Capítulo 33

33

Londres. 13 de junio de 1889

DR. BOND

El invierno había dado paso a la primavera y, a falta de nuevos asesinatos, Londres parecía algo más relajada. La gente murmuraba que Jack se había ido, que había muerto o se había ido para convertirse en problema de otro lugar.

Sin embargo, a pesar de que los días eran cada vez más luminosos, no sucedió así con mi estado de ánimo. No dejaba de pensar en la cantidad de láudano que tomaba y con qué frecuencia lo hacía, ni tampoco en el hecho de que mis ansias de visitar los antros de opio era a veces tan arrolladora que deambulaba por la casa toda la noche hasta que me dolían las piernas. Cada vez tenía más ataques de ansiedad, así que hacía lo posible para combatirlos y luchar con mi perpetuo agotamiento saliendo a cazar más a menudo, entregándome a la naturaleza y al aire libre y tratando de apartar de mi mente cualquier pensamiento de criaturas adheridas a la sombra de la gente, aunque solo fuera por unas horas. Juliana venía conmigo, y no sin algo de culpabilidad, aprovechaba esas ocasiones para preguntarle acerca de los viajes de Harrington por Europa.

Aparentemente, la mayoría de sus historias giraban en torno a un excéntrico americano que conoció en Venecia y a quien ahora pasaba horas escribiendo. Al parecer aquel caballero le habría empujado vivir más aventuras. Juliana decía que los recuerdos de James de sus viajes se hacían más vagos a partir del momento en que tomaron caminos distintos en Venecia, pero ella pensaba que cayó enfermo por primera vez en Polonia.

Aquello desató mi desasosiego, y esa misma noche fui a la habitación del sacerdote, decidido a contárselo, aunque solo fuera por aliviar mi ansiedad. La luz estaba apagada, y nadie abrió la puerta, así que me dirigí a Whitechapel para buscar a Kosminski. Su hermana me dijo que estaba sumido en uno de sus «ataques» y que no podía recibir visitas, aunque fuera médico, pero su expresión me decía que por mucho que me lo prometiera, no le daría mi mensaje pidiéndole se pusiera en contacto conmigo. Tal vez viera algo de la locura de su hermano en mis ojos, y no la culpaba por ello.

Cuando más tarde llegué a casa con los nervios más calmados, me alegré de no haber dado con ninguno de los dos, pues en realidad no tenía ninguna prueba contra Harrington. En las últimas semanas había empeorado y estaba más débil, y aunque todavía llevaba sus negocios no era capaz de mucho más, y eso preocupaba enormemente a Juliana. Mis sospechas acerca de su marido eran como una traición hacia ella. Tenía que ser todo lo sensato que pudiera.

Pero allí estábamos de nuevo: otra muerte, otra mujer. En los breves momentos que había logrado arrebatarle al sueño en los últimos días algo horroroso me acechaba en las sombras: era algo que me observaba, y que yo no lograba ver. Despertaba empapado en sudor y sin aliento, y más cansado de lo que estaba antes de dormir. Aquella mañana nos llevaron el último resto humano encontrado a la morgue de Battersea (un brazo derecho doblado a la altura del codo y atado con un cordel), una nueva pieza para nuestra espantosa colección.

—Vamos a recomponerla, ¿te parece? —En cuanto llegó a la morgue, Charles quiso ponerse manos a la obra, y empezó a sacar los restos conservados en alcohol para estudiarlos. Había algo en la intensidad de su entusiasmo que me ponía nervioso. No sabía si era simplemente el eco de las oscuras fantasías que había tenido sobre esta situación recientemente, pero notaba un ímpetu distinto a su jovialidad habitual—. Creo que la tenemos entera —dijo.

—Aparte de la cabeza —añadí.

Asintió sonriendo, pero ya estaba inmerso en su trabajo, tomando notas según iba examinando los restos destrozados. Una vez más, me alegré de haberme alejado del sacerdote y el peluquero, pues los cambios de humor de Charles ya me parecían suficientemente perturbadores. Algunas tardes le atenazaba una melancolía tan profunda que creía que era capaz de hacerse daño, mientras que otros días parecía dar saltos con un entusiasmo exacerbado, como ahora. Aún iba a cenar a su casa con frecuencia, pero lo hacía por Juliana. Harrington casi nunca acudía —estaba demasiado enfermo— pero le insistía a Juliana en que fuera por la compañía, pues él estaba demasiado débil como para ofrecérsela en casa. Tal vez me hiciera ilusiones, pero a veces pensaba que dados los extraños cambios de humor de su padre, ella también venía esencialmente para verme a mí.

—¿Qué tal está James? —le pregunté mientras analizábamos cada uno de los restos seccionados. La parte superior del tronco había sido separada de la cabeza a la altura de la sexta vértebra, en varios cortes relativamente limpios—. ¿Una sierra de diente fino, quizás? —El pecho estaba cortado por el centro, atravesando el esternón, y le faltaban los pulmones y el corazón, que solo Dios sabría dónde estaban.

—Yo diría que sí —contestó Charles—. Un cuchillo afilado para la piel. Pero la separación de los brazos y las piernas definitivamente sugiere una sierra. —Se encogió de hombros, más tranquilo una vez inmerso en el trabajo—. Está claro que es adepto al desmembramiento. Ah… iba a decirlo antes, pero con todo este… —señaló el cruento despliegue— en fin, que gracias por preguntar, el joven James parece haber vuelto en sí esta semana. Ha recuperado el color, y es un alivio, la verdad. Se van a pasar unos días a Bath otra vez, y cuando regresen se quedarán en casa hasta que la suya esté terminada. —Mientras hablaba su rostro se encogía en gestos nerviosos, delatando un estado subyacente de disgusto o preocupación ante la idea que contradecía sus siguientes palabras—. Mary y yo tenemos muchas ganas de que vengan.

Por mi parte, aunque mis manos seguían trabajando, la mente no dejaba de darme vueltas. Harrington se estaba restableciendo. Había habido otra muerte y Harrington empezaba a recobrar sus fuerzas. ¿Y en los anteriores achaques de su enfermedad? ¿Se había restablecido cerca de la fecha de los otros asesinatos?

—Me alegra saberlo —dije. Me acerqué a ver el corte del torso—. La parte inferior de la vagina sigue en la pelvis, igual que el recto. —Incliné ligeramente la cabeza—. También la parte delantera de la vejiga. —Di un paso atrás y observé los restos de la mujer. ¿Sería capaz de hacer aquello James Harrington, el mismo hombre que dormía con la adorable Juliana? ¿Podían las manos que la tocaban con tanta ternura y amor cometer también aquella atrocidad?

Era bastante tarde cuando terminamos nuestro informe y volvimos a meter los restos en alcohol, y fue un alivio que Charles no me sugiriera que fuese a cenar con Mary y con él. Su comportamiento había vuelto a la normalidad a lo largo del día, pero eso no significaba que no volviera a tener el ataque de melancolía de las últimas veladas, y mi humor ya estaba lo bastante oscuro con pensamientos de monstruos, locura y Juliana. Necesitaba hablar con ella para hacerme una idea clara de los movimientos de Harrington en el último año, cuando se recuperó de los distintos brotes de su enfermedad, pero tendría que esperar hasta que regresara de Bath.

Estaba pagando al cochero al llegar a casa, cuando sentí como si me pellizcaran los pelos de la nuca. Me giré y miré detrás de mí, buscando a través de la luz agonizante de la tarde rastros de alguien observándome. Le descubrí por el reflejo de la cerosa tela negra en la esquina de enfrente. Consciente de que le había visto, el sacerdote salió a la calzada. Nuestras miradas se encontraron. La suya seguía tan llena de fogosa resolución como siempre, y él debió de ver algo en la mía, porque empezó a caminar hacia mí. A pesar de las últimas palabras que le había dicho, mi corazón latía aliviado: con él podría hablar de Harrington, y me entendería. Los periódicos no habían escatimado en contar espantosos detalles sobre cada uno de los restos que se había ido encontrando en el río o en el parque, de modo que el sacerdote tenía que saber que su Upir había vuelto al trabajo. Si lo hablara con él, tal vez lograría sentirme mejor, incluso aliviar un poco mi ansiedad; al menos dejaría de pensar en mi propia locura. Di un paso en su dirección.

—¡Dr. Bond!

Las palabras salieron de algún lugar a mi derecha sobresaltándome un poco, y me giré rápidamente. Había estado tan concentrado en el sacerdote que no busqué ninguna otra cara conocida.

—Inspector Andrews —dije sonriendo—. Me ha asustado.

—Disculpe. Parecía usted distraído.

Andrews era tan observador como yo, y ya estaba mirando hacia el otro lado de la calle, pero no había nada en el sitio al que me vio mirar fijamente. El sacerdote había desaparecido.

—Me preguntaba si le apetecería cenar conmigo en el club —dijo Andrews—. Sé que ha tenido un día ocupado, pero pensé que quizás podría contarme alguno de sus hallazgos. Puede ser difícil relajarse al cabo del día, y a veces viene bien revisar la información. Ya sabe que admiro sus ideas, y me gustaría mucho charlar con usted.

Volví a sonreír, esta vez de manera más natural que al principio de nuestro encuentro. Yo también había llegado a disfrutar de la compañía de Andrews y su forma de razonar. Sin darnos cuenta, puede que en cierto modo ya fuéramos amigos, y esperaba que la amistad siguiera creciendo. A esas alturas podría haberlo hecho, de no haber conocido yo al sacerdote para involucrarme después en su caza. Evidentemente, nunca podría hablar con el inspector de aquello, pero una cena tranquila y una conversación racional eran exactamente lo que necesitaba.

—¿Paseamos? —pregunté.

—Por supuesto —dijo él.

El sacerdote podía esperar, esperaría, estaba seguro de ello. En lo más profundo de mi ser, sabía que el sacerdote siempre estaba esperando.