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Teatro Loto, Munich, Radstadt

Distrito Militar de Rasalhague

Condominio Draconis

29 de julio de 3019

El hombre barbudo conocido como Diamante frunció el entrecejo mientras aguardaba la última llegada. Ópalo se retrasaba, y, por lo general, el comerciante gordo arribaba temprano. Si Ópalo había chocado con las FIS podría haber problemas. Diamante consideró dispersar a los conspiradores reunidos; el teatro abandonado quizá fuera un buen lugar para mantener una asamblea, pero se hallaban indefensos si se presentaban las FIS.

El estrépito de una puerta azotada por el viento anunció su llegada. Empujó la puerta y la cerró, dejando fuera la lóbrega y sombría humedad. Sus pies produjeron un sonido chapoteante mientras se apresuraba a través del pasillo y de la zona de los asientos para unirse con los otros en el foso de la orquesta. Disculpándose, el hombre retrasado se sacudió un agua aceitosa de la brillante superficie de la gabardina mojada.

«Por lo menos el imbécil en esta ocasión no se ha puesto el maldito uniforme», pensó Diamante. El grupo le toleraba la excentricidad cuando se reunían en el mundo natal del comerciante, pero aquí, a la sombra de la Torre Negra, resultaba demasiado peligroso. Una cosa era celebrar una reunión debajo de las mismas narices del tirano y otra hacer gala de ello. Si las autoridades detectaban tan flagrante unión con el Movimiento Clandestino de Liberación de Rasalhague, ninguna explicación bastaría. El comerciante y todos los que encontraran con él serían encerrados sumariamente en la Torre, junto con aquellos que se habían atrevido a oponerse de forma abierta al gobierno del Condominio. Cualquiera que penetrara en esa oscura monstruosidad sin ventanas, jamás volvía a ver la luz del día, ni siquiera la de la mortecina estrella cubierta sempiternamente por nubes.

—Ya era hora de que llegaras, Armandu —rugió un hombre enfundado en un uniforme de salto regular, de donde se había quitado con cuidado el rango y la insignia de la unidad a la que pertenecía. La carencia de emblemas no ocultaba el hecho de que quien acababa de mostrarse tan hostil lucía su uniforme con legitimidad.

—¿Tengo que recordarte el asunto de los nombres, coronel? —estalló el hombre barbudo.

Durante el último año, el coronel se había vuelto cada vez más intolerante en lo referente al secreto de los nombres. Era otra de las señales de que se consideraba vital para el grupo y que esperaba ostentar más poder en el nuevo orden.

—No hace falta ponerse nervioso, oh, noble líder —replicó con sarcasmo el coronel—. A los estúpidos de las FIS jamás se les ocurrirá esperar una traición tan cerca del infierno que han construido para los prisioneros políticos.

—Siempre debemos ser cautos —replicó Diamante.

El coronel se encogió de hombros con indiferencia y se dedicó a continuar con el escrutinio del informe que Diamante les había suministrado antes. Éste decidió no insistir con el tema.

—Ahora que ya estamos reunidos…

—¿Dónde se encuentra Ricol, eh, quiero decir Rubi? —lo interrumpió el recién llegado.

Diamante hizo una mueca. «Si no fuera por el dinero del imbécil…», pensó.

—Como ya les conté a los demás antes de que llegaras, Ópalo, Rubí tenía que atender unos asuntos en otra parte.

—Qué conveniente —gruñó el coronel.

Rubí nos ha proporcionado una ayuda valiosa en ciertas empresas —comentó Diamante, más para reafirmar y calmar a los otros que para aplacar al coronel. El militar de rostro duro y el distante duque Hassid Ricol se habían enfrentado desde el principio—. La presencia de Rubí es innecesaria —declaró Diamante—. Así que no empecemos a discutir tan pronto. Tengo buenas noticias que daros. —Unos rostros expectantes se volvieron hacia él—. La semana pasada, se completaron las últimas negociaciones para el matrimonio de Theodore Kurita y Anastasi Sjovold. La boda se celebrará en el Palacio Hall, en la ciudad de Reykjavik, antigua capital del principado de Rasalhague.

Murmullos de júbilo y congratulaciones se alzaron de los conspiradores. Todos sabían con cuántas dificultades se había enfrentado el negociador para conseguirlo. El acuerdo para celebrar la boda en el distrito Rasalhague, en vez de en la tradicional Ciudad Imperial de Luthien, era crucial para sus planes. Significaba que los nobles más altos de la corte vendrían hasta el distrito y, si todo salía de acuerdo a lo planeado, muchos jamás se marcharían. Takashi Kurita había aceptado entrar en su trampa.

—Takashi… —prosiguió Diamante. Al susurrar el nombre del hombre al que más despreciaban, captó la atención de sus camaradas conspiradores—. Takashi Kurita ha aceptado la petición de su primo, nuestro benévolo Señor de la Guerra, Marcus Kurita, de llevar a cabo una inspección de las fuerzas militares del distrito. La inspección tendrá lugar en cuanto termine la boda y será conducida por el notable Tai-sho Vladimir «Iván» Sorenson, que los cuervos tengan un festín con los ojos del traidor.

»En cuanto le demos la orden a nuestro agente infiltrado en el séquito de Sorenson, podremos matar a dos Serpientes con un solo golpe. Nuestra causa ha recibido un regalo inapreciable.

—Pero ¿cuándo se realizará? —preguntó alguien con insistencia.

—Pronto. Ahora que los arreglos se han completado de forma satisfactoria, el Coordinador no desea ningún retraso. —Diamante se detuvo para coger una agenda portátil—. Tendremos que adelantar nuestro calendario.

Un silencio incómodo siguió al anuncio de Diamante, y los conspiradores se miraron con ojos nerviosos. Ópalo lo rompió.

—¿Cuánto?

—Dos meses —repuso Diamante con suavidad.

Tal como había esperado, unas voces agitadas expresaron su alarma. A diferencia de él, la mayoría de los integrantes del grupo no podrían regresar a sus mundos natales para supervisar los preparativos finales y retornar al sistema de Rasalhague en el tiempo que quedaba. Los componentes individuales del plan quizás estuvieran en peligro por la necesidad de apresurarse. Pero confiaba en que nadie encontraría la muerte. La parte principal del plan seguía siendo segura.

Del caos surgió una voz, la del gordo conspirador, Ópalo.

—Suministraré fondos para todos con el fin de que envíen mensajes de prioridad a través del sistema de comunicaciones de ComStar. No podemos permitir que los retrasos del viaje interestelar detengan nuestra misión divina.

Diamante quedó sorprendido por la convicción que había en la voz de Ópalo. Ahora que la acción se acercaba, el hombre parecía poseído por un fuego interior inesperado. Justo cuando comenzaba a meditar cómo emplear ese nuevo fervor, el coronel interrumpió sus pensamientos.

—¿Y qué hay del heredero designado? —preguntó el hombre—. ¿Ha habido tiempo para calibrar la posición de la marioneta?

—No tanto como me hubiera gustado —admitió Diamante. Sabía que tenía que distraer su atención de los problemas y volver a centrarla en las posibilidades del éxito. Este no era momento para el derrotismo—. Sin embargo, todos los signos son positivos. Se ha reunido con Anastasi y no pone objeciones al enlace. Incluso la visita oficialmente en la corte cada vez que viene a Rasalhague. Lo más interesante es que parece que encuentra una reacción favorable entre el pueblo. La gente cree que el distanciamiento que mantiene con su padre lo volverá propicio hacia ellos.

—El pueblo es idiota y no comprende lo que sucede a su alrededor —comentó con desprecio el coronel, quien, obviamente, no se consideraba a sí mismo un idiota.

—A pesar de ello, amigo mío —dijo con calma Diamante, que no quería perder el hilo de su conversación—, el distanciamiento de Theodore es algo que nosotros debemos ver como alentador. Las últimas noticias puede que no sean favorables para el pueblo, pero, ciertamente, nos son propicias a nosotros.

»Nuestros agentes informan que ha tenido otra discusión importante con su padre, en esta ocasión por temas militares concernientes a nuestra frontera con la Mancomunidad de Lira. Theodore considera que hay un debilitamiento en la distribución de tropas de la Casa Steiner, lo que podría proporcionarles la oportunidad de apoderarse del sistema de Tamar y quebrar el estancamiento en aquel sector. El Coordinador le ha prohibido de forma explícita a su hijo que emprenda la acción y se niega a autorizarle alguna incursión importante. Es probable que Takashi recuerde el fracaso de su propio padre en tomar aquel sistema, que tan costoso le resultó al Dragón. Nuestro Coordinador muestra muy poca fe en la capacidad de su hijo y da la impresión de ser escéptico respecto a que Theodore sea capaz de mejorar los esfuerzos del formidable Hohiro.

»Eso nos deja a un joven muy frustrado. Quizá nuestro Theodore sea un militar muy astuto, pero es un niño cuando se trata de política. Estoy seguro de que le encantará que desaparezcan los obstáculos a su ambición y premiará a aquellos que lo ayuden. Creerá que nuestros actos y apoyo lo dejarán libre para emprender sus ambiciosos proyectos militares.

—No necesitamos a otro tirano Kurita —soltó el coronel.

—No, no lo necesitamos —acordó Diamante—. No aceptaremos a un tirano semejante, pero Theodore no tiene por qué saberlo. Cuando nuestra posición se haya hecho sólida y le haya dado un niño a Anastasi para que herede el trono, ya no lo necesitaremos más. Aislado de la corte de Luthien, tal como ha estado hasta ahora, no tendrá amigos que le adviertan ni aliados que lo protejan. En su soledad, será vulnerable. Si se diera el caso de que lo acusaran de parricidio, ¿quién se opondría cuando los ciudadanos leales se subleven y se deshagan de él?