Capítulo 6

6

Londres. Octubre de 1888

INSPECTOR MOORE

—¿Le envía Abberline? —preguntó el Dr. Hebbert, acercándose a la mesa cubierta de instrumentos quirúrgicos recién lavados.

—Tienen ustedes un brazo y un torso, y nosotros tenemos un loco suelto —dijo el inspector Moore—. Agradeceríamos cualquier ayuda que nos puedan brindar. —Su voz tenía un tono naturalmente brusco, de manera que por muy cortésmente que hablara, siempre sonaba como si no perteneciera a las clases medias. Tampoco se esforzaba en suavizarlo, pues sabía perfectamente que poseía una gravedad que compensaba sus treinta y nueve años y que impedía que nadie le faltara el respeto.

A pesar de que era mayor que Moore y ostentaba el mismo rango, Walter Andrews iba ligeramente por detrás de su compañero, y su complexión delgada quedaba casi oculta junto al cuerpo rechoncho del otro.

—No es una de las de Jack —dijo el Dr. Bond, sacando cuidadosamente el brazo de los líquidos conservantes que habían evitado mayor descomposición durante ya casi un mes. Estaba bastante entero, y tenía las uñas bien limadas. No hacía falta que el doctor le dijera quienquiera que fuese aquella mujer, probablemente no tenía un oficio demasiado duro. Pero siempre venía bien contar con Bond para ese tipo de casos. Era un buen médico, y su conocimiento forense era respetado por la policía de toda la ciudad. Durante los espantosos descubrimientos de las últimas semanas, Moore había acabado valorando su opinión tanto como su destreza profesional.

—¿Está seguro? —preguntó.

—Pues claro que no —contestó Bond, retorciendo su tupido bigote en una ligera sonrisa—, pero es mi opinión definitiva.

—Me inclino a estar de acuerdo con usted —dijo Moore.

—Entonces, ¿qué hacemos aquí? —preguntó Andrews—. Bastante tenemos ya en el Departamento.

Moore observó cómo el doctor acercaba el brazo al torso y los unía.

—Encajan perfectamente —dijo Bond.

—Entonces, hay otro —dijo Hebbert mientras Moore y él se acercaban a la mesa de trabajo.

—¿Otro? —preguntó Moore.

—Un segundo asesino en las calles. —El Dr. Bond levantó la mirada—. Me atrevería a decir que quien se deshizo de esta pobre mujer también es responsable de la muerte de Rainham.

Aunque Moore no había participado en la investigación de Rainham, estaba al corriente de ella. Si Bond y Hebbert creían que ambos casos estaban relacionados, no lo discutiría. Sus entrañas rugían de cansancio y frustración. Otro asesino.

¿Hubiera preferido que fuese obra de Jack? Probablemente. Cualquier nuevo cadáver en ese caso era, dicho crudamente, una prueba fresca, y tal vez hubieran encontrado algo en él que les condujera hasta el individuo que acechaba las calles de Whitechapel. Por el momento tenían demasiado poco para seguir investigando, y ahora, en lugar de facilitar la búsqueda, esto les haría tener que buscar a otro loco en sus calles. Volvió a mirar el torso.

—¿Qué nos puede decir de ella? —preguntó.

—Era alta, alrededor del metro setenta y ocho, y tendría entre veinticinco y treinta años. Le faltan los contenidos de la pelvis, incluido el útero, aunque por la posición de sus huesos no parece que diera a luz a ningún hijo —Andrews estaba junto a Moore, tomando nota en una libreta que llevaba consigo. Hacían un buen equipo: Moore era el que guiaba y tenía una perspectiva más general, y Andrews tenía buen ojo para el detalle.

—Siga.

—Llevaba muerta entre seis semanas y dos meses, y la descomposición se produjo en el aire, no en el agua. Probablemente no muriera ni de asfixia ni ahogada. El corazón está pálido y no presenta los coágulos que esperaría encontrar en una muerte de ese tipo.

—Al menos podemos descartar eso. —Moore respondió con ironía. ¿Cómo demonios podría nadie dilucidar cómo había muerto aquella mujer? Lo único que sabía con seguridad era que fue a manos de otra persona. Y eso le bastaba.

—¿Por qué se llevaría la cabeza? —preguntó Andrews.

—Yo diría que para evitar que la víctima fuera identificada —dijo Bond.

—Hace que sea más difícil ponerse a buscar al canalla que la mató.

—Claro que —Bond levantó el brazo y lo puso en una cuba de vino mientras hablaba—, dada la manera en la que se deshizo del cadáver, es posible que tuviera alguna razón personal para quedarse con la cabeza. Quizás quisiera un recuerdo…

La idea le pareció escalofriante. No era nada dado a la superstición, pero el oscuro funcionamiento de la mente de los hombres podía ser deprimente.

—¿Y la de Rainham estaba igual? —preguntó—. ¿Le faltaba la cabeza?

—El cuerpo de la mujer de Rainham lo encontraron en once partes —dijo Hebbert—. Y no, nunca recuperaron su cabeza. Si no recuerdo mal, tenía más o menos la misma edad que esta, y tampoco era una chica de la calle. Nada que ver con las víctimas de Jack en Whitechapel.

—¿Y encontraron los restos de su cuerpo en el río?

—Sí —asintió Bond—. Puede que se haya envalentonado con esta, dejando el torso donde lo dejó, pero el brazo apareció en Pimlico. Y quién sabe dónde aparecerá el resto de su cuerpo.

—¿Y qué hay del desmembramiento? —Moore observaba las cavidades del cadáver—. Los cortes parecen relativamente limpios.

—Yo diría que sabía lo que hacía —dijo Bond—. Utilizó un cuchillo afilado. Tal vez una sierra.

Moore miró hacia la mesa de instrumental, donde había esos mismos instrumentos.

—Entonces, ¿podría ser médico?

Se había sugerido lo mismo de Jack, dadas las mutilaciones que había realizado sobre el cuerpo de las mujeres después de asesinarlas con ensañamiento. Moore notó la intensa mirada entre los dos cirujanos.

—Tal y como dijimos en la investigación de Rainham —dijo Hebbert—, es probable que el asesino tuviera conocimientos de anatomía, pero dudamos que se trate de un médico.

Moore no discutió, pero recibió el comentario con algo de incredulidad. Era normal que no quisieran poner a la profesión bajo sospecha o desprestigiarla, y no se lo echaba en cara. Pero tampoco le detendrían a la hora de seguir cualquier pista que pudiera conducir hasta un cirujano, así que podían ponerse tan a la defensiva como quisieran.

—Hacía calor en Camden el día de la investigación, ¿no es así, Thomas? —Charles Hebbert asintió ligeramente—. Estábamos todos metidos en aquel sitio tan pequeño. Fue un alivio cuando salimos… ¡Por los clavos de Cristo, qué mal olía la ciudad entera aquel día! ¿Recuerdas el hedor que salía del canal? Era peor que cualquier cosa que me haya encontrado en una morgue en mucho tiempo. Juliana y su novio habían venido a verme, y tuvieron que esperar tanto tiempo que acabó quejándose de que su vestido nuevo apestaba.

—Lo recuerdo —dijo el Dr. Bond, sonriendo—. Recuerdo que en aquella investigación también hubo unas cuantas levitas que acabaron apestando, probablemente incluidas las nuestras. Fue un gran alivio salir a hablar a la escalera. —Volvió a sonreír, pero entonces su expresión se ensombreció de nuevo, y volvió a murmurar—. Lo recuerdo.

—Oye —Hebbert se dirigió a Bond—. ¿Por qué no te vienes a cenar esta noche? Juliana pregunta por ti a menudo; es muy lista, y le interesa mucho nuestro trabajo. Y a Mary también le encantaría verte. ¿Qué me dices, Thomas?

—Bueno, si es eso todo cuanto tienen para nosotros —interrumpió el inspector Moore, a quien nunca le gustaron demasiado las charlas triviales, y menos aún escuchar las de los demás—, entonces volveremos y les dejaremos terminar su trabajo. No sé si debería darles las gracias. —Sonrió irónicamente—. ¿Dos asesinatos cometidos por el mismo autor con un año de diferencia? Es posible que no vuelva a matar hasta dentro de otro año. Para entonces, al menos habremos atrapado a Jack. —Hablaba con más confianza de la que en realidad sentía. Ya le hubiera gustado que Jack se tomara un año sabático de su trabajo, al menos para que ellos y el resto de Londres pudieran volver a dormir decentemente.

—Espero que no tengamos que volver a vernos pronto, caballeros —añadió mientras el Dr. Bond por fin alzaba la mirada de su mesa de trabajo—. Y desde luego no en las calles de Whitechapel. —Los dos cirujanos se despidieron y entonces él y Andrews les dejaron a lo suyo, mientras Hebbert seguía insistiendo a Bond para que aceptara su invitación a cenar.

—El bueno del Dr. Bond parece exhausto —comentó Andrews mientras caminaban a grandes zancadas hacia la calle principal—. ¿Viste cuando estaba hablando de Rainham? Palideció y se puso a temblar. Fue solo un momento, pero lo vi.

Moore no se había dado cuenta, pero era Andrews quien solía fijarse en los pequeños detalles.

—Todos estamos cansados —dijo—, y el doctor ya no es un jovencito. —Resopló ligeramente por la nariz—. Aunque tampoco lo somos nosotros. Tengo la sensación de que todos vamos a estar cansados durante bastante tiempo si este verano de asesinatos se prolonga hasta el invierno. El aire de octubre era frío y estaba cargado del humo de mil fuegos que intentaban calentar las habitaciones húmedas y heladas de las calles a su alrededor. El inspector Moore encendió su pipa y añadió. —Dicen que esta mujer medía uno setenta y ocho, o por ahí. Una altura poco habitual para una mujer. Quizás podamos averiguar quién era.

—Tal vez —dijo Andrews. Era evidente que no estaba convencido, pero en el fondo tampoco lo estaba Moore. Más allá de la limitada evidencia física que proporcionaban el torso y el brazo, lo tenían todo en su contra. Además de que la mayoría de los recursos de la policía estaban siendo invertidos en encontrar a Jack, la población londinense se caracterizaba por un continuo proceso de cambio. Cientos de personas iban y venían a diario, a menudo sin dar aviso o cuenta de su destino, especialmente los menos afortunados. En muchos casos, no tenían nadie a quien le importara adónde fueran. Algunos acababan en el río por iniciativa propia, ofreciendo a los dragadores un macabro sobresueldo a base de joyas, relojes de bolsillo y dinero. Jamás se recuperaba ningún cadáver con un penique encima. Vivían en una ciudad avariciosa y desesperada, dividida por enormes barreras de riqueza y pobreza. Hacía tiempo que había llegado a la conclusión de que existían dos Londres: una que pertenecía a quienes se vestían para la ópera, y otra que era un mero antro de supervivencia, para quienes vendían cerillas a la entrada del Palacio de la Ópera.

Moore no pertenecía a ninguna de las dos, pero había pasado tanto tiempo rastreando entre la basura de una de ellas, que para él la otra era una mera ilusión. Por eso cada vez que le tocaba interactuar con la sociedad educada, se sentía raro. Había llegado a la conclusión de que probablemente tampoco fuera tan grave. Tipos como el Dr. Bond o él apestaban demasiado a calle sucia como para ser aceptados realmente entre aquella clase, la clase de damas y caballeros que hacía grandes obras de caridad y hablaba sobre los «pobres desafortunados» como si de veras entendieran el verdadero infierno en el que vivía la gente. Sonreía mientras fumaba. Con la edad, estaba empezando a convertirse en un cínico.

—¿Sabes lo que significa esta pequeña visita, verdad? —Andrews se ciñó el abrigo en torno a su delgada figura, algo encorvada por el frío.

—Sí, me temo que sí —contestó Moore. Habían sido los primeros en ver el torso. El caso acabaría en sus manos.