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Condado Oeste de Cerant, An Ting
Distrito Militar de Galedon
Condominio Draconis
11 de agosto de 3039
Desde la posición que tenía la lanza de mando en las colinas del oeste, Dechan Fraser disfrutaba de una amplia panorámica de la ciudad de Cerant. Once años atrás, había luchado por su vida y la existencia de los Dragones de Wolf en aquella misma ciudad. Hoy no parecía muy cambiada. Un escalofrío que no tenía nada que ver con la fría brisa que soplaba de manera intermitente desde las montañas le recorrió la espalda.
Jenette alargó el brazo y apoyó una mano suave sobre su mejilla. Le arregló un rubio mechón de pelo, situándolo detrás de la carne rosada en el costado de la cabeza, recién afeitada para disponer de un mejor contacto con los sensores del neurocasco.
—¿Estás bien?
—Sí.
—Es por la ciudad, ¿verdad?
—Sí.
—Hoy eres un buen conversador.
Alzó las comisuras de la boca en un gesto de irritación.
—Yo también lo he sentido —continuó ella, indiferente a su expresión. Un vistazo a su cara le hizo arrepentirse al instante—. Los fantasmas están ahí abajo. Todos aquellos Dragones perdidos, preguntándose por qué lo estamos haciendo.
—Parece extraño. La última vez que estuvimos aquí luchábamos contra los Ryuken. Para ser preciso, los Ryuken-ichi de Akuma.
—Me alegro de que Theodore haya ordenado que se quitara el nombre de los registros —comentó ella con un veneno súbito en la voz.
—Fue idea de Michi —señaló él.
Jenette frunció el entrecejo.
—Siempre Michi. Él nos metió en esto. Parece gobernar nuestras vidas.
—No sólo pagamos una deuda —le recordó—. Sabes que hay más. No podemos marcharnos hasta que no haya concluido el trabajo. Así lo dicta nuestro honor de mercenarios. Hasta los fantasmas de los Dragones lo comprenden.
No pareció convencida.
—Entonces, ¿por qué Michi no responde a nuestras cartas? Los amigos no deberían abandonarse.
—Sigue siendo nuestro amigo, creo, y sé que necesita nuestra ayuda. Prometimos no abandonarlo. Esa es la razón por la que no nos marchamos. —Fue a cogerle la mano pero ella la apartó y cruzó los brazos sobre el pecho como si tuviera frío—. ¿Verdad?
—Estoy cansada, Dechan. Quiero irme a casa.
Comprendió su frustración y soledad. «Casa. Como si tuvieran una. Su hogar habían sido los Dragones, hasta que los abandonaron para seguir a Michi Noketsuna en la búsqueda de su venganza». Las fatigas compartidas los convirtieron en amigos; luego, lo llevaron a él y a Jenette a aceptar hacer todo lo que pudieran para ayudarlo a ver completado su objetivo. Esa promesa los tenía atrapados aquí entre los kuritanos, obligándolos a luchar para salvar el reino de Takashi Kurita, el hombre contra el cual el coronel Jaime Wolf jurara una venganza de sangre. Se preguntó cómo habría resuelto tal conflicto de obligaciones el viejo Hombre de Hierro, Tetsuhara. ¿Tendría Minobu una mejor solución para el dilema de Dechan que la que encontró para él?
El receptor que llevaba al oído zumbó, llamándolo al deber. Lo activó, y la voz del Tai-shu Kester Hiun Chi le susurró:
—Todo preparado, Fraser-san.
Adoptando su nuevo papel de comandante, preguntó:
—¿La fuerza aérea de Davion?
—Bastante agitada. No estaban preparados para nuestras reservas. Parecen especialmente sorprendidos por el número de nuestros Sparrohawks. Después de todo, es de diseño suyo. La respuesta a nuestros vuelos de Hellcat, suministrados por ComStar, también es alentadora. Creo que los profesores del Instituto de Ciencia de Nueva Avalon van a realizar algunos ajustes en la doctrina táctica de Davion.
—Entonces, ¿dispondremos de un campo despejado para las maniobras?
—En la medida en que he sido capaz de arreglarlo. Sin embargo, las tropas de la Federación de Soles no cooperan demasiado. Todavía no se han rendido —comentó Chi, riéndose entre dientes. La voz abandonó el oído de Dechan, dejando un sonido sibilante que le indicó que la línea seguía activa. Pasado un momento, el tono grave retornó—: Por favor, apreste sus máquinas. Voy a necesitar que pronto conduzca a su destacamento de Ryuken al combate.
—Estaremos preparados, Chi-sama.
—Lo sé. Buena cacería, Fraser-san.
El canal quedó mudo con un chasquido.
Se acercó a Jenette y la rodeó con los brazos por detrás.
—Es hora de comenzar.
Ella asintió mientras se volvía aún entre su abrazo.
—Después de esto, ¿nos iremos?
—Cuando hayamos acabado nuestro trabajo.
Jenette lo apretó con fuerza, la cara oculta en el hombro acolchado de su chaleco refrigerante. Se apartó y lo miró con sus suaves ojos grises.
—Cuídate. —Le dio un beso fugaz y se marchó.
—Que la Unidad te proteja —repuso él en voz baja mientras ella corría hacia su BattleMech Hatamoto-kaze.
—¡Mariscal Sortek! ¡Los kuritanos han roto el perímetro!
El aullido de la sirena de alarma se elevó por el cuartel general en el momento que ordenaba que la lanza de seguridad se preparara. El caos dirigido inundó la estancia a medida que hombres y mujeres se apresuraban a realizar las tareas que habían temido. Debían abandonar el cuartel general. La puerta se abrió de golpe cuando un ordenanza se llevó el primer puñado de discos de datos en dirección a la oscuridad de la noche.
Sortek se volvió hacia su asistente.
—¿Por dónde y con cuánto, Jeanne?
—Cuadrante norte. Parece que se trata de dos o tres regimientos de BattleMechs. Hemos recibido informes de sus unidades pesadas a lo largo de toda la línea. Son, por lo menos, unos treinta.
—¿Tantos? —Las lanzas de Sortek y de Link apenas habían logrado escapar de una sola lanza de esas máquinas hacía dos días. Sacudió la cabeza—. ¿De dónde los sacaron?
—No lo sé, señor.
—Bueno, parece que inteligencia tampoco. Si logramos salir de ésta, serán sus cabezas las que rueden, no la suya. —Se frotó los ojos enrojecidos con ambas manos—. Supervise la evacuación. Saldré a cerciorarme de que nuestra retaguardia resiste. La veré en las Naves de Descenso.
Ella saludó su espalda mientras él se alejaba corriendo rumbo a su Mech.
Dechan Fraser se encontraba extenuado, pero su fatiga pareció desvanecerse cuando el maltrecho Hatamoto-kaze entró cojeando en el campamento Ryuken. El Mech de ochenta toneladas parecía haber pasado por una guerra, lo cual, por supuesto, era cierto. A diferencia de su propio Hatamoto-ku, el H-kaze mostraba daños serios. La única zona afectada levemente era la plancha del pecho, cuya superficie se hallaba ennegrecida por los escapes de los misiles y abollada por las marcas dejadas por las esquirlas. Había desaparecido el radiador y uno de los deflectores del hombro. Las anchas y chatas vainas que protegían las antenas, que le daban al montaje de la cabeza del Mech el aspecto de un viejo casco de samurái, colgaban sobre el visor. El pesado blindaje de su pierna izquierda había sido destrozado y derretido. Zarcillos de pseudomúsculos de miómero flotaban a través de los agujeros que revelaban los agrietados y hundidos miembros de la estructura de aleación. ¿Podría el piloto haber resistido ileso semejante destrucción?
Sus temores se desvanecieron cuando vio a Jenette bajar de la carlinga entera e ilesa. La estaba esperando al pie cuando terminó de descender. Durante un minuto, se abrazaron en silencio antes de que él se separara para inspeccionar su condición física. No se hallaba herida, pero parecía tan abatida como él. Hasta su sonrisa se veía agotada. La llevó a la cocina del campamento y le puso una taza de té entre las manos mientras iba a reunir algún bocado. Comieron sin hablar; de momento, les bastaba la presencia del otro.
Ella dejó su plato vacío sobre el suelo.
—¿La lucha aquí ha terminado?
—Creo que sí —musitó él—. Las Naves de Descenso Davion han estado despegando desde la medianoche. Van con rumbo directo al punto de salto. An Ting ha resistido y, sin este sistema, el empuje de Davion en Galedon perderá fuerza.
—Bien. —Su sonrisa centelleó en la oscuridad—. Pronto terminaremos.
Animado al ver que parecía aliviada, dejó que la alegría de un trabajo bien hecho se reflejara en su voz.
—Hemos enseñado muy bien a la gente de Theodore. Los Ryuken libraron una extraordinaria batalla, con más disciplina de la que pensé que tenían. El Hombre de Hierro estaría orgulloso. Estos Jocks son casi tan buenos como su vieja unidad. No hay duda de que brillaron más que el Octavo de Espada de Luz.
—¿Quieres otro Misery?
La amargura de su voz y el recuerdo de las terribles semanas en aquel planeta yermo, donde los Ryuken combatieran contra los Dragones, aplastó su creciente sensación de logro. Su júbilo en el éxito de sus pupilos se tornó en cenizas cuando rememoró los duros días en aquel desolado y frío mundo. Los Dragones lucharon por sus vidas contra todo lo que les lanzó la Casa Kurita, incluyendo los antiguos regimientos de Ryuken. Los Dragones apenas consiguieron ganar. Su propia lanza escasamente pudo abatir al mismo Hombre de Hierro. No deseaba volver a experimentar jamás algo parecido.
¿Acaso había reconstruido la unidad que casi destroza a los Dragones sólo para permitirle a Takashi Kurita disponer de otra oportunidad? Se obligó a desterrar ese temor y a hablar con tono seguro.
—No puede suceder otra vez.
—¿Estás seguro? —inquirió ella en voz baja.
En la noche que los rodeaba, los fantasmas de los Dragones parecieron repetir su pregunta.