Capítulo 28

28

París. Noviembre de 1886

DIARIO DE JAMES HARRINGTON

No soy yo mismo. La enfermedad que contraje en Polonia sigue dentro de mí, y estoy exhausto por la falta de sueño. Apenas he descansado desde la mañana que desperté y encontré a Josep muerto, dos días después de huir del pueblo. Desde entonces mi viaje ha sido tan rápido como constante, como si de alguna manera pudiera huir del recuerdo. Y quizás lo haya logrado, al menos en parte, porque ha desaparecido el horror que sentí al verle cadáver a mi lado en el carro, sin señal alguna en su cuerpo, pero con los ojos y la boca abiertos en un grito mudo de terror. Sin embargo, aún pienso en el sueño que tuve aquella noche, y no puedo evitar echarme a temblar, especialmente ahora.

Soñé que me inclinaba sobre él mientras dormía. Era tan real… todavía puedo ver las imágenes con absoluta claridad. Tenía la boca abierta y estaba roncando, profundamente dormido. Se oía el ruido de animales moviéndose a través de las hojas mientras cazaban en la oscuridad. El aire frío me pellizcaba ligeramente la piel. Noté que el extraño talismán que Josep llevaba en el bolsillo, el mismo símbolo que habían pintado sobre las puertas de la aldea, había caído al suelo. Sentí un peso sobre la espalda y algo me llamó la atención junto a mi hombro izquierdo. En el sueño me giraba a uno y otro lado, pero sea lo que fuere aquello, siempre estaba justo fuera de mi vista, aunque podía sentir su peso, un peso que me iba de la base del cuello al final de la espalda. Estiraba el brazo hacia atrás, pero no había nada que tocar. Me sacudía, pero la sensación seguía ahí. El peso me empujaba hacia delante, hasta que de nuevo me encontré inclinado sobre mi compañero de viaje. Podía notar su aliento sobre mi cara. Y de repente abrió los ojos.

El sueño debió de acabar después de eso, porque no recuerdo nada más. No comuniqué la muerte de mi compañero —¿a quién se lo iba a decir en medio de la naturaleza?— sino que arrastré su cuerpo hacia las profundidades del bosque y lo dejé allí. De hecho, pensé que si encontraba a alguien y se lo contaba, corría el riesgo de no volver a casa.

Para cuando llegué a Francia, estaba enfermando de nuevo y había empezado a convencerme de que la muerte de Josep y mi sueño estaban conectados: los dos habíamos vivido la dura experiencia en la aldea, y sus supersticiones nos habían pasado factura. Quizás el corazón de Josep sucumbiera a su propio miedo durante la noche… sería comprensible. Hombres más jóvenes que él mueren por causa de un fallo repentino del corazón. Y mi sueño probablemente fuera mi propio subconsciente revisando lo ocurrido en los días anteriores. El hecho de que la muerte de Josep y mi sueño ocurrieran la misma noche no era demasiada coincidencia; al fin y al cabo, hacía solo dos días que habíamos abandonado la aldea.

Llegué a París bastante animado, contento de encontrarme más cerca de casa. Consciente de que mi pecho volvía a estar débil y que me estaban volviendo a salir manchas violáceas en la piel, decidí alojarme en un hotel tres o cuatro días para descansar bien antes de emprender el viaje a casa. Le mandé un telegrama a mi padre, para hacerle saber mis planes, y para pedirle que me enviara un giro con suficiente dinero para cubrir mi estancia, pues había invertido mis últimas libras en ropa decente al llegar a la ciudad. Luego me instalé en este relativo lujo y traté de olvidar todo mi sufrimiento.

Al principio me resultó fácil. Dormir en una cama cómoda y comer bien hacían que la aldea polaca pareciera tan solo una pesadilla.

Pero no puedo zafarme de esta hambre espantosa que me atormenta, y esta mañana desperté de nuevo con el mismo peso sobre la espalda, y algo oscuro y horroroso en el rabillo de mi ojo izquierdo, como si ese algo me reptara por la espalda. Me pasé una hora entera delante del espejo, pero por mucho que me girara, no podía ver nada. Me pregunté si tendría algún problema de columna, quizás fuera eso lo que me hacía sentir de aquella manera; o tal vez fuera síntoma de una extraña enfermedad. El corazón me latía a golpes, pero traté de convencerme de que mis aprensiones eran la causa de mi malestar, y me prometí que en cuanto llegara a casa iría a los mejores especialistas de Londres. Porque tenía que haber alguna cura para aquello. Además en pocas semanas me reiría de los oscuros miedos que empezaban a invadirme.

Pero no hay explicación posible para entender donde aparecí esta tarde. Me hallaba en un taller de un lugar llamado Montrouge, lejos de mi hotel y totalmente desconocido para mí. Además, llevaba mi ropa de viaje, en lugar de uno de los trajes que había comprado para no ponerme en evidencia entre los otros huéspedes del hotel. Había instrumental dispuesto sobre una mesa a un lado, instrumentos de carnicero y de médico, todos ellos para cortar o triturar. Al mirarlos, la boca se me hacía agua, y ese agua sabía a río. Las sombras detrás de mis ojos se inundaron de rojo y sentí un ansia que sabía que no era mía. Tenía el cuello húmedo, como si una larga lengua se enroscara alrededor de mi garganta, y sabía que había algo mirando desde detrás de mi cabeza.

Salí de aquel lugar y regresé al hotel. Estaba temblando. Aún estoy temblando. El hambre es peor que antes, y las manchas de mi piel son tan oscuras que uno de los empleados del hotel me preguntó si quería ver a un médico.

He decidido interrumpir mi descanso aquí y volver a Inglaterra. Mañana a primera hora saldré hacia Calais. Quizás sea todo una locura, quizás sea que las ridículas supersticiones de los aldeanos unidas a la muerte de Josep me han infectado la conciencia: quizás mi mente esté jugando conmigo.

Tenía pensado quedarme en la habitación esta noche, cerrar las puertas con llave e intentar dormir, pero mi mente no quiere descansar. Al releer lo que he escrito, ya no sé qué pensar de todo esto. Creo que saldré a buscar algo de vino, gente y risas, para distraerme de estos pensamientos tenebrosos.

Mi espanto ante la muerte de Josep ha dejado su lugar a un pensamiento todavía más siniestro: ¿Y si los aldeanos tenían razón? ¿Y sin algo terrible salió del río y se introdujo en mí?

¿Y si ahora yo soy el Upir?