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Palacio del Kanrei, Ciudad de Deber, Benjamín

Distrito Militar de Benjamín

Condominio Draconis

3 de enero de 3035

Theodore arrojó al aire a su hijo más joven. Minoru se reía de placer y gritaba «¡Otra vez!» cada vez que Theodore intentaba dejarlo. Finalmente, con los brazos cansados por el esfuerzo, bajó al niño al suelo.

—Nosotros, los del clan Kurita, somos MechWarriors, no pilotos aeroespaciales.

El joven asintió con aire solemne; luego, con una sonrisa traviesa, anunció:

—¡Yo seré las dos cosas!

Theodore se rio y lo abrazó.

—Eres ambicioso, hijo mío. Un verdadero kuritano.

El niño se arrebujó feliz en los brazos de su padre. Sus músculos se relajaron y su respiración se tornó más profunda. Theodore rozó un mechón del sedoso cabello negro de su hijo con un beso. Alzó la vista para descubrir que Tomoe había entrado en la habitación.

—Deberías verlos más a menudo —comentó en voz baja—. Te echan mucho de menos.

—Los veo todo lo que puedo.

—No es suficiente.

No captó ninguna acusación en su voz, pero se sintió igualmente culpable.

—El deber me presiona mucho. Apenas hay tiempo para hacer todo lo necesario para preparar al reino.

—La imperiosa llamada del Dragón —repuso ella con resignación.

Al tener los brazos ocupados con su hijo, no pudo alargarlos hacia ella. Buceó en sus ojos, aunque no encontró el significado de ese comentario peculiar. Ella había encerrado sus sentimientos en un lugar que no podía alcanzar.

—Zeshin —llamó. El anciano monje levantó la cabeza. Sus brillantes ojos captaron la situación y atravesó la habitación con su particular forma de andar. Ya estaba cogiendo a Minoru cuando Theodore dijo—: Es hora de su siesta.

Cubrió al niño con las suaves y voluminosas mangas de su túnica de pilarino. Su voz profunda le susurró palabras de sosiego cuando éste intentó, sin convicción, regresar con su padre. La repentina somnolencia que se apodera de los niños hiperactivos cuando se quedan quietos resultó demasiado fuerte para el joven Kurita. Se rindió con un bostezo, a gusto en los reconfortantes brazos de su tutor.

Zeshin llevó a su pupilo al dormitorio mientras Theodore se acercaba a Tomoe. Apoyó las manos sobre sus antebrazos, sintiendo cómo los músculos se ponían rígidos para luego relajarse. Ella rodeó con los brazos su cintura y lo estrechó con fuerza. Sintiéndose repentinamente incómodo, devolvió el abrazo. Durante varios minutos, permanecieron unidos sin pronunciar palabra.

—¡Padre!

La voz estridente pertenecía a su hijo mayor. Hohiro atravesó la puerta a la carrera, los pies descalzos sonando con fuerza en el suelo encerado. Frenó y regresó al umbral.

—¡Padre! ¡Mira lo que he encontrado!

Se separaron al aproximarse el niño, pero la mano de ella no rompió el contacto con su espalda cuando él se agachó para ver lo que Hohiro le entregaba.

—¿No es maravilloso?

El muchacho sostenía una intrincada silueta hecha de papel de arroz. El gato origami se agazapaba de manera amenazante sobre su palma, con la cola erguida, como congelada en esa postura.

—¿Dónde lo encontraste? —inquirió Theodore con tono imperioso—. ¿Omi se encuentra bien?

Hohiro quedó sorprendido por la tensión en la voz de su padre. Frunció el entrecejo en señal de confusión.

—Claro. Está jugando en el jardín.

Los ojos de Theodore se clavaron en los de Tomoe, quien se acercó a la puerta y, con cautela, escudriñó el exterior. Su gesto de afirmación produjo un suspiro de alivio compartido por ambos.

—Ahora —prosiguió él, mientras cogía el gato de la mano de su hijo—, ¿dónde lo encontraste?

—En la sala donde guardas tus espadas.

—¿Y no había nada más? ¿Nada fuera de su sitio?

—No lo creo.

Hohiro parecía más preocupado. Theodore sonrió para darle seguridad.

—Has hecho bien en venir directamente a vernos. Se trata de un mensaje secreto —añadió con tono de conspiración—. Si encuentras alguno más, has de traérnoslo a tu madre o a mí. —Hohiro asintió con vehemencia—. Muy bien. Ve a buscar a tu hermana y llévala ante Tetsuhara-sensei. Dile que es hora de tu clase de kendo. Tu hermana os observará.

—Pero la lección no es hasta las tres —protestó el niño. Se mostró claramente irritado por ser excluido de la intriga por él descubierta.

—La recibirás ahora. ¡Ve!

La expresión de Hohiro se tornó en un mohín, pero, obediente, se marchó, dejando bien claro que era por iniciativa propia al dar la vuelta por toda la habitación para llegar al jardín. Theodore y Tomoe observaron hasta que sus hijos hubieron desaparecido en las sombras del dojo donde les esperaba Tetsuhara-sensei. Entonces, le pasó el gato origami.

—¿Es de ellos?

Ella lo examinó con cuidado.

—Definitivamente nekogami.

Cogiéndolo de nuevo, lo alzó hacia la luz que provenía del jardín con el fin de comprobar si había un mensaje escrito en el papel. Le pareció que el gato era idéntico al que Ninyu identificara en el cuartel general de Moore en el año 29, pero quiso que ella lo confirmara. Los nekogami eran pocos en número y actuaban en contadas ocasiones; no obstante, gozaban de una reputación temible y a menudo se los culpaba por actos que no cometían. Eran los mejores espías y asesinos del Condominio, maestros del engaño y del subterfugio. La relación que él había tenido con la intriga y los crímenes a lo largo de los años no consiguió que le cayeran mejor.

—¿Qué significa? Aquí no tenemos ningún secreto que pueda ser robado. En principio, no parece que falte nada ni nadie.

—Lo más factible es que sea un mensaje —concluyó Tomoe—. ¿Has notado los caracteres grabados en el papel?

No los había visto, pero en aquel momento frotó el papel y los palpó. Estaban trazados en el silabario chino formal.

—¿Lealtad?

—Creo que te ofrecen sus servicios. Actúan de acuerdo con los mejores intereses del Dragón, tal como ellos los entienden. Parece que han decidido que tú los representas.

—Supongo que debería sentirme honrado. Para hacerlo deben de tenerme en alta estima.

Atravesó la habitación hasta la consola del ordenador, donde introdujo su código de identificación. Tomoe se situó a su espalda y posó la mano sobre su brazo. Él la miró a los ojos y ella sacudió levemente la cabeza.

—Yo dejo mi otra vida fuera cuando vengo aquí. Olvídalo de momento.

—No puedo.

—No quieres —lo acusó.

—Cuando estoy aquí, deseo olvidar lo que acontece en el exterior. De verdad. Pero da la impresión de que nunca soy capaz de conseguirlo. Las preocupaciones mundanas hacen acto de presencia por sí solas —comentó, alzando el gato origami.

—No quiero perderte —susurró ella en su oído, abrazándolo con fuerza.

Theodore notó su energía, una energía que podría partirle la espalda si aplicaba el conocimiento preciso de su entrenamiento en las artes marciales. Pero en sus brazos no existía peligro, sólo un amor desesperado.

Estrujó el gato de papel que tenía en la mano, y lo dejó caer olvidado al suelo mientras ella le acariciaba el pelo.