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Puerto Estelar Militar de Draconis, Reykjavik, Rasalhague
Distrito Militar de Rasalhague
Condominio Draconis
20 de septiembre de 3019
La luz ocre del sol del mediodía de Rasalhague inundaba la gran cabina de la Nave de Descenso Mukade, apagando el resplandor de las luces que había en una de las paredes. El viaje desde la estación en el punto de salto nadir les había llevado tres días y medio, incluso a la aceleración de un punto y medio que Theodore Kurita le había ordenado al capitán del Mukade. La tripulación y sus propios MechWarriors se habían quejado del medio punto adicional de gravedad, pero Theodore hizo caso omiso de ellos. Ansioso por aterrizar, había realizado el descenso desde la órbita sentado en el interior de su BattleMech y lo había liberado de su anclaje en cuanto la Nave de Descenso se posó en tierra.
Ahora se hallaba en su carlinga, aguardando que las puertas de desembarco se abrieran lo suficiente para que la voluminosa máquina pudiera salir. A su alrededor, la tripulación se hallaba ocupada ayudando a los MechWarriors a activar sus máquinas y prepararlas para el desembarco. El resto de la lanza aún tardaría unos minutos en salir del Mukade.
La luz anaranjada del lejano sol de Rasalhague arrancaba destellos del lustroso metal lubricado de los extensores de la rampa, pero la compensación automática protegió los ojos de Theodore de los resplandores en cuanto éste pisó el pedal de velocidad e hizo descender al Mech por la rampa de metal. Las pisadas del BattleMech resonaron como truenos apagados cuando la masa de blindaje y armamento de setenta y cinco toneladas salió de la Nave de Descenso.
La Tai-i Tomoe Sakade se hallaba de pie en el ferrocemento, cerca del hangar del Mech, y agitaba la mano. Había dejado su destino en Nueva Caledonia hacía semanas y viajado a Rasalhague. Una vez que se encontró en la superficie del planeta, comenzó su trabajo de enlace con la Vigesimo segunda de Regulares de Rasalhague en Heiligendreuz, la siguiente parada obligada de la lanza de Theodore en su viaje de inspección de los Soldados Alistados del Condominio Draconis. Este activó la amplificación cuando situó su punto de mira de la pantalla del casco en la cara de ella. Levantó uno de los brazos tubulares del Orion y agitó el láser de alcance medio hacia adelante y atrás para devolverle el saludo.
Cuando su Orion de tonalidad oliva inició el cruce del campo de aterrizaje, Tomoe desapareció en el edificio del hangar. En lugar de pasar a infrarrojo o a los circuitos de amplificación de luz para seguir el avance de ella en la oscuridad del interior de la estructura, decidió hacer algo más útil: comenzó la comprobación del monitor de circuitos para verificar que la máquina había resistido sin problemas su viaje a través del abismo del espacio. Todos los circuitos indicaban luz verde en el tablero de control. Bien. No haría falta ningún mantenimiento prolongado, y podría desactivar la máquina tan pronto como la hubiera aparcado en lugar seguro.
El indicador de calor estaba levemente por encima de lo que los manuales de mantenimiento predecían para el nivel de actividad actual del Mech, pero eso no lo preocupó. La discrepancia se debía a la pintura verde oscura que llevaba el Orion. Dicha pintura tenía un albedo inferior al que recomendaban los manuales, pero Theodore se sentía feliz con la absorción del calor solar incrementada. Había pasado semanas de paciente investigación en busca de la tonalidad que llevaba la máquina cuando había servido al general Kerensky. En cuanto confirmó los colores, él mismo pintó el Mech. Sólo la insignia era distinta. En vez de llevar la de la Liga Estelar, el Orion ahora tenía el dragón serpentino de la Casa Kurita. En el interior de las fauces abiertas, bien claro sobre el rojo campo del disco, se veía una estrella plateada, la marca del heredero designado. Se hallaba muy orgulloso del Mech y lo había bautizado «Revenant».
El «Revenant» entró en las sombras del hangar y se dirigió a un caballete. Con el toque delicado de un experto, Theodore maniobró el enorme Mech humanoide hasta acomodarlo en las cunas de aparcamiento. Tan pronto como quedó fijado, abrió la escotilla de acceso situada en la parte trasera de la cabeza de la máquina y estrujó su cuerpo delgado para bajar por el estrecho y bajo corredor que conducía a la abertura. Una vez fuera, avanzó agazapado hasta cerciorarse de que no se iba a golpear la cabeza contra el cuerno rectangular posterior que albergaba la mayor parte del equipo de comunicación del Orion.
En cuanto se alejó de la sombra del cuerno, Tomoe se precipitó en sus brazos. Se besaron, y las diestras manos de ella abrieron los cierres de su chaleco refrigerante para poder rodearlo con los brazos. Cuando se detuvieron para recuperar el aliento, Tomoe sonrió radiante.
—Este no es el comportamiento de un hombre que va a casarse en tres días.
—Puede que no —repuso Theodore, devolviéndole la sonrisa—, si la amara. El matrimonio sólo es político.
—Creí que odiabas la política.
—Y la odio. Pero esto es necesario, como bien sabes. El Condominio ha de tener continuidad en la línea de su gobernante, y mi padre arregló esta boda para asegurarse de que yo poseyera un derecho seguro para reclamar Rasalhague. Mi prometida es la hija del gobernador del distrito, y su familia tiene lazos estrechos con los Sorenson y los McAllister, dos antiguas y honorables familias de esta zona. El matrimonio servirá para acercar a este distrito, a menudo rebelde, al corazón del Condominio.
»Es mi deber y lo cumpliré.
—Vaya discurso —comentó Tomoe, frunciendo el entrecejo—. Y bastante político. Después de todo, parece que empieza a gustarte la política.
—Sabes que no es ése el caso —insistió él—. Es giri. Soy un samurái y debo cumplir con mi deber.
—Sí, eres un samurái —repitió ella, y le acarició la mejilla—. Siempre giri en vez de ninjo. Siempre el deber antes que los sentimientos humanos. —Lo miró profundamente a los ojos, y él se preguntó si lo que buscaba era una negativa a su declaración. Si era así, no la encontraría. Finalmente, ella suspiró y bajó la cabeza para apoyarla contra su pecho—. Había esperado que regresaras pronto de la práctica y pudiéramos disponer de algo de tiempo antes de la boda —añadió ella con la voz apagada entre los pliegues del chaleco.
—Y es lo que he hecho —corroboró Theodore, y posó la barbilla sobre la suave almohada que era su lustroso cabello negro.
—Lo sé. Atesoraré el recuerdo el resto de mis días.
El dolor que había en su voz lo lastimó.
—No tiene por qué ser así.
—Oh, sí, mi bravo samurái —contestó ella, ahogando un sollozo—. Ya lo hemos hablado muchas veces. No seré tu concubina. En cuanto te cases, dejaremos de ser amantes.
—No es eso lo que deseo —insistió él, apartándola de sí y alzándole el rostro.
—Yo tampoco, pero es como debe ser. —Él iba a replicar, pero ella le tapó los labios con los dedos—. No estropees el poco tiempo que nos queda —susurró y, cogiéndole la mano, lo condujo al ascensor de los caballetes.
No dijeron nada durante el descenso y la siguiente caminata hasta las barracas. Tan pronto como hubieron cerrado las puertas del cuarto de Theodore a sus espaldas, ella le quitó el chaleco por encima de los hombros. Antes de que éste cayera al suelo, ya había comenzado con los broches de su guerrera. Durante una hora, no tuvieron necesidad de más palabras.
Tumbada con la cabeza apoyada sobre el hombro de Theodore, ella recorría de arriba abajo con la mano la extensión de su cuerpo, deteniéndose en ocasiones antes de proseguir por la cuerva huesuda de su cadera izquierda. Theodore se relajó, y disfrutó de su suave caricia. Quería convencerse de que continuaría para siempre.
—Tu padre se ha visto retrasado —anunció ella sin preámbulo alguno.
—¿Un ataque?
—Nada tan drástico —contestó, negándolo con la cabeza—. Asuntos de la corte. Se espera su Nave de Salto para esta noche, y la Nave de Descenso del Tai-sho Sorenson lo aguarda en la estación cénit. Para llegar a tiempo, tendrán que realizar el trayecto desde el punto de salto a una gravedad alta.
—No te preocupes: así lo harán. Mi padre ha de estar aquí para bendecir la unión, pues de otro modo perjudicaría lo que espera conseguir. —Sacudió la cabeza con pesar. De su padre apenas había recibido el reconocimiento de la fecha de la boda, y ahora el Coordinador iba a presionar a los hombres y a las máquinas con el fin de estar presente—. ¿Y mi madre? La Mukade no recibió ninguna comunicación a través de la red de ComStar mientras nos hallábamos en ruta.
—Tu madre y el resto de la corte vienen en camino desde el punto de salto. Retrasaron algo la partida desde Luthien cuando creyeron que Takashi podría acompañarlos, pero, al final, se vieron obligados a marcharse sin él. Ya sabes que Takashi no la pondría en el riesgo de un salto a un punto no estándar, ni permitiría que viajara a más de una gravedad. Y eso atrasa mucho el tiempo de viaje. Su Nave de Descenso lleva cuatro días de trayecto. Según la información de esta mañana, está previsto que llegue en… —atrajo hacia sí la mano de él para consultar su anillo-reloj—… una hora.
—Debería estar allí para recibirla —dijo Theodore, incorporándose de la estera de dormir.
Se ducharon juntos, empleando gran parte de la hora que les quedaba. Theodore se hallaba ya medio vestido cuando se dio cuenta de que ella sólo lo observaba.
—¿Por qué no te vistes?
—No iré contigo —repuso con sencillez Tomoe.
—¿Por qué no? Tú eres la segunda de mi lanza demando. Como mi oficial ejecutiva, tienes derecho a estar presente en reuniones oficiales.
—Todos saben que se trata de un puesto que me gané en la cama.
Él atravesó el cuarto en dirección a la unidad de comunicación, que, según le había advertido Tomoe, contenía un aparato de escucha. Introdujo un disco preparado en la ranura, apretó por tres veces la tecla de recepción y activó una conversación grabada que ahogaría cualquier cosa que dijeran. Se volvió hacia Tomoe.
—No es verdad. Puede que estemos durmiendo juntos, pero tu puesto en mi lanza te lo has ganado de forma bien limpia. Tu historial en la Sabiduría del Dragón habla por sí solo. El simple hecho de que tú, una mujer, fuera capaz de graduarse en la academia anuncia a gritos tu capacidad.
—Díselo a las tropas, en especial a Tourneville —replicó ella con amargura—. La mayoría cree que tú también fuiste quien consiguió que aprobara la academia.
—Tourneville es el lacayo de mi padre —dijo, como si aquello explicara toda la naturaleza del hombre—. Es un mal eco de la miopía del Coordinador. Mi padre debería estar contento de que tenga a una amante regular y prudente que es leal al Dragón. Aquí, en el corazón de la inquieta Rasalhague, podría estar por ahí engendrando bastardos y creando futuros pretendientes al trono.
—No se trata de ninguna broma. Tourneville es peligroso. Ya es suficientemente malo que insistas para que vivamos con todos sus aparatos de escucha y de visión, pero sus habladurías cuando tú no estás cerca son insoportables. ¿Por qué lo elegiste para tu lanza de mando? Con el privilegio de selección del que disponías como primer graduado de Sabiduría, podrías haber escogido a otro buen MechWarrior como Sandersen. Uno que te fuera leal a ti como Tourneville lo es a tu padre.
—Tourneville es un espía al que yo conozco, y no es muy bueno en su trabajo. Ésa es la razón por la que lo elegí. Si hubiera seleccionado a alguien leal a mí, jamás habría sabido quiénes de los que me rodean trabajaban para mi padre. De este forma, poseo cierto control sobre lo que el Coordinador escucha de mis acciones. Después de todo, siempre sabemos dónde se encuentran los aparatos de Tourneville. —Alargó la mano para acariciarla—. No importa lo que piensen. Te quiero conmigo.
Tomoe sacudió la cabeza.
—Ya causo suficiente escándalo. No sería sabio exhibirme ante tu madre y los cortesanos.
—¡Que se vayan a los siete infiernos! —exclamó Theodore.
—Maldecirlos no cambiará la situación —insistió ella—. Sólo pienso en tu bienestar político.
—Que la política también se vaya al infierno.
—Acostúmbrate a ella, amante —dijo con brusquedad, apartándose de él—. La política será tu compañera de cama durante el resto de tu vida. La política es tu deber.
La miró con el entrecejo fruncido. Odiaba que no lo escuchara.
—Si no vas a venir por voluntad propia, te llevaré a la fuerza. Incluso desnuda —le advirtió, tratando de cogerla.
Tomoe se hizo a un lado. Él sintió la suave curva de su pecho justo antes de que ella le cogiera el brazo y lo retorciera. Theodore aterrizó sobre las sábanas arrugadas.
—Adelante —dijo Tomoe y le dio la espalda—. Cumple con tu deber.
—¡Maldición!
Se incorporó y se alisó el uniforme desarreglado. Cogió el chaleco de combate y se dirigió a la puerta. Al abrirla, creyó oír que ella musitaba algo.
—¿Qué?
—He dicho —repitió ella en voz muy baja— que me guardes un poco de tiempo antes de que te pierda.
—Todo el que pueda.
Cerró la puerta para no escucharla llorar.
Con ojos enrojecidos y desnuda, Tomoe se volvió a la computadora y pidió los archivos de servicios. Cuando el comandante estaba fuera, la oficial ejecutiva era la que debía ocuparse de todo. Observó las listas y comenzó a introducir órdenes.
—Maldito deber —rugió en la habitación vacía.