—Inspector, ya he pasado suficiente tiempo aquí, y a pesar de lo que pueda pensar la gente, uno nunca se acostumbra a este olor.

—¿Está seguro de que se encuentra bien, Dr. Bond?

—Por supuesto —dije—. Simplemente me hago viejo, como bien ha dicho usted. Puede que me canse, y que a veces me encuentre algo mal, pero me temo que he visto cosas peores que esto.

Moore asintió y su pensamiento derivó hacia otro lugar, tal vez rebuscando en el catálogo de su memoria todos los casos espantosos en su historial. Al fin y al cabo, Londres no andaba corto de imágenes desagradables, y dudaba que nadie que hubiera entrado en la habitación de Mary Jane Kelly pudiera olvidar en mucho tiempo lo que vio allí. Al menos el inspector se lo había ahorrado.

—Cierto —dijo Moore—, pero creo que el secreto de la supervivencia está en saber cuándo uno ha hecho todo lo que ha podido… quiero decir, el secreto de la supervivencia del alma. Ya he visto cómo este tipo de cosas puede destruir a buenas personas.

—A usted no le destruirá, de eso estoy seguro. —Me dirigí hacia los escalones irregulares de madera, tratando de salir de allí.

—No, dudo que lo haga. Pero es bueno tener presente que puede hacerlo. —Se me quedó observando durante un largo instante, y busqué un comentario fácil para terminar nuestra conversación, pero no lo encontré. Finalmente, sonreí sin convicción y me despedí.

Sabía que me estaba observando mientras me alejaba entre jadeos, como si hubiera estado corriendo.

Los dos días siguientes transcurrieron en un frenesí de trabajo, colaborando con la policía y defendiendo mi postura ante Philips en lo referente a la muerte de Alice McKenzie. Fueron días más fáciles. Pasaba horas enteras perdido en la marea de gente y actividad que me rodeaba y olvidaba lo que había visto al otro lado de la mesa menos de una semana antes. Este nuevo asesinato, ocurrido tan poco tiempo después del caso Jackson, dio un nuevo impulso a los agotados policías que llevaban gran parte del año buscando sin éxito al asesino. Volvieron a examinar viejas pruebas y listas de sospechosos. El nombre de Kosminski salió a relucir aquí y allá, y en esos casos volví a meter baza sobre la diferencia entre su personalidad y la de Jack. No convencí a nadie, pero me gustaba la sensación de acabar las conversaciones sin que nadie desconfiara de mí. Estaba seguro de que alguien empezaría a preguntarse por qué defendía al mugriento peluquero polaco, o por qué mis manos temblaban a veces cuando mencionaba su nombre, pero aparentemente mi reputación seguía intacta.

Las noches eran otra historia: entonces no había descanso para mi miedo. El aire cálido y húmedo parecía melaza en mis pulmones, y la piel me picaba como si estuviera cubierto de diminutos insectos. Me negaba a aceptar que mi creciente dependencia en las drogas tuviera relación con esa sensación. Me quedaba en casa, por si había alguna visita, por si atacaban a otra pobre mujer, y trataba de buscar consuelo en la idea de que el sacerdote y Kosminski estaba vigilando a Harrington.

El corazón me vibraba como un cascabel y conforme pasaban las horas lentamente centraba mi atención en el tictac del reloj. Mi respiración era demasiado ruidosa como para concentrarme en ninguno de los libros de mis estanterías atestadas, aunque los cogía uno tras otro y los hojeaba sin propósito antes de dejarlos a un lado.

Las cenas de la Sra. Parks se quedaban prácticamente sin tocar, aparte del pan y las patatas. Igual que Kosminski sentía repugnancia por el agua después de empezar a soñar con el Upir, en mi caso era la carne: su textura, la grasa, la sangre. No era capaz de meterme carne en la boca, el solo pensarlo me hacía sentir como el mismo Upir, devorando los órganos de todas aquellas mujeres, alimentando su insaciable hambre. Todo cuanto intentaba tragar se afincaba en mi garganta y amenazaba con atragantarme hasta que carraspeaba y lo escupía de nuevo al plato.

Comprobaba las cerraduras de las puertas y las ventanas y cerraba todas las cortinas. Dejaba las lámparas de gas encendidas toda la noche hasta el amanecer, cuando el sol naciente me rescataba de mi pavor, permitiéndome dormir dos o tres horas con relativa tranquilidad. Tal vez la luz del sol tampoco ofreciera demasiada protección ante el Upir, pero estaba seguro de que, al igual que todo lo malvado, ya fuese hombre o bestia, prefería cazar en la oscuridad, cuando el mundo se entregaba a las supersticiones y el ajetreo de los días desaparecía como se desvanece un sueño, dejando al hombre solo con sus pensamientos.

Había pasado varias semanas desde la cena en casa de los Hebbert y empezaba a relajarme un poco creyendo que la criatura no me había visto, cuando la Sra. Parks entró en mi despacho y anunció que tenía una visita. Estaba tan al borde del sueño que no había oído la puerta, y levanté la mirada, esperando ver a Juliana.

Era Harrington. La sangre se congeló en mis venas.

—Disculpe, Thomas, ¿es mal momento? —Parecía rejuvenecido y algo incómodo, y llevaba el sombrero entre las manos, estirando nerviosamente de los bordes.

Me levanté, tratando de ignorar el temblor de mis piernas.

—En absoluto, solo estaba… trabajando. —Forcé una sonrisa, pero por dentro la sentí como una mueca cadavérica. ¿Qué hacía en mi casa… por qué habría venido? ¿Va todo bien?

—Sí… bueno, no. —Empezó a pasearse de un lado para otro, y cada vez que me daba la espalda me echaba a temblar, aunque no viera más que la tela de su abrigo. No tenía ningún monstruo pegado, pero podía sentirlo, casi podía olerlo.

—Quería pedirle un favor.

—Por supuesto, ¿qué puedo hacer por usted?

Parecía casi tan cansado como yo. ¿Estaría enfermando de nuevo? ¿Tan pronto? ¿Estaría empezando a devorarle el Upir?

—Hemos tenido problemas en los muelles últimamente —comenzó—. Los empleados están nerviosos, están protestando. En parte esa es la razón por la cual fui tan grosero con usted el otro día. He estado sometido a bastante presión. —Bajó la mirada y se ruborizó avergonzado—. Pero implica que tengo que pasar más tiempo en el trabajo, reuniéndome con otras compañías para intentar arreglarlo.

—Comprendo, pero es importante que no vuelva a ponerse enfermo, James. —Me alegraba sonar tan normal, porque por dentro un hormigueo recorría cada uno de mis nervios como si estuviera a punto de salir corriendo. Seguro que tenía las pupilas dilatadas por el miedo, y el aire entre nosotros era acuoso. Estaba conversando con una fantasía; todo cuanto era importante— todo lo que me amenazaba —era invisible.

—Lo que me preocupa no es mi enfermedad. Juliana no ha estado bien desde que sus padres se marcharon, y hay días en los que apenas puede levantarse de la cama, pero no me deja pedirles que regresen.

—¿Le gustaría que pasara a verla? Si es así, en absoluto sería una molestia. Cogeré mi maletín e iré inmediatamente. El embarazo puede…

Negó con la cabeza, levantando las manos para detenerme:

—De hecho, quería pedirle más que eso. —Sus ojos azules, tan serios y honestos, se encontraron con los míos—. Me preguntaba si sería posible que se instalara usted con nosotros… al menos hasta que su madre regrese. Odio tener que dejarla tantas horas sola en casa con el ama de llaves, y Charles y Mary no volverán hasta dentro de dos semanas.

¿Instalarme con ustedes? —Repetí sus palabras intentando ganar algo de tiempo para tranquilizarme, pues mi cabeza había empezado a dar vueltas y sentía el miedo como un bloque de hielo derritiéndose sobre la boca del estómago, lanzando fríos efluvios de terror por mis entrañas. La idea de estar en la misma casa que aquella cosa era insoportable. El sacerdote estaría encantado, de ese modo podría vigilar a Harrington desde dentro mientras ellos lo hacían desde fuera. Pero ¿pasar mis noches de insomnio allí? Mi mano se retorcía del ansia de láudano, mi respuesta automática a cualquier momento de estrés.

—Comprendo que tal vez sea demasiado pedir… sé lo ocupado que está usted con su trabajo en el hospital y con la policía, pero es que no tengo a nadie más a quien acudir. A nadie que Juliana tolerara. —Sonrió, y me pareció ver todo el amor del mundo en aquellos ojos. ¿Habría días en los que simplemente era un joven normal y corriente? ¿Bloquearía su mente sus actos atroces? ¿Dormía en algún momento aquella cosa a su espalda?

—Ya sabe cómo es Juliana —continuó Harrington, ajeno a mi monólogo interno—. Puede ser bastante… en fin, terca. Incluso cuando está enferma.

El pensar en Juliana fue lo que me convenció al final: estaba sola en la casa con él, y no se encontraba bien. Tenía que cerciorarme de que era solo su embarazo pasándole factura, y no algo que hubiera hecho Harrington. Charles se había ido y la había abandonado, pero yo no haría lo mismo.

—Por supuesto que puedo —dije cariñosamente—. Iré esta misma tarde.

Sonrió inmensamente aliviado, y me estrechó la mano con fuerza antes de despedirse.

Una vez se hubo marchado, tomé asiento en mi sillón. Estaba a punto de meterme en la boca del lobo.