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Escuela de la Sabiduría del Dragón
Kuroda, Kagoshitna
Distrito Militar de Pesht
Condominio Draconis
18 de mayo de 3018
—Theodore Kurita.
Theodore se puso rígido cuando mencionaron su nombre. ¡Era el primero! La calidez del sol de la mañana que inundaba el patio quedó empequeñecida por la acalorada fiebre de la victoria. No lo había sabido hasta este momento. Y ahora que se enteraba podría haberle gritado su triunfo a las estrellas. Pero, por supuesto, no lo hizo. Se inclinó ceremoniosamente hacia el estrado y los dignatarios allí reunidos, antes de incorporarse del lugar en el que estaba arrodillado con la promoción que se graduaba. Se dirigió al pasillo pasando entre las filas de oficiales, giró con brusquedad y se encaminó al estrado.
Fue muy consciente de que todos los ojos lo miraban mientras recorría el patio de la academia. Se imaginó que era capaz de sentir la penetrante mirada de su padre desde la alta galería que rodeaba el patio. A pesar del deseo de encontrarse con esos ojos, se negó a quebrar la disciplina de la ceremonia.
«Echa un buen vistazo, padre —comentó en silencio—. He superado el listón que tú dejaste aquí. Seguro que ahora ya sabes que he demostrado mi valía».
A medida que se aproximaba al estrado, se concentró en el ceñudo rostro del Tai-sho Zangi, comandante de la Escuela de la Sabiduría del Dragón. «Sonríe, vieja cara correosa —pensó—. Soy el mejor que has tenido».
El Tai-sho continuó frunciendo el entrecejo mientras Theodore subía los escalones que daban al estrado y se arrodillaba ante él. Cuando Theodore realizó una ceremoniosa inclinación, el Tai-sho habló con una voz tan baja que incluso los oficiales arrodillados tres pasos más atrás no pudieron oírlo.
—No has mostrado aquí lo mejor que tienes.
—Pero soy el primero —replicó Theodore.
—Eres arrogante —respondió Zangi—. Aún te queda mucha sabiduría que aprender.
—No de ti.
—Como tú digas.
Zangi extendió el brazo derecho hacia un lado. Se le acercó un asistente y le pasó una katana envainada. El Tai-sho alargó el arma hacia Theodore y habló con una voz que llegó a todos los rincones del patio.
—Esta es la espada de batalla de un samurái kuritano. En otros lugares has aprendido las artes de un MechWarrior y la ciencia del táctico. Aquí perfeccionaste esas habilidades y aprendiste el arte de la estrategia. ¿Aceptas esta espada para usarla al servicio del Condominio Draconis?
—¡Hai! —respondió Theodore.
Cogiendo la espada de la mano de Zangi, se la introdujo bajo la faja y completó la solemne aceptación con otra inclinación de cabeza. Sólo la estera fue testigo de la sonrisa exultante.
Zangi volvió a extender el brazo. En esta ocasión, el asistente le pasó una wakizashi.
—Esta es la espada de honor de un samurái del Condominio Draconis. En otros lugares aprendiste el código del bushido. Aquí aprendiste a vivir con el bushido. ¿Aceptas esta espada, uniendo tu honor con el de la Casa Kurita?
—¡Hai! —repitió Theodore. Sus movimientos resultaron fluidos cuando colocó la segunda espada bajo la faja.
En el mismo instante en que se inclinaba, Zangi acercó la mano a la bandeja de laca negra que tenía a la derecha y cogió la blanca lámina superior de un brillante montón de hojas de papel de arroz. Con movimientos enérgicos, la dobló, la cerró y trazó en el exterior los caracteres de Sho-sa. Teniendo cuidado con la tinta todavía húmeda, se la pasó a Theodore.
—Éstas son las órdenes del Dragón. Al aceptar las espadas, y con ellas tus obligaciones, has aceptado las órdenes.
Tal como lo demandaba la costumbre, y sin prestarle atención a la tinta todavía húmeda, Theodore se metió las órdenes en el interior de la túnica sin leerlas. Éstas también representaban un ascenso, el premio por ser el primero de su clase. Ni siquiera su padre lo había conseguido.
Theodore inclinó la cabeza ante el Tai-sho y se incorporó con cuidado para que las pesadas espadas no se soltaran de la faja. Retrocedió hasta el borde del estrado y volvió a inclinarse antes de dar media vuelta y descender los cinco escalones. Al oír los vítores de la multitud, su reserva se resquebrajó y sonrió con amplitud para que todos pudieran verlo. Mientras iba pasillo abajo, la disciplina se desvaneció por completo y escrutó la galería. Buscó a su padre entre los invitados nobles, pero no lo encontró.
El primer pensamiento que tuvo fue que su padre, de alguna manera, se había retrasado. Tal vez se había producido una avería mecánica menor en la Nave de Descenso, la aeronave planetaria que la Nave de Salto interestelar empleaba para trasladar y recoger a los pasajeros desde el punto de salto en el borde de un sistema estelar. O quizá se había producido algún retraso en el tráfico aeroespacial. Sin embargo, sabía que no era por nada de eso. Los transportes espaciales del Coordinador eran mantenidos al máximo nivel y ningún controlador de tráfico se atrevería a interferir con el tiempo elegido o el sendero de llegada de Takashi. Su padre había estado aquí, pero había decidido no ver cómo su hijo recibía las espadas y el anhelado primer puesto, con el ascenso que ello implicaba.
«Tu padre lo único que desea es que tengas éxito», le repitió la voz del anciano Zeshin, tal como lo había hecho durante años.
«Mentiroso —pensó Theodore—. He tenido éxito y se niega a contemplarlo. ¿Fui un tonto al creer que este éxito cambiaría su forma de tratarme?»
«Confucio habla con palabras de elogio de la obligación que un hijo le debe a su padre, pero la obligación es un río peculiar. Fluye colina arriba al igual que colina abajo», le aconsejó con ambigüedad la voz de Tetsuhara-sensei.
«Entonces, ¿por qué él no puede verlo?»
En esta ocasión, las voces no le ofrecieron ninguna respuesta.
Casi sin notar su entorno, entró en el patio de honor. Recorrió con cuidado las piedras del sendero y ocupó el lugar central de honor entre los árboles igualmente cuidados y la grava bien nivelada. Perdido en sus pensamientos, sintió la incesante llamada de nombres y los gritos de alegría como si se tratara de un sonido carente de todo sentido. Los sonidos ya habían desaparecido hacía tiempo cuando se dio cuenta de ello.
Mientras analizaba su situación, el patio de honor se había llenado con los otros graduados, cada uno ocupando su lugar de acuerdo con el rango de la clase. Todos se arrodillaron en silencio y meditaron acerca de las nuevas vidas que les esperaban al servicio del Dragón. La costumbre exigía que permanecieran de esa forma hasta que el primero de la clase los liberara de la tarea. Sin abrir los ojos, Theodore, finalmente, recordó dónde se encontraba y pronunció la frase que esperaban.
—Comenzamos.
A su alrededor, se alzaron más vítores. Los kuritanos, que por lo general eran contenidos, rompieron filas con gritos de júbilo y lanzaron al aire las gorras grises de la academia. Algunos abandonaron el patio, en busca de los miembros de la familia con los que compartir su felicidad. La mayoría, sencillamente, se dieron empujones y palmadas en un tumulto de regocijo y congratulaciones.
—O-medeto —dijo una voz suave a su lado.
Theodore abrió los ojos para observar a la persona que se había dirigido a él. El sol crepuscular, que se asomaba por encima del muro del jardín, produjo un halo en su cabello negro y dejó en la sombra sus adorables facciones. Se trataba de una cara que conocía bien de estos años en la academia y que habría preferido ver entre sus servidores y no en la oposición. Lo nuevo era la amplia sonrisa que aparecía en el rostro de ella.
—Vaya, Tomoe Sakade, ahora te muestras amigable —comentó—. ¿Qué ha sucedido para que semejante hielo se derrita?
—Ya no somos rivales, Sho-sa —contestó ella—. Ahora podemos ser amigos. Habrá una celebración en la Casa de Tawamure.
—No me interesa una fiesta tan vocinglera.
—A mí tampoco —coincidió ella con una sonrisa perversa.
Quedó intrigado por la afirmación, pero, antes de que pudiera investigar los posibles significados, un hombre con uniforme de Chu-sa llamó su atención.
—Sho-sa Kurita, el Coordinador requiere vuestra presencia en el Pabellón Ágata.
Theodore casi quedó sorprendido al ver a su padre luciendo el atuendo ceremonial; Takashi Kurita no había participado en el acto. El chaqué negro revelaba un chaleco gris de satén que se estiraba por encima de su estómago. Los pantalones de finas rayas caían sin mostrar una sola arruga hasta tocar las blancas polainas que cubrían los lustrosos zapatos negros. Su cabello corto y negro, con las sienes canas y parte de la frente veteada de blanco, hacía juego con la ropa y le daba el aire de un distinguido diplomático de la antigua Tierra. Theodore siempre había considerado el uniforme de los diplomáticos tan anacrónico como la ropa tradicional de Japón que se usaba por todo el Condominio.
Cuando entró, Takashi se volvió y despidió a sus ayudantes. Escrutó a su hijo de los pies a la cabeza con su gélida mirada azul.
—O-medeto, Sho-sa.
—Domo arigato, otosan —respondió de forma automática Theodore. Aunque captó la dureza en el tono de Takashi, no fue capaz de contenerse y preguntó—: ¿Estás complacido?
—¿Esperas que lo esté? —preguntó a su vez Takashi, y todo rastro de diplomacia desapareció—. Las FIS me han informado que no te has esforzado al máximo de tus posibilidades. He recibido noticias de tus ausencias a clase, de líos amorosos en la ciudad y de tareas que no cumpliste. Vergonzoso.
—No obstante, soy el primero de la clase —replicó Theodore, alzando la cabeza con orgullo.
Los ojos de Takashi se entrecerraron. Pasado un momento, se volvió hacia la ventana que daba a los edificios con múltiples niveles de techos que conformaban la academia y se quedó así un buen rato. Su voz sonó hosca cuando habló.
—Veo que Tai-sho Zangi te ha concedido ese honor. Deberías darle las gracias antes de que se marche a Brihuega a tomar posesión del nuevo puesto que le aguarda allí.
Theodore quedó sorprendido y perplejo.
—Eso es ridículo. El jamás solicitaría un puesto en un mundo perdido en el borde. El entrenamiento de guerreros es su vida.
—Lo hizo —Takashi indicó con la mano una mesa llena de papeles en donde sobresalía un impreso de solicitud de traslado al SACD—. Lo encontró preferible a la alternativa que le quedaba.
De repente, Theodore comprendió que había algo mal, pero no sabía qué era. A Zangi lo habían juzgado culpable de algún crimen y se le había ofrecido la «alternativa» habitual. La injusticia lo inflamó.
—Tai-sho Zangi es un hombre honorable.
Tokashi giró en redondo y cruzó los brazos sobre el pecho. Su rostro era como el granito.
—Me ha desobedecido al mostrar favoritismo hacia mi hijo. He sido benévolo al permitirle esta salida.
—No merece este tratamiento. Nunca me mostró favoritismo.
Takashi descartó la defensa que su hijo había hecho de Zangi con un movimiento cortante de la mano.
—No te rebajes con mentiras para defender el falso honor que te ha concedido. Es ofensivo en un Kurita.
La voz de Takashi se suavizó.
—Mantendrás el rango que te dio. El pueblo ha de ver a mi hijo como un MechWarrior sobresaliente.
—Es lo único que te preocupa, ¿verdad? ¡Las apariencias! —Theodore escupió las palabras con asco.
—Somos Kurita. A través de toda la galaxia, lo que aparentamos ser, es lo que somos. Las apariencias son muy importantes. —Después, Takashi, con voz calma, añadió—: Tu madre también está desilusionada.
Theodore cerró con fuerza la mandíbula para evitar lanzarle a su padre una respuesta sarcástica. Odiaba que Takashi metiera a Jasmine en las discusiones que mantenían con el fin de ocultar sus propios sentimientos. Con la voz más tranquila que pudo mostrar, dijo:
—¿Me necesitas para algo más?
Takashi observó a su hijo con ojos calculadores, analizando y sopesando los efectos de la confrontación del día.
—Puedes marcharte.
Theodore dio media vuelta y salió despacio de la estancia, controlando el deseo de emprender la carrera y liberarse de la sofocante presencia de su padre. Recorrió el edificio e hizo caso omiso de los saludos y congratulaciones que le dieron todos los que pasaron a su lado. Sin embargo, en los escalones que había en el exterior del Pabellón Ágata, se encontró frente a alguien a quien no podía pasar por alto. Subhash Indrahar le dio una palmada en el hombro.
—O-medeto, Sho-sa —dijo el hombre con una sonrisa llena de aprobación.
Theodore miró al director de las FIS sin ninguna muestra de agradecimiento en los ojos.
—«Las FIS me han informado…» —citó con voz llena de dolor por el habitual rechazo de su padre. Se quitó la mano de Subhash del hombro, abrumado por la necesidad de escapar, y bajó corriendo los escalones.
Mientras se abría paso entre la multitud feliz, escuchó a Indrahar llamándolo por su nombre.