Capítulo 17

17

Londres. 9 de noviembre de 1888

DR. BOND

Fueran cuales fuesen mis pensamientos, se esfumaron al observar el desecho de cuerpo humano sobre aquel colchón barato y empapado. Si me lo hubieran preguntado, en ese momento no habría sido capaz de recordar mi propio nombre. Aquella noche llovió mucho y sin parar, y el hedor a mojado se aferraba a mí. Me preguntaba si mi memoria sensorial lo asociaría con aquella espantosa escena a partir de entonces. Esperaba que no, pues en Londres llovía muy a menudo, y no quería tener que recordar aquello con más frecuencia de la que deseaba en los años venideros.

—¿Dentro? —dije finalmente. Era la idea que más me perturbaba—. ¿Ahora actúa dentro de casas?

—¿Sabían que la llaman la Calle de Haz lo que Quieras? —dijo Bagster Philips—. Parece que Jack se lo ha tomado a pecho.

—¿Quién es? —pregunté. Por lo que quedaba de ella, no había manera de saber si era guapa, ni siquiera si era joven o mayor. Para dejarle la cara así, podía haberle cortado la cabeza directamente. La había convertido en una mera colección de trozos de carne, como hacía el Asesino del Támesis. Pero no era obra de este, y tampoco quería pensar en él. Sobre aquella cama había suficiente locura sin que mi mente tuviera que divagar hacia el sacerdote y sus palabras. Desde aquella noche solo había vuelto a los antros una vez, y había elegido uno muy pequeño, que solo servía a chinos, marineros y gente de ese tipo, y había mantenido los ojos bien cerrados mientras estaba en mi catre. A partir de entonces, cuando la necesidad de dormir se hacía demasiado imperiosa había recurrido al láudano de mi armario. Pero por mucho que lo intentara, mis pensamientos volvían con demasiada frecuencia a la maldad que tenía presa a mi ciudad; maldad como la de estos espantosos actos de Jack.

—Al parecer se llama Mary Jane Kelly, y alquilaba esta habitación desde hace un año, más o menos. Tendría veintipocos.

—¿Cuánto tiempo lleva aquí? —Cuando llegué, los inspectores que acudieron a la escena del crimen, Beck y Abberline, estaban fuera del edificio hablando con un fotógrafo que esperaba a que terminásemos para acabar su trabajo. Le vi pálido, y ahora que sabía lo que había tenido que presenciar, no le culpaba lo más mínimo. Abberline me llevó al interior, sin detenerse a intercambiar comentarios chistosos. Era un tipo con sentido común y sabía que nos dejaría trabajar sin hacer ninguna pregunta. Además, bastante tenía con dirigir a sus propios hombres, que estaban recabando información entre los testigos y vecinos que pudieran haber oído o visto algo, o que tuvieran alguna idea de los últimos movimientos de la víctima.

—Llegué a las once y cuarto —dijo Bagster—. La encontraron a menos cuarto. Debía veintinueve chelines de alquiler, y el casero envió a su ayudante a cobrarlo. Se asomó por ese cristal roto —señaló hacia el cristal— e imagino que se llevaría un buen susto. —Me sonrió bajo su bigote. El Dr. Bagster Philips, forense de la Policía de Whitechapel, era un tipo extraño, me dije, y no era la primera vez que lo pensaba desde que nos conocíamos. Era bastante popular tanto entre la policía como ante el público, y se le reconocía al instante por su manera de vestir, un tanto anticuada. Parecía salido de un retrato de hacía muchas décadas, y a medida que se adentraba en su mediana edad no se ponía al día con el presente. Aunque tampoco importaba, pues era un tipo encantador y me cabían pocas dudas acerca de su pericia profesional.

—Corrió a buscar al casero, un tal McCarthy, que tiene una tienda en Dorset Street, y mandó al chico a traer a la policía, y ellos me llamaron a mí. En cuanto miré por la ventana vi que no había nada que hacer por esta pobre criatura, así que esperamos a que llegaran los sabuesos que nos prometieron para el próximo caso de este tipo. —Soltó una ligera carcajada ante su propia broma—. Pero al final, los perros habían sido destinados a otros casos y ya no estaban disponibles. Dos horas perdidas. Puede usted imaginar lo bien que les sentó a nuestros inspectores. Aunque no creo que los perros fueran a ser de demasiada ayuda después de tanto paseo ahí fuera… Creo que cualquiera a un kilómetro y medio a la redonda se ha acercado ya a ver lo que hay en la habitación. —Su voz perdió fuerza—. Malditos necios. ¿Por qué querría nadie ver algo así si no tiene obligación?

—Deberían haber pedido que viniera Jasper Waring con su perro —murmuré. Considerando la falta de pruebas en los casos anteriores, aquella mujer tenía pocas posibilidades de que se hiciera justicia, y no necesitaba que lo empeorara la incompetencia creada por demasiados niveles de mando.

—Es verdad —dijo Bagster—. El de su chico del torso ¿verdad? Descubrió las extremidades que no encontraba la policía, ¿no? —Me miró y suspiró—. Este año la ciudad se está tiñendo de color vino, ¿no cree?

Aquella imagen me hizo pensar en el sacerdote. Aunque estaba bastante seguro de que era un loco, me costaba quitármelo de la cabeza. Tal vez fuera porque la sobrecogedora maldad de las acciones humanas y su persona se habían hecho una en mis pensamientos. Deseaba que me diera alguna respuesta, y cuando yacía insomne en mi cama, le imaginaba en los antros y recorriendo las calles de los barrios bajos de la ciudad observando el espacio alrededor de la cabeza de la gente y buscando su Upir, fuera lo que fuera. Ojalá nunca lo encontrara, por el bien de quienquiera que fuese el desgraciado a quien el sacerdote llamaba su huésped. Porque no saldría bien parado de la batalla, de eso estaba seguro.

—¿Thomas? —Bagster me observaba de cerca—. Está usted un poco pálido. No es por esto, imagino…

—No. —Podía hablarle con bastante franqueza—. La verdad, esto es bastante estremecedor, pero estoy demasiado curtido como para que me afecte. Llevo un tiempo algo indispuesto. Estoy cansado.

—Espero que se esté cuidando.

—Hago lo que puedo. —Volví a mirar a nuestra Mary Jane Kelly, que ya no tendría que preocuparse por el alquiler atrasado. Otra vida destrozada—. ¿Cuántas de estas lleva ya?

—Estuve en la escena del de Stride y el de Chapman, y en las autopsias de Chapman, Stride y Eddowes. Pero ninguna como esta.

—No —dije—. Aquí se ha tomado su tiempo. —La furia que había volcado sobre el cuerpo de Kelly me perturbaba. Sin duda fue algo delirante, y contrastaba brutalmente con la ropa, todo salvo la camisa que aún tenía adherida a lo que quedaba de su cuerpo, que había dejado cuidadosamente doblada sobre una silla, probablemente unos instantes antes de que la atacara.

—Vamos a ver lo que podemos encontrar, ¿le parece? —dijo Bagster—. Y así podemos dejar al pobre fotógrafo terminar su trabajo, si su estómago se ha repuesto. Dudo que haya sacado jamás fotografías como estas.

Nos pusimos a trabajar, y durante un rato mi mente se dedicó completamente a la ciencia de analizar a los muertos. En cierto momento, el inspector Abberline apareció detrás de nosotros, pero se quedó en silencio en un rincón de la habitación, dejándonos trabajar sin interrumpir con preguntas. Bagster y yo murmurábamos mientras íbamos examinando los restos mutilados, confirmando las sugerencias y observaciones del otro mientras tratábamos de identificar aquella anatomía humana destrozada.

Cuando por fin nos retiramos y alzamos la vista, Abberline nos abordó.

—¿Qué puede decirnos? —preguntó. Su voz era tranquila y precisa, como su carácter. Podía haber sido gerente de un banco o algo por el estilo, con sus modales y su buen ojo para la precisión. Le tenía mucho respeto, y también Bagster Philips: en las últimas semanas debían de haber llegado a conocerse bien.

—Le ha arrancado toda la carne de los muslos y el abdomen. —Señalé la carne mutilada de las piernas, que estaban un poco separadas y dobladas a la altura de las rodillas, como una especie de broma acerca de su manera de ganarse la vida—. Tiene la cavidad abdominal vacía, como puede ver, los intestinos están ahí, a su derecha. Le amputó ambos pechos, y colocó uno de ellos debajo de su cabeza (junto con los riñones y el útero) y el otro está ahí, al lado de su pie derecho. Entre los pies tiene el hígado. Los brazos presentan varios cortes serrados, y la cara…

—Eso ya lo puedo ver —interrumpió Abberline—. Por Dios, de veras es un monstruo.

—No —dije yo. No quería oír hablar de monstruos y criaturas—. Esto es obra de un hombre. Un hombre monstruoso, quizás, pero un hombre.

—¿Puede decirme cómo murió?

Lo primero que me vino a la cabeza fue aterrorizada, pero por suerte Bagster se adelantó en contestar.

—Diría que siguió su método habitual: la degolló, le seccionó la arteria carótida y después se puso manos a la obra con el resto de su cuerpo.

—Eso explicaría el hecho de que nadie haya oído nada. —Abberline volvió a mirar el cadáver—. ¿Y la hora de la muerte?

—Yo diría que la mataron en algún momento entre las dos y las ocho de esta mañana —dije—. El rigor mortis empieza a manifestarse. Aunque por el estado de la chimenea, parecería que encendió un buen fuego. El calor puede alterar un poco mis cálculos.

—¿Por qué encendió el fuego? —preguntó Bagster.

—Por la luz. —Abberline sonaba cansado. Supuse que estaría tan exhausto como yo—. Aquí dentro solo había una vela; querría ver bien para hacer todo esto.

—¿Han averiguado mucho acerca de ella? —pregunté. Considerando el anonimato de las víctimas del asesino del río, había algo reconfortante— a pesar de lo perturbador —en poder dar una identidad al cadáver.

—Estamos en ello. Tardaremos un poco en analizar toda la información y hacernos una idea clara de sus movimientos. Anoche, hacia las ocho o las nueve, estaba borracha en el Britannia. El resto tendremos que reconstruirlo más tarde.

—El asesinato de Nichols se produjo a unos doscientos o trescientos metros de aquí, ¿no es así? —preguntó Bagster.

—Así es. —Abberline suspiró—. Es evidente que siente debilidad por las calles de Whitechapel. Pero las conozco bien. Pretendo rastrearlas hasta dar con él.

Una vez cumplido nuestro cometido, seguimos a Abberline hasta el pequeño patio. Un joven policía estaba charlando con el fotógrafo.

—Recuerde, tome fotografías de los ojos —le decía insistentemente—. Puede que veamos el reflejo del asesino en ellos.

—Agente Dew, ¿no tendría que estar ayudando con el cordón?

—Bueno, pensé que… —contestó el joven, con los ojos encendidos de emoción.

—No piense. Ese es mi trabajo. Haga lo que le digo.

—Le aseguro, joven —añadió Bagster—, que he visto sus ojos. No encontrará nada que nos pueda ayudar en ellos.

Algo intimidado, y claramente irritado, el joven se alejó rápidamente por el estrecho callejón abovedado que unía Miller’s Court y Dorset Street.

—Ver al asesino en sus ojos —Bagster—. ¿Y qué más?

Sonreí negando con la cabeza, pero algo en aquella idea me encogió el alma. Reflejos. Sombras. Cosas justo fuera del alcance de la vista. De nuevo me recordó al sacerdote y su búsqueda de algo sobrenatural.

—Le oí decir a Beck que conocía a la chica —dijo Abberline—. Dijo que la veía a menudo en Commercial Road. Que era una chica guapa, que nunca llevaba sombrero. —Hizo una pausa—. Ese detalle está muy bien.

—¿No le cree? —dije yo.

—Nuestro joven agente puede llegar lejos en el Cuerpo de Policía. Es ambicioso y está decidido a capturar al criminal, pero le gusta lucirse en estos asuntos. —Volvió a asomarse por la ventana rota para ver al fotógrafo preparando cuidadosamente su equipo—. Les llevaré el cuerpo en cuanto me sea posible. Probablemente en una hora o así. Después entablaremos el lugar para evitar que se convierta en un espectáculo antes de que sea necesario.

—Deberíamos adelantarnos para preparar la autopsia —dijo Bagster.

Volví a mirar hacia la habitación. No necesitaba asomarme; ya había visto bastantes imágenes terroríficas para acompañarme durante un tiempo.

—¿Me permitiría echar un vistazo a sus informes sobre las otras?

—Por supuesto —contestó—. Pero no será una lectura agradable.

Aquella noche, ni siquiera intenté dormir. Mi cabeza estaba llena de pensamientos salvajes de asesinato y sangre, imágenes sin duda alimentadas por mi ansia de opio, y me preguntaba si la destilación por la que sentía debilidad el sacerdote habría sido lo bastante potente como para empeorar mi adicción. Las visiones me atraían, de eso estaba seguro. Por mucho que me asustaran las lagunas que dejaba en mi memoria, la claridad de pensamiento que tuve durante la experiencia era una tentación ya de por sí. Lo único que me frenaba era la impresión que me produjo la locura del sacerdote. Tuviera la tara que tuviera, no cabía duda de que la droga la empeoraba, y no tenía intención de seguir sus pasos. Mis ataques de ansiedad y el insomnio ya me llevaban a creer que estaba loco lo bastante a menudo como para encima, además azuzar el delirio.

La noche era cada vez más cerrada, y amenazaba con ahogar la luz de la lamparita sobre mi escritorio, de modo que hice lo único que me podía tranquilizar, volcarme en analizar los informes sobre los asesinatos de Jack. Estaba seguro de que en ellos tenía que haber un perfil del autor, oculto en su manera de trabajar y en las mujeres que elegía como víctimas.

Me serví una copa de oporto y me senté a revisar la información que había recabado de los apuntes de Bagster Philip. El licor relucía como sangre en la copa, y al tomar un sorbo, me estremecí al dejar que mi imaginación esperara un sabor distinto, algo cálido y metálico, en lugar del vino afrutado que bebía. Cuando ya empezaba a notar los primeros cosquilleos de ansiedad en el rostro, intenté sacudirme aquel pensamiento. Era un hombre de ciencia. Los monstruos no existen. Ni los Upirs. Solo las personas malvadas que cometen actos terribles. Con esa idea fija en la mente, me propuse construir una especie de perfil de esa persona. Un hombre solo era el resumen de sus actos. Había llegado la hora de ver qué tipo de hombre era «Jack».

Estuve sumergido en el trabajo durante horas, con el decantador olvidado a mi lado mientras garabateaba notas y preguntas hasta que mi escritorio quedó cubierto de papeles desordenados. Cuando ya casi amanecía, me di cuenta de que tenía las piernas agarrotadas y me dolía la espalda de estar tanto tiempo encorvado. Por fin sentí una ola de sueño invadiéndome, y subí tambaleándome a la cama, donde me quedé profundamente dormido durante cuatro horas, sin quitarme siquiera la ropa ni abrir las colchas.

Desperté helado, pero con la mente clara. Me senté junto al fuego en la sala de estar, y empecé a redactar mis pensamientos. Se los enviaría al mismísimo Robert Anderson.

7 The Sanctuary,

Westminster Abbey

10 de noviembre de 1888

Estimado Señor,

Le escribo referencia a los asesinatos de Whitechapel. Quisiera informarle de que he leído los apuntes sobre los siguientes asesinatos de Whitechapel:

1. Buck’s Row

2. Hanbury Street

3. Berners Square

4. Mitre Square

Asimismo, he realizado un examen post mortem de los restos mutilados de la mujer hallada ayer en una pequeña habitación en Dorset Street.

1. No cabe duda de que los cinco asesinatos fueron cometidos por un mismo autor. En los cuatro primeros, la garganta parece cortada de izquierda a derecha; en el último caso, debido a la considerable mutilación, no es posible asegurar en qué dirección se realizó el corte letal, pero se encontraron salpicaduras de sangre arterial en la pared cerca de donde debía estar la cabeza de la mujer.

2. Todas las circunstancias que rodean los asesinatos me llevan a opinar que las mujeres debían de estar tumbadas cuando fueron asesinadas y que en todos los casos fueron degolladas primero.

3. En los cuatro casos, de los que solo he leído apuntes, no puedo llegar a una conclusión definitiva sobre el tiempo transcurrido entre el asesinato y el hallazgo del cuerpo. En el caso de Berners Square, parece que el hallazgo se produjo inmediatamente después de la agresión. En Buck’s Row, Hanbury St. y Mitre Square, solo pudieron transcurrir tres o cuatro horas. En el caso de Dorset Street, el cuerpo estaba tumbado sobre la cama en el momento de mi visita, a las dos de la madrugada, desnudo y mutilado, tal y como se describe en el informe adjunto. El rigor mortis ya se había producido pero aumentó durante el proceso de la autopsia. A partir de estos datos, resulta difícil asegurar el tiempo exacto transcurrido desde la muerte, pues la rigidez cadavérica tarda en producirse entre seis y doce horas. A las dos de la mañana, el cuerpo estaba relativamente frío y se encontraron restos de comida recientemente ingerida en el estómago y esparcidos sobre los intestinos. Por tanto, es bastante probable que la mujer llevara cerca de doce horas muerta, mientras que los alimentos parcialmente digeridos indicarían que la muerte se produjo entre tres y cuatro horas después de su ingestión. Así pues, lo más probable es que el asesinato se produjera a la una o las dos de la madrugada.

4. En ninguno de los casos parece haber indicios de forcejeo, y los ataques probablemente fueran por sorpresa de forma que las víctimas no pudieron defenderse ni pedir ayuda. En el caso de Dorset St., la sábana a la derecha de la cabeza de la mujer estaba muy rasgada y empapada en sangre, lo cual indica que el rostro pudo estar cubierto con dicha sábana en el momento del ataque.

5. En los primeros cuatro casos, el asesino debió de atacar a la víctima desde el lado derecho. En el caso de Dorset Street, debió de atacarla desde la izquierda, pues no tendría espacio entre la pared y la parte de la cama en la que yacía la mujer. Una vez más, la sangre se derramó hacia el lado derecho de la mujer y salió a chorro salpicando la pared.

6. Es posible que el asesino no quedara empapado de sangre, pero sus manos y brazos debieron de quedar cubiertos de ella, y parte de su ropa manchada.

7. Salvo el caso de Berners Square, las mutilaciones eran del mismo tipo y demuestran que en todos los asesinatos el objetivo era la mutilación.

8. En cada caso, la mutilación fue infligida por una persona sin conocimientos científicos ni anatómicos. En mi opinión, ni siquiera posee el conocimiento técnico de un carnicero o un matarife, ni de una persona acostumbrada a descuartizar animales muertos.

9. El instrumento utilizado debió de ser un cuchillo robusto de no menos de quince centímetros, muy afilado, acabado en punta y de unos dos centímetros y medio de grosor. Puede que se tratara de una navaja, un cuchillo de carnicero o un bisturí de cirujano; pero no cabe duda de que la hoja era recta.

10. El asesino debía de ser un hombre de complexión fuerte, con una enorme frialdad y audacia. No hay indicios que lleven a pensar que tuviera cómplices. En mi opinión, debe de ser un hombre sujeto a ataques periódicos de obsesión homicida y erótica. El tipo de mutilaciones indica que dicho hombre podría sufrir una condición sexual denominada Satiriasis. Evidentemente, cabe la posibilidad de que el impulso homicida derive de una personalidad vengativa o siniestra, o de una obsesión religiosa, pero no creo que ninguna de las dos opciones se aplique en este caso. Es probable que el asesino sea de aspecto bastante inofensivo, de mediana edad y vista de manera elegante y respetable. Seguramente acostumbre a llevar una capa o abrigo, de lo contrario no habría pasado desapercibido en la calle con la sangre en las manos y la ropa a la vista.

11. Asumiendo que el asesino es tal y como lo he descrito más arriba, será una persona solitaria y de costumbres excéntricas, y probablemente se trate de un hombre sin una ocupación habitual, pero con algún ingreso o pensión. Posiblemente viva entre personas respetables que conocen su carácter y sus hábitos lo suficiente como para sospechar que a veces no está en su sano juicio. Es probable que estas personas no estén dispuestas a comunicar sus sospechas a la policía, por temor a crearse problemas y a las consecuencias sobre su reputación. Sin embargo, la perspectiva de una recompensa podría llevarles a vencer a tales escrúpulos.

Dr. Thomas Bond